martes, 30 de junio de 2009

¿QUIÉN LOS ENTIENDE?


Hubo un tiempo que vendí mis cajas pintadas en un bazar de arte y de antigüedades. Ahí llegaban muchos turistas ansiosos de "rescatar" algunos chunches de su infancia y de su adolescencia.
Era común escuchar lo siguiente: "Yo tuve un carrito como ese" o "mi mamá me enseñó a dibujar con estos lápices". Cuando se acercaban a mi changarro, algunos turistas mexicanos decían: "Mira, son como las cajitas de Olinalá" y después contaban alguna historia de una cajita con sus abuelos o tíos.
Junto a imágenes religiosas del siglo XIX, vajillas chinas o candelabros franceses, se amontonaban cientos de revistas viejas o carritos de latón. Había un negocio especializado en objetos de la Coca Cola, y otro negocio especializado en "tarjetas de teléfono".
A veces tuve la impresión de que la gente llegaba a adquirir lo que años antes, muchos años antes, había desechado como basura. Ahora lo repagaban con tal de volverlo a poseer. Al paso del tiempo, los objetos de nuestra infancia toman otra dimensión, como si fueran el eslabón para recuperar algo de lo irrecuperable.
Este escrito sale porque ayer escuché que quienes compraron boletos para los conciertos fallidos de Michael Jackson en Londres solicitan la devolución.
No los entiendo. Según yo, quien posee un boleto de esos posee algo sublime.
Doy por descontado que quienes compraron dichos boletos son fans al ciento por ciento del artista recientemente fallecido; por lo tanto todo lo que huela a Jackson los atrae. Son de esos fanáticos que ofrecen cantidades inconcebibles en la subasta de un pañuelo del cantante. Por eso ahora no entiendo el reclamo del dinero. Cualquiera pensaría que tienen entre sus manos un tesoro: ¡un boleto del concierto nunca realizado! Esos boletos, un instante después que el cantante falleció se convirtieron en ¡reliquias!
Y sin embargo, ahí los tendré haciendo fila para recuperar su miserable dinero.
Ya los veré, dentro de algunos años, jalándose los cabellos, visitando negocios especializados en chunches de Michael Jackon, lamentándose por haber "vendido" sus boletos. Ya los veré pagar cantidades innombrables con tal de "recuperar" lo perdido.
No entiendo al género humano, de veras que no.

lunes, 29 de junio de 2009

UN MUNDO A LA VUELTA DE LA ESQUINA



Con un abrazo para la familia Carboney Fernández,
por la ausencia física de Enrique.



Medio mundo se ríe de sus inventos estrafalarios. El otro día, el inventor comiteco, inventó un aparato que sirve para doblar esquinas y esta mañana me invitó a su taller para que yo viera su más reciente invento: un chunche que pone, de manera automática, los puntos sobre las íes.
Desde niño se caracterizó por su afán de investigación. El primer invento que patentó fue una máquina que patentaba patentes (esto porque en Comitán no existía ninguna oficina de gobierno para tal propósito). De ahí en adelante ¡todo fue pura invención! Su papá vio con buenos ojos la vocación de su hijo y le construyó un taller en la parte trasera de la casa.
Poco a poco, como siempre sucede con las grandes innovaciones, la gente comenzó a acudir a su taller para encargarle algunos inventos que el mundo se había tardado en descubrir. Así pues se dedicó a inventar inventos comunes y corrientes por encargo. Únicamente, por las noches, dedicaba algunas horas a inventar las máquinas que, a la postre, le darían la fama de excéntrico que hoy lo rodea.
El 12 de mayo de 2005, la prensa local dio a conocer al mundo el invento donde incorporó un horno al lector de videos. Los comitecos se maravillaron cuando vieron el funcionamiento de este revolucionario invento: al insertar una película, cinco minutos después el aparato comenzaba a expulsar palomitas de maíz. Los espectadores abrían la boca y las palomitas les llegaban de manera exacta. Por desgracia el invento no prosperó porque los espectadores se quejaron de que perdían atención a la película por estar abriendo la boca para cachar las palomitas (otro sector de televidentes también se quejó de que el inventor no hubiera incorporado un mecanismo para aventar chorritos de refresco frío de cola. Ya se sabe que hay gente muy comodina). Cientos de Pelipalomeros se quedaron arrumbados en la parte trasera del taller.
A partir de ahí los inventos fueron cada vez más excéntricos, tanto que uno de los más sonados en el mundo fue la máquina que descentraba todo. Cuando, en una conferencia de prensa, le preguntaron al inventor comiteco para qué servía dicho instrumento, el científico dio una demostración física de su uso: colocó una diana de esas que utilizan en las competencias de tiro de arco en las olimpiadas e invitó al campeón estatal de tiro para que practicara. El resultado fue predecible: todas las flechas que lanzó no dieron en el centro. Justo diez centímetros antes de impactar sobre la diana la flecha torcía su trayectoria y se clavaba en el círculo exterior. El Comité Olímpico Internacional vetó el invento y el inventor sólo lo empleó en la silla de ruedas que usa su abuela. Cuando la abuela sale a la calle es como si Moisés alzara los brazos y el mar se hiciera un lado a su paso.
Esta mañana, mientras yo veía cómo la máquina ponía los puntos sobre las íes de manera automática, la mamá del inventor entró al taller con una caja oscura, llena de circuitos electrónicos, la colocó sobre la mesa y, orgullosa, dijo: “Acá está hijo”. El inventor levantó la caja y yo vi un gato adentro. El inventor me explicó que ese mecanismo servía para hallar “gatos encerrados”.
Aproveché el momento sublime en que la mamá derramó algunas lágrimas para preguntarle al inventor por qué hacía lo que hacía, y él, como si se le prendiera el foco, ignoró mi pregunta y, dirigiéndose a su mamá, chasqueó los dedos y dijo: “¡Ya, se me acaba de ocurrir hacer un carro que sólo tenga reversa y cuyo conductor maneje por detrás!”. Abrió una puerta y se retiró. La mamá abrazó el gato y le dijo: “Ya, ya, Mishito” y le colocó un dispensador que, me explicó, multiplica por dos las siete vidas de los gatos. Yo salí pensando que el inventor comiteco logrará la fama completa el día que invente el multiplicador para vidas de humanos. Digo, de una a dos ¡será un gran paso!

domingo, 28 de junio de 2009

LA HORA EN QUE ASOMA LA LLUVIA TRISTE


El otro día recordé la novela "Memoria de mis putas tristes", de García Márquez. Recordé mi juramento de no leerla. Cuando vi la novela por primera vez en los aparadores, en la ciudad de Puebla, la portada se me hizo muy bella: un hombre impecablemente vestido de blanco. Pero luego me di cuenta que dicha imagen era contradictoria, porque la trama -además del título- era muy triste.
Recordé que había leído previamente una reseña con la síntesis. Ahí me enteré que Gabo había retomado un poco la historia de un cuento de uno de sus autores favoritos: el japonés Kawabata. Dicho cuento: "La casa de las bellas durmientes" es bellísimo. Lo leí hace muchos años, pero aún conservo en mi memoria muchas imágenes. Recuerdo que una de las principales premisas del cuento es que la casa de las durmientes es todo ¡menos un burdel! Ahí llegan los ancianos a dormir con muchachas bonitas. La primera regla es que no deben hacer el amor con ellas (además, se supone que a los ancianos cumplir esto no les representa ningún problema porque, según establece el texto, "han dejado de ser hombres").
La reseña que leí de la novela de García Márquez sintetizaba la trama en la historia de un anciano de noventa años que desea celebrar su cumpleaños fornicando con una niña virgen de catorce años.
La literatura siempre muestra los extremos y mientras más extremos sean ellos más universo nos presenta. Pero, acá entre nos, se me hizo una historia demasiado triste (sigo pensando lo mismo). Es muy triste que un hombre (por más burdelero que haya sido) actúe como el personaje de Gabo.
No creo que el texto sea algo como un reconocimiento u homenaje a la obra de Kawabata. Este escritor evadiría la "responsabilidad" de haber sido el provocador de tal novela. La obra del japonés es luminosa, basta leer el título del cuento para ver que se trata de un texto lleno de aire.
Los lectores de Gabo sabemos que su obra está llena de cuartos húmedos y oscuros. Son sus pasajes. No hay problema literario en tal propuesta. Pero uno, como lector, puede elegir lo que desea leer. En el tiempo que apareció su novela del anciano perverso no estaba con el ánimo dispuesto para encerrarme en laberintos oscuros. Sigo sin estar con ese ánimo. Creo que bien puedo continuar viendo los amaneceres y respirando estos aires limpios sin preocuparme de la historia de ese anciano triste.

sábado, 27 de junio de 2009

EL MEJOR OFICIO DEL MUNDO


¿El mejor oficio del mundo? Sandrita de Los Santos, en El Heraldo, escribe una sección con este nombre. En la entrevista, Fulano dice que su oficio es el mejor oficio del mundo, pero al domingo siguiente resulta que Merengano sostiene que el suyo tiene tal categoría. Uno no sabe qué hacer, porque sabe que quien ejerce su oficio con amor lo considera el mejor oficio del mundo.
Lo mismo debe de suceder en otras galaxias. Imagino que en el planeta iosuj97m hay oficios que a los terrícolas nos parecerían excéntricos. Los humanos esperamos que en otras lunas y otros planetas haya oficios más dignos que, por ejemplo, el de pepenador en basureros. ¿Existe alguien que piense el oficio de pepenador es el mejor oficio del mundo? ¡Sin duda! El líder de los pepenadores que se embolsa miles de miles de pesos al día.
El otro día escuché a un periodista decir que el periodismo es el mejor oficio del mundo; sin embargo un compa mío sostiene que el mejor oficio del mundo es el oficio más antiguo del mundo (lo dice porque le encanta andar enredado con las muchachas bonitas de la zona. ¿Quién sabe qué opinen ellas?).
A mí no me están preguntando, pero creo que el mejor oficio del mundo es el oficio de lector.
Leí una entrevista donde apareció la siguiente pregunta: "¿Cuál es tu sueño guajiro?". El entrevistado respondió que le gustaría tener un oficio donde le pagaran por viajar a todo el mundo. ¡Existen estos trabajos! Algún fotógrafo del National Geographic o un tipo de esos que tienen programas en la televisión donde viajan a todas partes probando y conociendo las diferentes cocinas y comidas del mundo.
A mí no me están preguntando pero mi sueño guajiro sería que me pagaran por leer (una vez soñé con ser un famoso crítico de cine para que me pagaran por ver películas todo el día).
Esta foto que subí la tomé hace pocos días en un evento denominado "El kilómetro del libro". Corresponde a la plaza central de la ciudad de Las Margaritas. Imagino que la muchacha bonita recorrió los metros con libros y, de pronto, ¡el prodigio! Un texto le llamó la atención, se sentó en el suelo, tomó prestado el librincillo y se puso a ejercer el mejor oficio del mundo: ¡la lectura!
Sé que ahora alguien está refutando este escrito y diciendo que la lectura no es un oficio (aún recuerdo a aquel maestro que nos regañaba cuando leíamos revistas de monitos con la clásica frase: "Dejen de güevonear, ¡pónganse a hacer algo de provecho!"). Esta es la tragedia de la tierra. La lectura no pasa de ser un mero entretenimiento. El día que lo consideráramos un oficio otro gallo nos cantaría.
Esta vocación resulta poco atractiva para fines prácticos, está dentro de la categoría del oficio de escritor, donde el padre de familia bufa como toro al enterarse que su hija quiere estudiar literatura en la universidad. "Burra, te vas a morir de hambre".
Tal vez por esto a mí me da gusto toparme con muchachas bonitas que se sientan a leer a mitad del parque, debajo de una gran carpa. Mientras el mundo pasa a su lado, ellas (o ellos, los lectores) descifran el universo.
(Nota: Segundos después que tomé la foto, ella levantó la vista y me vio. Me dio pena. Nunca fue mi intención quitarla de su concentración. ¡Quién sabe desde qué altura cayó! Me di la media vuelta y caminé. Cuando llegué a unos setos, me escondí detrás de los arbolitos y asomé mi cara. Con alivio miré que ella ya había olvidado de nuevo la rutina del día y estaba inmersa en un fantástico universo).

