lunes, 31 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO CAPERUCITA DEJÓ AL LOBO



Querida Mariana, a veces oigo que alguien dice: “Estoy en paz conmigo mismo”. Yo no puedo estar en paz conmigo mismo, lo más que puedo intentar es estar “en Molinari”, para, en efecto, estar conmigo. Eso de paz lo pudo decir Octavio, premio Nobel de literatura; o lo puede decir Senel, excelente narrador cubano.
A Senel Paz lo conocí el día que leí el cuento: “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”. Con este cuento, Senel obtuvo el premio Juan Rulfo, de Radio Francia.
En ese tiempo yo andaba en la búsqueda de identidad (desde entonces he dedicado todo mi tiempo a ello. Vos sabés que el hombre nunca deja de buscar). Por supuesto no me atraía la idea de ser lobo, ni mucho menos ser un hombre nuevo. Tal vez, pensé, me convenía ser un bosque, pero (la bronca de siempre) para ser bosque antes debía dejar de ser árbol y convertirme en hombre.
Deseché, entonces, la opción de ser un lobo y esto me ayudó a caminar por un sendero menos incierto. Quienes eligen ser lobos son adoradores de la sombras y de la luna llena. A mí no me gusta la luna llena, me gusta más la luna creciente que es como un cayuco flotando en el infinito.
Vos apenas estás en el inicio de la búsqueda de tu identidad. Por esto es bueno que sepás que no hay recetas. Cada ser humano tiene un camino único.
Cuando leí el cuento de Senel descubrí que si ponía atención a los símbolos podía entrever algo de mi destino. Así, me dejé llevar por el azar y las señales del universo.
El cuento venía incluido en la revista “El cuento”, que dirigía Edmundo Valadés. El color de la portada era verde, porque éste es el color dominante del cuadro de Joan Miró que ilustraba ese número de la revista. Pensé que el “Verde que te quiero verde” de Lorca era una señal. Y no se trataba de características psicológicas del color y de esas vainas de esperanza, no, ¡no! Se trataba del ritmo.
Cuando pensé esto que te digo estaba en el corredor de la casa de un afecto, un corredor lleno de macetas con helechos que acá en Comitán les llamamos “Cola de quetzal”. El viento movía esos helechos y entendí que el viento también es Lorquiano, como Lorquianas las pinturas de Miró. Todo era verde, todo era ritmo: Verde el corredor, verde el fruto, verde Miró, verde Lorca, verde Paz, verde el amanecer y verde el ritmo del ritmo.
De ahí ya no tuve duda: mi camino era ese racimo de uvas verdes. Ya nunca deseé estar en paz conmigo mismo, procuré estar en Molinari conmigo mismo. Esto, así como te lo cuento, pareciera una intrascendencia, pero no lo es.
El universo tiene armonía consigo mismo porque no anda en busca de la paz (la paz le vale una pura y dos con sal). El universo “es” porque siempre está en él. Así imagino a los hombres armoniosos (de quienes los demás dicen que han logrado una paz interna). Son hombres que simplemente están consigo mismos. A veces, ¡ni modos que no! (traicionarían a su condición humana), no solamente no están en paz consigo mismos sino que están en conflicto. Son hombres armoniosos que los mirás tan tranquilos, sentados en un café, fumando un puro, leyendo poesía y no dudan en decir: “Estoy en conflicto conmigo mismo”; es decir, están consigo y se están buscando. ¡Esto es lo importante! Los mediocres están en conflicto con otros por eso buscan estar en paz consigo mismos. ¡Qué tontos! Los hombres armoniosos, los que de veras valen, están siempre en su nombre, adentro de su apellido. Como que saben que ellos son parte importante del universo y no necesitan estar más que con el universo ¡para estar! Estos hombres son más que hombres. Tal vez ya lograron ser bosques.
¿Vos querés estar en paz contigo misma o simplemente querés estar en vos?
P.d. Dicen que la Madre Teresa dijo: “La paz comienza con una sonrisa”, yo digo que la sonrisa comienza en vos, siempre en vos.

domingo, 30 de agosto de 2009

TEXTILLO


El cuervo y la ratita entraron al templo al mismo tiempo. El templo estaba desierto a esa hora, únicamente las veladoras prendidas jugaban a las sombras. Los seres humanos tenían la prohibición de entrar a ese templo, a pesar de que era católico. El padre Armiño apareció en la puerta de la sacristía. Estaba retrasado. Por en medio de las bancas de madera se apuró a entrar al confesionario, colocándose la estola de manera apresurada.
"Ave María Purísima", dijo y el cuervo respondió.
Para no entrar en detalles, ya que el secreto de confesión es universal, sólo contaré que el cuervo -como pecado mayor- admitió tener obsesión por los objetos dorados, así había robado cuatro platos de cobre y dos relojes de oro; por su parte, la ratita confesó -realmente muy apenada- tener un vicio muy feo (que llamó el síndrome del queso gruyere), pues le gustaba sacar los ojos de los miserables que duermen debajo de los puentes. El padre cerró los ojos (pidiendo clemencia a Dios por estos pobres pecadores y para evitar que la rata lo confundiera), y les impuso la penitencia a los dos animalitos: el cuervo regresaría a su dueño original los objetos robados (con excepción de los relojes que debía darlos a la iglesia como una señal de arrepentimiento verdadero); y la ratita debía modificar su dieta (a partir de ese día sería vegetariana y tenía prohibido comer queso, en sus mil ochocientas treinta y dos variedades). Les impuso la absolución y salió corriendo porque debía ir a preparar el sermón de las siete.
Hasta acá podía quedar este textillo y decir que es como una fabulilla. La moraleja sería que los animalitos deben reprimir sus impulsos naturales a fin de tener una convivencia sana, pero un lector sagaz irá más allá y pensará: "¿Por qué los humanos decimos Cría cuervos y te sacarán los ojos?" si los sacaojos son las ratas y las ratas no son tan ratas pues no son ladronas como los cuervos.
¿Será que los cuervos -en los salones de clase- también malenseñan a sus hijos la sentencia de: "Cría Judas y terminarás ahorcado" o "Cría Nerones y se lavarán las manos" o "Cría Pedros y te negarán tres veces"?.

sábado, 29 de agosto de 2009

PRIMER DÍA


Los nuevos diputados federales se presentan hoy por primera vez en la Cámara. ¿Llegan con ilusión, con esperanza?
Es frecuente escuchar aquello de: "La tribuna más alta del país" en referencia al espacio legislativo. Los diputados, dicen quienes saben, son los representantes del pueblo.
La Cámara de Diputados es como una cámara de resonancia, la palabra ahí pronunciada tiene repercusiones en toda la patria. Por esto Marcos, el Sub, procuró que los zapatistas dijeran su palabra en ese recinto.
Los diputados, cuando hablan, hablan desde la más alta tribuna (algunos atrevidos y soberbios dicen que sirven al país, desde la más alta tribuna).
A los hombres de todos los días, los de a pie, no les queda más que servir al país desde tribunas más modestas pero -digo yo- menos cínicas y altaneras.
Imagino a los nuevos diputados el día de hoy; los imagino como guajolotes esponjados pensando: "¡Mira nada más dónde estoy!". ¿Alguno de ellos piensa en servir al pueblo que representa? (Me siento ridículo al hacer esta pregunta, es un poco como la que hace Rius en su más reciente libro: "¿Sería católico Jesucristo?". Ambas preguntas no dejan opción de respuesta. Ambas jalan el NO desde el momento en que se pronuncian. ¿Sería Diputado Federal Benito Juárez en estos tiempos?).
Quienes llegan hoy a la Cámara llegan con sus mejores trajes, con sus zapatos boleados, como niños que acuden al primer día de clases (en este caso, el de la clase privilegiada).
Sus primeras tareas son sencillas y simples: asegurar sus "dietas" millonarias y buscar los caminos para generalizar el IVA y que el pueblo pague los platos rotos.
Los imagino sentados en sus curules forradas de piel, abriendo su laptop, respondiendo sus celulares, con sus relojes de oro, con sus perfumes franceses, desparramados en sus asientos, elevando la vista, respirando hondo, pensando: "Soy un chingón". Así los imagino. Cerrando los ojos, soñando en su primera quincena, en los viáticos, en los seguros y enjuagues millonarios, en las prebendas, en el fuero, en su status de príncipes de palacio.
Nota: A propósito, ¿qué pasó con Marcos? ¿Algún día participará en elecciones para Diputado Federal, así como lo hizo su hermana? El día que esto suceda, puede, al modo de los traficantes de droga, llevar un rifle con incrustaciones de diamantes. Es lo que se estila en los salones virreinales donde el pueblo está representado.

viernes, 28 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LOS DE ABAJO ESTÁN MÁS CERCA DEL RÍO



“Ella estaba detrás de un pilar, desde ahí vio a los tres hombres bajar por una escalinata luminosa”.
Así comienza un cuento escrito por Carlos Fuentes. En todo el desarrollo del texto jamás aparecen de nuevo el pilar y la escalinata. A mí el pilar no me importa como sí me importa la escalinata. Siempre que releo el texto me pregunto si esa luminosidad proviene de un vitral que ilumina la escalera o proviene de los tres hombres que bajan.
No sé qué pensás vos, pero yo digo que los hombres que bajan son los iluminados. Quienes suben o están en la cima son buscadores; quienes bajan ¡ya encontraron! ¿Has visto la mirada que tienen los que bajan? Saben, en lo íntimo, que ya estuvieron arriba. De ahí en adelante se dedicarán a contar lo que vieron cerca del cielo y vivirán tranquilos porque saben que después de eso ¡ya no hay más!
Existen algunos nostálgicos que insisten en volver a subir, pero ¿qué caso tiene recorrer una senda que se recorrió cuando la juventud estaba de tu lado?
No sé si existen hombres que repiten el “Camino de Santiago”, pero si así es, deben ser hombres muy desgraciados. El ascenso espiritual es válido una vez.
El camino de un escritor es un camino de ascenso. De pronto pareciera que algunos escritores se pierden en profundidades, en túneles que llevan a pozos ingratos, pero no es así. Burroughs o Ginsberg o Bukowsky o De Sade o Bataille o Duras o Garro parecieran ser escritores de sótanos. ¿Por qué esa aparente niebla de sus escritos? Porque sus obras las escribieron en el camino de ascenso. Cortázar, Pitol, Jane Austen, Yourcenar, Kawabata y demás vainas luminosas escribieron sus obras cuando ya venían en bajada de su montaña. El destino de todo escritor es llegar a lo más alto de su Everest particular. Los triunfadores son quienes pepenan objetos y ríos en el camino de ascenso y lo sueltan al viento una vez que inician el descenso.
La escalinata de ascenso no es luminosa, aunque esté iluminada con cientos de bujías o de velas o de reflectores. El ascenso, por definición, es oscuro y pesado.
Por esto, en las calles hallamos muchos hombres oscuros, que caminan como si fueran árboles torcidos.
La pregunta es ¿cómo identificamos a los hombres luminosos? ¿Cómo distinguir si es luminoso el maestro que está en aquel salón? ¿Cómo saber si ya llegó a la cima aquella muchacha que atiende en el café; el hombre que dormita en el microbús; el que toca la campana del templo; el que vomita afuera de la cantina; el que ya no quiere levantarse más de la cama; el que silba; el que toca el piano en aquella estancia; el que corre; el que duerme en la banca del parque; la que abre las piernas para que nazca su hijo; la que abre las piernas para que besen su sexo; el que poda el rosal? ¿Cómo saber en qué peldaño de la escalinata estamos parados vos y yo? Apenas nos hemos detenido un instante para que yo pueda escribirte esta carta y vos podás leerla.
Ah, Mariana, todo sería diferentes si fuésemos simples objetos. Los otros abrirían las ventanas para que entrara el sol y nosotros nos ilumináramos. Ah, si fuésemos mesa, lámpara de buró, silla de madera, parquet de sala o libro sobre escritorio. Pero no es así, somos hilo de agua y no nos queda más que invocar al viento ¡para ascender!
Siempre que veo una escalera pienso en lo que existe arriba. Toda escalera es como una mujer que te invita a descubrir el misterio oculto al final.
P.d. De niños nos entristece mirar la caída de un papalote; sonreiríamos si supiéramos que el papalote baja porque ya está lleno de cielo, de viento y de luz. ¿Carlos Fuentes es un papalote en el cielo o ya, iluminado, viene en picada?

