domingo, 31 de mayo de 2009

"Con el correr de los años..."


En mis años de adolescente una canción de Cortés se puso de moda: "Mi árbol y yo". Esta canción habla de la relación del autor con el árbol. En alguna parte de la canción dice: "Con el correr de los años, me llegó la adolescencia...".
Ayer recordé la canción cuando vi este árbol en el rancho de un afecto.
Este árbol creció y, siendo "niño", soñó con ser un árbol muy alto, muy fuerte, muy grande. Soñó ser lo que sueñan todos los árboles niños: la pista de aterrizaje de mil pájaros; el nido de los polluelos que ensayan el vuelo; la fronda que da sombra al caminante; el pararrayos que se quema cuando asoma la tormenta; el camino mayor que transitan miles de hormigas y gusanos; el pretexto textil de la araña; el sueño de la hierba y la montaña cercana a la que trepan todos los niños de casa.
¡Todo se le cumplió! Pero, "con el correr de los años..." uno de sus brazos (la rama negra de la familia), perdió el rumbo y creció hacia un lado, y creció tanto que un día amenazó con despegarse del tronco mayor. Fue preciso que alguien de casa le colocara algo como una prótesis para evitar el desgajamiento, la ruptura.
Ayer que lo vi, recordé la canción de Alberto Cortés y también recordé las caricaturas de Quezada, donde un hombre es tan frágil que tiene que ser apuntalado para evitar su fractura. A pesar de que la rama es más joven que el tronco, la rama ya camina con bastón, como si fuese un anciano artrítico que padece osteoporosis.
El tronco de este árbol aún está fuerte, lleno de vida. También sus ramas están llenas de helechos y de orquídeas que florean en septiembre. Pero una de ellas se equivocó de rumbo y en lugar de crecer mirando al cielo bajó la mirada hacia el suelo. Tal vez en alguna vida pasada no fue rama sino tronco, por esto sueña con ser raíz, con enterrarse en el suelo.
Por el momento, parece que el puntal vuelve a recordarle su vocación y apunta hacia el cielo. ¿Quién sabe si entenderá la lección o reincidirá en su rebeldía? La respuesta aparecerá "con el correr de los años".

Fotografía del Arquitecto César Alfredo Guillén Cota.



El Arquitecto César Alfredo Guillén Cota, quien el año pasado obtuvo un Segundo Lugar en Fotografía, a nivel nacional, me envió copia de esta imagen para compartirla con los lectores de este cuaderno. Agradezco a César su generosidad.
El título de la fotografía es:
"SUEÑOS CON RUMOR DE SELVA, CON AROMA DE FLOR DE MONTAÑA, BAJO UN CIELO AZUL TOJOLABAL", y fue tomada el 29 de mayo de 2009.
El artista comenta que fue tomada "antes de la jornada que cada año realizan a La Trinitaria, desde el Templo de San Caralampio. Dicha peregrinación es un rito ancestral para ver al Padre Eterno".

sábado, 30 de mayo de 2009

LA PELÍCULA MÁS TONTA DEL MUNDO


Algún día harán el concurso y todos los tontos del mundo inscribirán su película. La competencia, se sabe desde ahora, será reñida. El jurado determinará que no es posible obtener un ganador porque "hay tanta calidad" que, en decisión Salomónica, nombrarán las "Mil y una películas más tontas del mundo".
Así pues, México no puede quedarse atrás. Leí que ya preparan la película con "Pepito", el de los chistes.
Los productores anuncian que incluirán chistes de "gallegos", porque "¡son tan buenos!".
Aunque todo mundo quiere hacerse el chistoso no todo mundo tiene chiste. El mismo chiste contado por Teo González o por Juan x tiene una distancia de mil años luz. Conozco una persona que le gusta contar chistes, pero tiene tan poca gracia para hacerlo que cuando termina sólo ella se ríe. Todos los que escuchan, al final se quedan viendo y no falta el que, sólo para evitar el hielo, dice: "¡Traigan una lámpara, cabrones, para encontrar el chiste!". La mayoría de veces, esto causa más hilaridad.
Y ahora la noticia: "Pepito a la pantalla grande". No obstante conocer de antemano el resultado de dicha película, sé que medio México acudirá a las salas a ver la película. Hubo una vez una película que se llamó "La risa en vacaciones". Cualquiera habría apostado doble contra sencillo que nadie, en su sano juicio, acudiría a verla. El tal "cualquiera" perdió todas las apuestas porque la película resultó un éxito taquillero. El productor hizo toda una serie de películas con el mismo tema.
Creo que la pantalla chica nos entrena. Por esto los programas absurdos de "Hazmerreír" tienen tanto éxito. Por esto medio mundo quiere hacerse el simpático y anda por todos lados contando chistes sin gracia.

viernes, 29 de mayo de 2009

ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO (Última parte)



Por supuesto que Raquel nunca respondió “su” encuesta, pero la tarde de los resultados me dijo que ella ¡sí deseaba ser un ángel! Esta vida le parece miserable (sobre todo los viernes en la noche). No soporta las insinuaciones de sus compañeros de trabajo o de sus amigos para ir a tomar la copa, para bailar, para ir al motel. Le disgusta esa mano que es como un animal baboso internándose en sus partes más íntimas. Le produce asco entrar a un cuarto donde minutos antes otra pareja estuvo intercambiando fluidos. Odia ese olor de cigarro al entrar a los bares y a los sanitarios; ese hedor que sale de las tazas de baño, de las axilas de los hombres, de la entrepierna de las mujeres que están menstruando.
¡Quisiera ser un ángel!, me dijo, y abrió sus ojos como si fueran un amanecer en El Cielo o en Las Guacamayas o en Las Palmas. A pesar de que su acompañante siempre le asegura que en los moteles cambian las sábanas, ella ve manchas de suciedad sobre el buró, sobre la alfombra y sobre el control remoto de la televisión que siempre presenta escenas de hombres y mujeres que jadean, mientras (imagina Raquel) los ángeles se deslizan sin tocar el suelo. Ah, si ella pudiera levitar como lo hacen los seres alados, si, en lugar de oír la voz del hombre debajo de la regadera cantando esa de De reversa mami, de reversa, pudiera escuchar Te lucis ante terminum.
Ya dije que cuando Akakar se sentó sobre la cama de Raquel fue como si una mota de cielo se posara, no obstante, mi afecto sintió la presencia del ángel, fue como una revelación, como si la luz divina iluminara su pensamiento y su voluntad. Ella se sentó sobre la cama y buscó con su mano, como si fuera un ciego, algo que le revelara la presencia celestial.
¿Debo decir que el ángel andaba emocionado con la posibilidad de pasársela bien con Raquel? Pero como el destino es incierto, en el instante que mi afecto sintió la presencia del ángel se le ocurrió pedir su deseo, así pues, mientras uno se convertía en humano, la otra se volvía un ángel. Akakar iba a abrazar a su amada cuando ésta se volvió una tea llena de luz.
Pobre diablo es aquél que deja su vocación por la pasión de una mujer. Ahora Akakar lamenta haber elegido un mal camino. Es un mortal común y corriente. Los viernes en la noche va al antro, pide una cerveza en la barra, prende un cigarro y trata de ligar a alguna nena para convencerla de llevarla a un motel. Cuando lo consigue, a la hora en que su cuerpo y el de su pareja comienzan a sudar y ella jadea, él recuerda la limpieza de los cantos gregorianos, la pureza de los caminos del cielo, la luz radiante y la infinita calma del cielo y reniega de su decisión, pero ya no puede hacer nada, porque el reglamento celestial es muy estricto en este sentido y ahí sí el secretario no puede aceptar ningún cohecho pues las riquezas de los humanos no tienen ningún valor en el reino de los cielos.
Raquel me cuenta que el otro día se topó con él, en la central de abasto (alcanzó a verle algo de sus alas). Iba con una muchacha guapa, pero -como decimos acá en Comitán- muy cuzca. Él no la reconoció (se sabe que los ángeles caídos olvidan toda luz anterior), pero mi afecto sí supo de quién se trataba pues ahora ella tiene los poderes máximos. Es más, me dijo que hizo uso de su ultra visión y detectó que la acompañante llevaba puestos los calzones rojos. Era viernes y aún estaba por llegar la noche.

jueves, 28 de mayo de 2009

LA VIRGEN DE LOS SABINOS


El árbol lleva años ahí. Un día amaneció lleno de flores, pero no en su fronda, sino en su base. Algunas personas llevaron esas flores como una ofrenda para la Virgen de Los Sabinos que (en su advocación de Virgen de Guadalupe) "apareció" en el tronco.
El dueño del terreno dice que nunca se fijó en el árbol. Una tarde, un hombre que pasaba por la calle se cayó, justo frente al árbol, y al pararse, levantó la cara y vio la "aparición".
A partir de ahí la historia ya es común. La gente se acercó, le llevó flores, le puso veladoras, se hincó, construyó un pequeño techo que libre a la virgen de las inclemencias del tiempo y, por supuesto, colocó una alcancía "para construir la ermita".
Esto que relato ocurre un tiempo después de que un fenómeno similar ocurrió en Juncaná (un lugar que está ubicado rumbo a los Lagos de Montebello).
No sé si fue que Comitán no quiso quedarse atrás o la virgen nos está haciendo guiños a los habitantes de esta zona que, ya se sabe, es un territorio consentido de Dios.

INVITACIÓN PARA EL DÍA DE MAÑANA

miércoles, 27 de mayo de 2009

RESERVA MUNDIAL


Los lagos de Montebello fueron declarados Reserva Mundial. En los años setentas venían a jugar algunos equipos de fútbol, en la feria de Santo Domingo. Por ahí vinieron "Las Reservas del Atlante" o "Las Reservas del Cruz Azul". Yo no entendía muy bien. Algún afecto debió explicarme que eso de "Reserva" significaba que no eran los titulares, sino los jugadores segundones, los que aún hacían méritos para, tal vez, algún día jugar en el "equipo grande". Como si esperaran tiempos mejores.
Las Reservas Naturales, quiero pensar, son áreas protegidas, espacios que se "reservan" de la depredación.
¿Nos reservamos, entonces, los azules y verdes para disfrute del espíritu? El Lago de Montebello ya perdió su color original, ahora tiene un color chocolate deslavado. Por fortuna, aún podemos levantar la vista y hallar el azul infinito; aún podemos respirar un aorma de juncia fresca. Tal vez no sea tan mala idea que la zona sea declarada Reserva. Aunque la zona ya no sea el santuario para orquídeas y aves que fue todavía hace poco.

martes, 26 de mayo de 2009

APENAS AYER, ¿O HACE UNA HORA?


(De izquierda a derecha: Armando Pinto, Maestro Javier Mandujano Solórzano, Maestro Francisco García Agueda, Paty, Fer, Alex, Miguel Ángel Penagos Figueroa, Manuel de Jesús Nucamendi Pulido, Francisco Javier Flores Medina y José Luis Campero).