viernes, 26 de junio de 2009

CORTADOS CON LA MISMA TIJERA



La literatura actual es una pena. Los escritores tienen muy poco espacio para dónde hacerse. No les queda más que colocar una palabra detrás de otra. Algunos se arriesgan a encimar una sobre otra, pero éstos son muy pocos. Así pues, a diferencia de los pintores, los escritores no innovan. La forma casi siempre es la misma y el fondo no encuentra muchas diferencias.
¿No es cierto lo anterior? Bueno, propongo un juego simple, muy simple. A continuación transcribo un texto de famosas escritoras:

“Ella anunciaba los temblores con alguna anticipación, lo que resultaba muy conveniente en ese país de catástrofes, porque daba tiempo de poner a salvo la vajilla y dejar al alcance de la mano las pantuflas para salir arrancando en la noche.
Al menos eso creía la tía Teresa, que fue juntando con avaricia cada una de estas magníficas alianzas, cada atisbo de cercanía, para después contemplarlos como grandes tesoros.
Mamá Elena, con sólo una mirada, le ordenó a Tita salir de la sala y deshacerse de las rosas. Pedro se dio cuenta de su osadía bastante tarde.
Cien noches intentó descifrarlo. Parecía inasible. Quién sabe, a lo mejor alguna vez lo tuvo completo y no se dio cuenta, bendito habría sido Dios si ella lo hubiera sabido a los ochenta años”.

Dije texto de escritoras y no me equivoqué. El fragmento anterior es un bordado hecho con tres pedazos escritos por diversas escritoras. Lo único que hice fue recortarlos y pegarlos. Lo que pretendo decir en este jueguito insulso es que algunos lectores, sin el aviso previo, podrían irse con la finta y decir que el texto anterior fue escrito por una misma persona.
Salvo los expertos (y quién sabe si ellos también), ningún lector común podría decir qué fragmento fue escrito por Ángeles Mastretta, cuál por Isabel Allende y cuál otro por Laura Esquivel (tal vez el nombre de Tita sea una pista). Todas escriben ¡tan igual! No existe un verdadero estilo que pueda identificarlas sin titubeo. Me refiero al sonido, a la caída del agua. Cualquiera, con una lupa, puede detectar qué parte corresponde a determinada autora, pero esto no tiene ningún chiste. Digo que, después de todo, ellas “suenan” muy semejantes.
Imagino este mismo juego trasladado al cine y no veo tal confusión. Imagino un pegote con trozos de películas de Woody Allen, Fellini y Kurosawa, por ejemplo. Ningún espectador o crítico tendría duda en identificar cada uno de los estilos. Lo mismo imagino con cuadros pintados por famosos pintores. ¿Quién no identifica un Picasso o un Modigliani? En cambio, los “cuadros literarios” se prestan a duda. ¿Puede alguien a simple “vista”, en medio de un dominó de textos, reconocer un fragmento de Vargas Llosa, por ejemplo?
La literatura no tiene más río que ese donde el agua corre en un solo sentido.
Si nos presentaran tres novelas inéditas, una de Ángeles, otra de Laura y una más de Isabel, sin advertirnos cuál corresponde a quién, sin tomar en cuenta contextos, sino simplemente estilos, tal vez no le “atinaríamos” al ciento por ciento.
Los escritores que han tratado de revolucionar la forma y el fondo se han topado con un gran muro. El “Ulises” de James Joyce es un texto famoso por su atrevimiento, pero un texto muy poco leído y menos comprendido.
El tan famoso Carlos Fuentes bien puede confundirse con otro escritor. Son pocos muy pocos los escritores que tienen un verdadero estilo. Tal vez por esto Juan Rulfo no escribió más que lo que escribió. Se dio cuenta que había logrado un estilo único, pero si escribía más corría el riesgo de “repetirse”.
Ningún escritor lo acepta, pero yo veo cierta frustración en sus declaraciones. Debajo de toda su fama hay algo como una niebla que los oscurece. Saben que un texto verdaderamente revolucionario aparecerá sólo cuando el lenguaje retome la versión original de Babel.

jueves, 25 de junio de 2009


Hay mujeres y hombres que terminan siendo calles, plazas, escuelas o parques. En muchos lugares hay bibliotecas que se llaman Rosario Castellanos. En Comitán hay una colonia que se llama Estela Morales (está por el rumbo del FOVISSSTE). Bueno, resulta que hoy incineraron a doña Estela, en el Panteón Francés, de la ciudad de México.
Las notas periodísticas refieren que doña Estela nació en Comitán. En realidad su fama se debe no tanto a méritos propios, sino a los de su famosa hija: Elba Esther Gordillo Morales.
Doña Estela, cuando vivió en Comitán, en compañía de su pareja, tuvo una tienda a media cuadra de "Las Siete Esquinas". Sólo para documentar los archivos gráficos de la historia; sólo para que en el futuro los habitantes de este pueblo sepan por qué una colonia lleva su nombre, publico una foto que tomé hace dos o tres horas. Es la fachada actual de la casa donde ella vivió. En el lugar donde está la cortina, ahí estaba la entrada de su tienda y en lo que se llama "trastienda" vivió doña Estela. Que en paz descanse.

Heriberto


El poeta miraba el cielo y decía: "El relámpago verde de los loros". ¿A qué hora se asoma un relámpago? ¿Siempre es presagio de tormenta?
Es una raya fugaz en el cielo, una raya verde, como si fuera un preludio de lo que es la vida: apenas un instante.
Por la casa pasa un grupo de loros en la mañana. A veces se paran en un árbol que está en un patio cercano. Ahí los veo separados, cada uno en su particular individualidad. Pero cuando emprenden el vuelo vuelven a ser una masa compacta que vuela como si fuera un grupo de aviones en formación perfecta. Hacen una gran alharaca, como para llamar la atención.
¿Por qué llegan a las casas? Ahora es costumbre comprar loros, pero hubo un tiempo en que llegaban a "regalarse" a las casas. Por una razón inexplicable, un loro se separaba del grupo y llegaba hasta el patio de una casa. Ahí se dejaba cortar las plumas y obedecía cada vez que su nuevo "dueño" lo obligaba a entrar a una jaula. Pero, un loro con las alas cortadas tenía la libertad para salir de la jaula y pasearse por toda la casa, para comer el pedazo de elote hervido o desmenuzar pacientemente las semillas de girasol. Un loro con las alas cortadas tenía la libertad para estar columpiándose en el aro de una llanta vieja de bicicleta, para picotear los pies de la dueña, para girar en torno de su dueño pidiendo una tostada dorada. Un loro con las alas cortadas tenía la libertad para dialogar con el dueño (dicen que los loros con cabeza amarilla son los más habladores. Tengo un afecto que debe ser de esta estirpe porque, como dicen, "habla hasta por los codos").
Un loro con las alas cortadas tenía la gracia de chiflar marchas marciales, de pedir la comida "Mi comida, Pancha, mi comida"; de contestar al llamado de la puerta: "¿Quién, quién toca la puerta?"; o de preguntar por los de la casa: "¿En dónde está el cabrón de Jorge? ¡Jorge, Jorge, cabrón!, ¿en dónde estás?".
Hoy los loros ya no se regalan como antes, ya no se dejan cortar las alas. Ahora pasan en bandada por el cielo de mi casa. Forman un relámpago verde instantáneo.
Ayer recibí un correo:

"OSCAR BONIFAZ

Con el más profundo dolor, participa a usted del sensible fallecimiento de

HERIBERTO

Su loro amigo que lo acompañó durante muchos años y que hoy descansa en el cielo de los loros.


junio 24 del 2009".

Los humanos no sabemos bien a bien de qué color es el cielo (de los humanos). Dudamos en pintarlo de blanco o con ciertos tonos de azul. Hay personas que dudan incluso del color del infierno, no lo ven completamente rojo sino que le asignan un color ocre o totalmente oscuro. En lo que no tenemos duda es en el color del cielo de los loros. Debe ser porque está tapizado con las alas recortadas de los loros que, antes, se llegaban a regalar a las casas.

miércoles, 24 de junio de 2009

UN CAMINO ANGOSTO


Los adultos creen que caminan por caminos angostos, creen que la vida es cruel y los encajona. No recuerdan que cuando niños también caminaron, muchas veces, por caminos angostos.
La diferencia con los niños es que caminan esos caminos con emoción, como si fuera la gran aventura.
Ayer en la tarde fui a velar a mi madrina Clarita Bermúdez de Figueroa (mamá de Romeo y de Gustavo). Cuentan sus hermanos que estaba a punto de cumplir los noventa años de edad.
Cuando era niño mis papás me llevaban a casa de mi madrina. A mí me gustaba ir por la promesa de laberinto.
En Comitán hay varias casas como la de mi madrina, pero yo nunca entré a ellas, por esto esa casa se me hacía maravillosa, sacada de algún cuento oriental.
La casa (hasta la fecha) tiene dos entradas y, por supuesto, dos salidas. Cada una de éstas da a una calle diferente, son de esas que le llaman "casa de calle a calle". ¡Qué prodigio, qué generosidad con el espíritu!
Yo llegaba muy formalito acompañado de mis papás. Mi papá tocaba la puerta, con ayuda de una moneda ("tocá fuerte porque de aquí que te oigan"). Esperábamos algo de tiempo porque ya se sabe que en las casas de calle a calle la gente tarda en llegar de un extremo al otro. En cuanto mi madrina abría la puerta ¡la aventura iniciaba!
Caminábamos por un patio y luego nos hacía entrar a una recámara donde pasábamos por en medio de dos camas siempre bien tendidas. Había un ropero con una luna que era como un ojo que registraba a todos los visitantes de la casa. Pasábamos a otro cuarto pequeño y luego entrábamos a un corredor bien estrecho lleno de luz. Ahí siempre había jaulas con gallos de pelea y, suspendidas del techo, un par de argollas forradas con piel. Detrás de las mallas los gallos se paseaban de un lugar a otro, "cantaban" y extendían sus alas de manera frenética como diciendo: "Yo soy sus padres" o "Los demás gallos me pelan los picos". El color oro viejo de su plumaje indicaba que esa casa era una réplica de las mil y una noches.
Seguíamos caminando por el sendero angosto, lleno de luces y sombras y llegábamos a la casa propiamente, que también era muy angosta. Recuerdo que mi madrina sacaba una mesa a un corredor. Ahí comíamos, ahí veíamos al loro afuera de la jaula comiendo pepas de girasol, ahí veíamos una escalera generosa que bajaba hacia la rampa que conducía a la otra entrada. Las paredes de esta "salida" siempre estuvieron llenas de plantas, lo que las hacía simular una pequeña selva.
Mi madrina servía la comida, mi papá tomaba unas copas con mi padrino y la tarde se llenaba de una luz magnífica. El loro hablaba, los gallos insistían en su canto y las paredes húmedas también se unían a ese coro, donde un disco de marimba sonaba.
Hoy enterrarán a mi madrina. El camino de la vida parece angosto, pero ahí en su casa era como una sábana limpia muy ancha. Gracias a ella conocí una de esas míticas casas que dan "de calle a calle". ¡Qué prodigio de Dios! ¡Que Dios le destine caminos llenos de luz a mi madrina!