jueves, 27 de agosto de 2009

HOY - EN SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS

ECHAR EL MAÍZ


Los que saben dicen que "echar el maíz" es adivinar el destino con granos de maíz. Los adivinos toman varios granos, los mueven dentro de sus manos (como si fuesen dados de juego de azar) y los avientan sobre el suelo. De acuerdo con la ley de probabilidades, siempre se forma una figura diferente; así, el destino de cada uno es único.
¿Cuál, entonces, es el destino del universo? Si miro el cielo de noche, la figura que forman las estrellas se me hace como ese dibujo con granos de maíz. El mito diría que una tarde en que los Dioses se aburrían cogieron los granos de estrella, los movieron entre sus manos y los aventaron sobre el infinito.
De acuerdo con la ley de probabilidades la figura cósmica es irrepetible y ningún universo alterno posee una similar.
¿Existe, en algún plano de la realidad, un vidente que lee el destino del universo a través del dibujo que formaron las estrellas?
Tal vez es lo que intentan hacernos creer quienes "leen" los astros acá en la tierra. Esto es un absurdo, porque sólo puede leer el destino quien tiene acceso a la "figura" completa. ¿Quién puede ver el universo en su totalidad?
Es tan complejo que muchos preferimos, en lugar de "echar el maíz" sobre el suelo echarlo sobre el comal y comérnoslo en una tortilla caliente. Muchos preferimos mirar el pedazo de cielo que nos tocó, sin más intención que la de sabernos vivos al máximo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

EL QUE ESCUPE PARA ARRIBA


El astronauta dice que desde niño soñó con ser astronauta. Miraba el cielo y soñaba con viajar en un transbordador.
Mi prima Nora salía al patio de su casa y miraba el cielo,igual que el astronauta, pero ella soñaba en su príncipe azul. Soñaba con su amado y que éste veía la misma estrella y pensaba en ella.
Por el contrario, el tío Mario miraba el cielo para saber cómo iba a estar el clima al otro día.
Dicen los que saben que ahora ya no vemos el cielo con frecuencia.
No sé los demás, pero yo sí veo el cielo diariamente en la madrugada. A la hora que salgo al patio de servicio para prender el calentador veo el cielo. A veces me topo con un cielo lleno de nubes y todo es como si yo estuviera en una burbuja de niebla; a veces el cielo está limpio de nubes y veo las estrellas y doy gracias a Dios por ese prodigio (qué raro, tal vez soy un poco como mi prima Nora, porque, igual que a ella, me maravillan esas luciérnagas prendidas, me maravillan mucho más que el racimo de nubes).
Tal vez, igual que los primeros humanos, seguimos viendo el cielo con la misma asiduidad, pero ahora dilatamos menos tiempo y al verlo soñamos sueños muy diferentes.
Los compas que vivían adentro de cuevas no soñaron nunca con ser astronautas. Tal vez algún sacerdote maya, trepado en lo más alto de una pirámide de Tikal, soñó con ser un Dios alado, tal vez.
El astronauta dice que soñó con tal intensidad su sueño que se le hizo realidad; es decir, hizo todo lo que debía hacer para lograrlo.
También a mi prima Nora se le cumplió su sueño. Un día -o una tarde- un hombre (el buen Alfonso) se presentó en su casa para pedir trabajo. Mi prima lo contrató y con el tiempo se hicieron pareja. Ahora siguen juntos y juntos ven crecer a Norita y Mary, dos niñas hermosas, bien juguetonas y llenas de vida.
Yo no sueño nada cuando miro el cielo, no pido nada. Sólo respiro de más y doy gracias a Dios por el milagro de esa burbuja llena de infinito.
Dicen los que saben que si se desea con intensidad ¡el sueño se cumple!

martes, 25 de agosto de 2009

LOS PAVOS TAMBIÉN MUEREN DEL VIRUS A ACHE ELE ENE ELE (SEGÚN ELBA ESTHER GORDILLO).




Caralampio es un ratón comiteco que creció viendo la televisión. Sus ídolos -obviamente- son El Ratón Crijpín (así con acento jarocho) y El Ratón Miguelito. De niño (bueno, de pequeño) miraba la tele todas las tardes, en compañía de su primo Eulogio. Mientras Caralampio soñaba con ser un ratón famoso, su primo, odiaba ser ratón y soñaba en ser un guajolote. Le jorobaba tener pelos, él deseaba tener plumas y esponjarse y pavo-nearse.
Caralampio -de ratita- soñaba con que un dibujante comiteco lo convirtiera en un dibujo animado y saliera en la televisión y los niños de todo el mundo lo adoraran y colgaran sus posters en los dormitorios.
Un buen día todo Comitán se enteró que Eulogio había desaparecido. Muchos dijeron que se había ido con gente del Circo Atayde; otros apostaron que lo habían hallado en Veracruz, trepándose en un barco carguero con rumbo a Siberia.
Lo único cierto es que Caralampio no volvió a escuchar nada de su primo hasta ayer que abrió su correo electrónico.
Aún cuando los humanos no pensamos mucho en ratones (salvo que los tengamos adentro del cuarto de tiliches o, peor, adentro del closet y busquemos un pedazo de queso para ponerlo en la trampa), estos roedores destructores sufren los mismos avatares que nosotros. Odian los temblores y las "crecidas" de los ríos; asimismo padecen las sequías y mueren de hambre cuando la cosecha de maíz no se logra.
Al ratón Lampito le gusta meterse entre las milpas y -junto con sus compas- acabar los sembradíos de frijol de suelo. Siempre anda pensando en cómo le harán sus compas chinos, por ejemplo. Se pregunta si los chinos andan metidos con el agua hasta el cuello comiendo arroz.
Ahora, con esto de que el azúcar y el pan subieron de precio, Caralampio ha tenido que restringir su dieta. El otro día fue a la Central de Abasto y apenas logró hallar una manzana podrida entre la basura. Es el colmo -me dijo- hasta la basura es más basura cada vez.
Yo nunca había pensado en que también hay basura de segunda y basura -digamos- de exportación. Por el momento Caralampio ha dejado de lado sus sueños de ser actor de la televisión (en Comitán, además de que no hay televisión con programación propia, tampoco hay muchos diseñadores que dibujen personajes de caricatura).
Ayer encontré a Caralampio compungido. Eulogio murió. ¿Envenenado?, pregunté. No -me dijo- de influenza.
Y me contó que su primo, en efecto, había trepado en un barco carguero, pero en lugar de ir a Siberia (Eulogio no comulgaba con ideas comunistas) fue a parar a Chile (Eulogio sí comulgaba con las ideas socialistas de Allende). Ahí, después de trabajar en viñedos, juntó su paguita para hacerse la operación conocida como "La jarocha sudamericana". Cambió de personalidad y logró su sueño: ¡fue pavo! Caralampio dice que en la navidad de 2008 fue a visitar a su primo, pero éste no lo llevó a pasear a ningún lado porque se la pasó encerrado en su casa por aquello de la cena de nochebuena.
Y quién lo iba a decir -me contó Lampito- ayer recibí un correo en la computadora avisándome que mi primo Eulogio lo mató el pinche virus. Fue uno de los sesenta mil pavos que murieron de tal enfermedad en aquel país.
Caralampio se llevó las manitas al corazón y dijo: Si hubiera aceptado su destino seguiría vivo.
Para que no estuviera tan triste invité al ratón a ver la película "Ratatouille". Él se sentó al lado de Tasha (la perrita), puso sus manitas detrás de su cuello, cruzó las patas y disfrutó la película comiendo muchas palomitas que le preparé.