Hubo un tiempo. Eran los años ochentas. Comitán era un cielo de papel de china, un rebozo de luz.
Doña Carmelita me dijo: "No va a aceptar", pero entré a la sala de su casa, expliqué el motivo y el Maestro Güero (Javier Mandujano Solórzano) aceptó que una sala de la Galería "Bonampak" llevara su nombre.
El Maestro Paquito (Francisco García Agueda) aceptó de inmediato. Subió a su estudio y bajó con dos cuadros para que colocáramos en la sala que llevó su nombre.
La noche de la inauguración llegaron los dos con anticipación. Pasaron a la sala de la casa, donde mi papá los atendió. Cuando llegaron todos los invitados, Paty fue por los homenajeados.
Hubo un tiempo. Esa noche los dos comitecos de relevancia estuvieron contentos. Sus rostros fueron un vaso de temperante a la hora que develaron las placas. Fue un acto muy sencillo. Ese día entendí que los actos más modestos, en los lugares más apartados, también contribuyen a sembrar luces en el corazón de los hombres.
Hubo un cordel. A veces miro el cielo y encuentro algo del destello.

lunes, 25 de mayo de 2009

ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO (Primera parte)



La historia consigna algunos ángeles inconformes. Su rebeldía tal vez encuentre explicación en el hecho de que su genoma tuvo, en algún momento, un injerto humano que los hizo renegar de su condición celestial. Akakar fue de los rebeldes sin causa. Cumplía los encargos divinos pero sin la pasión de sus compañeros. Mientras los ángeles del grupo Alfa volaban de un lado para otro llevando la tea de luz en todo el cielo, Akakar se acercaba al borde de su nube. Con la barbilla sobre sus manos, miraba cómo, abajo, los humanos no la pasaban mal, sobre todo los fines de semana. Mientras él tenía la obligación de cantar el aburrido O luz beattísima los de abajo parecían pasársela ¡tan bien!
Una vez, (acá en la tierra, acá en Comitán) mi afecto Raquel hizo una encuesta sólo como mero juego, sólo para advertir las manchas en los rostros ajenos. Dentro del cuestionario venía la pregunta: “¿Te gustaría ser ángel?”. Cuando, después del análisis de mil doscientas papeletas, me mostró los resultados, la respuesta a dicha pregunta arrojó el ciento por ciento de negativas. ¡Carajo, yo sentí cierta pena! Nadie, pero nadie, había mentido, ni siquiera como una mera cortesía con la corte celestial. Por esto, no es extraño que también algún ángel despistado (como Akakar) de pronto se vea tentado por lo que acá en la tierra gozamos. Y es que visto desde arriba o desde los lados parece que los terrícolas nos la pasamos muy bien (sobre todo los viernes por la noche).
Quienes son aficionados a decir frases de cliché les encanta soltar aquello de: “El infierno está acá en la tierra”. Resulta que una mañana, Akakar escuchó tal exabrupto y creyó que los mortales éramos la imagen del demonio en calzones (le gustaron mucho los rojos que tenía puestos aquella chica que, bocabajo, descansaba en la playa de Cancún).
Así pues se anotó en la relación de ángeles de la guarda. El ángel secretario dijo ¡Uyyyy, la lista es muy larga!, pero cuando Akakar le ofreció mil doscientas plegarias para casos extremos, el otro borró a quien estaba en el número dos y anotó el nombre de su protegido (claro que esto en el cielo no se considera cohecho, es simplemente una estrategia divina para que todo fluya según los altos designios). De inmediato Akakar fue a su acolchonada celda y tomó el par de alas que los ángeles siempre tienen de repuesto. Cuando sonó la trompeta imperial, el ángel rebelde se aventó sin miramientos, como si fuera un parapente se deslizó de manera suave en medio de nubes y de algún cuervo despistado que se creyó águila (las aves, al contrario de los humanos, sí sueñan con convertirse en ángeles, debe ser por su infatigable vocación de vuelo). Esquivó los meteoritos y los cometas. Sintió que una de sus alas era absorbida como si una enorme aspiradora lo confundiera con alfombra, ¡era un hoyo negro! Después de mil minutos en los que recorrió billones de años luz, por fin llegó a la tierra y fue derechito a la casa de la muchacha bonita de los calzones rojos. Ella, Raquel, ya estaba acostada, leía poemas de Luis Daniel Pulido, a veces sonreía, a veces algo como una niebla le apretaba el corazón y le daba ganas de volverse lluvia ligera, tenue, pero lluvia. Akakar se sentó al lado de la muchacha bonita y fue como si una pluma de codorniz se posara sobre el colchón. El ángel advirtió que mi afecto tenía la piel bronceada. Usó su ultra visión (que es un poco semejante a la que posee Supermán) y vio que toda la piel tenía ese color, incluso el área que, por lo regular, cubre el calzón (dedujo que, en algún momento de la historia, ella se había despojado de esa prenda y no sólo había estado bocabajo expuesta al sol).
(Nota para los lectores de El Heraldo de Chiapas: Si Dios -o Dámaris- no dispone otra cosa, el viernes concluirá este textillo).

domingo, 24 de mayo de 2009

DOY GRACIAS POR ESTOS TIEMPOS


Amo los tiempos pasados pero bendigo estos.
Antes dibujaba el cartón, lo metía en un sobre manila, lo llevaba al correo y lo enviaba como correo "registrado". Debía enviarlo una semana antes para que llegara a tiempo a la redacción del Excélsior, ahí donde chambeaba don Enrique Loubet Jr. -que en paz descanse (viejazo maravilloso, Dios permita que estés en una sala de redacción a modo de tu bondad). Ahí, no siempre, cuando don Enrique consideraba que el cartoncito pasaba el control de calidad, se publicaba en "Revista de Revistas". Una semana después yo revisaba la revista y cuando aparecía mi cartoncito mi corazón brincaba dos veces de gusto. Hoy dibujo el cartón, lo escaneo y un segundo después "El Memelas" lo tiene en su casa de Cholula. Hoy no se publica en ningún medio masivo, pero si lo deseara sería tan fácil como abrir una página de éstas para que estuviera expuesto mi trabajo a medio mundo (es un decir, pero la posibilidad está abierta).
Amo los tiempos pasados pero bendigo estos.
Antes los escritores debíamos tocar mil puertas para lograr la publicación de un libro, o invertir una lana (una lana que no siempre sobraba) para hacer una edición de autor. Hoy todo es tan simple como editar un librincillo en este chunche y hacer ediciones caseritas que son muy dignas y presentables.
Amo los tiempos pasados pero bendigo estos.
Antes los cinéfilos debíamos hacer cola en la taquilla de los cines. En Comitán no teníamos la posibilidad de elegir, mirábamos lo que nos programaban. Hoy basta colocar un dvd en el aparato lector o en la computadora para ver la película que deseamos (son pocas, muy pocas, las ocasiones en que no está a la disposición la película que deseamos). Es más, basta entrar a este chunche para ver fragmentos de películas famosas (en ocasiones los cinéfilos suben los fragmentos de tal suerte que es posible ver completa la película). Hoy basta un "cañón" para improvisar una modesta sala de cine en cualquier patio de la casa.
Por esto amo estos tiempos y bendigo los tiempos pasados.
Porque hoy me levanté a las cinco, prendí este chunche y aventé esta botella al mar con el mensaje de un náufrago que, por los tiempos presentes, estoy seguro más de un lector, en tierra firme, recibirá. Antes, los escritores no teníamos muchos mares donde aventar estos mensajes, no teníamos la certeza de que alguno de ellos fuera recibido. Podían pasar años, siglos, antes que un mensaje fuera leído. Hoy ya no es así. Estos tiempos están benditos. Benditos también estaban los tiempos pasados.

sábado, 23 de mayo de 2009

OFICIO DE AGUA


Me gustaría ser nube, le dije a Mariana. Ella siguió limpiando los libros con un trapo rojo y dijo: "A mí me gustaría ser agua. Te ganaría porque la nube se deshace, en cambio el agua vive para siempre". Me acerqué a la ventana, miré el cielo, ¡estaba sin nubes! (¿En dónde viven las nubes cuando no están en el cielo?). Tomé otro libro y se lo pasé a mi afecto, le dije: "Tenés razón, seamos agua". Ella rió, siempre lo hace cuando advierte que no sostengo mis ideas, cuando echo marcha atrás en mis deseos.
¿Agua? Cada vez que me preguntaran por mi oficio diría: "Me dedico a ser agua".
- ¿Es usted agua caliente o fría?
- Puedo ser todo, menos agua tibia. Soy agua para el té de mi madre, y agua con hielo para la sed de mi prima.
- ¿Es usted agua de charco o de pozo?
- A veces he sido agua estancada, he sido un agua verde y ligosa con cientos de mulututes, pero, sobre todo, me gusta ser agua de cascada. La sensación de la caída, del vacío, no tiene comparación. El estruendo al llegar al fondo es como la algarabía de mil tambores africanos.
- ¿Se evapora fácilmente?
- Si mi amada me calienta lo suficiente soy capaz de subir al cielo. Mi amada debe ser lo suficientemente poeta para que no diga una palabra oscura que me condense.
- ¿Se vuelve hielo?
- Por lo regular soy tolerante ante la brutalidad de mis semejantes. Sólo me convierto en polo norte cuando mi sobrina quiere patinar o cuando doña Panchita insiste en aquello de que la hieloterapia puede reafirmarle su piel aún cuando ella tiene ochenta y dos años y su piel de corteza de árbol ya no tiene remedio.
- ¿Es usted agua de río o de mar?
- ¡Qué pregunta tan pendeja! ¿Nunca aprendiste aquello de que todos los ríos van a dar a la mar?
- Disculpe, es que a veces soy muy AGUAdo.
- Pues que te AGUAnte la más vieja de tu casa.
- Gracias por permitirme la entrevista.
- De nada, glub, glub.

viernes, 22 de mayo de 2009

LA POETA DELFÍN



La leyenda cuenta que Neptuno siempre se rodeó de mujeres delfín que eran odiadas por las “mujeres delprincipio”. Una de aquéllas, cansada de compartir sus encantos con la pléyade, se hizo la dormida y dejó que la corriente del mar la llevara hasta la playa. La mujer delfín, como si fuese un salmón, remontó todas las corrientes e inventó un dicho diferente: “Todos los mares van a dar al río”. Llegó a la Rivera de Cupía y se quedó a vivir ahí. Debió aprender a dormir en hamaca y a tomar pozol. A cambio de la vivienda y la alimentación que los habitantes de ese pueblo le ofrecieron, ella les entregó poemas escritos en papel de arroz.
Las demás mujeres Neptunianas lamentaron la ausencia de su hermana pues ella era la mejor escritora. Saturno auguraba que sería tan buen poeta como Efraín Bartolomé.
Un día caluroso, la mujer delfín le pidió a Agripino Cundapí la llevara al río. Su amado la llevó en brazos y la metió al agua donde ella retozó a gusto. Agripino se recostó sobre la arena, debajo de la sombra de un techo de palma. Por ahí andaba una cuadrilla de la Subsecretaría del Medio Ambiente que, al ver ese espécimen único bañándose sin pudor completamente desnudo, le impuso a Pino una multa y lo obligó a llevar a la mujer delfín al zoológico Miguel Álvarez del Toro, pues “los manatíes son una especie en extinción” (así lo dijo Pancho, que luego justificó su error diciendo que él es entomólogo experto en chicatanas y nucús).
El director del zoológico reconoció en ella a un individuo único en este mundo. Cuando ella contó que había sido favorita de Neptuno, él le creyó; cuando ella contó que era una poeta sin igual, él le creyó. Pero cuando ella abrió su vientre y le mostró a su cría y dijo que esa sirena bebé era hija de Agripino Cundapí, el director no le creyó.
A media noche, el director del zoo llamó a Pancho y le ordenó llevar a la mujer a su “lugar de origen”. Al oír estas palabras ella creyó que la sentenciaban a regresar al castillo de Neptuno, entonces ella “corrió” (es un decir) hacia el drenaje y se aventó. Después de un recorrido de kilómetros en medio de aguas hediondas la mujer delfín fue vomitada en el Cañón del Sumidero.
Todo mundo sabe que los delfines poseen un sistema de comunicación muy avanzado, así que la mujer delfín envió mensajes a través de las aguas del río. Agripino había tomado dos cartones de cerveza de a cuartito para mitigar la ausencia de su amada, pero, en medio de su bolera, alcanzó a oír el lamento. Se levantó del suelo donde estaba botado, se limpió la arena húmeda y subió a su cayuco. La luna se partió en mil cintas de plata cada vez que él remó. Al llegar al lugar, la mujer le entregó al bebé. “Regresá conmigo”, suplicó él. “No, mi señor. No nos dejarán vivir en calma”, dijo ella y se perdió en medio de la oscuridad de una cueva.
La leyenda cuenta que un tal Jaime, en noches de luna llena, bajaba a la rivera y pepenaba los poemas que luego repartía en Tuxtla Gutiérrez. Salía por las mañanas a las calles y, de una cesta de mimbre, sacaba los poemas que repartía a las muchachas bonitas como quien reparte claveles rojos. Dicen que los poemas, en realidad, no los escribía él, que aquello de “Los amorosos juegan a coger el agua” es creación de la mujer integrante de la pléyade. Pero vaya a saber. Chiapas es tierra de leyendas. Por esto, también, la historia que reciben los niños en la primaria más que historia es leyenda cuando cuenta que los indios Chiapa se aventaron a las aguas del Cañón. Algún día, sin duda, comenzará a escribirse la leyenda de la sirena de la Rivera de Cupía.