martes, 23 de junio de 2009

SÍNDROME CORTÁZAR


Julio Cortázar decía que a veces le daba como "una cosquilla de cuento" y se ponía a escribir. A mí me da como una cosquilla de leer a cada rato. Para no quedar mal con nadie ¡me pongo a leer!
El otro día, José Antonio llegó a la oficina con "Mal de amores", de la Mastretta. "Prestámelo, vos", le dije. Cuatro días después José Antonio me prestó el libro. Como que se dio cuenta que tenía yo la cosquilla de leer a la Ángeles.
En efecto, más tardé en llegar a la casa que en comenzar a leer el libro. Una, dos, tres páginas y, de pronto, el "Síndrome Cien Años de Soledad" comenzó a rondarme.
Ya se sabe que el Síndrome Cien Años de Soledad es el que me ataca cuando el inicio de un libro me parece deslumbrante y a las pocas páginas más adelante se convierte en algo como un "nembutal".
Ayer le regresé el libro a José Antonio.
Antes terminaba un libro aunque no me gustara. Hoy ya no pierdo mi tiempo, si un libro no me atrae lo boto con toda la calma del mundo y busco otro que me resulte más interesante.
Este síndrome tiene mucho que ver con mi competencia de lector. Millones de lectores en el mundo consideran a "Cien Años de Soledad" una obra maestra. ¡Yo no! El principio es deslumbrante, maravilloso, pero luego -según yo- cae en un bache donde la magia del inicio se convierte en un río de aguas tranquilas. Ya se sabe que no hay peor agua que la estancada.
En fin. Debe ser que estoy contagiado con el "Síndrome Cortázar" que es este mal que me aqueja en donde "Rayuela", por ejemplo, es una novela que leo y releo con gran placer.
Que el mundo se quede con sus "Cien Años de Soledad" o con su "Mal de amores", yo me quedo con el "Bienamor" de Julio y su "Rayuela".

lunes, 22 de junio de 2009

LA UNAM, LA MEJOR UNIVERSIDAD DEL MUNDO




Los preparatorianos comitecos de los años setentas soñábamos con ir a estudiar a la ciudad de México. Unos lo hacían por convicción profesional, otros por deslumbrarnos en ese mundo ajetreado.
En 1974 me inscribí en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. El 0.7 que saqué en el examen de física me hizo desistir. Regresé a Comitán y me preparé para presentar examen de admisión en la UNAM. Después de pasar el examen de admisión para estudiar la carrera de Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica estuve cinco años en la Universidad, años en los que no pasé ni el veinte por ciento de los créditos necesarios para obtener el título. No obstante esto, siempre me he pensado “egresado” de la UNAM. Pasar cinco años de mi vida en esas aulas no fue cualquier cosa. Para mí resultó el mayor asombro de mi vida.
En el tiempo que entré a la Facultad de Ingeniería eliminaron la “seriación”. Esto allanó el camino de los irresponsables (yo fui miembro distinguido de este clan). Para que mi papá “creyera” que iba bien en mis estudios me apunté, por ejemplo, en Electrónica I sin haber cursado Electricidad. Era imposible que yo entendiera circuitos electrónicos sin saber la mínima Ley de Ohm. Cada semestre reprobaba tres o cuatro materias y sólo pasaba una o dos.
¿Por qué entonces me digo “egresado” de la UNAM y ahora celebro el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades que acaba de merecer? Porque gran parte de lo que ahora soy se engendró en sus patios, sus bibliotecas, sus auditorios, sus cafeterías y sus aulas.
Todo egresado de una universidad sabe que el conocimiento no sólo está en los salones y en los libros. La universalidad -concepto que define a la Universidad- es lo que toca al hombre universitario y yo rocé ese concepto. En la UNAM presencié cátedras brillantes de Juan José Arreola; oí una conferencia dictada por el científico ruso Alexander Oparín; y escuché cantar a Óscar Chávez y a Alberto Cortés. En la UNAM conocí a un hombre maravilloso que hacía papirolas en la entrada de la Facultad de Arquitectura; y conocí a un hombre ciego que estudiaba en la Facultad de Derecho a quien yo le leía algunos textos que no estaban en braille. Gracias a la UNAM realicé un viaje de estudios al corazón oculto de la presa La Angostura para conocer el cuarto de máquinas. En la UNAM miré cine, mucho cine, en todos los cineclubs que existían por toda Ciudad Universitaria. Pasé miles de horas adentro de la Biblioteca Central leyendo todo lo que olía a novela y a cuento. Caminé cientos de veces por la explanada principal y ahí descubrí que la vida era ese río humano que se desparramaba cada día. Hoy sé que si no terminé la carrera de Ingeniero fue porque en lugar de estudiar matemáticas opté por la vocación de mi vida: ¡el arte! Durante los cinco años que fui alumno de la UNAM me fui apropiando de estas nubes que hoy forman mis cielos.
Mi caso fue un típico caso de mala elección de carrera. Ya he contado que decidí estudiar Ingeniería en un acto de inconsciencia. Cuando cursaba el tercer año de bachillerato en Comitán un compa llevó un libro con las carreras que impartía el Politécnico y leí que existía una carrera incomprensible que se llamaba Ingeniería de tal y cual y bromeé: “Yo estudiaré esta carrera para que me digan Señor Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica Don Alejandro de tal y cual”. En mala hora se me ocurrió convocar la ironía en mi futuro. El destino cumplió esa invocación: injertó de tal forma esta idea que cuando en la ciudad de México me preguntaron qué carrera deseaba estudiar ¡el monstruo habló por mí! No puede hacer nada para evitar. El monstruo tenía más cabezas que la hidra. La única forma que hallé para rebelarme fue estudiar lo que me dictaba el intelecto y el corazón: ¡Literatura!, aunque seguí anotado en la relación de alumnos de la Facultad de Ingeniería.
Claro que, como no estuve inscrito en la Facultad de Filosofía y Letras, cuando cumplí los cinco años de estar en la Universidad ésta no me entregó ningún documento. Pero yo ya estaba capacitado para enfrentar al mundo y ¡acá estoy! Sintiéndome profundamente orgulloso de ser egresado de la UNAM y gozando cada uno de sus triunfos (y aunque no soy fanático del fútbol sonrío cada vez que Los Pumas ganan el Campeonato del Fútbol Nacional. “Cómo no te voy a querer” si en esos años iba al estadio a ver las prácticas del equipo en el estadio universitario. Cómo no hacerlo si vi jugar a ese jugador maravilloso que se llama “La Cobra” Muñante. ¿En dónde andará?).

domingo, 21 de junio de 2009

DÍA DEL PADRE


Un lector dejó un mensaje acá el otro día. Recordó que su papá le compraba historietas cuando era niño. Le compraba la revista de "Tarzán".
Los papás, entre otras cosas, hacían eso en nuestros tiempos de niño. Mi papá también me compraba revistas. Pero, además, me regalaba espigas de luz a cada rato. No lo hacía como si fuese un maestro enseñando cómo debe ser la vida, ni lo hacía tampoco con aires de perfección. No, no, mi papá estaba lejos de dar sermones doctrinales. A mi papá le bastaba vivir para sembrar nubes a cada instante.
Siempre que platico la anécdota de la luz, dos o tres compas piensan que mi papá se pasaba de inocente (por no decir la palabra que ellos piensan), pero a mí esto me tiene sin cuidado, porque desde que supe lo que hizo no tengo dudas ante el comportamiento que debo seguir en la vida.
Cuenta mi mamá que mi papá fue un día a las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad, acá en Comitán, para suplicarle al jefe enviara una cuadrilla a revisar el medidor porque el recibo, al parecer, marcaba menos del consumo y estaba pagando "de menos".
En estos tiempos en que todo mundo quiere aprovecharse de todo mundo, el comportamiento de mi papá, al menos ante mis ojos, lo coloca como un hombre íntegro: un hombre verdadero.
Mi papá, como todos los hombres del mundo, tuvo defectos, pero los acompañó con el aderezo de muchas virtudes. A mí me amó profundamente y hoy, que alguien dice es día del padre, recuerdo su imagen con toda mi admiración.
En Puebla conocí un hombre que le daba vuelta al medidor de luz de su negocio para que marcara menos consumo. Asimismo llegó un amigo a sugerirme no sé que arreglo del medidor de la casa para pagar menos. Pobre cuate ¡nunca imaginó que mi papá, muchos años antes, me había marcado la ruta a seguir!
Hoy algunos piensan que soy demasiado "inocente" y dejo escapar algunas oportunidades para favorecerme. Yo sonrío y tomo la mano que, a cada rato, me extiende mi papá para caminar por ese camino sencillo por donde él siempre caminó.

sábado, 20 de junio de 2009

CARTA ABIERTA A JORGE ORTIZ DE PINEDO


Respetado Jorge: ¿estás consciente de lo que haces o eres un inconsciente?
En una ocasión prendí la televisión y escuché que decías: “¡Chin chin el que no se ría!”. ¿Por qué todo mundo debe reír cuando algunos comediantes no causan ninguna gracia? Esa amenaza olía a un exceso, pero bueno tenía cierto tufo inofensivo.
Mas luego se te ocurrió inventar un programa dizque cómico cuya trama ocurre adentro de un salón de clases. Acá apareció en mayor medida tu perversión. A la maestra y al director de la escuela los exhibiste como un par de estúpidos, a quienes los alumnos tratan de manera soez. Esto fue más que un exceso porque sembraste en tus televidentes jóvenes un modelo muy negativo acerca del valor del respeto.
Lo que haces ahora ya no tiene perdón. En tu más reciente programa televisivo, “Una familia de diez”, denigras a la imagen paterna. El papel de hijo que desarrollas trata de manera repulsiva a su padre. Es una pena observar cómo tu personaje agrede al padre, en intento de parecer simpático. Nuevamente vuelves a dar estereotipos negativos.
Es una pena lo que haces, es muy perverso. Eres, sin duda alguna, uno de los “artistas” que más daño le hace al país. No sé si esto responde a un plan preconcebido para anular de una vez los valores morales de nuestra sociedad o es una simple ocurrencia de un ignorante. De cualquier modo eres culpable de contribuir en gran medida al deterioro espiritual de nuestro México. Qué pena que te permitan trabajar en un medio de comunicación tan importante. La Secretaría de Gobernación debería intervenir y obligarte a dejar de enviar estos mensajes tan ruines.