lunes, 24 de agosto de 2009

LAS ALAS NO SÓLO SIRVEN PARA VOLAR



La mañana del veintiocho de agosto de mil novecientos setenta y siete, la abuela Constanza llevó a su nieta Alina con la vidente del pueblo. Salieron de su casa, caminaron por calles luminosas, pero poco a poco se internaron por callejones oscuros donde los perros tienen prohibido aullar, a fin de no despertar a la miseria. La vidente abrió la puerta de madera podrida y las invitó a sentarse en una esquina con poca luz. Ahí, la vieja recibió los billetes que le dio la abuela, tomó las manos de Alina y le leyó su destino: ¡sería un ángel!
Ayer estuve en casa de Alina. Abrió la puerta y me invitó a pasar. La sala únicamente tenía dos sillas, tuve la sensación de estar parado en un estadio vacío. Me senté en una silla y ella jaló la otra silla de madera y se sentó frente a mí. La luz de la sala provenía de un domo cenital porque todas las ventanas están canceladas con tablas. Afuera se oía algo como un enjambre.
Me quedé callado, sólo observando. Alina se tapaba con un chal enorme el pecho, parte de la espalda y las alas. “Estoy harta de ser ángel”, dijo, después de un largo silencio. Bajó su barbilla y la recargó sobre su pecho.
Me contó que al principio todo fue emocionante. Cuando le crecieron las alas –antes de crecerle los pechos- se sintió un ser agraciado. Doña Epigmenia la contrató para ser ángel de la guarda de sus gemelitas. Alina aceptó con la condición de que el horario fuera de 8 de la mañana a 5 de la tarde, porque a las seis volaba a su clase de piano y a las siete volaba al templo para la hora de preparación de los maitines del día siguiente.
Picki y Tania eran unas gemelitas adorables y muy educadas, por lo que los servicios de Alina fueron requeridos en contadas ocasiones. Tal vez la más intensa fue cuando ambas subieron al ático de la casa en compañía de una amiguita y ésta prendió un cerillo porque jugaban a que eran girls scouts. Cuando el incendio comenzó, Alina tomó a las gemelitas del cuello de las blusas, se deslizó a través del espacio y las depositó al lado de la ventana, lugar en donde dos bomberos lograron rescatarlas, segundos antes que el techo se viniera abajo. La amiguita murió en el momento que una viga de madera le golpeó la cabeza. Alina no movió ni un ala por la niña ya que, precisamente, días antes había ofrecido sus servicios a la mamá de la niña, pero ella rechazó la oferta porque se le hizo muy caro el servicio. “Pinche vieja coda”, pensó Alina, ya tendría toda la vida para arrepentirse.
Cuando las gemelas tuvieron edad suficiente para valerse por sí mismas, Alina dejó de protegerlas y voló al cielo para realizar un posgrado en “Gerontología Sanitaria Aplicada”, al término del cual regresó a Chiapas en vuelo sin escalas. Colgó su diploma en la sala de su casa y ofreció sus servicios a través de la sección “Oportunos” de El Heraldo de Chiapas. Una familia pudiente contrató sus servicios para que fuera el ángel de guarda del abuelo. Alina logró firmar un acuerdo muy benéfico en términos económicos y todo indicaba que pronto lograría el sueño de poseer su propia residencia con piscina en la colonia El Mirador. Pero el viejito resultó perverso. Cuando se dio cuenta que tenía un ángel a su servicio le exigió el máximo pues subía y bajaba escaleras sólo para que Alina se hiciera presente y evitara su caída. La lubricidad del viejo se incrementó cuando descubrió que “su” ángel era mujer. Se obsesionó en ser el primer mortal que sostenía una relación sexual con un ángel.
Alina no soportó más. Así que cuando el viejo la amenazó con aventarse del trampolín de tres metros de la piscina si no le enseñaba su sexo, el ángel se recostó sobre una cama de playa y disfrutó la caída libre del anciano. La familia del difunto la demandó, por lo que Alina se vio precisada a solicitar los servicios de los abogados del cielo, quienes, mediante un soborno terrenal, lograron que Alina fuera asilada en El Limbo (lugar que, a pesar de los deseos del Vaticano, sigue existiendo en un lugar no determinado).
Ayer, a la hora de la despedida, me confesó su insatisfacción por el destino que le tocó. Hubiera dado mi vida por ser una mujer común y corriente, me dijo. La acompañé a la puerta y la vi volar. Cuando iba por encima del tejado me gritó: ¡Te regalo las dos sillas!

domingo, 23 de agosto de 2009

PESA-DUYA


Fue como una pesadilla. Me incorporé sobre la cama y vi el reloj: cinco con dos minutos de la madrugada. Estaba sudando. Tenía una sensación como si mi espíritu aún estuviera caminando por los túneles del sueño. Entonces recordé.
Estaba en un café. Por la vitrina miraba la calle, los anuncios de los negocios de enfrente, los carros, la gente que caminaba ligero porque comenzaba a lloviznar. Abrían sus paraguas y otros se colocaban los periódicos sobre la cabeza. Entonces llamé a la mesera porque debía ir a la cita. Pagué y tomé mi e-book y con él me tapé la cabeza en cuanto salí del café. La llovizna arreció y se convirtió en un señor aguacero. La gente estaba resguardada debajo de los toldos de los comercios. Yo caminaba muy orondo, protegido con mi e-book, podría decirse que casi no sentía mojarme. El e-book funcionaba como un gran hongo protector. Caminaba con aparente tranquilidad, pero algo en mi interior bullía con intensidad: ¿mi e-book era resistente al agua? Desperté.
Hoy, en cuanto prendí este chunche quise corroborar el dato, pero luego pensé que era una estupidez. Debía cancelar esa pesadilla.
Tal vez algún día tendré un e-book en mis manos (ya no como sueño sino como realidad). Deberé acostumbrarme a no subrayar; a no hacer anotaciones; a no colocarlo debajo de la almohada; a no quedarme dormido con él (los libros de papel se caen y no pasa nada). Deberé acostumbrarme a no llevarlo al baño y arrancar alguna hoja en caso de urgencia; a no cubrirme del sol con él cuando camino al mediodía. Deberé acostumbrarme a prenderlo y apagarlo. Y, sobre todo, deberé acostumbrarme a no tener más que un e-book; a entender que las bibliotecas llenas de libros encuadernados corresponden a sueños pasados.
¿Qué haré cuando llueva? Deberé proteger al e-book más que a mi cuerpo. Tal vez tendré que colocarlo en un bolso impermeable especial.
Un día, por descuido, tiré un libro sobre una cubeta llena de agua. Lo saqué de inmediato y lo puse a secar. Días después el libro estaba como chicharrón. Algunas páginas se pegaron para siempre y ya no pude recuperar el libro del todo. ¿Qué le pasa a un e-book si cae adentro de una alberca? ¿Qué le pasa si, por accidente, queda sobre una mesa a la intemperie y comienza a llover? ¿Resiste una llovizna, un aguacero de septiembre?
Fue como una pesadilla. Por eso, ahora, tomo un libro de papel, lo llevo a mi pecho, lo abrazo y doy gracias a Dios porque está a resguardo, porque el cielo está lleno de estrellas, limpio de nubes (anoche lloviznó tantito, tal vez por esto soñé lo que soñé). Fue como una pesadilla.

sábado, 22 de agosto de 2009

LAS NUBES DE LA VOCACIÓN


José Manuel Mandujano Gordillo impartió una plática en el Aula Magna de la Universidad Mariano N. Ruiz, ayer por la tarde. Él es sociólogo y periodista, radica en la ciudad de México.
En la mañana fuimos a la estación de radio IMER, para una entrevista. Ahí nos topamos con Lupita Guillén Utrilla, quien es chiapaneca y actualmente radica en Italia, país donde realiza una maestría relacionada con su vocación. Ella es soprano y una tarde de éstas dará un concierto en el Auditorio Jaime Sabines, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
José Manuel me platicó que un día decidió ser un periodista crítico y para poder serlo estudió sociología. No hubo alfiler que pinchara el globo de su vocación.
En la entrevista que Marcos Guillén le realizó a Lupita, ella comentó que al principio fue difícil convencer a su familia que deseaba ser Soprano. "¿De qué vas a vivir?", fue lo primero que le dijeron.
Ayer, en la conferencia, José Manuel sacó a colación la pirámide de Maslow. ¿Cuáles son las necesidades del hombre?
Todo mundo sabe que el escalón más alto de esta pirámide lo constituye la Autorrealización.
¿Qué sucede con esos seres que privilegian, por encima de todo, el llamado de su vocación?
José Manuel y Lupita son ejemplos muy cercanos de personas que un día soñaron ser algo y lo lograron. Entiendo que vencieron muchas adversidades.
José Manuel tiene sesenta años y no se duerme en sus laureles; Lupita es muy joven, está llena de proyectos y de luz.
Llamó mi atención la calidez de ambos. Lupita, aún cuando no nació en Comitán, es muy comiteca en su trato. Esto es así porque su familia es comiteca por tradición y vocación.
Hay seres que sueñan un sueño y no existe fuerza alguna que los pueda torcer.

viernes, 21 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL VIENTO CORRE SÓLO PARA UN LADO (II y última parte)



El cine retoma la vida, la modifica y la mejora. Por esto los cinéfilos procuramos estar adentro de un cine el mayor tiempo posible. En lo íntimo deseamos que la vida, por sí misma, se modifique y mejore, aunque sabemos que ello es imposible.
A veces, Mariana bonita, los cinéfilos confundimos la realidad. Nos parecemos a quienes ven los toros desde la barrera. La vida, para nosotros, es esa ventana maravillosa que tenemos enfrente y que pasa como pasa un tren.
Cuando uno va trepado en un tren mira cómo los pueblos crecen, como si fueran milpas; los mira de lejos. La vida entonces es ese pedazo de vagón en donde uno viaja más la suma de lo que está del otro lado: las vacas y borregos del campo; los hombres que siembran o suben al campanario o montan bicicleta o trepan a los árboles para cortar manzanas; las nubes y pájaros del cielo; los cables y postes de luz que pasan como puntual manecilla de metrónomo. Hay una distancia maravillosa que te hace entender las dos dimensiones.
Lo mismo sucede en una sala cinematográfica, cuando entrás es como si te subieras al tren y vieras la vida a través de la ventana.
La joda es cuando salís, cuando te enredás en el bullicio de la calle, de los almacenes, de las fondas, de las plazas, del salón de clases, de la redacción del periódico, del estadio donde juegan fútbol, de las cantinas, de los mercados, de los lupanares, de los puentes peatonales. ¿Si me explico? El encanto de la distancia se rompe, no hay barrera, no hay pantalla. Todo es una mezcolanza horrible y asfixiante. No hay distancia que te permita distinguir el plano donde estás ubicado y el plano de “lo otro”. Y esta carencia de lo otro es lo que se llama nostalgia de vida.
Caminás y nunca, nunca, hallás a tus muertos en la calle o sentados en un café o tomando el sol en alguna playa o recostados en hamacas en el pórtico de las casas. ¿Cómo entonces puede llamarse vida un trozo de tiempo que no reúne el milagro de la muerte? ¿Por qué en el cine, Marianita, el milagro del principio y del final es uno solo? Ahí están, y estarán por siempre, los hombres y mujeres que miré de niño. Estarán por siempre, sin afeites, en un maravilloso blanco y negro. Ahí está Brigitte Bardot recostada en la playa; ahí está Gregory Peck, sin afeitarse, escuchando una sentencia judicial. Ahí están Sofía Loren, Marcello Mastroianni (detrás de unos lentes oscuros) e Ingrid Bergman (¡luminosa!) pidiéndole al pianista negro que vuelva a tocar la melodía que ahora tararea en voz baja, porque el pinche pianista dice que no sabe de qué habla ella. Ahí están todos, impecables, absolutos. Como si el deterioro del tiempo fuera un simple juego que juegan los hombres y mujeres necios de afuera.
Rento devedés de películas viejas, en blanco y negro, pero ¡no es igual! El chiste de la vida era salir de casa, correr para llegar a tiempo al cine, comprar el boleto, entregárselo al viejo panzón de la entrada y entrar a esa placenta llena de vida. La gracia estaba en esa penumbra, en ese contacto con los otros que te hacía saber que no era un sueño lo que mirabas sino que era la realidad, la mejor parte de la vida.
A veces, Mariana, extraño el Cine Comitán y el Cine Montebello. A veces, niña bonita, quisiera que la vida fuera como el cine, y así como encuentro a Marlon Brando en cualquier departamento sucio y húmedo de París, quisiera hallar a mi papá (ya fallecido) sentado frente a la mesa del comedor aderezando con limón, pimienta y sal una ensalada de coliflor. Quisiera encontrarlo ahí, con su chaleco café que le tejió mi mamá, para contarle de cómo van los días y las tardes por acá. ¿Por qué, jodidos, la vida no es tan maravillosa como el cine?
P.d. Además, el cine era muy barato, por diez pesos tenías tacos, refresco, cacahuates japoneses e Isela Vega mostrando, sin ningún pudor, sus senos perfectos.

