sábado, 29 de septiembre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY FUENTES QUE, EN LUGAR DE AGUA, TIENEN TINTA CHINA




Querida Mariana: la Universidad de Princeton adquirió el archivo de Carlos Fuentes; lo adquirió antes de la muerte del escritor. En el bonche de cajas hay una que contiene cartas. La noticia que apareció, hace dos o tres días, es que esa caja la abrirán el 16 de mayo de 2014, día en que se cumplen dos años del deceso de Carlitos. Desde ahora, muchos fans de Fuentes comienzan a alborotarse con la posibilidad de leer el contenido de esa correspondencia. El género epistolar, desde siempre, ha movido el morbo. ¿Qué escribieron esos famosos en la intimidad del trato uno a uno? De pronto, la aparición pública de esa correspondencia alienta la curiosidad. La Universidad de Princeton ha deslizado la idea de que el mundo se enterará qué le dijo Fuentes a Octavio Paz, cuando todo mundo sabe que los dos escritores se enemistaron.
Las cartas pertenecen al territorio cerrado de lo íntimo y sin embargo, a veces, ese círculo se rompe e invade el espacio público. Entonces, los lectores nos enteramos de las obsesiones y travesuras de destinatario y remitente.
En el Centro Comiteco de Creación Literaria, está contemplado un módulo donde los integrantes analizan las características del género epistolar, estudian ejemplos notables y ponen en práctica tal género. Ahora, la gente no acostumbra escribir cartas como antes; ahora todo es instantáneo a través de los “tuits” y de los mensajes por celular. ¿Cómo poder decir Te amo en ciento cuarenta caracteres? ¡Pucha, es el colmo del ahorro! Los hombres de mi tiempo necesitábamos como mil palabras para decir Te quiero. Se nos hacía chico el mar del lenguaje para echarnos un buche. Estos tiempos nos han convertido en avaros con el uso de la palabra y esta avaricia provoca el olvido, por esto el Alzheimer del lenguaje nos cala fuerte.
Óscar Bonifaz hizo berrinche cuando apareció publicado un libro con cartas que Rosario Castellanos envió a Ricardo Guerra. No le pareció que se ventilara algo tan íntimo. Pero, sin duda, Rosario dejó esas cartas para el futuro, reconociendo que algún día podrían publicarse. Quien no quiere que algo se sepa ¡quema las cartas! Hoy nos emociona la correspondencia de Julio Cortázar, por ejemplo. Aurora Bernárdez, su primera mujer, se ha dado a la tarea de hurgar en archivos y darlos a conocer en libros maravillosos. Los fans de Julito agradecen que esas cartas hayan resistido el olvido. De igual manera, los morbosos del mundo adoran las cartas que James Joyce le envió a su amada Nora Barnacle. El Jaimito Joyce nos salió bien tierno y, a la vez, bien perverso. En una carta a Nora le dice: “Mi flor azul oscuro, empapada por la lluvia”, ah, qué ternura de hombre; pero líneas más abajo dice: “…mis manos atraen la acojinada curva de tus nalgas…”, pucha, qué juguetón el hombre. Cualquiera pensará que es un exceso enterarse de las intimidades que Joyce le dijo a Nora. ¡Pero no! La correspondencia de los famosos trasciende el espacio de la intimidad, sus deseos y pasiones desbordan las paredes donde dos seres se desnudan a través de las palabras. A los hombres de a pie nos interesa conocer las hendijas que iluminan a los genios. La correspondencia privada nos abre la posibilidad de saber que los más grandes creadores también están hechos de la misma sustancia. Ellos, igual que nosotros, tienen pasiones, desviaciones, filias, fobias y padecen los mismos temores que padece el hombre desde el inicio de los tiempos. Ellos también son simples mortales, simples mortales que sueñan con llevarse de piquete de panza con los Dioses.