viernes, 19 de junio de 2009

UNA TARDE EN NUEVA YORK



Ni en sueños puedo imaginar lo rotundo de Nueva York. Tal vez si pienso en una cucaracha en medio de cajas de jitomate en una bodega atiborrada puedo acercarme un poco a la sensación que debe tener un visitante de esa ciudad. He visto niños en el salón que juegan con bloques de plástico, sobre el suelo arman algo que debe ser muy semejante a Nueva York. Cuando los niños se aburren borran de un manotazo esos insólitos laberintos. No puede hacerse lo mismo con las ciudades que el hombre inventó en el siglo XX.
No puedo imaginar la asfixia de esa ciudad. Nosotros, los que estamos acostumbrados a ver el sol desde el patio no podríamos conformarnos con buscar el sol a través de los mínimos espacios existentes entre un edificio y otro. ¿Qué sensación provoca buscar el cielo y hallarlo como un simple pedazo de alfombra azul en medio de toneladas de concreto y cientos de espejos translúcidos?
Los habitantes de Nueva York olvidan a cada rato el significado de la palabra horizonte; imagino que de vez en vez deben subir a sus autos y manejar con rumbo al mar para rescatar esa mínima línea. Los neoyorquinos se instalan en los muelles para respirar ese aire que en el área de los rascacielos es inexistente. Este movimiento simple resume la tragedia de los habitantes de esa ciudad. Digo tragedia porque, horas después, regresan al amontonamiento que les da su razón de ser (algo similar ocurre con todos los chilangos que, en fin de semana, regresan a la ciudad de México después de haber estado en Cuernavaca o pequeños pueblos que aún tienen cielos limpios. El chilango se evapora cuando no está en su ciudad).
Mariana me preguntó el otro día si me gustaría vivir en Nueva York. Para estar medianamente a gusto tendría que vivir frente a Central Park, dije, y ¡esto es imposible! Ahí vive gente como John Lennon o Donald Trump o Paris Hilton. Es un espacio vedado para mortales comunes y corrientes.
No deseo vivir en una mega ciudad. Acá, en mi casa de Comitán, me basta abrir la puerta de la calle para mirar una franja inagotable de azules y verdes. El cielo y las montañas están al alcance de mi mano.
Los hombres de estos territorios, como si fuéramos beduinos, estamos acostumbrados a ver horizontes limpios. Don Jorge Pérez Mora, un hombre amigable que poseía grandes extensiones de terreno en la región, nos invitaba, a mis compas y a mí, a montar caballo para subir a la cima de una montaña y decir el clásico: “Todo esto es mío, hasta donde se pierde la vista”; y nuestra vista se perdía a kilómetros del lugar donde estábamos y tardaba mucho tiempo en regresar. La vista de los neoyorkinos nunca se pierde porque tarda más en salir que en chocar brutalmente contra un muro de hormigón.
A veces viene gente de la ciudad de México a Comitán, viene de vacaciones. Oigo que algunas personas dicen que se aburren, no encuentran qué hacer. Entiendo perfectamente lo que sienten. Lo entiendo, así como entiendo perfectamente lo que siente un ratón de laboratorio que creció adentro de una jaula. Lo entiendo, como entiendo lo que siente un águila que creció libre en alguna montaña. Cada animal tiene su territorio. El águila se vuelve otro animal en el encierro, asimismo el ratón de laboratorio no encuentra sosiego en un territorio libre. Cada uno tiene su propio encierro o su propia libertad.
“¿Y vos, vivirías en Nueva York?”, le pregunté a Mariana. “Claro que sí. ¿Lo imaginás? ¡Sería maravilloso! Vos no, porque vos sos muy complicado”, dijo y colocó un dvd y me invitó a comer palomitas mientras veíamos “Manhattan”, de Woody Allen.

jueves, 18 de junio de 2009

INVITACIÓN

EL DÍA QUE LOS DINOSAURIOS NOS CAYERON ENCIMA


La Historia es simpática. Para la desaparición de los dinosaurios nos da la versión de una caída brutal de meteoritos, pero no puede explicarnos bien a bien qué sucedió con los habitantes de las ciudades mayas. Nos dice -esto sí- que una tarde, Palenque, por ejemplo, se quedó sin Palencanos. ¿Qué sucedió? Es un gran misterio. Algunos historiadores se atreven a dar algunas hipótesis, pero nada más.
En el siglo pasado sucedió algo similar. Una tarde -semejante a la de los mayas tránsfugas- los cines de los pueblos de Chiapas (y de todo México) se quedaron sin espectadores. ¿A dónde fueron esos miles y miles de personas que gustaban del cine? Dicen algunos historiadores que los espectadores se trasladaron a sus casas a ver cine en video. Todo mundo -dicen los mismos historiadores- compró una videocasetera y se trasladó a sus casas. Es una hipótesis. Yo no la creo. No la creo porque los cinéfilos amaban las salas (y no precisamente las de sus casas). Así como "La música en vivo se oye mejor", de igual manera el cine se vive en las salas cinematográficas.
Ayer me escribió Paco (quien es un compa veterinario que radica en Arriaga) y me contó que en Arriaga hace como diez años que no hay sala cinematográfica (pues Comitán no se queda atrás). Paco establece una diferencia entre el ambiente de una sala cinematográfica y la sala de la casa con las interrupciones y con los ruidos de la calle.
Ir al cine era abandonar la rutina. Ahora, quienes miramos cine en la televisión (no nos queda más) llevamos el cine a la rutina y ésta es una mezcla rara. Es como llevar el trabajo a casa o llevar la familia al trabajo.
Hubo un tiempo en que los espacios fueron sagrados. Aún a sabiendas de que Dios está en todas partes nos gustaba ir al templo, La Casa de Dios, por toda la escenografía y el gusto de ritual que contiene.
A los cinéfilos nos encanta ir al cine porque es nuestro templo y ahí está Dios -igual que en nuestra casa. Pero en la sala cinematográfica Dios hace la luz en medio de una penumbra maravillosa, ahí se presenta en "sensorround" y en pantalla cinemascope.
En el Cine Comitán los espectadores comimos los tacos más ricos que jamás existieron en El Paraíso. Adán y Eva tuvieron que acostumbrarse a morder manzanas que, al paso del tiempo, se hacen desabridas. En cambio, nosotros aún añoramos los tacos de doña Lola (juro que había gente que pedía permiso al boletero para entrar a comprar tacos y salir echo la mocha. No eran cinéfilos ¡eran taqueros irredentos!).
Sin duda alguna que Paco y los cientos de arriaguenses (¿es correcto el gentilicio?) que eran cinéfilos a todo lo que da recuerdan anécdotas de los cines de Arriaga.
Entiendo a los millones de hombres y mujeres que acuden a los estadios a ver fútbol o a escuchar conciertos de U2 o de Luis Miguel; entiendo a los millones de personas que se "mueren" por ver al Papa o al Dalai Lama; entiendo a los millones que asisten a las ferias o a los parques temáticos. A los únicos que no entiendo es a los cinéfilos que abandonamos las salas cinematográficas. ¡Dios mío, adónde fuimos! ¿Qué estábamos pensando a la hora que dejamos morir nuestros templos, a la hora que preferimos rezar frente a un altar casero en lugar de hacerlo en el Monte Sinaí?
¿Diez años sin cine en Arriaga? ¿Más o menos los mismos años que no hay sala cinematográfica en Comitán? El otro día pregunté: ¿Cómo hemos logrado sobrevivir? Ahora ya no sé si en realidad seguimos vivos o simplemente somos un fantasma que recorre las calles del pueblo gritando: "Ayyyy, mis cines". The End.

miércoles, 17 de junio de 2009

MAÑANA VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS




Dicen que “Nada es para siempre”. El abandono también es temporal. Todo el que parte vuelve algún día.
Ayer despedí a un afecto que agarró maletas para ir al extranjero: Praga. Estaba emocionada.
Todo viajero lleva en sus ojos algo del agua que bañaba a Cristóbal Colón. Cada viajero es, a su manera, un descubridor. ¿Qué tanto cambiará mi afecto en Praga? Es decir, ¿qué diferencia abismal se abre entre quien se queda en Comitán y entre quien vive un año en otro país, en otro continente?
Hoy en la tarde subí a la azotea de mi casa. El cielo tenía un olor a tierra mojada. Puse la mano como visera y traté de otear el horizonte. Quise imaginar que mi vista llegaba hasta la otra orilla del mar, más allá de estas montañas que apenas se levantan por encima del suelo, pero lo más que alcancé a ver fue el cielo azul que es como la palma de mi mano y una serie de azoteas con tinacos gordos, negros, enredados entre tejas rojas.
Ella me dijo que me escribirá a diario (bendito Internet de estos tiempos) y que me enviará todas las fotos que tome de todos los lugares que visite (benditas cámaras digitales y celulares de estos tiempos). A través de sus relatos e imágenes conoceré los jardines de su universidad, los templos, los museos, los patios, las calles, los callejones, los ríos, los antros y las bibliotecas de aquella ciudad. Sé que tres o cuatro días después que comiencen a llegar los primeros correos y las primeras fotos descubriré caras que serán rostros cercanos a ella y que a mí no me dirán nada especial. Sé que un día ella irá, de fin de semana, a París y me dirá que mira el Sena por mí. Pero también sé que, a pesar de que ella comparta todos sus instantes nunca viviré nada por ella (algunos instantes se los reservará y los conservará como secretos).
Eso de que ella mirará el Sena por mí ¡es un absurdo! Mientras ella bebe Praga yo seguiré viviendo esta inagotable rutina comiteca. Iré al mercado y descubriré alguna hendija que nunca haya visto, trataré de oler nuevos aromas y procuraré hallar nuevos rostros en el parque y en los templos. Caminaré mucho por todas las subidas y bajadas de este pueblo. Haré un alto a mitad de la subida y voltearé para ver en el cielo el reflejo de cientos de tejados. Cortaré una buganvilia morada. Mientras mi afecto escuchará otro idioma (¿Qué hablan en Praga?) yo escucharé el cantadito de este pueblo que vuelve agudos casi todos los verbos: Vení, Comé, Soñá, Viví.
Y un día mi afecto me escribirá diciendo que ya regresa. Todos sus compas, así como lo hicimos en su ida, prepararemos una cena para recibirla. Yo, a la hora en que ella tome una copa de vino y coma un pan compuesto de “El Foquito”, le preguntaré cómo se dice Bienvenida en el idioma de Praga. Tal vez ella dude un poco o pronuncie de inmediato algo impronunciable para mí. O tal vez diga: “Ah, dejá de joder” y ría con esa risa que, además del agua de estos cielos, estará bendita para siempre con agua de los ríos de Europa.
De Praga no sé nada (así como no sé nada de nada más). Lo único que sé es que el escritor Milan Kundera caminó las calles de Praga. Ayer estuve tentado en decirle esto a mi afecto, pero luego me detuve. Se me hizo muy pretencioso. Total, ella, ahora que vuela rumbo a Praga, me lleva toda la ventaja del mundo. Tal vez conozca a Kundera en la Universidad, no en Praga, sino en París. Uno nunca sabe qué encontrará fuera de casa.
Sé que cuando vuelva algo de ella habrá cambiado. No sé qué pensará el día que tenga que abandonar aquella ciudad. ¿Quién sabe qué dejará? ¿Qué encontrará en Comitán cuando regrese? Bien dicen que “Nada es para siempre”.