jueves, 21 de mayo de 2009

ORACIÓN QUE SIRVE PARA ALIMENTAR EL FUEGO DEL COMITECO QUE ESTÁ LEJOS DE COMITÁN


Que tu viento me siga a todas horas como un gato fiel y me permita respirar los otros aires y advertir los otros cielos.
Que, sin importar el lugar donde more, tus calles señalen mi camino. Esas calles retorcidas, con subidas y bajadas, que permiten beber los cielos como si estos no fueran más que un vaso de jocoatol o de temperante.
Que nunca me cubra la niebla del complejo. Que mi sinfonola toque siempre el cantadito de tu hablado y que cada vez que en lugar de usar el tú emplee el vos se llene mi espíritu con agua limpia.
Que te recuerde siempre pueblo, que te oiga siempre marimba, que te sueñe siempre chal, que te bendiga siempre flor de tenocté, que te invoque siempre piel de ciénega,que te grite cotz con la resonancia de la madrugada.
Que tu santo más amado sea una luz, aunque yo posea la sombra del incrédulo, del no creyente.
Que la nostalgia de los patios de tus casas sea el agua que riegue las plantas azules que me acompañan ahora.
Que siempre seás el caite que me pongo cada mañana, que siempre seás mi ablución, la novia recordada y añorada. Siempre el rosario de la tarde, el café de madrugada, el chimbo a la hora del té y el té a la hora en que la lluvia cae desconsolada.
Que cada mano, cada barandal, cada distancia sea como el paso que me devuelva a tu orilla de madre buena y abnegada.

miércoles, 20 de mayo de 2009

ABRAZO PARA EL MUNDO



No hablo del mundo mundo, del mundo lleno de malas influencias e influenzas. No hablo del mundo lleno de chunches chinos, de pinturas que valen millones de dólares, de políticos mexicanos que insisten en enterrar la ética y los valores; no de este mundo frágil, tan lleno de contados malandrines que lo dominan. Ni siquiera hablo de este mundo donde aún (“Que Dios bendiga a Dios”) viven millones de hombres buenos; donde la fe todavía es un tren que sale a tiempo todas las madrugadas. ¡No! Este abrazo no es para ese mundo tan lleno de algodones deshilados, este abrazo es para “El mundo que nos rodea”, el programa de radio que conduce el maestro Roberto Gordillo Avendaño, en Radio EXA, 95.7 F.M., en Comitán.
¿De verdad este programa nos habla del mundo que nos rodea o sólo es el maravilloso pretexto para ubicarnos en el centro de ese espacio tan indefinible?
Hoy (los medios nos lo recuerdan a cada instante) los hombres vivimos en un supuesto mundo global donde todo nos es próximo. El mundo que nos rodea es una inmensa nube que, como aro de Saturno, nos acompaña a la vez que nos constriñe. Es bueno tener el mundo al alcance de nuestras manos, pero también es asfixiante saberlo como una boa constrictora.
Lo cierto es que esa tan sobada globalización es un ente abstracto. El mundo no es más que lo inmediato, lo que está a la vuelta de la esquina, la mirada de la muchacha bonita que limpia la mesa del restaurante, el trapazo que le da el joven al carro, el caminar de la estudiante, del maestro, del bolero, de la señora que lleva prisa porque ya tocaron el tercer repique para la misa. No importa lo que nos mira desde lejos sino lo que alcanzamos a tocar.
El programa del maestro Roberto celebra mañana su segundo aniversario. No es entonces atrevido decir: El mundo que nos rodea apenas comienza a caminar. No obstante es un bebé de esos que llaman precoces porque, en lugar de balbuceos, nació con la mejor dicción de la radio en Comitán (y aquí se aceptan apuestas en contra y pago veinte a uno). Este es uno de los atributos que los comitecos le reconocen. La radio (lo sabemos todos, lo escuchamos todos) está plagado de conductores gritones. ¿Por qué gritan? Porque creen que con ello disimulan su mutilación intelectual. El maestro Gordillo posee una voz mesurada, agradable y un conocimiento extenso del lenguaje y demás ajos literarios. No es tampoco, pues, atrevido, decir que este programa nos recuerda la función que debe cumplir la palabra en este mundo inserto en el caos. Cuando la palabra precede al silencio de la reflexión ¡su misión está cumplida!
“El mundo que nos rodea” es una isla que tiende diez puentes; es una mano que borda cien lienzos; un hilo que se enreda en mil entendimientos; un libro que injerta un millón de palabras, un millón de estrellas, un millón de nostalgias.
Es bueno que haya gente como Roberto; es bueno que en la radio exista gente con humildad e inteligencia. Es bueno que haya programas de radio donde los escuchas sepan que existen diferencias. Así como agradecemos que exista Bach por encima de la guitarra de Arjona, debemos agradecer que haya algo como un ramito de luz en medio de la oscuridad del mundo que nos circunda. Felicidades al maestro Roberto, a su equipo de trabajo y a Pedro Aguilar -gerente de radio EXA- por estas dos velitas.

martes, 19 de mayo de 2009

PAPELITOS


Los papelitos parecen insignificantes. Son esos papeles que los alumnos se pasan en clase. Sin embargo, hay algo en ellos que los convierte en pequeños recipientes llenos de perversión.
Los alumnos saben que realizan algo prohibido. El instante en que "se pasa" un papelito es cuando el maestro está distraído. Se aprovecha el momento en que él escribe algo en el pizarrón o cuando mira por la ventana. A veces quien recibe el papelito guarda éste entre sus manos y pide a los dioses que el maestro no se dé cuenta. Leerá el papelito en el instante en que el maestro vuelva a tener una distracción, lo leerá con emoción y con el temor de ser "cachado".
Ese pequeño papel se convierte en un misterio, porque los maestros también participan de este juego. Todo escrito secreto se convierte en un objeto del deseo. Esto es como si una muchacha bonita estuviera en un confesionario. ¿Quién no desearía estar oculto adentro de un confesionario para escuchar cosas íntimas? Algo de intimidad se trasluce siempre en esos papelitos inocentes que pasan de mano en mano. ¿Qué tanto se dicen los muchachos adentro de un salón de clases? A veces son "boberías", pero, a veces, llevan connotaciones que lindan el terreno de lo oculto, de lo secreto. Esto es lo que les otorga su carácter oscuro y lleno de luz.
Los maestros, a veces, procuran tender trampas para requisar esos papeles, para tener acceso a esas puertas llenas de misterio. Los maestros confiscan esos papelitos no tanto para dar una enseñanza de orden sino para alimentar su morbo.
En el "papel" son papeles sencillos, pero tienen una carga emotiva que rebasa en mucho la luz que de manera natural ilumina nuestros patios.

lunes, 18 de mayo de 2009

DE LAS FLORES AL VIENTO



Imaginá que te llamás verso de Cancino Casahonda, imaginá que sos el verso de uno de sus poemas. Tu aire estará formado con la brasa de la palabra. ¿Lo imaginás? Serás como un cordel para el cielo de los chiapanecos, serás como el agua fresca, como el silencio que antecede a la madrugada.
Serás una de las orillas más amadas de nuestros ríos, el cántaro donde la luz arde en la mañana.
Podés ser cualquiera de las líneas de su pentagrama, pero si querés ser pronunciado con la misma gratitud con que el creyente ora, elegí ser uno de los versos del “Canto a Chiapas”. Con esto elegirás ser la flama de la eternidad, serás recordado, pronunciado, para siempre. Porque cada línea de ese poema es como la ola infinita del mar que revienta, que siempre asciende, que nunca duerme porque la vida está en el colibrí que es como el ala de palma que sopla sobre el corazón del fuego.
Antes de decir sí al destino, inclínate ante un árbol o ante una cruz del milagro y agradecé al universo esta bendición. A pocos les es dado este hilo de aire, este prodigio a todo color en blanco y negro.
Estarás a todas horas y en todos los lugares. Serás como el chicle que mastica el niño, como la piedra que nunca se cansa de pisar la tierra y de mirar el cielo. Serás la huella de la carreta, la manecilla del sol y la hamaca de la luna. Serás la mecedora del cansancio y la cuerda donde brinca esa niña que se llama distancia. Serás el vacío que llena el vaso del que está lejos de su tierra; serás la tierra, el lodo, el paso en el abismo y la caída de agua que nunca duda en aventarse a lo desconocido. Estarás en la boca del enamorado que le da serenata a su muchacha; estarás en medio de los labios tiernos de una niña que declama en el patio de una primaria; estarás en la boca irreverente del borracho; estarás en la voluntad y en el presagio.
Serás todo lo que nunca has sido, porque el verso de Cancino Casahonda es como la puerta siempre abierta nunca advertida. Serás como el polvo y cubrirás todos los muebles de la nostalgia; serás lo que siempre has sido: mano extendida al viento.
Porque de la montaña es el copal que inflama el incensario del poeta. De la lluvia proviene el cordel y la almohada con que el bohemio sueña.
Claro, todo esto, en el entendido que a vos te gusta imaginar que las piedras son como palabras y que en un alud no hay paraguas que detenga la eterna furia de Dios, que para Él también es como un juego.

domingo, 17 de mayo de 2009

BENE BENEDITTI


Esto del internet es maravilloso. Abrís una página y estás informado de todo lo que pasa en el mundo. Es como si abrieras una llave (grifo, dicen en España) y el agua cayera sin demora. Tal como cae ahora en el patio de mi casa porque llueve. Es domingo en la tarde y llueve. Igual sucede en las páginas de este chunche. A veces el agua es limpia y a veces, como en esta hora, trae un rescoldo de hojas antiguas, secas, que provocan una cierta neblina en el corazón.
Así que te moriste, Mario. Que te moriste de viejo, dicen, viejo. Morir no es un hecho relevante, todos los humanos están adentro de ese frasco. Lo relevante de la muerte, en este caso, es que vos sos como un hongo y los hongos renacen cada vez que la lluvia cae sobre los bosques, sobre el jardín botánico.
Te moriste, Mario, y vos que fuiste oficinista, que escribiste poemas acerca de esos encierros miserables, has dejado a este mundo como una sala vacía. Mirá, por todos lados hay papeles, escritorios, patas cojas, ventanas sucias y cestos llenos de papeles. Es domingo y los domingos la gente no trabaja en la oficina.
Mañana, ni te preocupés, a la hora que el mundo lea los periódicos hablará de vos en medio de una taza de café, en medio de la algarabía y del comentario de que “Los Indios” le ganaron al Toluca. Y que “Los Pumas” la tendrán difícil, y algunos rescoldos de lo del libro de Ahumada, o de las declaraciones de De la Madrid y sus chocheras y las porquerías de Salinas y el jefe llegará y todos se pondrán a trabajar porque hay tantas cosas pendientes y como hoy es lunes 18 regresan los niños a la escuela y medio mundo hablará otra vez de la influenza y después de dos horas nadie ¡nadie!, se acordará de vos. A partir de hoy tu voz sólo estará en las páginas de los libros y sólo volverás a vivir en el momento en que una muchacha bonita lea uno de tus poemas o uno de tus cuentos o una de tus novelas. No creo que hayás visto alguna vez el nombre de Comitán en alguno de los mapas. O tal vez sí, porque algún día leíste algún poema de Rosario y “te entró” la duda por saber en dónde estaba ese punto perdido de Latinoamérica. Pero desde acá, desde Comitán, te mando un abrazo, Mario. Te abrazo porque sos como un hongo y ahora que ha dejado de llover tengo ganas de salir a la calle, de ir al bosque más cercano a ver si, por casualidad, en medio de tanto tzizim vos sacás una mano y brotás como si fueras un sol enterrado. Esto es lo que sos, a partir de hoy, la luz que sólo volverá cuando la lluvia aparezca.