jueves, 20 de agosto de 2009

NUBES ÁRIDAS


Hace dos minutos escribí un correo. Ahí usé la expresión "sembrar alas".
Ahora pienso si esto es válido. ¿Cómo decir "sembrar" cuando no hay semilla tangible, cuando no se puede palpar el "árbol" resultante?
Tal vez los humanos usamos la expresión porque la siembra es un prodigio universal.
Se siembra para cosechar, para tener frutos, y la siembra es un don divino. Acá también se vale preguntar: ¿Qué fue primero: la semilla o el árbol?
Si uno quiere meterse en laberintos no encuentra una respuesta, pero si uno opta por la obviedad la respuesta es sencilla. Lo primero, antes que el huevo y la gallina, antes que la semilla y el fruto, fue el acto de creación. En el acto de creación no hay lugares, porque no es una competencia deportiva.
Cualquiera podría decir que el barro es primero antes que la olla realizada por el artesano. Pero en esencia esto no es así. ¿Quién sabe cuándo se gestó la idea creativa? ¿Puede asegurar que fue antes que el barro hiciera "su aparición" sobre la tierra? El acto de creación es uno solo y solo uno, es un prodigio único que no se vuelve a repetir. Por esto no hay dos huevos iguales, por esto no hay dos hombres iguales, por esto cada acto de siembra es irrepetible.
Los hombres tenemos fe y sembramos. Anhelamos que la tierra sea fértil y que el producto sea noble. Por esto sembramos alas, sembramos esperanza e ilusión.
Nuestros niños necesitan alas. Sabemos que no son pájaros pero intuimos que quieren volar, desean volar.

miércoles, 19 de agosto de 2009

COMENTARIO DE MARIO ESCOBAR QUE ENVIÓ PARA SU PUBLICACIÓN

Medio impresos en contra
de brujos ¿Las radios cuándo?

Por Mario Escobar Gálvez


Las autoridades de los tres niveles son responsables de la presencia impune de defraudadores de toda calaña que se instalan en los municipios de Chiapas para estafar a la gente necesitada. Utilizan las radiodifusoras principalmente como medio de atracción a la gente.
En Comitán, esta presencia nociva se viene dando desde la década de los 90, cuando se registró por primera vez una estafa en contra, como siempre, de la gente más humilde. Desde entonces diversas personas nos hemos pronunciado en contra de que las radiodifusoras presten su “servicio” a curanderos, magos, prestidigitadores, embusteros y brujos que desde el micrófono atraen a la población. Los hemos hecho sin éxito. EXA, XEUI, Radio Frontera y Radio Más (y algunas otras de Guatemala), han hecho oídos sordos a este problema.
Nada más fácil que utilizar la necesidad de las personas para ofrecerles salud, dinero, éxito en el amor, fama, todo ello mientras los dejan sin un peso en la bolsa y, con frecuencia, los hacen vender sus terrenos o lo que tengan de valor.
Esto lo saben quienes administran las radios. Los saben pero no les ha importado que por un margen de ganancia, estafen a sus conciudadanos, a sus semejantes, a sus hermanos pues.
Por eso celebramos que la prensa escrita de Comitán, a partir de este 18 de agosto, cierre sus espacios publicitarios a estos defraudadores. Esperamos que ahora sí, las emisoras se pongan del lado de la gente.
Pero no son los únicos responsables. Los tres niveles de gobierno tienen su parte, sea por desinterés, porque les dan su parte o por ignorancia, pero no han sido capaces de intervenir para evitar la proliferación de brujos por la ciudad. Ni qué decir de los diputados tanto locales como federales. Menos de los empresarios concesionados de radio.
Por ello, desde esta tribuna, hacemos un nuevo, urgente, impostergable llamado a las autoridades y legisladores, para que pongan de su parte para evitar la sangría de los más pobres por parte de los defraudadores de toda índole.
Nunca es tarde para corregir el camino, sólo hace falta aceptar los errores y con buena fe, hacer lo que cualquier persona de buena voluntad puede hacer: evitar el daño a nuestros semejantes.

EL DENGUE Y LOS MOSQUITOS


Hay que "descacharrizar" para evitar el dengue. Buen descacharrizador será quien vaya al patio y elimine llantas viejas y utensilios donde pueda acumularse el agua. Hay que limpiar los patios. La fórmula es vieja. Mi abuelita Esperanza siempre me sugería limpiar mi cuarto y, de paso (decía ella), limpiar mi espíritu. En ese tiempo yo tomaba una escoba (pensaba que era un poco como la de San Martín de Porres) y le daba duro a la talacha del cuarto. Lo del espíritu parecía más complicado. La misma abuela me mandaba al confesionario con el padre fulano de tal. Debía hincarme y después de la frase mágica: ¿Cuánto tiempo hace que no te confiesas? yo vomitaba todos mis pecados, un poco para limpiar la estancia. Nunca lo hice. El cuarto de mi casa quedaba más o menos limpio porque arrumbaba los tiliches, pero el espíritu no admite pecados arrumbados y yo siempre ocultaba los pecados más gordos (ahora sé que todo mundo hacía lo mismo). Después de la confesión salía más jodido, pues presentía que había agregado un pecado más a la larga lista que ya llevaba.
¿Cómo limpiar el cuarto del espíritu? Desechando todo. Nunca lo logré. Al cura le decía lo "decible". Me masturbo, padre; robé dinero a mi mamá para comprar dulces; tuve malos pensamientos (acá incluía, nunca supe por qué, las imágenes donde me veía jugando al doctor con alguna niña bonita); dije malcriadezas; y cosas intrascendentes por el estilo.
Ahora sé que nunca limpié mi espíritu porque no tiraba las llantas viejas. La bronca no estaba en lo que hacía sino en el agua vieja que una moral estricta me imponía todos los días.
¿Cómo nos descacharrizamos? Tal vez no albergando sentimientos de culpa. Hace tiempo estaba en desarmonía (un poco como si tuviera dengue en mi alma) y busqué la ayuda de un sacerdote. No me hinqué ante él, le pedí que nos sentáramos en una banca del templo. No quería confesarme, simplemente quería el oído de un extraño para desahogarme. Volqué todo, lloré y el sacerdote me escuchó y al final me dio su opinión. Ahora, de vez en vez, voy al templo (me gusta ir con frecuencia a los templos y mirar las veladoras y los pensamientos ardiendo) y platico con esa burbuja de silencio. Al final siento como si hubiera tirado toda el agua podrida, como si mi patio quedara más o menos decente para recibir la lluvia y las madrugadas de agosto o de septiembre.

martes, 18 de agosto de 2009

CAFÉ CON LECHE O CON BUKOWSKY


Armando siempre responde "Con Bukowsky", cuando una mesera le pregunta: "¿Café solo o con leche?". Por lo regular las meseras no entienden. Algunas sonríen, otras -impacientes- somatan el lápiz sobre la libreta de pedidos. Yo sonrío, mientras Armando sigue serio, tal como es. Para él no es juego, siempre pide a Bukowsky en donde esté. Si es hora del desayuno, mientras los demás piden huevo con chorizo o con jamón, él pide "Huevos a la Bukowsky"; mientras los otros comen enchiladas suizas, él (bueno, ya tú sabes lo que él pide).
¿Cuándo leyó a Bukowsky por primera vez? Él me cuenta que fue en la prepa, hace ya muchos años y de ahí ya se volvió fan de su poesía (sobre todo). Ha leído toda su obra, pero, por encima de noveletas y cuentecillos, lee su poesía.
"A mí también me gusta Bukowsky, pero prefiero el café solo", dice Mariana, mientras ríe.
Cada quien con sus obsesiones. Yo digo que a mí también me gusta Bukowsky. Leo cuatro o cinco versos (a veces menos) y me siento atrapado. Él mismo lo dijo, en el mundo hay muchos poetas pero muy poca poesía (sobre todo en Chiapas). Bukowsky es un poeta que hace poesía. Siempre prende luz, aún en la más completa oscuridad. Su luz no es de mil watts, es una luz tenue, se diría que luz de casa pobre, de orilla retirada.
Tal vez hoy martes sea buen día para leer algún poema de Bukowsky. ¿Qué te parece si "bajo" un poema de él de este chunche y lo "cuelgo" acá, sólo para leerlo a la hora del café? Va pues, poemilla de mister B.

¿ bebe ?

deshecho, anclado he sacado de nuevo
la vieja libreta amarilla
escribo desde la cama
como hice el año
pasado.

Iré al médico
El lunes.

<< sí, doctor, las piernas flojas, vértigo,
dolor de cabeza y dolor de espalda>>

¿bebe?, me preguntará
¿hace los ejercicios,
toma las vitaminas?

Creo que simplemente estoy enfermo
De la vida, siempre los mismos
Factores fluctuantes
Rancios.

Incluso en el hipódromo
Veo correr a los caballos
Y me parece
Que no tiene sentido.

Me voy enseguida después de apostar
A las carreras que quedan.

¿se marcha?, me pregunta el
empleado.

Si, está aburrido,
Le contesto.

<< pues si cree que es aburrido,
lo de ahí fuera>>,me dice,
"imagínese aquí dentro"

así que aquí estoy
apoyado de nuevo en
las almohadas

nada más que un viejo
nada más que un viejo escritor
con una libreta
amarilla.

Algo se
Acerca por el
Suelo
Hacia
Mí.