martes, 16 de junio de 2009

EN EL LÍMITE


México es un país que está en el límite. En apariencia son datos desligados, pero unidos dan una idea exacta de cómo va la cosa.
Ayer escuché a una niña alegrarse porque su maestro no asistió a la hora de clase (lo operaron de un ojo). Asimismo leí la noticia de que la SEP prepara las boletas en donde ya no habrá reprobados en educación básica. Ahora me topo con la noticia de que TELEVISA presentará un programa "educativo"(es decir, ahora ya no sólo habrá la escuelita de Ortiz de Pinedo, sino también la de Elba Esther. ¡Es el colmo de la estupidez!).
Los simples mortales no advertimos hasta dónde llegan los planes perversos.
La niña dijo que nadie de su salón quiere al maestro (es lógico de entender, dicho maestro es estricto y no los consiente). Las nuevas generaciones están "educadas" por la televisión. En el programa de Ortiz de Pinedo la maestra del grupo y el Director de la escuela son un par de imbéciles a quienes los alumnos se dedican a denigrar. Espero en Dios que Elba Esther no sea conductora del nuevo programa ya que ha demostrado mucha ineficiencia "epidemio-lógica".
El problema del país es que está confundido (los poderosos han creado esta confusión porque ya se sabe que a "escuela revuelta ganancia de prevaricadores").
La televisión se ha convertido en la principal educadora de este país. ¡Qué pena!
Los estudiantes han confundido los conceptos. Gracias a la "magistral" labor de televisa, ahora los niños y muchachos quieren hallar en el aula de clases los mismos modelos de la televisión.
El aula ya dejó de ser un espacio de reflexión y de análisis. Ahora lo han convertido en una mera sucursal de un programa de chiste donde los alumnos creen que el maestro es un payaso o, en el último de los casos, un patiño.
El programa televisivo se llama "Todo mundo cree que sabe", lo cierto es que uno, de veras, ya no sabe a dónde va a ir a parar, ya no el mundo, sino este país. ¡Pobre México!

lunes, 15 de junio de 2009

CARTA A MARIANITA, DONDE SE CUENTA CÓMO DON GUILLERMO CASTAÑEDA ESTUVO PRESENTE LA NOCHE QUE CONOCÍ A PETULA CLARK



Con un abrazo para la familia Castañeda Ochoa.



Marianita, un día de estos abrí el “Diario de Comitán” y leí que don Memo Castañeda falleció. Vos sos muy joven y tal vez nunca te topaste con don Memo en la calle, o si te topaste no supiste bien a bien quién era, asimismo no creo que sepás quién es Petula Clark.
Yo conocí a don Memo, pero ahora también caigo en la cuenta que no lo conocí bien. De él sólo tengo en mi memoria algo como retazos. ¿Por qué entonces ahora escribo de él? Tal vez porque me urge decir que hubo un tiempo en que el cine fue la diversión más importante del pueblo. Hubo un tiempo en que todo giró alrededor de ese technicolor en blanco y negro. ¿Cuántas horas pasamos adentro de una sala cinematográfica quienes vivimos los años sesentas o setentas del siglo pasado?
Sé, Marianita, que vos no podés imaginar cómo era ese mundo. ¿Cómo contarte de un tiempo lleno de buganvilias, cuando ahora vos vivís en un mundo de celulares, de pantallas planas, de computadoras y automóviles que parecen naves interplanetarias? Te podría decir que era un mundo sencillo, casi simple, pero esto tal vez no ayudaría en nada, porque ahora todo es tan complejo que la palabra sencilla está sepultada.
A veces vos me has comparado con una pared de bajareque, de esas que están siempre solas a mitad de los caminos, de esas que sólo sirven para recargarse cuando los viajeros hacen un alto en el camino. Debo admitirlo: si soy una pared frágil es porque provengo de ese tiempo en que nos enseñaron que la vida estaba en una pantalla de cine.
Yo, Marianita, vivía intensamente cada vez que pasaba frente al Cine Comitán. En las vidrieras anunciaban las películas a través de carteles a todo color (aún cuando muchas películas eran en blanco y negro). Algunos carteles eran simples cartulinas y, en todo el pueblo, corría el rumor que esos cartelones los pintaba don Memo. Aún ahora me topo con gente que recuerda esos carteles hechos con singular maestría. Don Memo, aparte de ser ilustrador, era dueño de la Lonchería “July”.
Cada vez que pasaba frente al cine yo no veía la hora de que llegara la tarde para “regresar” a la sala. ¿Si me explico? Yo no entraba al cine, yo regresaba al hogar. Cuando salía de la sala es que “entraba” a la vida de afuera. La ficción estaba en las calles y la realidad adentro de la sala.
Debés comprender que los artistas eran como mi familia. Por esto no creía imposible toparme con Clark Gable o con Sophia Loren a la vuelta de la esquina. Por esto nunca tuve novia en mis años adolescentes. Ninguna niña del pueblo se parecía a Sophia, ninguna cantaba como Petula Clark.
Ahora que leí la noticia del fallecimiento de don Memo, recordé la noche que conocí a Petula. Fue en el Cine Montebello. Esa tarde, en la doble función, exhibieron primero una película de Gregory Peck. Cuando encendieron las luces para el intermedio pedí permiso con el boletero, corrí hasta llegar al frente del Cine Comitán (ambos cines estaban a escasa media cuadra uno del otro) y entré a la lonchería que atendía don Memo y su esposa. Pedí tres tortas de pierna, pagué y regresé al Cine Montebello, justo a la hora en que comenzó la segunda película. Mis papás ya tenían listos los vasos con refresco (vasos encerados).
En ese tiempo, Marianita, íbamos al cine sin tener mucha idea de qué veríamos. Esa tarde la segunda película fue un documental de un certamen musical europeo. Estaba a punto de darle la segunda mordida a la torta cuando el maestro de ceremonias presentó a la siguiente artista: “And now the great artist: ¡Petula Clark!”. Ella caminó hasta el centro del escenario y comenzó a cantar esa de “Downtown”.
¡Ahí fue la revelación! ¡El deslumbre! Ella vestía un vestido blanco largo y llevaba el cabello corto (en la moda de ese entonces. Te estoy hablando más o menos de 1966). No entendí nada de lo que dijo en su perfecto inglés, pero algo en mí creció como si fuera un árbol de luz. Su voz era como un río de neón. Aún hoy tengo el agua de ese instante en mi cuerpo.
Sé que la vida está adentro de las salas cinematográficas. Ahora que en Comitán no existe ni una sala no comprendo bien a bien cómo los comitecos hemos sobrevivido, pues ya llevamos varios años viviendo en la pura ficción. Nos hace falta volver a “entrar” a la vida. Esa realidad en donde Sophia sigue impecable, donde a Woody Allen lo hallamos a la vuelta de cada esquina. Donde todo es como un sol Julia Roberts o un madero Brad Pitt o una orquídea Juliette Binoche.
Cuando me dicen que algún artista fallece no lo creo. No lo creo porque me basta ver una película donde él actúe para saber que todo sigue intocado. Qué lástima que don Memo no fue artista. Ahora siguiera vivo en la pantalla, entre nosotros. No nos queda más que recordarlo a través de las palabras.
P.d. ¿A vos te gusta ir al cine, comer palomitas y cerrar los ojos tantito adentro de esa penumbra, de ese líquido amniótico maravilloso?

domingo, 14 de junio de 2009

DOMINGOS DE MONITOS


Los domingos estaba cerrada la "Proveedora Cultural". Pero el domingo era día para leer "monitos". A las ocho (como si fuera obligación) llegaban los amigos a la casa para intercambiar revistas. Yo ponía un "puesto" en el corredor de la casa con todas las revistas para intercambio. Por ahí asomaban el Memín Pinguin, Tawa, el Pato Donald, Archi, Diamante Negro, Los Supersabios, Chanoc y muchas revistas más (Rodolfo siempre llevaba revistas en color sepia. Era coleccionista de las revistas de Santo, El Enmascarado de Plata. Estas revistas eran muy interesantes porque mezclaban la fotografía con el dibujo).
El trato era muy simple: revista por revista (a veces recibía revistas que, originalmente, habían sido mías, pero después de varios meses volvían a tener la capacidad del asombro por lo diferente).
Hace poco un amigo me dijo que él hacía lo mismo en su adolescencia, pero en lugar de intercambiar revistas intercambiaba libros (pucha, pucha. En Comitán nunca llegamos a tanto).
Los cuates se quedaban a leer en el corredor de la casa. A veces mi mamá los invitaba a desayunar tamalitos con chocolate y rosca.
Por lo regular, a las doce del día ya se habían ido todos los amigos. Entonces yo guardaba mis revistas en una caja de madera que tenía en el cuarto y preparaba mi bonche de revistas "nuevas". Iba al "sitio" de la casa y ahí, junto con Víctor (que era el hijo de la sirvienta), leía las revistas. Me gustaba ese espacio que estaba al lado de un horno antiguo. Me sentaba sobre unos escalones que conducían a una pared cerrada (tal vez en alguna ocasión esa escalera condujo a algún cuarto, pero ya en mis tiempos de niño sólo servía como banca para sentarse).
Aún ahora conservo muchas revistas de Memín. Hubo un tiempo en que casi tuve la colección completa. En ocasiones encuentro revistas de Los Supersabios, en tiendas especializadas. Hubo un tiempo que las compré. Hoy ya no. Son muy caras y el dinero escasea en casa.
La última vez que compré algo de monitos fue en la librería Porrúa, de la ciudad de México. Porrúa editó libros antológicos con trabajos de La Familia Burrón.
Hoy es domingo. Buscaré algunas revistas de Memín y les daré una vuelta. Aunque ya no encuentre esos escalones que servían para sentarse.

sábado, 13 de junio de 2009

CLOSE UP


Dice Carlos Monsiváis que Pedro Infante solicitaba un cierto número de "Close Ups" en sus películas. Le interesaba asegurar el acercamiento de su rostro para que los espectadores nos acercáramos a él.
El Monsi (que no es santo de mi devoción) anduvo ayer en el programa de televisión de Cristina Pacheco (prefiero a ésta que a Carlitos). Carlitos desenmarañó un poco el hilo de la vida de Pedro.
Yo veo de lejos las películas de Infante. Tal vez en el Cine Comitán me tocó ver en dos o tres ocasiones sus películas, pero igual que Monsiváis, conozco a mucha gente que adora a Pedrito. ¿Será efecto del close up? ¿Qué hizo bien Pedro Infante para que llegara a ser querido a niveles tan profundos y tan extensos?
Saco a colación el tema porque ahora que estamos en plena campaña política veo por todos lados los grandes y pequeños espectaculares con acercamientos a los rostros de los candidatos.
Sé que no son los propios candidatos los que solicitan estos acercamientos (porque hay algunas damas que están muy lejos de la belleza de la Claudia Schiffer, por ejemplo). Sus creadores de imagen son los que estudian este aspecto.
Pero, no sé usted, yo veo que estos acercamientos fotográficos sólo producen un distanciamiento de empatía. Al menos acá en Comitán los rostros de los candidatos son patéticos.
El espectador encuentra en los acercamientos de Pedro Infante una pose natural. No sé qué hacen los encargados de la imagen de los políticos que logran lo que pareciera imposible en un ser humano: crear una imagen plástica. Sonríen a diestra y siniestra logrando un efecto de "clown".