EN LOS PASILLOS DEL MERCADO


Ayer fue sábado. Los sábados (todo mundo lo sabe) son días hamacas. Ayer, temprano, fui al mercado "Primero de mayo", que está a media cuadra del parque central. Cuando regresé a casa, Paty dijo que mi mamá había ido a la Central de Abasto. "¿Y si la alcanzo?", pensé.
Si lograra hallarla todavía, compraríamos flores para llevárselas a mi papá, en el panteón; la ayudaría a cargar las cosas y la acompañaría. No lo pensé dos veces. No siempre existe el privilegio de hacer carambola de tres bandas. Salí de la casa y fue como extender la hamaca que, desde siempre, cuelga de las vigas viejas.
En cuanto llegué a la Central pedí a la suerte toparme con mi mamá. Entré por una puerta lateral. Por ser día hamaca, la Central estaba al tope. Siempre es necesario portarse un poco como cargador y, mentalmente, decir: "Golpe, golpe, ahí va el golpe", mientras va uno eludiendo a mujeres que cargan bolsas y a hombres que toman atole de granillo en vasos de unicel. Caminé por pasillos, sin una ruta preconcebida, pero casi casi seguro que me toparía con mi mamá. ¡Así fue! No sé de probabilidad ni de estadísticas, pero entiendo que no es fácil hallar a una persona a la primera en medio de tanta gente, en medio de tanto laberinto, pero justo cuando entré a uno de los pasillos techados miré a mi mamá en un puesto. Compraba tomate rojo, un tomate rojo del tamaño de una canica: "Con esto queda bien buena la salsa", me dijo, mientras me pasaba la bolsa verde para que yo la ayudara a cargar (la bolsa verde de plástico es regalo de alguna navidad pasada, lleva un letrero de la carnicería fulana de tal, atendida por sus propietarios sutano y perengano).
Como los mexicanos somos dóciles, hacemos caso a todo lo que nos dicen las autoridades. Cuando nos dijeron que debíamos resguardarnos en casa por lo de la influenza ¡lo hicimos!; cuando nos dijeron que no debíamos comer cuch porque la influenza era un virus cochino ¡dejamos de comer!; y ahora que el presidente de la república, el secretario del trabajo y el secretario de salud salieron en la tele comiendo carnitas y recomendando entrarle al chicharrón, pues ¡le hacemos caso! Paty le dijo a mi mamá comprara chicharrón para ponerle a los frijoles. Así, después que mi mamá compró pepita molida (sin chile), fuimos al área de carnes rojas (y a veces verdes porque ya están echadas a perder).
En Comitán acostumbran poner los pedazos de chicharrón en tinas que, en otras partes, sirven para recoger el agua. En un puesto estaba el vendedor detrás de una ensarta de chorizos y de una pequeña vitrina con carne salada. Cabeceaba. A su lado estaba la tina con pedazos de chicharrón de cáscara. Mi mamá golpeó tantito sobre el mostrador, el hombre despertó y, como si supiera qué buscábamos, tomó una pinza metálica de esas que sirven para tomar el pan y preguntó: "¿Cuánto quiere'sté?". Mi mamá pidió cien gramos, pero, dos segundos después modificó su petición y la dejó en un simple "Vendame'sté diez pesos". El hombre tomó varios pedazos que metió a una bolsa de plástico transparente y cuando consideró que ya eran los diez pesos colocó la bolsa sobre la báscula. En ese momento vio que seguía yo sus movimientos con atención y, con la pinza, me ofreció un pedazo: "De ver se antoja", dijo y sonrió. Ante su ofrecimiento inesperado dije que no, pero pensé que debía justificar mi negativa. No como carne, le dije, gracias de todos modos. Y le eché una bendición a la tina, casi casi como si dijera "vade retro". Y el vendedor, con su mandil blanco todo sucio, me salió con la gracia: "Yo también soy vegetariano, desde hace dos años". Pucha, pensé yo, me vine a topar con un incongruente.
Me da muina cada vez que me topo con vendedores incongruentes: con la muchacha gorda que vende pastillas para adelgazar; con el jodido que vende el libro "Hágase millonario de la noche a la mañana"; con la mujer llena de manchas en el rostro que vende la crema para evitar el paño.
¡Así que el vendedor de chicharrón y de manteca de cuch es vegetariano! Cosas que he de ver. Bueno, recordemos que ayer fue sábado y las hamacas, de vez en vez, pueden usarse como redes para pescar sueños o cosas insólitas.
Antes de salir compramos un atado de flores para mi papá. Mientras mi mamá colocaba las flores en la tumba a la intemperie, se persignó y dijo: "Están todas quemadas por el granizo". Yo no dije nada. Estaba contento porque, con tanta lluvia, los floreros tenían agua hasta el nivel máximo.

sábado, 16 de mayo de 2009

Un vaso de Gauguin


El vaso de viento de Gauguin debe tomarse antes que el sol despierte. Uno debe caminar en puntillas y abrir el refrigerador en busca de ese hilo armonioso. Uno debe aguzar la mirada para hallar a Gauguin en medio de mantequillas, sobras de comida y bonches de tortillas frías.
Si uno tiene resaca no es recomendable tomar un vaso de Gauguin, provoca el mismo efecto que el agua de sandía.
Gauguin no cura nada, tampoco tiene menos calorías que un yogurth de dieta. Se asemeja a un vaso de agua, pero tiene un pequeño agregado, como si dijéramos un mojol o un coitán. El viento de Gauguin proviene del paraíso que todos, alguna vez, hemos anhelado. Tomar unas gotas de su agua es como si bebiéramos un poco de azul índigo, un poco de verde sapo, algo de blanco de titanio sobre la piel de una mujer hecha con zumo de tabaco, con granos de café.
Es muy recomendable para las mujeres que hicieron el amor la noche previa. Les da la tranquilidad de saber que el placer no se convertirá en un enigma; es casi casi como tomar la píldora del día después.
En el aire de Gauguin todo está en suspenso: el viento, las ramas del cielo, la palabra que pronuncian las mujeres, los misterios que hurgan en la tierra, los perros que aparecen como si, en efecto, fueran esto ¡unas apariciones!
Siempre es bueno tener un vaso de Gauguin en el refrigerador, para las noches en que el insomnio es como un chapulín Toledo o un cielo Van Gogh.

viernes, 15 de mayo de 2009

LA MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS PADRES



¿Por qué Comitán?, preguntó mi primo Chalo. Me aventó la pregunta como si me aventara una cubeta con agua helada, o al menos yo así lo sentí. Quise responder como si fuese un chamaco: ¡Porque Comitán es el padre de todos los pueblos!, pero luego pensé que era un argumento muy pobre, sobre todo si pienso que Comitán es una ciudad y entonces lo de padre no encaja muy bien. Tendría que decir: ¡Comitán es la madre de todas las ciudades!, pero corría el riesgo de que el Chalo se enojara de más porque él insistía en que San Cristóbal de Las Casas, su pueblo, es más ciudad que la mía, y yo corría el riesgo de que El Chalo me mentara la madre, sin saber si hablaba de mi madre Hilda o de mi madre Comitán.
Desde niño crecí con esta especie de localismo acendrado y estúpido. Y digo estúpido porque es mutante y tiene la capacidad de absorción. Pero el amor a lo local nos hace hombres con sentido de identidad y no queda más que, bolo o en juicio, gritar que Comitán es el pueblo más pueblo.
Los localismos estúpidos y maravillosos nos llevan a mentarles la madre a los tapachultecos o tuxtlecos cuando el torneo es estatal; pero una vez que el torneo se convierte en una competencia nacional nos ponemos la playera de Chiapas y le mentamos su madre a los de Jalisco o a los de Puebla; ¿y si el torneo es mundial? Todos nos ponemos La Verde y mandamos a “la verde” a los franceses y chapines (sobre todo a estos últimos, porque cuando éstos nos ganan no sabemos dónde meter la cara llena de vergüenza). ¿Y si el torneo es universal? Pues los terrícolas nos olvidamos de la más elemental regla de urbanidad y, como sucedió en el último encuentro con los pegasianos, le mentamos la madre a quienes viven a cinco mil años luz de distancia.
¿Por qué Comitán? Pues por las mismas mil razones por las que el Chalo piensa que San Cristóbal es el pueblo más hermoso del mundo.
Lo de mi pasión por Comitán es por Belisario Domínguez y por Rosario Castellanos, como pretextos grandilocuentes, pero es, sobre todo, por sus árboles de tenocté y su atole de granillo en el mercado “primero de mayo”. ¿Hay acaso otro pueblo donde todo mundo sepa que la palabra Cotz significa acto sexual y lo diga como si dijera madrugada o luna en cuarto menguante? Cuando una muchacha bonita se enoja y grita: “Cotz para todos”, nadie se alarma y todo mundo sonríe, porque es como hacer la señal de amor y paz o como sonarse la nariz. Los comitecos nos enorgullecemos cuando decimos que de todos los políticos chiapanecos fue un comiteco quien estuvo más cerca de ser Presidente de la República, cuando todo era a base de un simple y complejo “dedazo”.
Comitán porque sus calles son la razón más íntima del deseo. Basta recorrer una de sus calles para entender que Dios camina descalzo y sus huellas están diseminadas en cada laja y en cada piedra de este pueblo. Los barrotes de los balcones no son las líneas de la opresión, sino el marco por donde el vacío se transforma en la mirada de Dios.
“¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?”, se preguntó Sabines y no lo hizo con ningún otro pueblo de Chiapas. Él advirtió que el alba en este pueblo es como una grieta donde la luz juega a las escondidas con la sombra.
Comitán por su aire; por sus bajadas y subidas; por sus jardines desordenados; por sus pilares de madera y sus suelos de ladrillo. Comitán por el voseo de su gente; por sus bugambilias trepadas en las bardas; por sus azules de cielo desparramados sobre los techos de teja. Comitán por su ignorancia de mar; por su desaire a los rascacielos; por su odio ancestral a lo plano.
Comitán porque así lo manda la tradición. Porque un día acompañé a mi papá a San Cristóbal -su tierra- y en las tribunas, en medio de cientos de aficionados coletos, yo me paré y grité como loco cada vez que la selección de Comitán encestó. Aunque al final, quien gritó como loco fue mi papá, al lado de cientos de aficionados, cuando San Cristóbal se coronó campeón. Ese día quise renunciar a mi condición de perdedor, pero un sentimiento de identidad me obligó a tragarme las lágrimas y decir que, para la otra, Comitán los obligaría a morder el polvo (aunque esto no encajaba porque el territorio de juego era una duela perfectamente barnizada).
Comitán porque el amor es ciego y corrige los defectos de la amada. Comitán porque un día descubrí que soy una planta que sólo crece al amparo de estos cielos y de estas lluvias.
Sé que no convencí al Chalo. Ni él me convencerá nunca. Los localismos son extremos, son estúpidos, ¡pero son! Cada uno de los hombres ama el pueblo donde nació y contra este amor no hay antídoto ni culpa que lo salve.
Y digo que los localismos son estúpidos porque aún los del barrio de San Sebastián creen que son más importantes que los del barrio de San Caralampio, acá, en la misma parcela que es Comitán.