¡ah!, no es más que
mi gato

por esta vez.

lunes, 17 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL VIENTO CORRE SÓLO PARA UN LADO (I)




Están bien estos tiempos; está bien lo del internet, lo del teléfono móvil y lo del devedé. Pero, ¿sabés qué?, querida Mariana, debiera haber algo como un territorio de la nostalgia, un espacio donde los viejos pudiéramos encontrarnos con lo que fuimos ayer.
¿No es posible una sala vieja de cine viejo? ¿Una sala para ir los domingos a la matiné?
Acepto estos tiempos cibernéticos y los celebro con gran emoción, pero te juro que, a veces, extraño las cosas sencillas de antaño.
¿Sabés que hacía yo los domingos? Despertaba, jugaba un rato en el corredor e iba a misa, en el templo que me quedaba a cuadra y media de la casa. Regresaba y, en compañía de mis papás, me sentaba ante la mesa ya dispuesta con los tamales untados o de bola, frijoles con queso, tostadas, chocolate espumoso y pastelitos de manjar.
Hasta esa hora, dijéramos, cumplía con mis deberes familiares. A partir de ese instante mi compromiso de vida estaba puesto en el cine. Iba a la matiné (de diez a dos de la tarde), regresaba a casa a comer de rapidito y salía para ir al cine a la función doble, de cuatro de la tarde a ocho de la noche. ¿Mirás por qué tengo nostalgia del cine viejo con películas viejas? Tengo nostalgia incluso de eso que se llamaba “permanencia voluntaria” y que era como un pasaporte que nos permitía estar adentro todo el tiempo que quisiéramos. Ahora mirás la película (una, sólo una) y te echan para afuera sin ninguna consideración. Nosotros, los niños de entonces, nos quedábamos en el cine como si éste fuera nuestra casa y los empleados fueran como nuestros tíos o como nuestros apolillados abuelos que, a veces, se pasaban de la raya y nos jalaban de las orejas porque nos cachaban encaramados sobre las butacas: “¡Muchachito pendejo! ¿Esto es lo que hacés en tu casa? ¡No! ¿Verdad?”. ¿Cómo explicarle a don Humberto que nuestra casa era el cine?
El taquillero tenía un rollo de boletos dispuesto sobre un mostrador detrás de la ventanilla, el rollo de boletos era como una serpiente de color rosa o color amarillo deslavado. El taquillero arrancaba un crótalo a esa serpiente dormida cada vez que alguien le pagaba un boleto, que debía entregarse al hombre de la puerta de entrada. El recepcionista depositaba el boleto en una caja de madera que era como una alcancía extraña, porque, a diferencia de sus primas hermanas, no guardaba dinero.
Siempre ha llamado mi atención el ritual de entrada a los centros de espectáculos. Todo se puede comprar con dinero, menos la entrada al cine, al circo, al concierto y demás rollos escénicos. ¿Querés un carro? Pues das la paga y te dan el carro; lo mismo sucede con los libros, con los jitomates, con las pantaletas, con los condones, con los chiles secos y con servicios como corte de cabello, pintada de uñas y renta de devedés. Pero en la sala cinematográfica das la paga y te dan un boleto que es la llave para entrar al mundo de la imaginación. ¿A poco no es maravilloso este contrato temporal?
Por esto Emilio García Riera aseguraba que “El cine es mejor que la vida”. El cine se lleva de calle a la vida. La vida sería mucho más tolerable si imitara al cine. ¿Imaginás, por ejemplo, lo que sería la vida si una relación amorosa fuera como ir al cine? Vos le darías a tu pareja la llave para entrar a tu vida, con derecho a “permanencia voluntaria”. Él comería taquitos dorados, tomaría pepsi en vasos encerados, disfrutaría las palomitas en bolsa de papel y podría, en un arranque de travesura infantil, trepar sobre las butacas de tu sala. Pero, claro, como hay otras cosas que hacer, abandonaría tu sala sin ninguna reserva de malestar. El problema de las relaciones en la vida es que el contrato tiene, en letras chiquitas, una leyenda que reza: “Permanencia forzosa”, y esto, Mariana bonita, esto es lo que jode la vida.

(Nota: Si Dios -o Dámaris- no dispone otra cosa concluyo tu carta el próximo viernes).

domingo, 16 de agosto de 2009

LOS DE ADELANTE CORREN MUCHO


"Toda la tarde y noche pasaron patrullas, ¿las oíste?", me dice Paty. Sí, las oí. No sé qué sucedió, pero, o fue un desfile monumental o algún accidente.
En Puebla escuchaba el sonido de las sirenas, frecuentemente. Mi mamá, siempre que las escucha, reza y pide porque sea leve el suceso. "Pobre la gente", dice. Cuando ve la televisión y escucha alguna tragedia en alguna parte del mundo se conduele del dolor ajeno, "pobrecitos", dice.
Las sirenas de las patrullas van dejando algo como una niebla en todos los que las escuchan.
Tal vez el único lado amable es que a Paty le digo "Patrulla". En una ocasión, Paty debía enviar unos papeles a una maestra del colegio donde laboro. Le dije a la maestra: "Al rato pasará "la Patrulla" para traerle los documentos". Ella salió a la puerta de entrada y ahí se estuvo. Quince minutos después entró a mi oficina y me preguntó: "¿Es patrulla de la policía o de la cruz roja?".
Por fortuna, mi Patrulla no tiene sirena, no aúlla. Cuando se enoja, de vez en vez, pongo "oídos sordos" y logro evadir los sonidos estridentes y, al mismo tiempo, evito un posible accidente. Como recomienda Gabriel García Márquez no discuto y "echo p'alante".
Mi termómetro es el sonido de las sirenas. A medida que los sonidos crecen en mi pueblo nos convertimos en una ciudad más caótica.
Por fortuna, también sigo escuchando los sonidos de los pájaros (muchos, en la madrugada y al atardecer); los sonidos de los gallos a las cinco de la mañana; los grillos a la hora que me acuesto; el "canto" de un pavo real que vive a dos o tres casas de la mía. Todavía, de vez en vez, me siento en una banqueta del barrio de la Cruz Grande y escucho el silencio o el ladrido perdido de un perro o el canto de un cenzontle enjaulado o de una marimba enredada al viento.
Por fortuna, las sirenas siguen siendo la excepción.

sábado, 15 de agosto de 2009

NO CUESTA NADA Y AYUDA MUCHO

LOS QUE INSISTEN EN LEER EN BRAILLE


"Ya se enojó Dios", dice la tía Elena, siempre que se entera de alguna noticia ingrata, como un tifón que arrasa con un territorio o un temblor que mata a cientos de personas. "Dios no existe", replica su hijo Matías.
Me quedo callado. Quisiera decirles a ambos que están equivocados, porque Dios sí existe pero nunca se enoja.
Imagino que ellos imaginan a Dios como un señor adusto, con barba, sentado a la siniestra de Jesús (bueno, así lo imagina la tía Elena, porque Matías lo elimina de su imaginación).
Quisiera decirles que Dios está en todos lados, pero, sobre todo, está en la Imaginación. Ésta, más que el templo, es su casa natural. Por esto, Matías se da el lujo de borrarlo de su imaginación, porque la imaginación es mágica: permite aparecer y desaparecer objetos, mundos y universos.
Quisiera explicarle a Matías que la simple mención de "Dios no existe" acepta su existencia, pero él no me comprenderá porque se le hace más sencillo y puro creer en la omnipotencia del hombre que está junto a él.
Dios no existe porque no hay una sola prueba física que demuestre su existencia; es decir, Matías sólo cree en lo que puede ver, en lo que puede tocar. No se da cuenta que en la vida hay más cosas que "no existen" que las que sí.
Si alguien me provocara, elegiría ser Matías antes que mi tía Elena. Creo que la tía "se" ofende más. ¿Un Dios enojado? ¡Habrase visto mayor incongruencia! (por fortuna no caigo en provocaciones y creo en un Dios a la medida del universo).
Dios es esta energía que ahora mismo me circunda. Si algo define a la energía es su movimiento. Por esto hay el tifón y el tsunami y el temblor. El universo sería nada si no hubiese ese movimiento eterno; es decir, el universo no existiría si no fuera Dios. Pero Matías se empeña en negar la realidad a cada rato. Lo bueno es que el universo (éste y los que no podemos ver o intuir) sigue tan campante y no le hace roncha saber que la tía opina que se enoja (como si fuera chucho o como si fuera un niño travieso) o que no existe. ¡Pucha, qué atrevidos los dos! Por esto los quiero, quiero mucho a mi tía (que a veces se encabrona a imagen y semejanza de su idea de Dios) y quiero a mi primo Matías porque quiere valor negar lo evidente en aras de decir "Sólo soy yo".

viernes, 14 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN LIBRO ES COMO UN ÁRBOL



Querida Mariana: Juan Alonso Quijano dijo: “Tengo pelos en el pecho pero eso no significa que sea un mono; así como un árbol con hojas no necesariamente es un libro”. Rocío oyó esto último y subió a la biblioteca de su abuelo, quien fue un próspero comerciante comiteco, abrió un libro y descubrió que tenía hojas como los árboles. Rocío jaló una silla y se sentó al lado del balcón, vio el jardín, ¡se sintió maravillada con su descubrimiento! De las hojas de los árboles pendían gotas de rocío y las paredes de la biblioteca estaban tapizadas con estantes de madera de cedro que resguardaban cientos y cientos de libros perfectamente encuadernados. Cada libro era como un árbol, el conjunto de libros era como un bosque. Si en ese momento el sol hubiera aparecido entre los libros o hubiera comenzado a llover, Rocío lo habría tomado como la cosa más natural del mundo. ¿Qué no los bosques están llenos de alfileres de sol y de alcancías por donde pasa el viento?
En esta temporada, en Comitán, los árboles de ciprés se llenan de semillas. Los hombres se tercian una bolsa de yute en el pecho y suben a lo alto de los árboles y arrancan las semillas que serán, una vez sembradas, árboles enormes donde se refugiarán los gusanos, las arañas y los pájaros.
Por esto, Rocío siempre pregunta cuándo es la temporada en que las semillas brotan de los libros. ¿Con qué se riegan los librincillos para que crezcan y den sombra? ¿Cuál es la mejor tierra para sembrar libros?
¿Qué le dirías vos, Mariana, a Rocío? ¿Le contarías la historia de “El árbol y el libro” que aparece en la edición apócrifa del Nuevo Testamento?
“He aquí que Jesús madrugó. Cuando los apóstoles despertaron descubrieron su estera vacía. Salieron en grupo y se dividieron para ir en busca de su Maestro. Juan, el humilde, se dirigió hacia el desierto; Pedro, el orgulloso, caminó con rumbo al mar. Cuando ambos regresaron, dijeron: Encontré al Maestro. Pedro destapó una canasta de mimbre, tomó un pescado y lo colocó sobre la mesa; de inmediato el pescado se multiplicó y hubo cena abundante para todo el grupo. Juan abrió la mano sobre el centro de la mesa y depositó un puño de arena y la tolvanera fue tan intensa que duró cuarenta días con sus noches. Mateo sonrió y dijo: Hablan con falsedad, porque el Maestro estuvo todo el día acá entre nosotros, y señaló hacia el monte, hacia donde un olivo estaba sembrado. Ahí estaba el maestro, repasaba sus manos sobre el tronco, como si leyera un libro. Las mujeres prendieron las velas justo a la hora que El Justo entró. Nadie ha hablado con la verdad, dijo el señor. Todos los días de mi vida he estado en un solo lugar, y señaló el cielo, y levitó, y desapareció en medio de nubes de color marfil”.
Los hermeneutas de todos los tiempos han tratado de dilucidar qué significa la mención de “como si leyera un libro”. Sabemos que Jesús sabía escribir porque una tarde escribió sobre la arena, pero no sabemos si sabía leer, de lo único que podemos estar seguros es que sabía soñar. Y dicen los que saben, querida Mariana, que quienes sueñan saben leer. Si no leen libros leen nubes, leen patios o trenes o vías sin dirección.
No sé qué signifique esa frase, pero considero que es hermosa y una de las más bellas que jamás se han escrito: “Como si leyera un libro”, como si dijera ¡vida!, como si cantara fuerte, como si hallara agua en el desierto, como si un muerto se levantara y volviera a amanecer.
P.d. Tal vez con el agua de los sueños, tal vez con esa agua, los libros crecen. ¿Con qué agua te riegan a vos? Cada vez estás más grande, más bonita, cada vez.

jueves, 13 de agosto de 2009

INVITACIÓN - TERCER INFORME DEL DIRECTOR DEL CAMPUS VIII, CON SEDE EN COMITÁN - UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CHIAPAS


EL ACTO SE EFECTUARÁ EL 14 DE AGOSTO, A LAS DOCE HORAS, EN LA SALA AUDIOVISUAL "C.P. FRANCISCO JAVIER TRUJILLO ALFONZO", DEL PROPIO CAMPUS.