En 1974 o 1975 estudiaba en la UNAM, en la ciudad de México. Tenía una amiguita en Comitán, nuestra relación era un poco como lo que ahora, ustedes, los chavos llaman: “amigo con ciertos derechos”. Ella y yo nos enviábamos cartas. A mí, desde siempre, me ha encantado escribir cartas y, la mera verdad, no tengo empacho en decir lo que pienso y lo que siento. Bueno, en ese entonces (sin haber leído a Cortázar y conocer el gíglico –lenguaje creado por él, en la novela Rayuela, y que era una forma cachonda de acariciarse con palabras ininteligibles para los demás) ella y yo teníamos un alfabeto especial para comunicar nuestras “cositas más íntimas”. Ya vos sabés, todos los chavos lo hacen. Una vez me enteré que una carta que le había enviado estaba expuesta en el periódico mural de la Escuela Preparatoria. ¿Lo mirás? ¡Qué perversión! Vivía a más de mil kilómetros de distancia, pero me dio coraje y me puse todo colorado al saber que mis “tiernas perversiones” habían quedado al descubierto. Imaginé a medio mundo de la Prepa burlándose de nosotros. Luego me calmé y pensé que sólo era una travesura más. Hoy, después de casi cuarenta años sé que pasó nada. Porque, a final de cuentas, pasa nada. Hoy sé que todo lo que se escribe (en un pedazo de papel, en el “mensajero secreto” del Facebook, en un “tuit”) queda para siempre y, en cualquier momento es visto por otros.
Sí, niña bonita, ahora (me cuentan) entre los jóvenes está de moda la práctica del “sexting”. El sexting es el envío de fotos con poses seductoras, con poca o ninguna ropa. El chavo le pide a su chava una fotito. “Te juro que sólo es para mí”. “Sí”, dice la niña, se encuera y toma la foto con su celular y la envía a su amado. Durante un tiempo esa foto es un hilo que se enreda sólo entre ellos dos, pero ¿qué pasa cuando la relación termina?
Todo aquel que envía cartas sabe que pueden ser vistas por más personas. Estas cartas que te escribo son ejemplo de ello. Muchos compas en Comitán me preguntan por vos, algunos adultos se sorprenden porque vos y yo tengamos una relación, dicen que soy un viejo y vos muy joven (saber qué tipo de relación piensan ellos que tenemos, saber por dónde caminan sus mentes torcidas); otros -más ilusos o más aventados- me piden que te presente con ellos. No falta aquella amiga que, sorprendida, me reclama. En Comitán, como en cualquier pueblo del mundo, estamos acostumbrados a que todo se mantenga debajo del agua. Una relación a cielo abierto ¡sorprende! Muchos se alarman porque a plena luz digo, sin rubor, que te quiero, que te quiero mucho, que sos (al estilo de Joyce) “mi hojita de viento azul”.
De igual manera, en el Centro Comiteco hemos tratado de romper paradigmas. Los escritores comitecos están acostumbrados a recibir sólo elogios por sus textos. En el Centro los integrantes llegan, leen sus textos y reciben una crítica de los demás compañeros. No se trata de aplaudir sino de hacer notar alguna inconsistencia. Quien recibe elogios no crece en su trabajo, sólo alcanza a esponjarse como guajolote en temporada de Navidad; en cambio, aquél que es humilde y expone su trabajo a la crítica de los demás comienza a crecer. En el Centro ¡los integrantes han comenzado a crecer! Ya te conté, ¿verdad?, que Rosa Hortensia Aguilar Trujillo, Francisco Nucamendi Pulido y Samuel Abraham Maldonado Morales escribieron cuentos policiales. Este género es dificilísimo. Sin embargo, ellos lograron escribir textos muy dignos. ¿Lo imaginás? Ya tenemos, en nuestra ficción, detectives comitecos que resuelven casos, al estilo de los grandes del mundo. El Nuka me dijo: “A ver ¡escribí vos un cuento policial!”. No, no pude. Es complejísimo. Ellos ¡sí lo lograron!
El Centro Comiteco de Creación Literaria concluyó su Primer Ciclo el pasado miércoles 26 de octubre de 2012. Desde el 23 de febrero de 2011 hasta ese día, nos reunimos los miércoles de cinco a seis y media de la tarde. Muchos de los más talentosos escritores chiapanecos acudieron a compartir sus conocimientos a través de Charlas, Conferencias Magistrales y Talleres de Creación o de Apreciación. ¿Cómo pagarles a todos ellos su generosidad y su solidaridad? Ayer, don José Antonio Aguilar Meza, Presidente Municipal de Comitán 2011-2012, presentó su Segundo y Último Informe. La creación del Centro es un proyecto de la Universidad Mariano N. Ruiz auspiciado y fortalecido por el Ayuntamiento. Don José Antonio decidió que la creación de esta institución era un acto positivo para el fortalecimiento de la creatividad de la juventud comiteca y lo apoyó ¡con todo! Este próximo miércoles 3 de octubre iniciamos el Segundo Ciclo, con el aval y fortalecimiento de nuestro Presidente Municipal, Lic. Luis Ignacio Avendaño Bermúdez, quien inicia hoy su encargo. El lema del actual Ayuntamiento bien lo podemos aplicar a la actividad del Centro: “Comitán ¡va en grande!”.