jueves, 14 de mayo de 2009

LA DEFINICIÓN DE TÍO KENO


"Hacé de cuenta que estás botado a mitad de la carretera y no podés levantarte". Hay definiciones que son ambiguas y crean confusión.
Mi tío Keno no tenía más que la anterior definición para todo. Él era sastre y todo el día se la pasaba detrás de una mesa de madera, en medio de telas, tijeras, planchas (de esas viejas que usaban carbón), reglas y un bonche de una revista que se llamó "Jueves de Excélsior". Tenía prendido el radio todo el día. Ni por asomo escuchaba la radio local, siempre oía estaciones de Cuba o de Holanda o, ya de perdida, la XEW. Del viejo radio de bulbos salía un alambre que (me contaba) tenía una determinada cantidad de metros y su extremo estaba colocado arriba del techo y funcionaba como antena. Así pues, mi tío tenía una gran información del mundo, pero cuando alguien le preguntaba alguna definición, él respondía: "Hacé de cuenta que estás botado a mitad de la carretera y no podés levantarte". Esto respondía ante la pregunta de qué es la vida o qué es el universo o qué es un tzizim. Cuando alguien protestaba ante la respuesta tan ambigua, él comenzaba a elaborar la teoría de tal forma que lo incierto comenzara a acercarse al objeto por definir. Decía por ejemplo: "Digo que el tzizim es eso porque este animal que es... (y acá daba una definición exhaustiva y clara de la hormiga en cuestión), no tiene más destino que el comal y el comal es como esa carretera...(y acá se echaba su rollo acerca de la fragilidad de la vida).
Tío Keno concluía siempre en la fragilidad de la vida. Yo siempre pensaba en las hormigas. Miraba a la vida como la bota de un hombre que está siempre a punto de aplastarnos, pero luego desechaba mi idea porque era más fascinante la teoría de la carretera, por su idea de camino y por su posibilidad de retorno.
A fin de cuentas, si no podemos levantarnos, podemos rodar, reptar (es indigno, pero es una posibilidad). Y, parece, todos los humanos sobrevivimos así. ¿Quién nos colocó a mitad de la carretera? ¿Esto es lo que llamamos destino? ¿Estamos ahí porque eso es como una enseñanza?
Sobre la carretera pasan cientos de vehículos a toda velocidad y, sin embargo, hay algo, como un campo electromagnético, que nos protege a diario.
"Tío Keno -entraba el bonche de muchachitos y preguntaba- ¿qué tienen las mujeres en medio de las piernas?", y el tío decía: "Hagan de cuenta que están botados a mitad de la carretera y no pueden levantarse". Y ya después daba una explicación llena de picardía, de conocimiento y de luz. Porque, decía, no hay placer más grande que estar botado en la carretera, abrir los ojos y hallar una mujer parada frente a vos, con las piernas abiertas, como si fueran montañas y en el horizonte comenzara a salir el sol.

miércoles, 13 de mayo de 2009

PONCHITO


Don Alfonso Reyes cumple este año 120 de vida (¿?). ¿El hombre sigue cumpliendo años después de muerto? Tal vez sí, tal vez sigue cumpliendo mientras un afecto lo recuerda con afecto. Igual que lo hago con mi padre, muchos hombres siguen yendo al panteón para celebrar el cumpleaños de algún familiar ya fallecido. Conozco algunos que, incluso, llevan mariachi o marimba y echan un poco de traguito en honor al desaparecido físicamente. Tal vez convenga hablar de espíritu, decir que los cumpleaños refieren a una energía bullente en nuestro interior; tal vez es en nosotros donde cumplen años los afectos desaparecidos.
El mundo pues celebra este año los ciento veinte años espirituales de don Alfonso.
Todo en la vida es un poco providencial. Ayer me llevaron unos libros a la biblioteca del Colegio donde laboro y entre ellos hallé uno de Alfonso Reyes. Hace dos o tres días leí -no recuerdo dónde- que Alfonso Reyes está considerado como uno de los más célebres e ignorados escritores mexicanos (recordemos que Borges tenía en gran aprecio la obra ensayística de don Alfonso, no así los lectores mexicanos).
El libro de la biblioteca es el mismo cuya portada aparece acá. Es un libro de ficción literaria. Ayer leí el primer cuento titulado "La cena" (está considerado como un texto surrealista y fue escrito mucho antes que André Breton lanzara su Manifiesto).
Todo en la vida es providencial. En cuanto lo tuve en mis manos abrí el libro de la biblioteca y hallé la firma de Manolo, un amigo que hoy vive en Sri Lanka. La vida tiene distancias y tiempos, pero, a veces, se cancelan, y como si uno se sentara ante una mesa conversa con don Alfonso y con Manolo. La vida, a veces, tiende puentes inexplicables pero satisfactorios.

martes, 12 de mayo de 2009

LOS CANALES DE LA INFANCIA


Mis papás me llevaban a Jishil. Los papás tienen el destino de sus hijos en sus manos. Si yo tuviera hijos pequeños, ahora, los llevaría sólo a lugares donde la luz del agua limpia estuviera presente. Los hombres somos lo que bebemos en la niñez.
Ayer recordé a Jishil. Sucede que hace dos días llovió granizo y éste tapó un canal que está en el techo de la casa. Paty notó que la pared del baño estaba más húmeda que de costumbre (casi casi como si fuera una muchacha bonita haciendo juegos con su amado). Toqué la pared y, en efecto, estaba húmeda. "El canal está tapado", dijo Paty.
Jishil es un lugar cerca del río grande. Las mismas aguas del río mojan el valle de Jishil (me cuentan que ahora pertenece a unos extranjeros que han hecho algo como un Spa ahí). Cuando mis papás me llevaban el lugar pertenecía a un comiteco, compadre de mis papás. Jishil tenía un canal que llevaba el agua a un estanque enorme que funcionaba como alberca. Como yo nunca aprendí a nadar, mi mamá me ponía algo como un salvavidas y me metía al canal. Yo me podía parar en el canal y como no tenía más de un metro de ancho colocaba mis brazos en cada uno de los extremos y así "me bañaba". Desde lejos la imagen debió ser chusca, pero como medio mundo estaba metido en la alberca o al lado de ella tomando cerveza fría y comiendo tostadas con guacamole o tacos con chicharrón de cáscara, yo me sentía dueño del mundo. Levantaba tantito mis piernas y tenía la sensación de flotar, el empuje del agua echaba mis piernas hacia adelante. El agua era fría. Los pececitos jugaban en medio de mis pies. El cielo azul apenas interrumpido por las frondas de los árboles. El viento trepaba en todos los techos.
Toqué la pared y sentí la humedad. "Se va a caer la pared", dijo Paty. Ayer que fuimos a la tienda, doña Lupita (del veinticinco) nos contó que la granizada le tiró una pared que estaba en construcción. Así pues, le dije a Paty que me detuviera la escalera y venciendo cierto temor trepé para ver qué sucedía con el canal que recoge el agua del techo y que sirve como desfogue a través de un tubo de pvc. Logré superar el pequeño techo de lámina de cartón del lavadero (el granizo dejó unos huecos en la lámina) y vi el canal. Estaba rebosante de agua, igual que el canal de mi infancia (este canal de la casa apenas tiene treinta centímetros de alto y veinte de ancho). Con la ayuda de un pedazo de varilla empujé la entrada del tubo y eliminé el tapón y el agua se precipitó por el tubo y el canal comenzó a vaciarse. "Ya, baja", dijo Paty. Yo miraba, extasiado, cómo el canal se vaciaba. Era la imagen de Jishil. Algo pasa con los recuerdos de infancia. Los hombres creemos que los recuerdos son como canales llenos de agua limpia, pero hay algo que ensucia el agua, algo que, a veces, funciona como tapón y no deja que el agua fluya como debe ser. La vida es movimiento. No es posible vivir con canales tapados.
Ayer recordé a Jishil. Hoy fui a tocar la pared del baño. Ya dejó de estar húmeda. Casi casi estoy seguro que la pared no se caerá.

lunes, 11 de mayo de 2009

¿ES POSIBLE RESCATAR LO PERDIDO?


Con un abrazo para mi Paty y mi Fher,
por cumplir años.



Hoy medio mundo toma fotografías, pero hubo un tiempo que no fue así. Hubo un tiempo en que las fotografías eran documentos insólitos que se conservaban como flores secas en medio de un libro.
Óscar Bonifaz, en el año 1980, publicó un libro que llamó “Semblanzas”. Para construir ese árbol tomó un bonche de fotografías del Comitán de 1940 y, con una cámara, se paró en el mismo lugar donde el anónimo fotógrafo había estado cuarenta años antes. ¿Cuál era el propósito? El más obvio, hallar las diferencias. Fue como un juego de fotografía y espejo donde el hombre trata de encontrar las arrugas de un mismo rostro a través del tiempo. Pero, los lectores de aquel entonces hallamos transformaciones más que arrugas. El pueblo no había envejecido de manera natural. Las modas y los complejos propiciaron cambios tan radicales que, en muchas ocasiones, encontramos un Comitán diferente.
Ese libro propició, en el ahora ya lejano 1980, un motivo de reflexión: ¿Los comitecos habíamos ganado o perdido con esas transformaciones? Doña Hermila Grajales de De la Vega advertía que “el futuro ( ) puede armonizarse y convivir con el pasado si conservamos lo que nos queda y restauramos lo que puede aún perderse”.
¿Conservamos lo que quedaba? No. Parece que la lección no la aprendimos muy bien y, a pesar de intentos generosos, hubo pérdidas de esas que los catastrofistas llaman irreparables (los catastrofistas, por lo regular, son personas realistas). Ahora Comitán es otro pueblo muy lejano al que era en 1940 y en 1980. Esas transformaciones arquitectónicas han propiciado que la personalidad del comiteco sea también hoy algo muy distinto a lo que fue. Los comitecos perdimos muchos de nuestros patios y esa pérdida propició que nuestro espíritu absorbiera algo de cemento y de hormigón.
Arnulfo Cordero Alfonzo, quien pronto abandonará la curul de diputado federal, advirtió lo mismo que Doña Hermila y auspició la tercera edición del libro. Esta edición contiene imágenes de 1940, de 1980 y de 2009 (éstas últimas a color, tal como lo requieren estos tiempos cibernéticos).
El autor y los editores consideran, sin duda, que es preciso volver a poner el rostro de Comitán ante el rostro del comiteco actual. Es necesario que los silencios de unas fotografías nos vuelvan a gritar que algo perdemos con ese afán ilusorio de transformación. ¿Qué ganamos cada vez que permitimos la construcción de un edificio que nos convierte en una mala copia de una gran ciudad? ¿Ganamos algo cada vez que perdemos las pocas huellas que aún quedan de nuestra verdadera identidad?
Este libro no servirá de mucho si lo vemos y lo guardamos igual que nuestros abuelos guardaban las viejas fotos. Debemos reconocer que este libro es la fotografía exacta de nuestro rostro.
Un tiempo fuimos un rebozo lleno de luz y de color. Hoy no poseemos un rostro auténtico. No envejecimos con la misma dignidad con que envejece el vino adentro del tonel. ¡No! Este rostro es ahora un rostro plástico que “no es de aquí ni es de allá”.
Óscar Bonifaz nos vuelve a recordar que sin un cimiento sólido somos edificios débiles, tambaleantes. Los hombres, se ha dicho hasta la saciedad, somos las calles y las casas que habitamos y que nos habitan. Cuando modificamos nuestro entorno cancelamos algo de nuestra luz interior.
El 22 de mayo será la presentación de esta nueva edición. Es de esperar que medio mundo acuda a esta cita con una fotografía que, además de presentarnos nuestro rostro actual, nos entrega la ruta de un destino.