EL CIELO DE GUILLÉN COTA


Fui a la presentación fotográfica de César Guillén Cota. La invitación demandaba puntualidad y muchos acudimos puntualmente, aunque el acto comenzó treinta minutos después.
Los asistentes fuimos invitados a entrar a la sala del Teatro de la Ciudad. Ahí, la hija de César leyó un texto escrito por Óscar Bonifaz a propósito de la exposición, y leyó una breve ficha biográfica de su papá. Luego ocurrió la presentación de decenas de fotografías sobre la pantalla. Fotografías que César ha tomado durante muchas tardes.
La presentación duró treinta minutos. Treinta minutos que disfruté como niño extasiado.
Este acto motivó en mí varias reflexiones que acá comparto, como una manera pública de agradecer a César la invitación.
1.- La exposición llevó el título de "Los cielos de Guillén Cota". No acepto el título porque lo que vi sólo fue un cielo, un maravilloso cielo. La mirada de Guillén Cota es única porque el cielo es único; su mirada cambia a cada instante porque el cielo es igual de cambiante. La lección fue: todos tenemos un cielo, pero no todos lo sabemos cultivar. ¿Por qué nunca había apreciado "lo obvio"? César logró el prodigio de convocarnos, a los espectadores, a descubrir lo que está frente a nosotros desde siempre. Nos invitó a sentarnos en una silla (muy cómoda, por cierto), abrir la ventana y vivir mil y un instantes en apenas treinta minutos. Fue un acto mágico. Lo fue porque mientras afuera el ocaso ocurría, frente a nuestros ojos se sucedían mil prodigios, mil instantes ocurridos en apenas una fracción de tiempo. Lo que César logró ayer fue algo como un acto de magia porque trastocó las leyes físicas del tiempo. Durante quién sabe cuántas horas logró reunir un haz de imágenes que anoche nos aventó, apenas en un lapso, a mitad del espíritu.
2.- Confieso que esa serie de fotografías no habría resistido verla en "otro cielo"; es decir, si hubiera estado en Puebla, por ejemplo, algo como un cordón de nostalgia me hubiera asfixiado para siempre. Anoche me sentí muy bien, porque en cuanto terminamos de disfrutar las fotografías de ese cielo, no me quedé en el brindis porque me urgía salir para descubrir que arriba de mí estaba el cielo de César. Y cuando vi el mismo cielo agradecí a Dios por estar en el mismo lugar donde César camina con su cámara digital.
3.- Anoche descubrí, en medio de los espectadores, a una persona especial. Recuerdo que ella, cuando fue alumna del Colegio donde laboro, se acostaba a mitad del patio y miraba el cielo. En una ocasión, en que ella debía estar adentro del salón de clases en lugar de estar tumbada mirando el cielo, estuve a punto de llamar a su casa para "dar la queja" a su mamá, pero me detuve, porque luego pensé que ella, tal vez, en ese momento, aprendía más afuera que adentro del salón. Cuando una persona descubre los más altos cielos se descubre también a sí misma. Anoche la vi y me acordé y supe que César no hizo más que pasarnos al salón, abrir la ventana y decirnos: "Adelante, túmbese a mitad del patio y ¡vean el cielo, el centro de su corazón!".
Gracias, César. Lo disfruté.

EL BUSTO DE LA MUJER QUE NO ES


En todos los pueblos sucede lo mismo. Acá, en Comitán, cada barrio tiene su propia historia. El barrio de San Sebastián, por ejemplo, es el barrio que tiene el honor de ser cuna de la Independencia de Chiapas. La historia cuenta que, en el barrio, Fray Matías de Córdoba prendió la flama.
Otros nombres se deslizan en el acto histórico. No podía faltar la mención de una mujer que -en consonancia con la Independencia de México- también interviene de manera relevante; es decir, la Josefa Ortiz de Domínguez se llama en Comitán: Josefina García (este apellido es común en el barrio).
Las autoridades siempre están pendientes de ensalzar la figura de los héroes. Por esto, en el parque del barrio existe un busto de la heroína comiteca. Pero sucede que el rostro del busto no corresponde al rostro de doña Josefina, por una razón muy simple: no existe registro iconográfico de tal señora. La leyenda popular cuenta que el maestro Edgar Robledo consiguió la foto de una mujer de época y la dio al escultor.
Cada vez que las figuras políticas, en unión con "el pueblo", realizan un homenaje y presentan coronas de flores ante el busto de la heroína hacen un reconocimiento al nombre de Josefina García y al rostro de una mujer desconocida.
Lástima que ya tampoco es posible conocer el nombre de la mujer cuyo rostro vemos todas las mañanas en el parque de San Sebastián.
Paso muy seguido por ese parque. También llama mi atención otro suceso. En la fachada del templo existen dos placas que honran la memoria de doña Josefina. No sé si exista algún otro templo en el país donde se dé esa conjunción. No conozco ningún templo que tenga placas adosadas, cuyos objetivos sean resaltar hechos históricos civiles.

miércoles, 12 de agosto de 2009

LAS AZOTEAS DEL INFRAMUNDO



Aparecen con frecuencia en las caricaturas de Ahumada: “azoteas melancólicas”, las definió Arturo García.
Las de Ahumada son azoteas de una gran ciudad, pero, ¿cómo son las azoteas de los pueblos pequeños? En estos pueblos las azoteas casi están ausentes, porque no hay necesidad de subir para tender la ropa. Los tendederos se colocan a mitad del patio, ahí donde el viento corre a su antojo a ras de tierra. En las grandes ciudades, el amontonamiento de edificios hace necesario subir a las azoteas porque abajo no corre el viento. En los techos de los edificios altos, ahí donde colocan las “jaulas” para tender la ropa, el viento encuentra su pradera para correr a gusto. Por esto no fue raro que Paulo, mi sobrino, me dijera un día: “Tío, tío, subamos a volar papalotes”.
En Comitán, las personas mayores recuerdan los llanos “de por donde estaba el campo de aviación”. Ahí acostumbraban ir a volar papalotes, cuando eran niños. Cientos y cientos de metros cuadrados eran el terreno propicio para aventar los papalotes al cielo. Los niños corrían sin más límite que su propio cansancio. Cuando se agotaban, se acostaban en el pasto, colocaban sus brazos debajo de su cuello y miraban pasar las nubes por encima de ellos. Imaginaban que las nubes también eran papalotes y no faltaba el nostálgico e ingenuo que creyera que el niño dios jugaba esos papalotes. Y otro niño, más ingenuo, preguntaba dónde, en Comitán, se compraban esos hilos invisibles.
Paulo me jaló del brazo y subimos a la azotea del edificio de cinco pisos. Yo había llegado a la ciudad de México en un viaje de dos días. Mi afecto Adolfo Gómez Vives me había invitado a presentar su primer libro de poesía en la casa del poeta Ramón López Velarde, y mi primo Armando me dio posada en su departamento.
La azotea del edificio de Armando era una azotea común y corriente de una gran ciudad, una “azotea melancólica”. Todo estaba preparado en filas: en una estaba la serie de jaulas; en otra los lavaderos de cemento con sus llaves en forma de interrogación; y en una más el promontorio de tinacos negros rotoplas; todo envuelto en un globo lleno de humo. En las azoteas vecinas se repetían los escenarios: cables de luz, antenas torcidas, platos de señal satelital, lazos como tendederos de donde colgaban pantalones de mezclilla, camisas, camisetas con hoyos y pantaletas con telas desteñidas en la zona de la entrepierna. La melancolía era como un trapo sucio puesto a secar.
Mi sobrino se colocó en un extremo de la azotea y corrió dos o tres metros tratando de elevar el papalote, pero no lo logró porque no había viento y porque los tinacos eran un impedimento para correr de manera libre.
¿A qué juegan los niños de la ciudad de México? No pueden jugar a ser pájaros, ni papalotes. No alcanzan estos anhelos ni siquiera en sus sueños. Por esto, a veces, suben a las azoteas y juegan a que juegan, porque saben que no pueden jugar en realidad. No pueden hacer más. Por esto y por algunas otras nieblas, las azoteas de México son como mujeres limosneras en las puertas de los templos.
Paulo me preocupa, no quisiera que se contagiara de melancolía. Cuando venga a Comitán lo llevaré al campo y lo veré correr mucho, mucho, y lo veré elevar un papalote sobre estos inmensos cielos, sobre el centro de su corazón.

martes, 11 de agosto de 2009

LAS VENTAJAS


Ser hijo único tiene sus ventajas. Una es la posibilidad de jugar solo. La soledad es como una aliada, por lo tanto no espanta.
De niño, el domingo, despertaba, tiraba las colchas e iba a la caja de juguetes. Los encontraba como los había dejado. Sacaba los muñecos de plástico y los colocaba en dos frentes de batalla. Formaba en una hilera los soldados de color verde, uniformados, con un rifle entre las manos; en la otra hilera (a un metro del contingente verde) formaba el otro grupo con soldados de color gris.
Mi cuarto tenía duela de madera y los rayos del sol de la mañana se colaban a través de los ventanales de las puertas, resguardados por postigos durante la noche (siempre que mi mamá entraba al cuarto, abría los postigos y luego me despertaba: "Ya, flojo, ya, ya es hora de levantarse").
Jugaba. El juego consistía en vencer al ejército enemigo. Con ayuda de una canica lechera lograba mi propósito porque la canica era como la bala de un cañón inclemente.
Hincado detrás de la hilera verde apuntaba sobre los soldados enemigos y soltaba el disparo. La canica rodaba sobre la duela parejita, barnizada, y tumbaba un soldado o, ¡mala suerte!, pasaba por en medio. Corría rápido al otro lado y hacía lo mismo. Siempre fui muy honesto en mis juegos, pero cuando mi ejército verde mermaba, mi mano, por alguna extraña razón, comenzaba a temblar y hacía que el tiro fallara.
Así, mi ejército verde jamás perdió una batalla. ¡México era el padre de todos!
Cuando mi mamá llegaba con la taza de atole de granillo y una pieza de pan, el campo de batalla ya era un regadero de soldados. Mi mamá sonreía, tal vez pensaba que era muy temprano para que hubiera tanto muerto en un lugar tan apacible.
Los hijos únicos no tenemos problemas con la soledad. Estamos acostumbrados a pasar de un lado a otro de la vida para jugar. Todas las batallas las enfrentamos de la misma manera. En un juego de fútbol, por ejemplo, estamos acostumbrados a ser Brasil y México a la vez, y siempre, siempre, por alguna maravillosa razón, México sale vencedor. Por esto, cuando en la vida real, nos toca perder ¡no lo admitimos! Estamos acostumbrados a ganar, siempre ¡a ganar!

lunes, 10 de agosto de 2009

INVITACIÓN - EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA.