No encontré en este chunche fotografías "oficiales" de la campaña política para el Distrito de Comitán, pero uso la que hallé como ejemplo. Basta ver el rostro natural de los niños que acompañan a Rosy para establecer la diferencia con el rostro que ella enseña. Rosy tiene una sonrisa forzada que no sirve ni para anunciar dentífricos.
¿Qué se supone que nos quieren vender?
Tal vez a los candidatos les convendría ver más las películas de Pedro Infante pues, según el decir de Carlitos Monsiváis, logró una gran naturalidad. Esta naturalidad le permitió convertirse en el máximo ídolo popular de México. Digo, porque la lógica indica que algún candidato logrará ganar las elecciones y será Diputado Federal. Tal vez una pose más natural logre que la población se acerque tantito a su representante federal y viceversa.

viernes, 12 de junio de 2009

EL MAL DE ERIWINTON



Carlos despierta y oye los gallos, el trajín de la terminal de autobuses que está frente a su casa y las campanadas del reloj municipal.
Cada mañana ocurre esto como si fuera un coro entrenado. Primero es el gallo trepado sobre una viga de madera, dos segundos después suenan las cinco campanadas y luego, como si la última campanada fuera la señal, un chofer prende el motor del autobús y acelera de manera gradual hasta hacer un ruido casi insoportable y llenar de humo el patio de maniobras. Ya luego todos los ruidos del mundo comienzan a aparecer: cucarachas y ratas que buscan su escondite para el resto del día; la tos del vecino; la descarga de la taza del baño; el perro que rasca la puerta; los pájaros sobre los árboles; los carros del bulevar; la campana de la basura; y la gente que camina en la calle rumbo al trabajo, a la escuela, o a tomar el autobús que viaja a San Cristóbal o a Tuxtla.
Un día, Carlos despertó, se sentó sobre su cama, igual que todas las mañanas, escuchó el gallo y luego el camión, pero no oyó las campanadas. La duda lo atormentó todo el día. A la madrugada siguiente aguzó todos sus sentidos y comprobó que no oyó las cinco campanadas. Pensó que el reloj estaba descompuesto, pero a la hora que se sirvió cereal sobre el plato y Marianita bajó para arreglar su mochila, doña Ausencia le dijo que tal vez había perdido la audición de sonidos agudos, porque ella, aseguraba, había escuchado con claridad las cinco campanadas. Carlos y Marianita se miraron y sonrieron por la audacia de la teoría de doña Ausencia, pero justo en ese momento fueron las seis y Marianita y la vieja escucharon perfectamente las campanadas del palacio municipal.
Antes de ir al trabajo fue al consultorio del doctor Gómez. Él doctor le colocó una serie de aparatos en ambos oídos y concluyó: “Tenés el mal de Eriwinton”. La explicación fue muy técnica, pero Carlos, mientras caminaba por el parque con rumbo al trabajo, lo tradujo de la siguiente manera: Así como los perros escuchan sonidos que no son audibles para el hombre, tú has dejado de percibir sonidos que a ellos les molestan.
Al principio sufrió mucho porque estaba acostumbrado a ciertos sonidos como la cohetería en las entradas de velas y flores en honor a San Caralampio, pero luego descubrió que la voz de doña Alfonsina, la más chismosa de la oficina, estaba colocada en la misma frecuencia que el sonido de los cohetes y las campanadas, por lo tanto Carlos no escuchaba nada. Cada vez que doña Alfonsina se acercaba para contarle un chisme Carlos se estiraba en la silla, colocaba sus manos debajo de su cuello y disfrutaba el silencio que salía de la boca de serpiente. Fue feliz.
Durante el tiempo que padeció el mal no volvió a escuchar las campanadas del templo de Santo Domingo, pero halló el modo de compensar tal pérdida: programó su celular. Cada hora el teléfono vibraba, él sacaba el aparato y veía en la pantalla el movimiento oscilatorio de una campana monumental de la Catedral de San Patricio.
Ayer, a la hora que despertó, Carlos oyó el gallo y luego, pasmado, las cinco campanadas del templo, pero no oyó el ruido del motor del camión. Se levantó, se puso las pantuflas y fue a la recámara de Marianita. Ésta, con los ojos todavía cerrados, dijo que no había oído nada, pero doña Ausencia asomó su cara y desde la puerta dijo: “Ahora sigue acelerando el chofer”.
El doctor Gómez no salió de su asombro. Tuvo que sentarse en un diván que tiene junto a la ventana. Dijo que la ciencia jamás ha registrado un caso de Eriwinton aleatorio. Antes que Carlos saliera del consultorio, el doctor le recomendó mucho cuidado al atravesar las calles, le suplicó que viera para todos lados.
Carlos creyó que la noticia más desagradable del día era oír de nuevo la voz de cristal destemplado de doña Alfonsina vomitando el primer chisme del día, pero sudó frío cuando todos sus compañeros le gritaron que hacía dos minutos que su jefe le gritaba desaforadamente. La voz de su jefe siempre le había parecido la de un camión Ford 1956 y ahora lo comprobaba.

jueves, 11 de junio de 2009

LOS CIELOS COMO ESPEJOS


"Esto es un juego", me dijo. Yo debía mirar el primer cielo y luego el segundo cielo y decir qué contenía cada uno. El juego de Los Cielos Divididos siempre me gusta jugarlo, así como me gusta jugar el juego de El chunche extraviado, porque siempre el chunche se esconde en los lugares más íntimos de la pareja. Así pues, me senté en una grada del parque y observé. "Qué fácil", dije. En el primer cielo (que era el que delimitaba el primer arco) estaba parada una paloma. En el segundo cielo no había nada.
"¿Ya miraste bien?, me dijo. Sí, yo había mirado bien. Pero, de pronto, la paloma dejó de "mirarnos" y voló. Los dos cielos quedaron, en apariencia, vacíos. Pero luego, no sé porqué, los vi completos.
En la vida todo es como este juego. Cuando fragmentamos el todo no vuelve a completarse hasta que las piezas recuperan su vocación original. A veces, como en esta ocasión la paloma, hay algo que interrumpe su natural.
Claro que estos juegos no se pueden hacer todos los días ni en todas partes. Este juego lo hicimos una mañana limpia, con aroma de framboyán y vuelo de zanate, en el pueblo de Soyatitán. Antes habíamos pasado a desayunar a Schpoiná (un lugar donde hay una cascada de agua que mueve una turbina y que antes proveía de energía eléctrica a Comitán).

miércoles, 10 de junio de 2009

ARENILLA PARA UNA VENTANA



Según Marianita hay más ventanas que hombres en el mundo. No hay censo que compruebe este dato. Pero si nos atenemos a la teoría de mi afecto, hay más de seis mil quinientos millones de ventanas. Pero, bueno, al hombre le bastan dos o tres ventanas para mirar el mundo, para tratar de entenderlo.
Por una calle de mi pueblo hay una ventanita muy simpática, muy comiteca. El otro día, como ella no tenía qué hacer, ni yo tampoco, nos pusimos a platicar. Ella me contó de lo que ha visto en el tiempo que lleva trepada sobre esa pared y yo le conté que soy periodista y escribo en El Heraldo de Chiapas. ¿Y si te hago una entrevista?, le pregunté, y ella, bien abierta, dijo que sí (las ventanitas permanecen abiertas durante las mañanas y se cierran en las noches; las muchachas bonitas son todo lo contrario).
Acá pues el resultado de esa conversación.

1.- ¿Importa el tamaño?
Nel, una grande o una pequeña de todas maneras te ventanea. Al ojo que es ojete le basta una ventana chiquita para levantar falsos. Esto abunda acá en el pueblo.

2.- La de la casa de Ana se llama Ventana, ¿cómo se llama la de la casa de Lucía?
Pos se ha de llamar “Ventosa” por los osos que hace o “Ventrículo” por aquello de la oscuridad.

3.- ¿Por qué el horizonte se corta a través de una ventana?
Debe ser porque toda ventana es como un cuchillo para el alba.

4.- ¿De qué escriben las ventanas narradoras?
De todos los chavos y chabacanas que pasan frente a ella; de todas las viejas y vejestorios que cargan sus penas, y de todas las bestias de mil pezuñas que se la jalan como si fuesen políticos verdaderos.

5.- ¿Qué sueñan las ventanas que son rebeldes?
Ah, ellas sueñan en ser todo lo que no son. Sueñan en ser rueda de caballitos para ir de feria en feria y de pueblo en pueblo, o sueñan con ser el perro que lleva cargado entre sus manos y su pecho una chabacana de diego (¿cómo?), digo ¡de diez!

6.- ¿Por qué a pesar de ser tan antigua hablas como si fueras una jovencita?
Porque las ventanas somos las cosas que más nos apropiamos de las cosas. Los espejos reflejan todo; nosotras, como si fuésemos Hemingway, somos bien chupadoras. Mamamos todo lo que pasa enfrente, sobre todo si somos perversas y nos encantan los chabacanos de dieciocho.

7.- ¿A qué juegan las ventanas?
Jugamos a que somos espejo de cuarto de motel o a que somos una cámara de big brother.

8.- ¿Qué prefieres escuchar: ópera o el canto de un cenzontle?
Te me pusiste de pechito, ¡por su bárbaro que el canto del cenzontle! El gorgoreo de La Callas no me canta cada mañaneta, mi querida Enriqueta.

9.- ¿Sólo te empañas cuando hay lluvia afuera?
No, tambor cuando hay lluvia de amantes adentro.

10.- Si ves un grupo de pingüinos frente a ti, ¿qué significa?
Que el calentamiento global ya nos jodió y mi caseta es un iglú y yo tengo heladas las niñas de mis ojeras.

martes, 9 de junio de 2009

CARO BIBI


"Acá, todavía dando guerra", dice siempre Caro Bibi, cuando se le pregunta cómo está.
Caro Bibi es de esos personajes que trascienden a su propio nombre. Quién sabe si él recuerda cuál es su verdadero nombre. Acá en Comitán medio mundo lo conoce por su nombre de batalla. Porque no es casual que hoy diga que sigue "dando guerra". En este testimonio, él platica cómo fue la mayor parte de su vida. Tal vez hoy es una vida sosegada, pero no siempre fue así. Tuvo que librar muchas batallas, en la calle y en el ring (porque Caro fue un boxeador).
La Universidad Mariano N. Ruiz presenta el Cuaderno Universitario Número 4, en la Serie: Testimonios. Esta colección pretende llevar a los lectores un trozo de vida de los personajes que hacen la vida.
Para los lectores interesados que viven en Comitán, la Serie de Cuadernos Universitarios está a la venta en la Papelería "El Escritorio".
Caro Bibi contó mucho de su vida de niño y de adolescente; muy poco de su vida de adulto en Comitán. Cualquiera pensaría que desea borrar algo de estos últimos años, pero él se escuda diciendo que tanto golpe le provocó cierta pérdida de la memoria. Pero aún así, él sigue dando guerra.