Posdata: ¿Y cuáles son las cartas que nunca fueron escritas y que nos habría gustado leer? ¿Imaginás una carta de María a su hijo Jesús? ¿Cuáles serían las recomendaciones de la madre para su hijo? ¿Le recomendaría que no dijera lo que dijo, que no hiciera lo que hizo, porque corría el rumor de que las autoridades andaban “enchiladas” con su comportamiento?
El escritor Juan Heredia tiene un libro que se llama “Cartas a Dios, desde la miseria y la bonanza”, son cartas maravillosas, donde dos personajes (Alicia y Héctor) le escriben a Dios, desde sus diferentes posiciones sociales. Alicia es una muchacha bonita que vive en un cinturón de miseria y Héctor es un muchacho bonito, hijo de un renombrado político. Las cartas contienen reclamos, agradecimientos, explicaciones, enfados, sonrisas, dudas, certezas, peticiones, “buenas y malas palabras”. A final entendemos que son un compendio de la vida. La literatura, como la vida, está llena de los extremos y de los puntos medios. No hay una sola vida plana. Todos los seres humanos estamos hechos de un complejo entramado. Somos luz y somos sombra; generamos esperanza y desaliento. Somos capaces de amar en la cumbre y de odiar hasta el pozo. Las cartas de los grandes escritores están hechos de esa maravillosa sustancia, por eso nos llaman tanto la atención. Ya estoy apuntado en la fila donde venderán el libro que publique la correspondencia “secreta” de Carlos Fuentes.

viernes, 28 de septiembre de 2012


COMITÁN DE MIS AMORES

El pasado miércoles 26 de septiembre dije unas palabras en la presentación del libro: “Comitán de mis amores. Colores y miradas de nuestra tierra.”, editado por el Honorable Ayuntamiento Constitucional de Comitán 2011-2012. Paso copia para mis lectores:

Dicen los sabios publicistas: “una imagen vale más que mil palabras”. Siempre he pensado que: “una palabra puede generar mil o mil y una imágenes”. Pero, ¿qué sucede si, en lugar de convertirlo en desafío estéril, busco el punto medio? ¿Qué sucede si en lugar de gastar mi tiempo en descubrir si fue primero la imagen o primero la palabra pienso que ambos conceptos son aliados del arte?
Parece que esto último fue la certeza de los creadores del libro que hoy se presenta. Permítanme, les cuento: una mañana, Mario Escobar me invitó a un desayuno en su casa. Ahí, en el patio, con el tibio sol de las diez, el Presidente Municipal, José Antonio Aguilar Meza, en compañía de funcionarios de su Ayuntamiento, planteó la posibilidad de hacer un libro, un libro que recogiera la síntesis de nuestro pueblo; un libro de lujo que nos hiciera sentirnos orgullosos de Comitán; un libro que fuese un mínimo homenaje a este río de agua transparente donde a diario nos bañamos. Porque este pueblo, dijo don José Antonio, es nuestro orgullo y yo, aseguró, me siento orgulloso de ser su Presidente.
Este libro nació, entonces, en el fogón del orgullo. Y la brasa que alimenta ese sentimiento, ustedes lo saben, es la fibra más auténtica del ser humano. He visto cómo la mayoría de padres habla con orgullo de sus hijos; he visto cómo el árbol se erige enhiesto y orgulloso para acoger el vuelo de los pájaros. Hoy, estoy seguro, con orgullo abriremos el corazón para recibir este libro que tuvo su origen en el patio de la casa de Mario.
Ese día no hubo un titubeo, el Presidente tenía claro qué deseaba. Nosotros, quienes lo acompañábamos en esa mesa, hicimos nuestro su deseo y supimos que el hilo que bordaría ese tejido era el hilo de la imagen. Todos dijimos: ¡Que el libro esté lleno de fotografías que le digan al lector de qué colores están conformados nuestros cielos! Nos levantamos y, mientras el Presidente Municipal fue a cumplir los encargos de la comunidad, nosotros fuimos a cumplir con nuestro encargo: ¡hacer el mejor libro de imágenes jamás realizado en Comitán!
Sé que ustedes han visto el florecimiento del arte fotográfico en nuestro pueblo. Con el arribo de las cámaras digitales, en Comitán se da el fenómeno de la aparición de fotógrafos que se han unido para formar grupos que intercambian opiniones, acuden a talleres con maestros experimentados, realizan tianguis culturales y organizan exposiciones colectivas. Nunca en Comitán existió un fenómeno similar. Esto ha permitido que volteemos la mirada para vernos a través de una imagen. Acá, este libro confirma ese despertar cultural: la imagen es el candil que ilumina la ruta. Cuando caminamos nuestro pueblo ¡lo bebemos a través de nuestras miradas!
¿Cómo, en un número limitado de páginas, sintetizar la idea y el sueño de nuestro pueblo? ¡Esto es imposible! Desde inicio supimos que no alcanzaríamos a abarcar más que un fragmento, algo como un bocado para el hoyito de la muela. No obstante, acá está un cacho, pero un cacho de cielo, un cacho de los soles, de las lunas y de las estrellas de Comitán. El lector que disfrute este libro sentirá que el aire le infunde vida. Y digo vida, porque un grupo de talentosos fotógrafos caminó el pueblo, mil y una veces, con el ojo vivaz y el espíritu aguzado, y pepenó esos destellos de luz convertidos en una teja, en una sonrisa, en una ventana, en un vaso de atol.
Los comitecos conformamos un pueblo de mujeres y hombres honestos, trabajadores, divertidos, inteligentes y cachondos ante la seducción de la vida. Nos dejamos seducir y seducimos, porque, sabemos, la esencia de la vida está en el instante, en ese instante donde el cielo es un manto y donde el sabor de un pan compuesto o de una trompada es la línea del horizonte. Por eso, ¡benditos fotógrafos comitecos!, en este libro, como si fuese temperante en salvadillo, la vida se escurre y nos moja, nos mancha el corazón para siempre.
¡Acá está el encargo! Acá está el libro que contiene imágenes bellísimas de nuestro pueblo. Acá, en estas páginas, como si fuese un río, está el agua que va a dar al mar de nuestra identidad. Acá está Comitán concentrado, acá está su gente, acá su esencia. Claro, somos más, mucho más. Para los criticones de siempre, para los que siempre quieren ver el vaso lleno, digo que ¡somos más, mucho más! Pero acá, por la magia de algunos de los más brillantes magos comitecos, está el principio de un Todo que puede decirnos por dónde es el camino. Acá está el sendero que nos indica que somos un pueblo único en el universo, increíblemente único. Más único que los demás únicos del mundo. Y por esto, cuando los comitecos hablamos de Comitán nos sentimos orgullosos, ¡chentos!
Este libro es fruto de la chentería. Una mañana, orgullosos, emprendimos la tarea. Hoy, al Presidente Municipal le decimos: “Acá está su encargo” y él, en nombre nuestro, en nombre de todos, dice al pueblo de Comitán y al mundo: “Acá está el árbol y en cada una de sus hojas ¡una luz desparramada!”.
Nunca lo hubiésemos imaginado en Comitán. Este es el broche de oro, este es el arco iris que presagia mejores tiempos. Lo hecho por el Presidente Municipal, en materia editorial, queda para la historia. Queda para los amantes del arte, para los defensores de nuestra identidad y para los cultivadores del espíritu descubrir si algún otro libro, en nuestro pueblo, ha sido ventana con más aire.
Hoy, en otra mesa, lejos de la casa de Mario, pero al aire libre, también, podemos decir: ¡hemos cumplido! Vaya mi emocionado abrazo a los artistas de la lente, a los diseñadores y a los generadores de este proyecto; vaya mi reconocimiento al presidente municipal por impulsar esta iniciativa que es como una ramita de albahaca en nuestro corazón.
Acá está el libro, acá el agua limpia de nuestro espíritu. Acá están las imágenes que dicen más que las palabras contenidas en las Mil y Una Noches; acá, en este libro, también está contenida la palabra que no tiene contención.
Muchas gracias.