INVENTARIO PARA INICIO DE SEMANA



Ella estaba a punto de nacer. Subió a la cima y, poniendo la mano como visera, vislumbró el horizonte en medio del líquido amniótico.
De acuerdo con el catálogo, el nacimiento traía incluidos tormentas; osos; pájaros en el aire; madrugadas; bostezos; noches estrelladas; lluvias; tsunamis; perros como mascotas; rezos; ramos de margaritas y tulipanes; terremotos; quebraduras de pierna; clases de piano y de ballet; películas y palomitas de horno de microondas; dolores lumbares; amoríos; fajes en los asientos traseros de los autos; visitas a moteles; dos o tres felatios y cuatro o cinco cunnilingus que le darían cuatro o cinco muchachos inexpertos.
Lo que el catálogo no decía es que ella, en el transcurso de su vida, debía ir adquiriendo objetos para llenar su casa. Porque si bien la casa viene incluida en el plan de vida (sólo los muy anacoretas deciden vivir adentro de cuevas hoy en día), los objetos que la hacen una verdadera casa son responsabilidad de quien la habita.
Esta tarea fue la primera incertidumbre que ella tuvo antes de nacer. ¿Con qué objetos se llena una casa? Ahí se dio cuenta que esto de vivir no era cosa sencilla, sino algo más bien complejo y absurdo. ¿Para qué arrumbar objetos si el catálogo decía que vivir era llegar sin nada e irse sin nada?
No tenía ningún gemelo al alcance que le proporcionara una lista. Parecía que tal tarea no tenía recetarios. La intuición apenas dejaba ver, entrelíneas, que los objetos de la casa debían corresponder a su personalidad y a su carácter. Pero, qué podía ella saber de personalidades si su árbol genealógico apenas era una trilla visible que, se supone, iría descifrando conforme creciera.
Decidió entonces apelar a su Inconsciente Colectivo. Con los ojos cerrados (como los tenía desde el momento que fue cigoto) hurgó en esas profundidades descubiertas por un tal Carl Gustav Jung.
Así se enteró que debía adquirir los siguientes objetos: un paraguas y un bote forrado con tela para conservar el paraguas en tiempo de secas y que debe permanecer justo al lado derecho de la puerta de entrada; un impermeable y un perchero para colgar el impermeable; un cuaderno y una pluma; un love seat y un sillón individual para recibir a las visitas; un juego de té y una caja de sobres de té de manzanilla; una cama king size y una hamaca para los parientes que llegan de improviso (descubrió que nacía sola, pero, en esencia no estaba tan sola). Tenía ocho tíos, dos abuelos, y una madre soltera; además contaba con veintidós primos (cuatro de los cuales pertenecían a una banda de robacoches y dos eran polleros; además de una primita que le daba vuelo a la hilacha con cuanto muchacho se le ponía enfrente. De acá dedujo que su familia era una de tantas).
Conforme escribió la lista necesitó más y más hojas. Porque además debía poseer un servilletero; una vajilla; ocho vasos de cristal y dos de metal; tres cepillos de dientes; toallas sanitarias; pomada para magulladuras; condones; un consolador; y botellas de alcohol (tanto etílico para uso sanitario como disfrazado en botellas con nombres simpáticos: güisqui, ron, brandy o posh).
“Uf”, exclamó, eso de vivir era una joda. Pero ya no era tiempo de echar marcha atrás. Los pujidos de su mamá con las piernas abiertas le indicaban que estaba a punto de iniciar la aventura más grande del universo. Guardó la relación de objetos y se dijo que la continuaría en cuanto la vida le diera un tiempito. Pensó que ahora estaría muy ocupada en atender a los amigos y familiares de su mamá.
“Chin”, en ese momento dijo su primer exabrupto y tuvo su primer arrobo religioso pues a la vez invocó la misericordia de Dios al pensar que no tardaban en llegar la putita de su prima y los pinches polleros y robacoches.
Bueno, se dijo, ni soy la primera ni seré la última y asomó su cabecita para ver el mundo por primera vez.

domingo, 9 de agosto de 2009

COMO HOPALONG O COMO EL SANTO


Era el tiempo de las torceduras inocentes. Éramos niños. Las cajas de cerillos y las simples corcholatas eran carros, y un palo de escoba era un caballo. Y nosotros, ¡qué maravilla!, éramos todo lo que no éramos. Un día éramos Santo, el enmascarado de Plata, y al día siguiente nos convertíamos en Hopalong Cassidy. Así, el patio de la casa se convertía en el territorio donde peleábamos contra las Momias de Guanajuato o contra apaches que no sabíamos qué nos habían hecho para odiarlos y perseguirlos con tanta saña (era común, a la hora de amarrarlos al poste, recordarles aquello de "a quien hierro mata, a hierro muere", que tampoco sabíamos, bien a bien, dónde se nos había pegado el famoso dicho).
¡Éramos todo lo que no éramos! Tal vez porque éramos lo que no somos ahora.
Poseíamos la magia, sin saberlo. Era el tiempo en que, en nuestras manos, todo podía convertirse en lo que no era.
Un pequeño montón de tierra era Territorio Apache; y cuatro hormigas que se resistían a seguirnos el juego eran los leones que manteníamos encerrados en una pequeña caja transparente.
Era el tiempo en que el tiempo se movía lento. Éramos niños y Comitán era el lugar mágico en donde todo lo imposible ¡era posible! Era un mundo mágico, un lugar donde las momias y los apaches eran los únicos malos y siempre, siempre, acababan pagando sus fechorías.
El mundo estaba libre de peligros. y no es por nada, pero éramos nosotros, niños sencillos, quienes siempre, siempre, salvábamos al mundo.

sábado, 8 de agosto de 2009

LA VENTANA DA A MACONDO


"El lunes amaneció tibio y sin lluvia". Así comienza un cuento de García Márquez. Mucho de Colombia nos llegó a través de este autor. La literatura del Gabo es una red llena de aromas colombianos. ¿Cómo es posible que esta red, incluso, nos haya traído agua de aquellas tierras? Su red, que más que red parece costal, nos trajo puntualmente las esencias colombianas: amaneceres; piedras como huevos prehistóricos; yuca; navajas filosas de peluquería; morteros y polvos de viejas farmacias; vestidos blanquísimos; sombreros, igualmente blanquísimos; cantinas con ventiladores al techo que remueven el calor, lentamente; camisas abiertas que muestran los pechos de hombres llenos de sudor; y mujeres que levitan como si fueran simples hojas movidas por el viento o por Dios.
En toda esta amalgama nos reconocemos. El Gabo nos ha hecho vecinos. Trasladó su Colombia y la colocó en medio de nuestros pueblos. Nos basta trepar sobre la barda para mirar lo que pasa en la casa vecina. Ese patio colombiano está lleno de sembradíos de café y de plátano. Apenas más allá se alcanzan a ver las montañas enormes con sus ríos que se desbocan alocadamente. A la derecha, en donde está ese promontorio de leña, se mira el hilo de humo que bordan los trenes que recorren ese mágico territorio.
Y ahora, en tres o cuatro días más, dará inicio la Feria del Libro de 2009. México, por segunda ocasión, es el país invitado. Muchos escritores mexicanos acudirán a Bogotá. Al igual que Gabo lo hizo un día, ahora los de este patio llevarán nubes de estos cielos. Porque el mundo, a pesar de la globalización y a pesar de las maravillas tecnológicas de comunicación, sigue siendo una parcela donde cada patio tiene sus propios modos de ser. En esta tierra de volcanes se da el maíz y los papalotes inundan nuestros cielos, y aunque, por desgracia, las mujeres no levitan sí son como los "lunes tibios y sin lluvia".

viernes, 7 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LOS GLOBOS TIENEN UN LÍMITE