domingo, 10 de mayo de 2009

SIN ADVERTENCIA


Artemio dice que si se pone oscuro por el rumbo de Las Margaritas, es seguro que lloverá en Comitán. Ayer, como a eso de las dos y media de la tarde, estaba oscuro. "Va'llover con granizo", dijo Artemio. Corrió a guardar unas plantas que están a mitad del patio. Dice que si los deja a la intemperie se queman. Dice que si los huertos se queman, las verduras suben de precio. Artemio es como esos "tiemperos" que por allá por la zona del Popocatépetl vaticinan incluso cuándo "Don Goyo" hará erupción.
Lo que Artemio dijo se cumplió. Al poco rato comenzó a llover y llovió con granizo. "Menos mal que no llueve en seco", dijo mi mamá, y contó que en una ocasión, hace muchos años, cayó puro granizo por la zona de la colonia Miguel Alemán y el ruido se oía hasta el centro del pueblo. Yo le creo. Mi mamá dice que pobre la gente que tiene casas con láminas de cartón. "Y el gobierno les vuelve a dar láminas de cartón". Tiene razón mi mamá, el gobierno bien podría invertir en láminas de zinc, pero ahí acabaría el negocio. Ahora que está la emergencia de la influenza los recursos llegan a manos de los gobiernos estatales y municipales y ahí es donde el negocio comienza.
En cuanto terminó de caer granizo, Artemio "regó" las plantas (ahí entendí eso de "llover sobre mojado"). Lo hizo para que el hielo se deshiciera y no afectara tanto a las plantas.
Diez minutos después que "paró" de llover, recibí un mensaje en el celular. Era de un afecto que venía en la carretera (de San Cristóbal a Comitán). Escribió que venía fascinada con el paisaje brumoso que tenía ante sus ojos, la combinación de la lluvia con el granizo nos regresa imágenes infantiles de un raspado con temperante (granizado le llaman en otras partes). Yo respondí el mensaje recomendando cuidado. La carretera se vuelve una pista de patinaje en tales ocasiones.
Artemio no se equivoca nunca. Si el cielo se oscurece por la zona de Comalapa ¡no nos toca!
Hay gente que lo sabe todo. En Puebla la gente sabe que si oscurece por la zona de La Malinche es seguro que lloverá en la ciudad de los ángeles.
Yo, como siempre, me asombro ante ese conocimiento simple y complejo. Artemio sabe incluso cuando sus hijos están preocupados. Debe ser porque alguna zona de su espíritu se oscurece presagiando lluvia. Artemio dice que le da temor cuando esa lluvia viene acompañada con granizo. Dice que nuestro espíritu, casi siempre, tiene lámina de cartón. Yo no lo sé, pero le creo.

sábado, 9 de mayo de 2009

EL AROMA TIERNO DE UNA MUCHACHA BONITA LLAMADA LUCY

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Moncho era mi compañero en la primaria. "Trepate a la barda y me echás aguas", me decía Moncho. ¿Treparme a la barda? A pesar de tantos años juntos ¡no me conocía! Yo me acercaba a la barda, buscaba una rendija y por ahí miraba. Mi labor consistía en avisarle si alguien se acercaba. Él, que sí era intrépido y trepaba todas las bardas del mundo, iba al extremo opuesto del sitio y trepaba sobre una escalera de madera. Con una vara larga robaba las pantaletas de Mary, que vivía en la casa de al lado.
El Moncho siempre me invitaba a aventuras intrépidas. A mí, que siempre he sido un sosegado, un hombre que no gusta del misterio ni del peligro.
"Trepate a la barda", me decía. Como él era casi casi un pirata, creía que yo también podía trepar a lo alto del barco y avistar el horizonte. Pero ¡no! Si algo he sido, tal vez, es un ratón que sueña con ser ave. Me imaginaba en la proa del barco viendo cómo pasan las gaviotas y juguetean en el cielo. Mientras el Moncho, con la vara sostenida por ambas manos y haciendo equilibrio sobre la desvencijada escalera, alcanzaba la pantaleta de color azul y la destrababa del lazo del tendedero.
La Mary era una niña linda. Todos los de la escuela la mirábamos pasar y la imaginábamos como esas imágenes que pintan los grandes artistas. Digo grandes, digo, Rafael, por ejemplo, o Da Vinci. Mary tenía los cabellos como de trigo, como de oro, y este tipo, aún ahora, no es común en este pueblo. Su carita era perfecta, como si uno de los escultores grandes la hubiera modelado. Digo grandes, digo Rodin, por ejemplo.
Claro,en ese tiempo en que Moncho robaba las pantaletas de ella, no sabíamos quién era Rodin ni quien Rafael. El único Rafael que conocíamos era Rafael Pinto, quien hacía unas pequeñas figuras con el gis del salón, ayudado con un alfiler.
Moncho bajaba de la escalera y me llamaba. Escondidos debajo de un cobertizo tocábamos la pantaleta (no sé por qué siempre eran de color azul). La tela de la pantaleta era suave, tan suave que Moncho y yo nos la acercábamos a la mejilla para sentir eso que era como una caricia.
Moncho era dos años más grande que yo. Una tarde, cuando yo estaba a punto de acercarme a mi mirilla de la barda de su casa, él me llamó y me mostró una pantaleta, color mantequilla, con encaje en las orillas. Antes que yo dijera algo me jaló y obligó a sentarme sobre el planchón de madera apolillada que siempre nos servía de asiento. "Olé", me dijo. Yo tomé la pantaleta, la acerqué a mi cara y la olí. "Es una pantaleta de la Lucy", dijo Moncho y sonrió. Lucy era su hermana. "Huele rico, ¿verdad? Pinche Alejandro, quiero oler a la Mary, debe oler bien sabroso". Yo, la verdad, no sabía porqué olía como olía la pantaleta de Lucy, pero era un olor penetrante, insólito, rico. El Moncho se paró, me restregó la pantaleta de su hermana en la cara y rió, rió mucho. Yo le dije que era un cabrón, pero le pedí que me regalara la pantaleta de Lucy. Él tomó la pantaleta, la hizo bolita y la metió en la bolsa derecha de mi pantalón. "¿Querés ser mi cuñado, verdad, cabrón?", dijo y volvió a reír. Lucy era dos años menor que Moncho, era una niña sin mucha gracia, un poco bizca, con piernas delgadas y cabello negro.
Desde ese día, el Moncho anduvo como enojado. Supe que, como media escuela, él también estaba enamorado de la Mary y que ya no le provocaba mayor alegría tener entre sus manos las pantaletas azules recién lavadas. Supe que, a partir de entonces, su atrevimiento iría más allá y buscaría, con denuedo, una pantaleta sucia de su amada. Por fortuna, yo no olí de más la pantaleta de Lucy, porque si no hubiera terminado enamorándome de ella. Por las noches, después de ponerme el pijama, levantaba el colchón y sacaba la pantaleta de Lucy. En el silencio profundo de mi casa casi casi oía el contacto de la tela sobre mi cara, sobre mi cuerpo.
Yo sigo siendo un hombre sosegado. Las veces que robé pantaletas fue porque éstas estaban al alcance de mi mano, casi casi como si las muchachas bonitas las hubieran dejado ahí a propósito.

viernes, 8 de mayo de 2009

LOS ADVENEDIZOS



Estábamos ahí porque Doña Petrita nos recomendó que fuéramos a ver al viejo Eusebio pues “tiene grandes tesoros en forma de libros”.
El viejo nos hizo caminar por un pasillo húmedo y oscuro, abrió una puerta de madera con un cristal quebrado, prendió la luz y nos invitó a entrar. Las paredes estaban cubiertas de estantes con muchos libros antiguos. Nuestros pasos hicieron rechinar la duela de madera. El hombre se acercó al escritorio, prendió la lámpara individual de la cual brotó una luz ambarina, abrió la gaveta de en medio y sacó la libreta. “Un tesoro”, dijo y le extendió la libreta a Marianita. Ella la tomó como si fuera el Santo Sudario, se acercó al cono de luz y lo abrió. “¿Lo ve? Tiene en sus manos un manuscrito de Sabines. Un verdadero tesoro”, dijo el viejo, mientras anudaba la cinta de su bata de toalla, llena de lamparones.
Cuando estudié la secundaria, el padre Carlos nos hacía comprar pliegos de papel ministro para presentar los exámenes de Cultura Musical o Literatura. Pensé que el tamaño de la libreta era igual a esas hojas de mi adolescencia. Mientras Mariana revisaba el documento yo me acerqué a un estante y leí algunos títulos de libros, sin atreverme a tomar alguno. “Tengo incunables”, dijo el viejo. Se acercó a mí y, como si estuviésemos en una sala repleta de gente, bajó la voz hasta hacerla casi inaudible y dijo: “Tengo un diario que fue de Rosario Castellanos, de su puño y letra”. “¿La libreta tiene el nombre del autor?”, pregunté. El viejo no respondió, tosió de manera intermitente y detuvo su mano izquierda en uno de los barrotes del estante apolillado. “Le juro que si no tuviera yo necesidad no lo vendería. Acá tengo cosas únicas que no están en ningún otro lugar del mundo”.
“Amor mío, mi amor, amor hallado”, leyó Marianita. El viejo le pidió la libreta a mi afecto y me lo ofreció. No sé porqué ese movimiento me disgustó. No acepté. El viejo también hizo una mueca de enfado, guardó el documento en la gaveta abierta y la cerró con fuerza. “Muchos no creen que sea un documento original -dijo-. Son advenedizos”. Apagó la luz de la individual y, dirigiéndose a Mariana, agregó: “Bueno, señorita, ya puede decir que tuvo un tesoro en sus manos”, y sonrió.
“¿Cuánto quiere?”, pregunté. “No, ya le dije que lo vendo porque tengo una necesidad”. “Por eso, ¿cuánto quiere?”. “Le digo, vienen muchos advenedizos, sólo para burlarse de mí. Son unos pendejos que no vienen a comprar, sólo vienen por el morbo. ¡Pendejos!”.
Cuando salimos, Marianita me dijo que me subiera el cierre de la chamarra porque corría viento, un viento que se enredaba en el cabello de mi afecto y en el laberinto de la razón. Ella presentía que la duda la acompañará toda su vida. Tal vez mi carácter de piedra no permitió que ella llegara a un acuerdo con el viejo. ¿Y si el documento es auténtico? Me preguntó. Yo le dije que no, que no era posible. Si fuera auténtico ya lo habría ofrecido a la familia, a Coneculta-Chiapas o, incluso, al mismo gobernador.
Cuando uno compra una antigüedad o un documento valioso con gente que esconde sus “tesoros” detrás de pasadizos húmedos, no existe una certeza respecto a la autenticidad de los mismos. Durante algún tiempo anduve en Puebla enredado con algunos anticuarios y descubrí algunos dibujos que tenían la firma de Toledo, pero que eran apócrifos.
Mariana me dijo que nos sentáramos un rato en una banca del parque de San Sebastián. Después de un rato que estuvimos en silencio me dijo si podíamos hacer contacto con expertos a fin de que hicieran una prueba de grafología.
Nos paramos y fuimos a la casa de Marianita. Algo como una niebla suave nos acompañó en las calles. Los balcones parecían sonreír a mitad de las paredes. Ella pensaba en la libreta de Sabines, yo en el diario de Rosario.