miércoles, 26 de septiembre de 2012


VIENTO DE FUEGO

“Quítate el pijama, métete a la cama, porque Juan Pestañas ya va a venir”, así le cantaba el tío Enrique, cuando ella era niña.
Cuando ella cumplió veintidós años y un día bajó del auto con tres bidones llenos de gasolina y regó el contenido alrededor del auto del tío, un valiant 64, color amarillo. Fue el regalo de cumpleaños que se dio. Su prima Sonia le había ofrecido otro regalo esa mañana.
Ella se sentó en el césped, se recargó sobre la pared de ladrillos sin repello y, desde ahí, en un movimiento como de pajarillo que se lanza por primera vez al vacío, aventó un cerillo prendido y esperó. El pasto agarró fuego y se esparció como se esparce el viento en la pradera. El valiant agarró fuego. Dos o tres ventanas de casas vecinas se alumbraron y luego los dueños aparecieron. Una mujer gritó: ¡Fuego, fuego!, un hombre gritó: ¡Ya, pinche vieja, mejor avise a los bomberos!
Ella seguía esperando. Esperaba que el tío Enrique asomara por su ventana.
Porque, de seguro, el tío ya había olvidado cómo entraba a su cuarto y le cantaba. Seguro que lo había olvidado, porque no sólo le cantaba a ella, sino también a Sonia. Ella tenía ganas de gritar:”Revive y sal”, pero los muertos ya no se asoman a las ventanas.
Los viejos uñas de lobo tienen la facultad ingrata de olvidar lo que hacen a sus sobrinas en noches de luna llena. Son ellas, las niñas bonitas, las que no pueden borrar de su piel y de su alma el cochambre del mundo; son ellas quienes, por más agua que echan sobre su cuerpecito, no pueden exorcizar el fantasma oscuro y ardiente que, noche a noche, arde en sus gajos de hielo. Porque ella era un pajarillo, temblaba cuando oía los pasos del viejo, presintiendo su aliento de albañal. El tío entraba, cerraba la puerta con seguro y se acercaba a la cama. El viejo se hincaba; ella, el pajarito, volvía la cabeza hacia la ventana y miraba cómo, a través de la persiana, se colaban los rayos de la luna llena. Él era el lobo del cuento. Las manitas de ella sudaban, mientras las de él, viejo rugoso, como árbol antiguo, retiraban la sábana. Entonces, él, en voz baja, de pesadilla eterna, cantaba: “Quítate el pijama, méteme a la cama, porque Juan Pestañas ya va a venir”, y metía su mano adentro del pantalón del pijama de ella, niña pajarito. Mientras el viejo destrozaba sus alitas, ella, niña canario, con sus ojitos, trataba de atrapar los rayos de la luna. Pero no lograba hacerlo porque algo como un eco resonaba en su mente y escuchaba la voz que le cantaba: “Quítate el pijama y métete…”, y ella subía sus manitas y las apretaba contra sus oídos pero el eco persistía. El sonido estaba en el fondo del pozo y ya nunca podría ahogarlo.
Ella seguía esperando. Ya muchas ventanas estaban iluminadas; ya muchas personas, con pijama, habían salido de sus casas y, con arena y con agua, trataban de apagar el fuego que consumía el valiant 64.
Ella, recargada en la pared, con las manos rodeando sus rodillas, seguía esperando. Esperaba que el tío Enrique asomara por la ventana. Pero estaba segura que él no asomaría, porque la mañana anterior los vecinos lo habían encontrado tirado a mitad de su recámara, con un tiro en la frente. Sonia, la mañana de la muerte, la mañana del cumpleaños llegó a casa del tío, tocó. Él, amarrándose la bata de toalla, con manchas de orines y de cerveza, abrió la puerta. Sonia lo abrazó y, en voz baja, como él lo hacía en esas noches de luna llena, le cantó: “Quítate el pijama, métete a la cama…” y lo guió hasta su cuarto. El viejo se dejó quitar la bata, dejó que Sonia lo empujara sobre la cama y que tomara su pene, flácido, talguatudo, y jugara con él; dejó que su sobrina le pidiera un favor: “Cántame, tío, cántame como me cantabas esas noches en que jugabas con mi vagina con tus dedos”, y cuando el tío abrió la boca y comenzó a cantar con una voz cansada: “Quítate el pijama…”, Sonia le soltó el pene, tasajo de carne seca, sacó la pistola y le soltó un balazo en la frente.
Ella, recargada en la pared, seguía esperando; esperaba que el tío apareciera en la ventana, mientras los bomberos asfixiaban el fuego que consumió el valiant 64.
Sonia llegó cuatro horas antes al departamento de ella y la abrazó en cuanto abrió la puerta; la abrazó como abraza el dique el agua de la presa y le dijo: “Ya, niña bonita, ya, la pesadilla ya terminó. Juan Pestañas ya no vendrá más a molestar tus sueños”. Ella no preguntó, intuyó que Sonia había hecho lo que tantas veces habían platicado.
Ella espera, mientras mira cómo la gente, en pijama, regresa a sus casas y los bomberos enrollan las mangueras y suben al carro. Ella espera. Muy lejos, casi detrás de la montaña, oye que alguien canta: “Quítate el pijama, méteme a la cama, porque Juan Pestañas ya va a venir”; piensa que, tal vez, otro Juan Pestañas, ya no el de ellas, avanza en alguna recámara. Habrá que preparar más bidones con gasolina.
Pobre niña canario, pobre niña cenzontle. Espera, espera que algún rayo de luna se cuele por su ventana.