lunes, 8 de junio de 2009

CARTA A MARIANITA, DONDE SE CUENTA DE CÓMO HAY UN COLOR PARA CADA CRISTAL CON QUE SE MIRA



¿A qué juegan los niños de hoy? Vos, que apenas ayer eras una niña, ¿a qué jugabas? Digo esto porque ayer, en la tarde, miré a dos niños en el parque, jugaban a algo insólito.
A la hora que vos y yo dejamos de chatear fui al parque de Guadalupe, llevé un libro de cuentos de Cortázar. Vos sabés que cuando voy al parque no me siento en alguna banca, ¡camino y leo! (a veces tropiezo, porque el piso está levantado. ¿Qué simpática esta frase, verdad? ¡Un piso levantado!, cuando se supone que los pisos siempre deben estar, como bolos, ¡tirados!).
La tarde estaba fría, por el lado de Las Margaritas se veía unos nubarrones oscuros. Cuando está oscuro el cielo de Las Margaritas siempre llueve en Comitán. Tenía diez minutos de estar leyendo cuando comenzó a llover. Corrí y me resguardé en el kiosco. Ahí también estaban los dos niños. Estaban sentados sobre el suelo, apoyaban su espalda sobre el barandal. Subí el cuello de mi chamarra, cerré el libro y me puse a observar a los niños y a la pareja que seguía sentada en una banca del parque, a la intemperie. Pero por encima de ellos vi la lluvia. Me gusta ver llover. La pareja siguió sentada en la banca, sin inmutarse. Reían y se besaban debajo de la lluvia. Al principio las frondas de los árboles los protegieron, pero luego, conforme el aguacero arreció, el agua cayó sobre ellos como si estuvieran debajo de un chorro. No hicieron nada por protegerse, ya estaban completamente empapados. Tuve la sensación de que veía una película en blanco y negro, sobre todo porque los niños jugaban algo insólito. Ambos estaban sentados sobre sus piernas que tenían dobladas, frente a ellos había una tablilla de madera, del tamaño de una ficha de dominó. El niño tomó la tablilla, la empujó hasta dejarla frente a las piernas de la niña y dijo: “Azul”. Ella levantó la ficha, la colocó entre sus manos, la sopló como si fuera un dado e hiciera un ritual de suerte, volvió a colocarla en el suelo y dijo: “Rojo”. El niño la levantó e hizo el mismo ritual de su amiga y cuando la dejó en el piso dijo: “Verde”. Igual que la pareja, los niños reían cada vez que levantaban la ficha o la dejaban sobre el suelo. ¿A qué jugaban, Marianita? Nunca lo supe. Mientras los estuve observando (de reojo, porque jamás me atreví a verlos directamente), pasaron por todos los colores habidos y por haber. Cuando pensé que habían agotado el muestrario de colores comenzaron a designar tonalidades más precisas: “Rojo, como la panza de un tzizim”; “Amarillo, como la pata de un conejo con hepatitis”; “Azul morado como la ojera de tía Minga”; y pensé que podrían jugar así hasta el infinito. Pero la eternidad tiene un límite y cuando dejó de llover y llegó la noche, los niños se levantaron y corrieron cada uno por su lado. Vi primero al niño subir las escaleras y alcanzar la calle, cuando volteé ya no alcancé a ver la niña, no supe por dónde había doblado, si a la izquierda o la derecha, por donde está el templo de la Virgen de Guadalupe. La pareja tampoco estaba. Nunca me di cuenta de la hora en que se fueron. Vi por todos lados y me hallé solo. Los focos del parque se iluminaron y un señor que tiene una taquería frente al parque, comenzó a sacar las sillas y mesas.
¿En qué consiste el juego de los colores? ¿Vos jugaste alguna vez ese juego? Los niños de hoy ya no juegan juegos imaginativos. Ahora los veo jugar chunches más sofisticados, que casi siempre requieren baterías o energía eléctrica.
En estas tardes lluviosas, a veces se va la luz (Qué frase tan simpática: ¡Se va la luz!). A mí me gusta que, de vez en vez, se vaya la luz. Corro a encender las velas y prendo la radio de baterías. Mi mamá dice que es como si estuviera en el rancho de Huixtla, como cuando era niña. Yo veo en sus ojos un agua que refleja sus juegos infantiles. El otro día mi mamá me contó que ella y sus hermanos iban cerca de una laguna a cazar sapos. Mi abuela les daba cinco centavos por cada uno. Cada sapo servía para pasarlo por encima de la pierna enferma de un tío. Mi mamá dice que cuando mi abuela pasaba el sapo sobre la pierna del tío, el sapo se ponía rojo y reventaba (Gracias a esto, la pierna del tío se curó). Sé que no era un juego, pero mi mamá lo cuenta como si tal cosa lo fuera. Hoy no creo que muchos niños conozcan a los sapos. No creo que sus mamás permitieran que ellos cazaran sapos. No creo que las muchachas bonitas besen sapos para convertirlos en príncipes bellos. Hoy, pocos niños juegan con la imaginación. ¿Podés decirme a qué jugaban esos niños del parque? Vos, Marianita, ¿has jugado alguna vez a los colores? ¿Qué dirías si pusiera frente a vos la tablilla y dijera: “Verde, como la panza de un sapo reventón”? ¿Qué color elegirías vos?
Cuidate, Marianita.
p.d. ¿Te dije que levanté la tablilla? Los niños la dejaron olvidada. Parece que lo importante del juego no es la tablilla, sino el color que ronda en la mente de cada jugador.

domingo, 7 de junio de 2009

LOS PATRIOTAS


Todo es confuso. En un partido de fútbol entre México y El Salvador, un aficionado Salvadoreño muestra una cartulina donde dice que si El Salvador le gana a México el Director Técnico será propuesto para Presidente de la República y los jugadores serán héroes de la patria. ¿Qué hacemos los mexicanos con nuestros jugadores que perdieron? ¿Los nombramos traidores a la patria? ¿Los condenamos al tormento de Cuauhtémoc, no Blanco, sino aquel héroe nativo que le quemaron los pies? (A Blanco habría que aplicarle un tormento mayor).
Se ha dicho hasta la saciedad que el orgullo de la patria no está en los pies de los jugadores de fútbol y, sin embargo, algo le duele a la patria cuando ellos juegan en nombre de ella. Da pena verlos jugar. Bueno, da pena desde el instante en que tocan el himno nacional y vemos las bocas de los jugadores moverse a destiempo, como si sólo abrieran la boca para hacer la finta de que sí saben la letra del himno. Sería muy interesante el programa que mostrara qué cantan cuando cantan el himno. ¿Qué dicen?
Sé que muchos me llamarán apátrida, porque siempre que juega la selección yo le voy a la selección contraria. Anoche, por ejemplo, disfruté mucho cuando la Selección de El Salvador anotó y ganó. ¿Por qué lo hago? Porque sé que así México se evita muchos problemas. Ojalá que México no asista al Mundial de Fútbol.
Cuando México asiste decenas de miles de personas no asisten a su trabajo y consumen alcohol en cantidades industriales. Esto provoca un verdadero malestar a la patria. Mucha gente fallece por diversas circunstancias: accidentes automovilísticos provocados por la ingesta desmedida de alcohol y suicidios por decepción (sí, aunque sea difícil creerlo, hay gente que se suicida porque México pierde).
Asistir al Mundial es casi casi como subirse a un avión que se desplomará. Los que se salvan son los que, por diversas causas, no subieron al avión aun cuando tenían boleto. Ojalá, Dios quiera, que por salud de la patria, ¡México no asista al Mundial! Ojalá que lleguemos tarde al aeropuerto y que el avión despegue sin nosotros.
Es difícil que la selección pierda ante Trinidad y Tobago, pero ¡no es imposible! Ojalá que México pierda. La patria ganará mucho.

sábado, 6 de junio de 2009

JUEGOS DE POLVO



Toda obsesión comienza como un juego. Al principio reunió postales de casas viejas. Ya luego se hizo de una cámara y recorrió la ciudad para tomar fotos de casas antiguas, a punto de derrumbe. No le fue difícil hallarlas. En todos los pueblos hay casas abandonadas. Por esto, cuando consideró agotados los senderos de su ciudad, subió a un camión, o un tren y viajó a pueblos cercanos. Su colección se incrementó de manera considerable.
De tanto tomar fotografías de paredes húmedas y llenas de moho, su piel comenzó a contagiarse. Cada vez se le veía más viejo, su cuerpo tomó un color apergaminado.
¿Hay algún símil entre una casa y un cuerpo? Siempre se dice que los ojos son las ventanas del alma. Descubrió que comenzaba a perder la vista, como si sus ventanas fueran invadidas por telarañas ¡todo se le hizo nebuloso!
Un día llegó a un pueblo y, en medio de su niebla, alcanzó a ver algo como un templo. Enfocó (es un decir) y tomó la foto. Cuando llegó a casa, su sobrino Armando (quien es el hombre que ahora le ayuda a descifrar las fotos y, de vez en vez, lo acompaña a sus recorridos) le dijo que no era un templo. Regresaron al lugar y gente nativa les dijo que eso había sido un silo, un espacio para guardar granos.
Desde hace tiempo no se le ha vuelto a ver. Armando dice que su tío está recluido en su habitación. Sólo de vez en vez abre la ventana que da al jardín de la casa, se sienta en una silla de mimbre y le pide que le ponga sobre una mesita circular las fotos más antiguas. Repasa sus dedos en cada foto y, como si estuvieran fijadas en braille, las "lee" una por una.
Armando dice que el otro día, en el rostro de su tío, halló algo como polvo de ladrillo.

viernes, 5 de junio de 2009

FOCOS SIN FILAMENTO



El otro día me acordé de ella. Hace muchos años estuve a su lado por treinta minutos. Estábamos adentro de una cabina radiofónica. Días antes había recibido una invitación del conductor para estar en su programa. Hablaríamos algo acerca de la obra de Cortázar, acepté de inmediato. Cuando entré al estudio ella ya estaba sentada en la mesa redonda, frente al conductor. Me senté al lado de la mujer. Tenía el cabello negro, algo enredado, sus manos eran delgadas como renuevos de árbol de durazno. Ella participó antes que yo, ahí supe que era miembro de un grupo de Neuróticos Anónimos. El conductor le preguntó por qué asistía al grupo y ella, como si hubiese sido un río detenido, abrió el dique y comenzó a botar cientos de palabras. Era como una piedra lanzada desde la cima de una montaña, al rodar tomaba más velocidad. Después de dos minutos el conductor adelantó el cuerpo sobre la mesa y puso su mano sobre la de ella y le dijo que se calmara. La mujer, con la inercia, todavía alcanzó a decir: “…Voy al grupo porque necesito desvaciarme”.
Luego me tocó participar a mí. La mujer no se movió. No recuerdo qué dije acerca de la obra del escritor. Sólo recuerdo a la mujer retorciéndose las manos y frotando sus manos sobre los muslos, como si se limpiara un sudor de siglos y la mezclilla del pantalón no le alcanzara.
Recuerdo, más que su rostro de piedra deshaciéndose en polvo, más que su sonrisa de puente de hamaca, más que sus ojos fijos de dial de radio antiguo, la palabra que dijo. Desde entonces sé que los hombres, para no llegar al umbral del delirio, necesitamos desvaciarnos.
¿De qué nos llenamos? ¿Qué tanta basura vamos acumulando en nuestra mente y en nuestro corazón? Tal vez cuando nacemos no somos un río de agua limpia, tal vez ya llevamos un montón de hojas secas (eso que llena el inconsciente colectivo); tal vez entonces el sentido de nuestra vida sea limpiar esas aguas e impedir todas esas botellas de cloro de plástico color verde que los otros nos avientan a diario.
¿Impedir que los otros ensucien nuestras aguas? ¡Es tan difícil! Por lo regular, el mundo se empecina, día a día, en enlodar nuestras orillas.
Tal vez lo que podemos hacer es lo que la insólita mujer recomendaba: Desvaciarnos. Botar todas las piedras día a día, minuto a minuto, a fin de no darle gusto a los perversos, a los que apuestan con llenarnos de mierda para que nos sintamos cucarachas.
¿De qué lianas podemos sujetarnos? Hay válvulas de escape, unos encuentran el pretexto en la religión, otros en el sexo, algunos más en el destrampe o en el arte o en la literatura. Sin embargo, cuando revisamos algunas biografías de famosos vemos que esas válvulas se convirtieron en ollas de presión. ¿Por qué aguas caminaba Hemingway o Billie Holliday? ¿Por qué trapecios volaban Van Gogh o Marilyn Monroe? La vida parece intransitable a veces. Algunas vías están sobresaturadas. Sin embargo, es preciso, botar las piedras que se acumulan al instante. Marianita pide, a diario, la dosis precisa para lograr el equilibrio. Ella sostiene que uno no debe “desvaciarse” a lo tonto. Es bueno, dice ella, que en nuestros ríos interiores exista un poco de hojas secas, algo que sea como una capa de ozono que nos salve del rayo directo de luz intensa.
Nunca más volví a ver a la mujer neurótica. Pero aún hoy, después de veinte o más años, la recuerdo en su temblor de gota en pretil, de hoja frágil a punto de otoño.
Creo que nadie, ningún maestro jamás, me dio tanto a través de una sola palabra. Con la palabra “desvaciar” me legó todo un universo de grietas, de sombras, de piedras húmedas adentro de cuevas; una orilla para eludir, para ver desde lejos. Igual que Mariana, yo también pido todas las mañanas la mano que ayude a desvaciarme, en la justa medida, para evitar que me quede sin nada, sin lo que soy, sin esta liana que nos hace humanos frágiles y ateridos, pero llenos de la luz de la esperanza. Hoy pido también al poder divino haga lo mismo con cada uno de mis lectores de El Heraldo de Chiapas, y conceda el mismo don a aquella mujer de la radio.
Tal vez algún día, los ancianos neuróticos y simpáticos de la Real Academia de la Lengua Española descubran esta palabra y la incluyan en su diccionario sólo para advertir que la vida sin la aplicación del verbo desvaciar no tiene armonía.