LOS HIJOS DEL AGUA


Son odiosos. Andan por todos lados debajo del agua. Los veo en el cine, en la literatura e, incluso, en la vida diaria. Claro, estos últimos se han contaminado con las imágenes de la fotografía, del cine o de la literatura.
Yo pregunto: ¿Acaso son batracios? ¿Son hijos de cocodrilos o de camarones? ¿Por qué ese afán de trotar debajo del agua, como si fueran caballos de mar?
Estoy seguro que los lectores de este cuaderno también los han visto (espero que no sean como ellos). La imagen es muy romántica y muy poética. Comienza cuando comienza la temporada de lluvias. El chaparrón cae inclemente y ellos (a quienes llamaré bastardos del agua) salen a la calle y caminan y se besan debajo del aguacero.
Si uno observa el fenómeno a la luz de la razón encuentra que es un comportamiento sin razón. ¿Por qué la gente, en lugar de correr a ponerse en resguardo para no mojarse, queda a mitad de la calle y disfruta la lluvia? ¿Qué tiene de gozoso este fenómeno?
Nunca he hallado una explicación convincente. Entiendo que una muchacha bonita no necesita mojarse debajo de la lluvia para sentirse húmeda; entiendo que ninguno de los jóvenes tiene complejo de planta o de árbol. ¿Por qué, entonces, este afán por andarse mojando a lo tonto?
Marianita es igual que yo. No se moja porque sí. Ella dice que, para esto, prefiere hacerlo debajo de la regadera, con agua caliente, y sin la presencia estorbosa de su novio. Bueno, esto es lo que ella me cuenta. Le creo todo, menos la parte esa donde excluye a su amado.
Mi afecto dice que si fuera tan gozoso, los amantes contratarían a gente que, desde un balcón, les aventara cubetazos en temporada de estío.
Yo pienso igual que Mariana. Una vez tuve un afecto que le encantaba mojarse bajo la lluvia (casi casi como si fuera Gene Kelly) y pues como yo andaba tras sus huesos y tras su piel pues ahí andaba yo mojándome con ella. Nunca funcionó, nunca sentí esa pasión que reflejan los rostros de los artistas. Al contrario. Al otro día amanecía con una gran gripe (que casi casi llegaba a la orilla donde ahora anida la influenza).
Ayer llovió en Comitán, con el plus de granizo. Yo, como el hombre decente y cauteloso que soy, me guardé en mi casa. Vi la lluvia desde la ventana. Pero sé, porque ya llevo recorridos varios kilómetros de vida, que afuera, en la calle, varias parejas caminaron debajo de la lluvia. Sé que nunca buscaron "la sombrita". Caminaron de la mano, empapados, chorreando agua. En algún momento se pararon y se besaron (¿Cómo gozar un beso lleno de agua fría?). Y sé que hoy amanecieron sin ningún malestar físico.
Desde hace diez días entré al cuarto de tiliches y saqué los tres paraguas que coloqué en la puerta de la sala.
No soporto a los entenados del agua. No los soporto. Sé que son esos que, en pleno sábado santo, andan mojándose a cubetazos y ríen, ríen, como si la vida fuera estar metido en medio de esas albercas virtuales. Tampoco soporto a los que nadan, así sea en albercas, en ríos o en medio del mar. No los soporto. Me caen mal. Me provocan envidia.
Ayer vi llover, desde mi ventana. Me preparé un té y puse música de Debussy. Hoy amanecí sin gripa. Yo soy un hombre sensato. ¿A poco no?

jueves, 7 de mayo de 2009

PRODUCTO AGOTADO


Conozco hombres que han realizado muchos trabajos a través de su vida. Mario es uno de ellos. Ha vendido poemas en las esquinas y ha sido taquero de tacos de ala de mariposa, entre otros muchos oficios.
Hoy Mario está viejo. Ya se sabe que la vejez es la etapa donde los recuerdos regresan como si fueran hierba mala y no hay "matazacate" que pueda con ellos. Por esto, ahora Mario vende sus recuerdos. El otro día Ricardo Cuéllar, investigador universitario, llegó a Comitán, en busca de datos de la vida de Rosario Castellanos. ¿Dónde empiezo?, dijo Cuéllar. Yo lo llevé a casa de Mario. No hubo necesidad de tocar la puerta, porque estaba abierta. Desde el zaguán vimos a Mario sentado a mitad del corredor de la casa. Una mujer sacó un pañuelo amarrado, lo abrió y le extendió un billete de cincuenta pesos. ¡Pasen, pasen!, dijo Mario. La mujer pasó a nuestro lado, saludó y salió de la casa. Ricardo acomodó su bolso de cuero que llevaba colgado y entró. Los presenté. Mario comentó que ya no tenía ningún recuerdo de Rosario. ¿Vieron la mujer que acaba de salir?, preguntó. Ella se llevó el último recuerdo de Chayito que tenía.
Nos dijo que hay temporadas en que su casa se llena de gente. Por ejemplo, cuando se acerca la temporada de navidad mucha gente llega para llevarse recuerdos de navidades pasadas. Otra temporada que es buena es la temporada de lluvias, como que a la gente le da por la nostalgia y por recordar viejos tiempos.
Mario nos dijo que esperáramos, se metió a la sala y regresó con un recuerdo entre sus manos. Ricardo lo vio y dijo que le interesaba pero luego no se pusieron de acuerdo en el precio. A Ricardo se le hizo muy caro y Mario insistió en que era una ganga. Salimos.
Ricardo me dijo que Mario era muy carero. Yo pensé que Cuéllar desperdició la oportunidad de llevarse un buen recuerdo de este pueblo, pero, bueno, ya se sabe, los investigadores siempre quieren recuerdos buenos, bonitos y baratos, pero esto no es posible siempre.
Ricardo regresó a Tuxtla Gutiérrez ayer. En la tarde fui a la casa de Mario, le pedí el recuerdo. Me hizo una rebaja del veinte por ciento. Sé que un día se arrepentirá Ricardo y querrá comprarlo, entonces se lo venderé más caro, porque un principio básico de la investigación dice que jamás hay que regatear el precio de un recuerdo antiguo y único.
Antes que saliera de la casa, Mario se quejó de la situación económica. Dice que ahora los tiempos son difíciles. La gente ya no acude a comprar recuerdos como antes. Está pensando en cambiar de oficio (¡otra vez!). Tal vez se dedique a vender puñitos de tierra comiteca para los comitecos que vienen en temporada de vacaciones y viven en lugares muy apartados. Quiere comprarme las cajitas que pinto. Adentro colocará dos pañuelos blancos con la tierra comiteca. Dice que, sobre todo, colocará tierra del barrio de La Pila, por aquello del origen, porque es tierra bendita por las huellas de San Caralampio. Yo le deseé suerte. Ahora que hay tantas planchas de cemento un puño de tierra comiteca es señal de buen augurio.
Ojalá que Mario tenga suerte en esta nueva aventura. La gente prefiere comprar perfumes o computadoras o carros, en lugar de comprar algo que enriquezca su espíritu. Por esto el mundo anda como anda. ¿Ricardo comprará un puñito de tierra comiteca? ¡Quién sabe! Es muy regatón.

miércoles, 6 de mayo de 2009

LOS PRESCINDIBLES


Un día el país entró en contingencia sanitaria. Las autoridades determinaron suspensión de actividades no esenciales.
Los encargados de la salud y de los servicios básicos como energía eléctrica, agua y demás ajopuerros continuaron laborando.
Se suspendió, por ejemplo, la actividad educativa; es decir, esta actividad -ante una emergencia- es prescindible.
El hombre, tranquilamente, puede dejar de estudiar un año,por ejemplo. Lo que no puede hacer es dejar de sembrar lo que comerá.
Sin embargo, esta reflexión insulsa no corresponde a la realidad. El dinero que el gobierno federal invierte en educación supera en mucho al invertido en el sector agrícola.
El sector educativo exige más presupuesto ya que siempre es insuficiente para dar una educación de calidad. Los resultados educativos son magros. Mientras tanto, el gobierno destina más y más dineros.
La educación es prescindible y sin embargo ahora con la contingencia quedó demostrado que si México no invierte en la investigación científica el país seguirá en un rezago insalvable, cuyo único puente es la educación.
¿Qué es lo realmente esencial?
Yo no sé. Tal vez el lector.

martes, 5 de mayo de 2009

REVISTA CON INFLUENZA HUMANA


"Horal" es la revista que edita Coneculta-Chiapas. Han publicado dos números, el primero dedicado a Jaime Sabines, y el segundo dedicado a Rosario Castellanos.
El primer número fue un número mediocre, pero pensé que su enfermedad era propiciada por la premura. La necesidad política venció el afán artístico. El homenaje a Sabines exigía que el número saliera a "como diera lugar". El resultado fue una carta de presentación muy pobre.
Pero parece que la revista sigue enferma. Hace dos o tres días cayó en mis manos un ejemplar del segundo número y confirmo que es una revista medianona.
Está plagada de errores ortográficos y esto es una verdadera pena, sobre todo si pensamos que es el órgano oficial de la institución cultural más importante de Chiapas.
Basta abrir la revista para hallar la primera perla. El párrafo inicial del mensaje de doña Jane (quien es la directora de Coneculta-Chiapas), dice lo siguiente:
"Rosario Castellanos, la insigne escritora, la humanista, la filósofa, la estudiosa, pero todo la mujer chiapaneca que se forjo en la cultura del esfuerzo...".
¡Ya, ya! Basta como ejemplo, ¿no? Juro que copié de manera textual. Aparece tal como los lectores de este cuaderno lo acaban de leer. Yo entiendo que un escritor puede cometer errores de dedo y algunas erratas de sintaxis, pero no se justifica que ellos aparezcan en una revista que es como el espejo institucional o ¿será que, en realidad, están mostrando su verdadero rostro?
No creo que doña Jane escriba tan mal, no lo creo. Debe ser que su equipo de trabajo no se está aplicando de manera conveniente.
Los dos números que han aparecido hasta ahora son muy malos.
¡Qué pena! De veras ¡qué pena!

lunes, 4 de mayo de 2009

MUJER CUARENTA Y DOS GRADOS


Con un abrazo para Guillermo del Castillo Rojas, por su cumpleaños.