Mariana, ¿qué sería el mundo sin las utopías? Sería ¡nada! Sería nada, porque el universo en sí mismo es una gran utopía. Tal vez esto que vivimos ahora es el sueño de “algo” que será en el futuro. ¿Quién te dice que no vivimos dentro del Big Bang que se ensanchará mañana? Y digo mañana por no decir dentro de mil millones de años luz, que para el universo es lo mismo. Tal vez el universo todavía no es y nosotros no somos más que parte de un sueño a realizarse.
Con tal creencia, don Antelmo sólo vende “utopías” en su cantina. Creo que vos no has entrado a ninguna cantina, pero cuando tengás tiempo y más edad, debés hacerlo. Debés hacerlo porque son microcosmos donde hallás el mundo como símil de un barco o mensaje adentro de una botella.
La cantina de don Antelmo es singular desde el nombre. ¿Sabés cómo se llama? “El Foco Fundido”. La cantina, al fondo del local, tiene una barra inmensa, de madera de cedro, tallada, con figuras tomadas del cine de Fellini. El local es amplio, en lugar de mesas y sillas tiene colchonetas y cojines donde se recuestan los parroquianos. Cuando entra un grupo de muchachos con muchachas eso parece un cuadro de Tiziano. El techo está pintado de color azul y de ese techo Van Gogh cuelgan unos racimos de nubes blancas. En la entrada de la cantina hay un letrero que dice: “Acá no vendemos tequila, ni mezcal, acá sólo servimos Martini, Fellini y utopías de sal”.
¿Por qué de sal?, le pregunté un día a don Ante. Él no dejó de dar brillo a la barra con un trapo rojo de seda y dijo: “Porque en El Paraíso hacemos las estatuas con sal”.
Y es que, en efecto, cuando entrás al Foco Fundido dejás atrás el mundo y más te vale no volver la vista. El horizonte es una pared cubierta de espejos que sirve como estante para todas las botellas, que tal como reza el anuncio de la entrada sólo son botellas antiguas de Martini. El color verduzco de las botellas contrasta con la luz ambarina que cae de las lámparas colgantes de las vigas de madera oscura.
La cantina no tiene rocola, en compensación, don Ante tiene un viejo fonógrafo de esos con una trompeta de enorme flor metálica y ahí coloca discos de tango argentino, de marimba chiapaneca o de acordeón francés. Cuando el viejo está de buenas pone la canción “Dios nunca muere” y sirve una ronda a cuenta de la casa.
“¿Cuál es tu utopía?”, grita don Ante cuando algún parroquiano entra a su cantina. Y ante la respuesta, el viejo abre una botella de Martini, sirve una onza en un vaso coctelero y luego mezcla otras sustancias, que varían dependiendo de la utopía del cliente. Con un exacto juego de mano, el viejo mezcla todos los líquidos y luego, con igual destreza, vacía el contenido en un vaso y luego llama a Panchito, el fiel Panchito, quien rengueando se apura a llevar la bebida hasta la colchoneta número 2 o 4.
Tal vez, querida Mariana, el chiste de este lugar está en el momento en que el parroquiano dice en voz alta su utopía; tal vez la gracia está en invocar los sueños. Nadie se preocupa porque, al final, la utopía no sea más que una simple bebida embriagante que, a veces, provoca una tremenda borrachera.
Cuando alguien va a pedir su bebida llama la atención de medio mundo y medio mundo hace un silencio absoluto. Todos los parroquianos saben que las utopías echan a caminar cuando alguien las pronuncia con certeza y sin ninguna traba.
Los científicos insisten en decirnos que el universo está en expansión, ¿no será que se expande para “explotar” una de estas tardes y nosotros estamos adentro de este huevo cósmico?
P.d. El único inconveniente de El Foco Fundido es la salida. A veces, ya medio bolo, cuesta caminar en medio de tanto parroquiano tirado sobre las colchonetas. Pero este inconveniente a veces se convierte en prodigio: La noche del 23 de agosto de 1998, Juan “tatarateó” al salir y cayó sobre la colchoneta 7 y al incorporarse para pedir disculpas vio a Martha. Fue lo que dicen amor a primera caída. Juan se quedó en esa colchoneta y se hizo novio de ella. A veces, las utopías están más cerca de lo que pensamos.

jueves, 6 de agosto de 2009

¡VAYA QUE SE ANTOJA IR! LA PRESENTACIÓN ES EN LA CIUDAD DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS.

NIEVE SOBRE OAXACA


"¿Ya te diste cuenta?", me dijo ayer, "No ha llovido como el año pasado". Sacó el pañuelo de su pantalón y se limpió la frente, como si estuviese sembrando maíz en el campo,a medio día. Estábamos en el café de La Casa de la Cultura, corría el viento suave de las seis de la tarde. Un rato antes leímos un cartel donde se anuncia la entrega del Premio de Novela Breve Rosario Castellanos. La entrega será mañana viernes (anuncian la presencia de doña Jane Guadalupe, la conecultera mayor. ¡Vaya, los coneculteros, cuando menos, tendrán este rasgo de atención para el galardonado!). Este año, Gerardo de La Torre recibirá el premio por la obra intitulada "Nieve sobre Oaxaca". En su físico le encuentro una cierta semejanza con el físico del gran Jorge Ibargüengoitia.
He leído algunos cuentos de Gerardo, leí por ejemplo un cuento que se llama, más o menos, "La casa del mono" (porque en la portada de la casa, sobre la puerta principal, existe un relieve en piedra con la forma de un mono). Es un cuento policiaco.
Yo pensaba que los escritores con cierto renombre no participaban en concursos donde corren el riesgo de quedar afuera de la selección (toda decisión de un jurado cae en el terreno de la subjetividad, de los gustos personales). Pensaba que cuidaban su "prestigio" y mandaban sus obras recientes directamente a la casa editorial que les publica. Sin embargo, parece que, como juego, o por los efectos de la recesión (que siempre está instalada en los bolsillos de los escritores), los "grandes" también le entran a los concursos. Y digo lo anterior, porque Gerardo de La Torre no es ningún principiante que somete su obra a concurso, con la esperanza de darse a conocer en el mundo literario. Ante esto, la pregunta es: ¿La obra de qué escritor famosillo fue desechada ahora en este concurso? ¿Cuántos escritores, con obra más o menos conocida, quedaron fuera del premio? En una ocasión Elva Macías, la esposa de Laco Zepeda, comentó, a propósito del Premio de Poesía Jaime Sabines, que "se da el caso de que buenos trabajos los desechan en la primera ronda de lectura". Ella había sido jurado ese año y, tal vez, tal vez, esperaba que entre los diez trabajos finalistas apareciera el trabajo de alguna conocida.
"Sí, ahora ha llovido menos", respondí. Todo mundo dice que el mundo está "alrevesado". Es el calentamiento global, dicen unos; es el niño o la niña, dicen otros. Y los que somos inexpertos no sabemos bien a bien a qué niño o niña se refieren. Uno sabe que los niños son tremendos pero no imagina uno tan travieso para que influya en el clima. "Ya no llueve como antes". Nos miramos y sabemos con certeza quién tiene la culpa. Él toma un sorbo de café, yo abro la botella de agua y la llevo a mi boca. En la calle pasa un grupo de muchachitas bonitas, el grupo aprovecha la tarde. Es una tarde suprema, el sol se tiende sin regateos, los niños corren y un perrito los sigue sin desmayo.
Mi afecto se despide, toma el paraguas (que, al menos esta tarde, sólo fue un estorbo) y se despide: "Nos vemos el viernes, para la entrega del premio". Le digo que sí, que Dios mediante, que si no llueve recio porque no soporto mojarme, ni siquiera por Gerardo de La Torre, ni siquiera por la Rosario Castellanos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

HOMBRE DE HOJALATA



Acabábamos de llegar a la ciudad de México. Jorge estudiaba Arquitectura y yo estudiaba Ingeniería. En ese tiempo pensábamos que habíamos definido nuestro destino: él soñaría espacios y yo construiría los sueños.
Jorge vivía en la casa de sus abuelos, en la avenida Cuauhtémoc, de la colonia Narvarte. Era una casa sobria, elegante. Desde su recámara -segundo piso- mirábamos una calle con camellón lleno de palmeras. El Comitán que habíamos dejado no tenía ninguna avenida con esa generosidad. La ciudad de México nos deslumbraba. Todo era diferente.
Eran los años setentas. Mientras escuchábamos Tin man, en el tocadiscos portátil, yo ayudaba a Jorge a cortar unas hojas para la tarea de Diseño I. Yo estaba seguro que en Comitán nadie estaba escuchando lo que oíamos nosotros. ¡Por el amor de Dios, en Comitán la gente estaría oyendo la XEUI con sus cantantes viejos de siempre: Pedro Infante y Jorge Negrete! Pobres de nuestros ex compañeros que se habían quedado allá. Nosotros escuchábamos al grupo América. ¡Nadita!
Por la tarde, después que Jorge me invitaba a comer, yo regresaba a la casa de huéspedes donde vivía. Entraba a mi cuarto, prendía la lámpara de la mesa y hacía lo mismo con un pequeño radio. Escuchaba “La Pantera” y por ahí, de vez en vez, se colaba la de Tin man, que en casa de Jorge oíamos todas las mañanas, una y otra vez.
El tocadiscos de Jorge era de color rojo. Era un pequeño maletín que se abría para colocar los discos de 45 revoluciones. Al abrirlo, en la parte interna de la tapa aparecía el enrejado plástico de la bocina y en la base la tornamesa. Con los dedos índice y pulgar movíamos el brazo de la aguja.
Fue en ese tiempo de Tin man cuando mi primer sueño se materializó.
Sucede que una noche me acosté y llevé el radio hasta el buró (el radio de pilas que tenía también era de color rojo y cabía en mi mano). Puse La Pantera, cerré los ojos y comencé a pensar en Comitán (me deslumbraba la ciudad de México, pero en el momento que estaba solo en mi cuarto regresaba el amor por mi pueblo con una intensidad de rayo a mitad de la noche). Ya estaba medio dormido cuando escuché al locutor decir que la siguiente canción era del grupo Led Zeppelin. El grupo de rock comenzó a tocar y yo quedé dormido. Soñé con el mar, caminaba por una playa, hacía viento, la hierba que crecía al final de la playa se movía intensamente. Un cangrejo pasó y yo lo tomé con mi mano derecha. A la hora de agarrarlo, una de sus patas se desmembró, el animal cayó sobre la arena y huyó rengueando. Desperté. En la radio seguía sonando la canción “Stairway to Heaven”. Mi mano derecha estaba sobre el buró, cerca del radio, y tenía presionado algo. Abrí mi mano y la hallé sucia, como si tuviera una arena roja, como polvo de brazo de cangrejo.
Jorge no me creyó cuando se lo conté al día siguiente. Me pasó una tijera y me dijo que lo ayudara a cortar papel. Él, ayudado con una plantilla, pintaba un pliego de cartulina ilustración con pintura en spray de color azul. Cuando terminó se paró y quitó el disco de Bob Dylan, dijo que era hora de escuchar Tin man y colocó el brazo del aparato sobre el disco que, alrededor del centro, tenía una etiqueta con un paisaje de palmeras y, en letras pequeñas, el título de la canción y el nombre del grupo.
Aquel sueño fue el primero de una sucesión interminable. De vez en vez, sin que yo lo programe, al despertar tengo entre mis manos polvo del objeto soñado. Por ejemplo, la vez más reciente soñé que estaba en un cuarto oscuro y un hombre de hojalata, en la esquina, componía el mecanismo de un reloj. Movió sus manos y, tal vez por la incomodidad de sus dedos de hojalata, un engrane pequeñísimo se le cayó. Quise levantarlo, pero el hombre, con su voz metálica, me gritó: “No te atrevas”. En ese momento desperté. Miré mi mano y descubrí un polvo fino, como esa viruta que cae cuando troquelan una pieza metálica.
Sé que esto que me sucede es real. Lo único que no he logrado descubrir es qué me quiere decir el universo con estos residuos oníricos. Por si las dudas, guardo en botellitas los restos de estos naufragios.
El tiempo pasó y en el siglo XXI Jorge y yo advertimos que nos equivocamos en nuestras vocaciones, porque ahora él construye y yo sueño. Nunca terminé la carrera de ingeniería y él tampoco concluyó la de arquitectura.
Me convertí en un soñador, en un creador de espacios improbables. ¿De veras es así?
Ayer entré a youtube y escuché Tin man. Por fortuna ahora lo hice en mi amado pueblo y no en aquella ciudad insoportable que un día nos soportó y destrozó nuestros sueños improbables.