lunes, 24 de septiembre de 2012

PARA LA ALACENA




I.- Ernesto de la Peña ¡murió! Un día (según versión de Javier Aranda) alguien le preguntó: “¿Quién es Dios?” y él respondió: “Es el deseo incumplido de los que no tienen fe”. El día que a Mario esto le conté, él siguió mostrando su sombrero de magia, diciendo: “Nada por aquí, nada por acá”.

II.- Margarita también juega, dice que “Dios es el Todo de la Nada”.

III.- En una galaxia muy lejana hicieron un Concurso de la Imagen de Dios. El vencedor fue quien hizo una imagen a semejanza suya. Habitantes de otra galaxia declararon apóstata al ganador.

IV.- “¡Que haya libertad de cultos!”, gritaron los protestantes frente al Congreso. “Está bien -dijo el Presidente- abrid las celdas para que salgan”.

V.- En tiempos de la persecución religiosa, Santo, el enmascarado de plata, se escondió para no morir a manos de los quemasantos.

VI.- Echaron a caminar sin saber, bien a bien, a dónde se dirigían. Después de una jornada de más de mil kilómetros se sentaron en unos poyos en la entrada de la ciudad. Se acercó un nativo; al verlos llenos de polvo, les preguntó hacia dónde se dirigían. Uno abrió los ojos y dijo: “¡Buscamos un lugar tranquilo para dormir!” El nativo entendió y, al día siguiente, se unió a la caravana que continuó su marcha.

VII.- “¿De veras, en todas partes está Dios?”, preguntó el niño. “Sí”, dijo el papá, mientras bajaba al fondo de la tumba para rescatar los huesos humanos que luego vendía a estudiantes de medicina.

VIII.- ¿Cómo rezan el Padre Nuestro aquéllos que viven en el Cielo? ¿Padre nuestro que estás...?

IX.- Como era un ateo irredento, nunca salía de su casa, con tal de no decir adiós.

X.- Dios le preguntó al ciego y cuando éste respondió que lo hallaba en el aire, Dios se sintió satisfecho.

XI.- Si se pudiese registrar ante Derechos de Autor la palabra Dios y cobrar regalías por uso de la misma, el propietario se convertiría en el hombre más rico del planeta. Pero como esto no es posible los millonarios lo son por invocar a cada rato la palabra Diablo.

XII.- Cita modificada: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer a Dios…”.

sábado, 22 de septiembre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL PASADO NO ESTÁ EN EL FONDO DEL POZO


Con un respetuoso abrazo a Socorrito Román,
por la ausencia física de su papá.