A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como un bloque de hielo, y mujeres que son como olla exprés.
La mujer cuarenta y dos grados es más caliente que las gallinas de Teopisca. Su calentura le viene del magma original, es falso aquello de que es consecuencia del calentamiento global. Su corazón es como una playa, sus ojos son como una línea de pájaros ardiendo y su entrepierna es brasa del fogón donde el trigo simple se convierte en pan.
Por lo regular, la mujer cuarenta y dos grados trata de ocultar su natural, ya se sabe que el hombre aborrece a la mujer caliente que es muy obvia. Al hombre le gusta ser engañado y creer que su compañera, ante los demás hombres, es una mujer de temperatura normal con tendencia a la baja.
Para el hombre que es inseguro, o es eyaculador precoz o la naturaleza no lo dotó de los trece centímetros mínimos requeridos, no es conveniente una mujer de éstas. Por eso doy algunos tips que pueden servir para reconocerla:
1.- Siempre que una mujer se levante, acérquese a la silla e hínquese, y, aunque los demás lo vean con recelo por aquello de las perversiones, huela para ver si detecta un olor como si algo se hubiera quemado. Luego siéntese sobre la misma silla, si siente que un vapor hirviente consume sus nalgas quiere decir que esa mujer es una cuarenta y…
2.- Cuando se meta a una alberca pública acérquese a la mujer y revise el área que la circunda. Si la superficie del agua tiene burbujas puede ser que esté comenzando a hervir y la mujer sea de esta especie (no se confunda, si la mujer, en lugar de una actitud coqueta, muestra una cara de satisfacción es posible que no sea una calenturienta sino una pedorra que se divierte con las burbujitas).
3.- Si cuando usted pone un disco con música de Bach o de Debussy ella insiste en bailar “de perreo” ¡no dude, es más caliente que las pavas de Catazajá!
4.- Asimismo, dude de la mujer que lo saluda de beso y le deja en la mejilla algo como una marca de esas que ostentan los “bueyes” en el lomo.
5.- Si ella se muestra atrevida y le pasa la mano por donde a usted le gusta y al otro día siente como si una medusa de mar lo hubiese tocado, ¡huya, huya!
6.- Por último, si cuando usted acaricia el trasero de ella tiene la sensación de que su mano es como el cuello de una camisa o la raya del pantalón ¡retírese!, está a punto de sufrir una quemadura de tercer grado y ser el hazmerreír de toda la colonia.
Pero si usted no es inseguro, entonces la mujer cuarenta y dos es la mujer que más se acomoda a sus deseos. Ella provoca los más sugerentes fulgores, las más intensas lenguas de fuego. Su mirada es como la poesía de Octavio Paz, sus muslos como las orillas del Ganges, y sus palabras como las brasas del Cantar de los Cantares. Amanecer con ella es como sembrar lava en medio del agua, como bajar al quinto infierno y volver lleno de luz, de luzbel.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como la caricia de un caballito de mar, y mujeres que son como la mordedura de un tiburón blanco.

domingo, 3 de mayo de 2009

Cada quien su Benedetti


Todos llevamos un Mario adentro. Nadie lo quiere aceptar, pero Benedetti es un poco el Jaime Sabines de medio mundo sudamericano y demás países de habla hispana. Los intelectuales lo queman en leña verde, pero el pueblo lo ama.
A los intelectuales les patea que el pueblo lo lea con emoción. Cuando Benedetti se presenta en un foro público el auditorio se llena. Cuando los intelectuales se asoman a los mismos lugares, con sus obras excelsas, ellos parecen cementerios en domingo a las seis de la tarde.
"No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes", dice Mario, y es como si la gente dijera: "Los amorosos son...". Los versos suenan como letras de canciones de José Alfredo Jiménez que se sabe medio mundo.
En el fondo todos llevamos un Benedetti adentro de nuestro espíritu. Los intelectuales no lo confiesan, pero, en discreto, sacan los libros de Mario o de Jaime Sabines tratando de hallar la fórmula de ese alcohol tan corriente que embriaga a las multitudes. No saben que para lograr tal acercamiento se debe ser pueblo, pueblo auténtico. Los intelectuales de corbata de mosca no lograrán nunca acceder a esas plazas donde la gente se baña de luz sin ningún empacho.
Los intelectuales se conforman con volar en las alturas más altas, ahí donde nunca tendrán el homenaje simple de los lectores sencillos.
Benedetti está enfermo. Todos los periódicos han dado cuenta de ello. Esto también les da escozor a los intelectuales porque cuando ellos enferman el pueblo sigue dándole a la talacha sin ningún problema.
"No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico es un parque dormido en el que uno puede sentirse árbol o prójimo siempre y cuando se cumpla un requisito previo. Que la ciudad exista tranquilamente lejos", dice Benedetti y el pueblo sabe de qué está hablando, porque el pueblo sabe qué es un parque, qué es un árbol y qué significa "tranquilamente lejos".
Ojalá que Benedetti se sienta como un árbol o como prójimo ahora que está un poco enfermo.

sábado, 2 de mayo de 2009

LOS AÑOS SETENTAS


Debe ser un privilegio mirar una foto de grupo y hallar que todo mundo sigue vivo. A mí no me ha tocado esta gracia. Siempre que veo una foto generacional encuentro algún compa ya muerto. Es un poco como esa escena inicial de la película "La sociedad de los poetas muertos". Tal vez por esto la recomendación latina de "carpe diem".
Los lectores de este cuaderno saben que laboro en el Colegio Mariano N. Ruiz. De vez en vez miro las fotos de las generaciones pasadas. En aquéllas que conozco, que fueron cercanas a la mía, encuentro compas difuntos.
Esta foto no es la excepción. Esta foto me la pasó Paco, quien sacó una copia a una que tiene Roberto Arriaga. Roberto fue mi compañero en el bachillerato, ahora trabaja en la Casa de la Cultura. Nuestra escuela estuvo en el edificio donde hoy está la Casa de la Cultura. Siempre que voy y encuentro a Roberto, algo de los años setentas se agolpa en mí. Los lugares tienen la capacidad de no perder la esencia que han ido guardando en años. Por esto, cuando entro a un convento con siglos de herencia no me sorprende escuchar algunos rezos que parece insistir en recordarnos eso del "carpe diem".
Esta foto es de inicios de los años setentas. Un grupo de mis compañeros bachilleres rodean a Óscar Bonifaz, quien fue nuestro maestro de literatura. ¿Le están entregando al maestro un reconocimiento? No lo sé, pero parece que la actitud de "El chino" así lo demuestra (le decimos "Chino" no porque tenga rasgos orientales, al contrario, su piel es morena tirando a chapopote. Le decimos chino porque su cabello es como una pintura oscura de Pollock. En Comitán decimos que una persona tiene el cabello chino cuando lo tiene ensortijado). Esta foto corresponde al grupo de teatro que dirigía Bonifaz en ese tiempo.
Al lado del chino está un compa de apellido Guillén y otro de apellido García (ellos pertenecían a una generación anterior). Ambos ya fallecieron. Y en el otro extremo, al lado de la mujer con la blusa blanca (Yésica del Carmen Bermúdez) está Raúl Sánchez (uno de los mejores tenistas que ha dado esta tierra)igualmente muerto.
Por ello, cuando miro una foto me gusta oír el grito de ¡presente! en la mayoría de los compas. Como cualquier ser humano tuve mi palomilla, mis cuates consentidos. Con algunos del salón no me llevé de a "cuartos hasta mañana", pero a todos, a todos, los recuerdo con afecto. Me lleno de vida cuando me los topo en la calle, cuando sé algo bueno de ellos.
Ahora veo esta foto y oigo el grito lleno de luz de Romeo (sé que vive en la ciudad de México y baila de contento cada vez que comienza la temporada de lluvias); de Cándido (que usaba los pantalones más acampanados de todo el valle. Tanto que aún ahora sigue escuchándose el tañido de sus pasos); de Lulis (quien labora en el Cbti's 108); Roberto (de quien ya mencioné labora en la Casa de la Cultura y declama aquélla de "Puedo escribir los versos más tristes esta noche"); Rafa (que es abogado y, de vez en vez, lo veo de lejos caminar con rumbo a su casa frente al parque central, en una vivienda que los comitecos bautizamos como "El palomar"). Al lado del maestro Óscar (quien posee el misterio de la eterna juventud, pues a sus más de ochenta años sigue tan activo como lo era en tiempos de esta fotografía) está un compa que mi memoria insiste en ponerle el nombre de Julio Gordillo, pero no estoy seguro porque mi memoria es un ratón en busca de queso. Soy un cabrón, porque sí recuerdo su apodo que comienza con T y no lo pongo porque no soy muy dado a tratar así a la gente. Los apodos son algo común en nuestro medio, pero creo que no es lo más correcto. Aunque hay veces que el apodo supera al nombre y la memoria cancela a éste. En fin.
En la primera fila está Roberto González (vive acá en Comitán, labora en la Eti y en la foto no traiciona su gusto musical. Yo lo recuerdo como un gran baterista); debajo del capotastro está Mario Bonifaz (sé que vive en la ciudad de México y por los tiempos de la foto se fue a estudiar al Colegio Militar. Cuando regresaba de vacaciones caminaba con su uniforme de gala por todas las calles y más de una muchacha bonita de este pueblo se derramaba por él. Era broncudo, le encantaba darse cates con cualquier cuate. Casi siempre ganaba, casi siempre). De lentes oscuros está uno de los gemelos Barrios. ¿Raymundo o Víctor? No lo sé. Aún ahora que uno de ellos vive acá, en su barrio de San Sebastián, y nos saludamos, no sé bien a bien a quién saludo (recuerdo que uno de ellos, cuando se estrenó la primera película que filmó Vicente Fernández, "Tacos al carbón", nos contó que había participado en dicha película. Toda la plebe fuimos a ver la película al Cine Comitán, estuvimos pendientísimos de su aparición, pero la película terminó y jamás lo vimos. Tal vez fue un mito que él creó o la cámara no logró captarlo porque su papel de "extra" se rasgó). Y luego está Mario (el otro día lo encontré comiendo en "La Casa Rosada". Nos saludamos con afecto. Reconocí a su hijo, él tiene una empresa dedicada a la impresión. Su hijo fue compañero de escuela de uno de mis hijos, Fernando).
Los años setentas están tan lejos como treinta o cuarenta años. Usábamos una tela que se llamaba terlenka. Los pantalones y las camisas llevaban estampados y nadie se espantaba. Una generación anterior había creado el maravilloso fenómeno de "Los beatles" y nosotros heredamos el uso del cabello largo. A cada rato hacíamos el símbolo de la victoria de Churchill, convertido en el eterno símbolo de "Amor y Paz". Éramos "psicodélicos", aún cuando las tachas y la mariguana no eran producto corriente en este pueblo. Los pachecos eran pocos y eran señalados como si tuvieran SIDA o lepra. Íbamos al cine y Meche Carreño e Isela Vega encarnaban nuestros más eróticos deseos (hoy Isela Vega es un honorable "talguat"). Algunos nos contagiamos para toda la vida con la cursilería de Hilda Aguirre o de Enrique Guzmán. Y esto fue más grave que si ahora nos contagiáramos de la influenza humana.
Corre un viento suave cada vez que veo una foto y escucho el grito de ¡presente!
La vida nos reúne en un salón de clases y luego nos vomita para el enfrentamiento con la calle, con la realidad.
Cuando me topo con un compa en la calle es como si el prodigio contrario se hiciera y todo volviera a tener el color de la vida simple que tenía adentro de un salón.