jueves, 4 de junio de 2009

PUERTAS ABIERTAS


Juncaná es un poblado a la orilla de la carretera. Debe ser un punto mínimo en los mapas de Chiapas, porque es un poblado pequeño. No obstante, conforme avanzamos por sus calles de tierra, la maestra Dely (quien fue mi maestra en el kínder) comenta que durante varios años los pobladores han ganado "La mazorca de oro". Dice que es una tierra muy generosa (igual que su gente). En el mes de septiembre celebran la "Feria del maíz". La maestra dice que hacen tamalitos de maíz, muy sabrosos. Al llegar a la otra esquina, Tere pregunta con una señora nativa. Ella lleva un atado de flores sobre la cabeza, dice que la "Casa de la Virgen" está a dos cuadras, ahí donde está el portón de color morado.
Juncaná es un lugar famoso, a pesar de ser tan minúsculo. No sé qué pensaría Juárez al enterarse que cerca de donde está el monumento erigido en memoria del general Melo (un colombiano que fue presidente de la república de Colombia y fue asesinado en estas tierras olvidadas) hay una puerta que ahora es venerada porque un día apareció la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Paty y mi mamá argüendean en el patio de una casa donde hay una flor morada, mientras Tere y la maestra encuentran la casa de la Virgen. Los dueños abren la puerta de calle y nos invitan a pasar. En lo que fue una cocina, con el techo ahumado, hay un altar lleno de flores. La puerta de madera de pino tiene varios ojos (shubic, le llamamos en Comitán). En el shubic más grande "está" la Virgen.
El dueño de la casa dice que el día de La Santa Cruz llegaron sus hijos y nietos a comer con ellos. Estaban en el borlote de las tostadas, del guacamole, de las tortillas recién salidas del comal, de los frijolitos y del café con pan, cuando una de sus nietecitas les dijo: "¿Ya vieron a la Virgencita?". Todo mundo volteó a ver la puerta simple y la imagen se les reveló. Ese shubic parecía tener la imagen de la Virgen de Guadalupe. De inmediato los mayores sacaron el celular y tomaron fotos. En algunos acercamientos descubrieron más rostros. Una de las hijas del señor nos enseña las fotos en su celular. Acá, dice, está una niña en el vientre de la Virgencita. Y, en efecto, se detecta un rostro. Acá está Juan Dieguito, dice. Y, en efecto, al lado de la imagen de la Virgen aparece otro rostro. El dueño de la casa no se queda atrás y dice que también se mira una cruz. En efecto aparece ¿o es otro efecto?
Los de casa quitaron la mesa y todo lo demás, sólo dejaron unas bancas donde ahora reciben a los visitantes de la Virgen de Juncaná. Improvisaron un altar frente a la puerta. Ya luego llegó un señor y les dijo que no estaba bueno que la virgencita estuviera expuesta sin protección. Llega gente que, como Santo Tomás, tiene que comprobar con sus dedos que ahí está la virgen. Para que no se desgastara la imagen, al día siguiente le pusieron un marco con vidrio.
Mientras los anfitriones nos obsequian un vaso con agua de piña, el dueño de casa va a su recámara y me trae los dos periódicos donde está publicada la noticia de "la aparición".
Una vez que salimos de "la ermita", la maestra y Tere insisten en ir a conseguir unas matas de esa flor morada. Llegamos a una casa con un patio generoso lleno de plantas (incluyendo la tan codiciada flor morada). De entrada el dueño dice que no tiene renuevos, pero ellas insisten (mi mamá y Paty se han unido al contingente de apoyo), insisten tanto que al hombre no le queda más que ir por una cubeta llena de agua y una coa. Humedece la tierra y se pone a chambear para "desembrar" unas matas llenas de polvo. Las cuatro mujeres se sientan en unos sillones que están en el corredor de la casa, se abanican, mientras el hombre suda con el encargo. Al final les da dos matas a cada una de las mujeres. La esposa de don César les cobra veinte pesos a cada una de las mujeres y les regala chiles siete caldos y les dice que si no "pegan" las matitas regresen para que les dé más.
Yo miro un gato escuálido que tiene un lazo amarrado al cuello. Don César dice que llegó a regalarse y lo tienen amarrado a un poste (pero como es domingo, el gato está suelto y camina por todos lados arrastrando el lazo).
Juncaná es un lugar maravilloso. Su gente es buena. Tal vez por esto el general Melo se llegó a regalar ahí; tal vez por esto la virgen -según muchos creyentes- anda enredada en el shubic de una puerta de madera.

miércoles, 3 de junio de 2009

EL AGUA DEL YAYAGÜITA



"Polo ya vive en Comitán”, me dijo José Antonio, y yo, de inmediato, traduje: “El agua del Yayagüita llueve por acá”. Días después corroboré el dato: Leopoldo Borrás vive en Comitán y, además, es jefe de asesores del Ayuntamiento Municipal. No sé si regresó al lugar donde está sembrado su “mushuc”, porque aunque él asegura que nació en este pueblo, algunos insisten en decir que nació en Chicomuselo. Pero, bueno, uno es el espejo donde a diario se encuentra.
Conocí a Polo, hace muchos, muchos años. Como a la mayoría de gente interesante que he conocido, a Polo también lo conocí trepado en un estante (de madera de cedro, en este caso, un pequeño mueble de no más de tres tramos).
En los años setentas iba, por las tardes, a casa de Miguel (q.e.p.d). Ahí escuchábamos música o íbamos al sitio a darles de comer a un par de conejos. Los conejos acercaban su naricita a la malla, golpeaban las tablas de la jaula y nosotros les dábamos lechuga y, con nuestro dedo índice, les hacíamos cariños en sus trompas. Luego nos sentábamos en un pretil de ladrillo y yo prendía un cigarro mientras la tarde se escondía detrás de la barda. Doña Anita nos llamaba, servía café con pan y, a veces, el papá de Miguel, don Rogerio Román, se sentaba con nosotros y nos platicaba de fútbol o de política (Era un apasionado de la política y en su plática, de una o de otra manera, presagiaba el caos que hoy vivimos).
Una de esas tardes conocí a Polo. Buscábamos un libro para hacer una tarea cuando, como si fuera una cucaracha, un libro breve asomó su cara entre dos tomos gordos de una enciclopedia. Lo saqué del estante y vi que era un libro de cuentos de un tal Leopoldo Borrás, con una dedicatoria para don Roge.
Ya en ese tiempo tenía yo el mal que me persigue hasta ahora: el vicio de la lectura. Abrí tantito el libro de Polo, era una edición del Injuve (si no recuerdo mal), eso significaba algo como Instituto Nacional de la Juventud. Una palabra del libro me brincó para siempre: Yayagüita, estaba prendida como un trapo limpio sobre la rama de un árbol. A mi compa le pedí prestado el libro y esa misma noche, ya en la sala de mi casa, al amparo de una lámpara personal, lo leí con emoción. ¡Esa noche conocí a Polo!
Ahora, ya también lo conocí en persona. En los últimos tiempos, cuando José Antonio tiene algún asunto que atender me jala para que lo acompañe al edificio de la presidencia. Ahí, en una oficina del segundo piso, está el territorio Borrás. En dos ocasiones me ha tocado saludar a Polo. Él, después de darme la mano, me reclama que soy escaso, que no paso a saludarlo, a platicar con él. Me da pena, pero debo aceptar que soy escaso por naturaleza (casi tímido). Quienes me conocen de tiempo atrás saben que siempre he sido así.
La segunda vez que entré a su oficina, Polo andaba muy afanoso en un proyecto: la Escuela Nacional de Oratoria que pronto, muy pronto, abrirá sus puertas en esta ciudad. Sobre el escritorio desplegó una serie de papeles con información suficiente y habló, emocionado, del proyecto.
La presencia de Polo dentro del equipo del Ayuntamiento Municipal augura siembra en ese terreno que algunos llaman Cultura.
Él dice que es de Comitán, yo siempre lo he visto como el hijo mayor del Yayagüita. Que su estancia en este pueblo sea como un brazo de ese río maravilloso que alentó su imaginación hace muchos años. ¡Que así sea!

martes, 2 de junio de 2009

PIEDRAS EN EL CIELO


Hay hombres que tienen propensión a cargar piedras. Se les ve caminar de manera lenta. A la distancia pareciera que son muy fuertes, pero es todo lo contrario. Porque, a final de cuentas, el hombre no tiene como vocación principal caminar, sino ¡volar! ¿Qué hombre puede levitar cuando lleva piedras como grilletes?
Hay hombres que insisten en colocar piedras en los techos de sus casas. Argumentan que es para evitar que las láminas emprendan el vuelo. Este tipo de hombre es el clásico necio que no sólo se jode la vida propia sino insiste en joder vidas ajenas. Resulta que también impide el vuelo de las láminas. Las láminas (sean estas de cartón, de zinc o de albesto) son voladoras por naturaleza, su forma aerodinámica así se los demanda. No obstante, hay hombres que les colocan piedras encima para evitar que jueguen en temporada de huracanes o de vientos encontrados. Son hombres que están acostumbrados a atar todo y a atarse de todo. Son hombres que cargan piedras soñando que son nubes, que son la entrada a los cielos más sublimes. Qué jodidos estos hombres. Cuando tienen poder son nefastos. Son los que vemos a diario llenándose de piedras las bolsas de las carteras, los que levantan todas las piedras que hallan sobre las camas de los moteles y de las casas de campo; los que coleccionan piedras que les llaman preciosas, sin saber que no dejan de ser piedras; los que las avientan a diario sobre los otros rostros sólo para contravenir el principio bíblico y ser los primeros de algo que nunca han entendido en el laberinto de su razón, en el tobogán de su corazón.