Querida Mariana: todo aquel enamorado que recuerda, camina por los caminos de la cursilería. No hay cosa más cursi que decir: “¡Ah, en mis tiempos todo era diferente!”, porque significa que añoramos el ayer y no nos disponemos a recibir, con brazos abiertos, la luz digitalizada del presente. Si ahora te dijera: Mariana, hojita de mi árbol, te quiero mucho, algún compa diría que soy un cursi. Para decir Te quiero el hombre común y corriente emplea palabras comunes que caminan por la cursilería. Por esto, a veces, es bueno recurrir a los poetas para hallar modos menos trillados, pero a veces también con la poesía caemos en el pozo de lo cursi. Neruda dice: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. ¡Chin!, pues a fuerza de oírlo tantas veces, este verso ya se volvió cursilón. La tristeza que brota del amor es una tristeza cursi, algo como una tristeza pintada de rosa y esto es la cosa más artificial que puede existir en el mundo. ¿Una tristeza color rosa? ¡Qué absurdo!
El otro día, Mario me dijo que las reuniones de ex alumnos son una cursilería, por eso él no acude a ellas. Sí, le dije, eso son. Pregunté: ¿y? Lo hice porque me lo dijo con un tono de desacuerdo, como si dijera que el mundo debe ver siempre hacia el futuro y no hacia el pasado. Mi amiga Paloma Bello, oriunda de Mérida, pero que radica en Nuevo Laredo, Tamaulipas, me explica que la diferencia sustancial entre el Norte y el Sur del país es que los norteños miran hacia el porvenir, mientras los de Sur vemos hacia el horizonte con la mirada para atrás.
El otro día entré al facebook y hallé una tarjeta que Marco Antonio Moya subió. A los jóvenes, tal vez, esa tarjeta no les dirá mucho, pero a los de mi generación nos revolvió el polvo de los años. Cuando la generación de Marco realizó su graduación, la mía ya estudiaba el segundo o tercer años de profesional.
La generación de Marco Antonio procura reunirse una vez al año para recordar viejos tiempos. Los seres humanos tienen la costumbre de reunirse de vez en vez; se reúnen quienes compartieron el aula en la secundaria y en el bachillerato o en la universidad. Para que este tipo de reunión tenga validez es necesario que exista una distancia de veinte o treinta o más años. Esto es así, porque se trata de rascar en la memoria y hallar las anécdotas y travesuras de los años de adolescencia y de confusión. Los ex compañeros se reúnen en una casa particular o en un restaurante, algunos viajan muchos kilómetros, sólo para estar unas horas con los ex compañeros de salón. Sí, Mario tiene razón, estas reuniones bordean la cursilería, porque no falta el que se pone a llorar por los tiempos idos; no falta el que, de pronto, con dos tequilas entre pecho y espalda, recuerda al fulano que ya falleció, se pone de pie, saca una relación de nombres y comienza a pasar lista y cuando aparece el nombre del compañero muerto todos se levantan y gritan: ¡presente! Un nudo se enreda en la garganta de todos, dos o tres compañeras disimulan el llanto y sacan un kleenex y se limpian las manchas de rímel; otros compas agarran la botella de tequila, sirven un chorro en un vaso y, como si en eso se les fuera la vida o como si con ello devolvieran la vida al difuntito, toman tococh tococh y abrazan al compañero de al lado (o a la compañera) y, ya bolencones, dicen que esa generación es la más fregona de todas las generaciones de Comitán, y alguien que está al lado dice que sí, que son los más chingones y alza el vaso y todos lo siguen y alguien más grita: “¡Triquititrí, triquititrí, a la bio, a la bao, a la bim bom bá, nosotros, nosotros, ra, ra, rá!”. Sí, Mario tiene razón, las reuniones de ex compañeros son cursilonas, porque el llanto y el recuerdo de anécdotas pasadas tienen ese brillo. Un brillo que los jóvenes no entienden. No entienden que un día, en el futuro, buscarán reunirse y harán lo mismo que los viejos cursis, y también llorarán (¡Dios mío!) porque uno o dos de esos amigos ya no estarán.
Si lo ves bien, querida mía, la vida es cursi. ¿A poco no tiene algo de cursi la imagen de un compa que se sienta en un tronco y mira el atardecer? ¿No es cursi ver a una pareja de enamorados, tomados de la mano, mirándose a los ojos con mirada de tiucas desorientadas?
La etiqueta que subió Marco Antonio es bella. Es la invitación del baile de graduación de la generación del CECYT Preparatoria, que llevó el nombre de “Elías Macal”. ¡Dios mío, estos compas vieron hacia el pasado! Vieron hacia atrás porque al Doctor Elías Macal (ya te lo platiqué en una carta anterior) lo jubiló mi generación como resultado de la huelga que mis compas hicieron. ¡Dios mío, qué bueno que los comitecos miramos hacia atrás! Ellos reconocieron la trayectoria del doctor Macal, ellos que nada tuvieron que ver con él. El día de graduación, el doctor Macal debió estar contento y tal vez recordó cómo iniciaba sus clases de Biología: Bios: vida, logos: tratado y dejaba que sus alumnos dedujeran la definición.
La etiqueta que Marco Antonio subió es cursi. Tiene el color sepia de la cursilería; es una etiqueta de 1977 (¡Dios mío, más de treinta y cuatro años!). Vos, niña bonita, no eras ni anteproyecto de vida, pero la generación de Marco Antonio se probaba el traje o el vestido (tal vez traje con tela de terlenka) para sacarle brillo al piso del Motel Morales. ¿Motel Morales? Sí, así se llamaba, según la invitación. Ahora los Moteles son de paso, en ese tiempo eran espacios familiares donde se bailaba al ritmo de la Banda La Familia (Marco Antonio debe tener el dato preciso para saber de dónde era este grupo musical).
Ya te conté que el baile de graduación de mi generación fue en el Club de Leones y tuvimos como padrino de Generación al Licenciado Jorge de La Vega, él no vino, pero sí soltó la paga para que un grupo musical de la ciudad de México ambientara nuestro guateque. En esos tiempos las generaciones organizaban reventones que hicieron historia. Ahora ya no es así. Jóvenes preparatorianos me cuentan que asisten, por la mañana, a la entrega oficial de documentos y, posteriormente, cada uno celebra con su familia. Hemos extraviado la idea de grupo. Por esto, tal vez, los viejos tenemos la necesidad de organizar reuniones con ex compañeros, un poco como para decir que venimos de otro tiempo, de un tiempo en donde el concepto de grupo aún persistía. Y, por lo mismo, los jóvenes nos dicen viejos cursis cuando nos reunimos y ponemos un disco de Eydie Gormé y Los Panchos o un disco de Los Beatles. Esta música nos catapulta a los años sesenta o setenta. Buscamos, en esos años, algo que se nos extravió sin darnos cuenta. El tiempo es como el agua o como las nubes.
Así como ahora los telespectadores ven “La Voz de México”, en los años setenta, medio Comitán estaba pendiente del Festival OTI. En “Nevelandia”, en la barra de los helados, prendían una televisión en blanco y negro; ahí veíamos el concurso de la Canción Iberoamericana, mientras tomábamos café y fumábamos un cigarro (¡ah, burros!). La generación de Marco Antonio trajo a Gualberto Castro, triunfador del OTI 74 (Gualberto tiene una de las mejores voces de este país). En ese Festival conocimos a la niña bonita que se llama María Medina y al pelón pelonete de Sergio Esquivel, sólo por mencionar a dos buenos intérpretes. Sergio Esquivel es un buen compositor. A mí me gusta su historia, ya siendo famoso decidió regresar a su tierra, Mérida, a formar un taller de composición musical. Cambió la fama del reflector de la ciudad de México por la discreta luz de la siembra en el corazón de la juventud generosa de esta patria (te sugiero que entrés a Youtube y escuchés la canción “San Juan de Letrán” que Sergio le compuso a esa entrañable avenida de la ciudad de México).
En este 2012, los jóvenes de los años sesenta y setenta llevan en su corazón aquellos tiempos. Las camisas floreadas, los pantalones acampanados y el cabello largo definieron esos años. En ese tiempo, tiempo lejano de teléfonos celulares y de Internet, ellos construían su espíritu, a la vez que la patria también se iba construyendo. Era un tiempo de esperanza. A nivel mundial los hippies formulaban una manera de ser más natural, más en consonancia con la armonía universal. Si bien los poderosos (como siempre) fomentaban la guerra, los jóvenes propugnaban por el amor libre y su lema era Paz y Amor. Si ahora los tiempos son más liberales y los jóvenes no tienen empacho en decidir acerca de la práctica de su sexualidad deben reconocer que fueron esos jóvenes sesenteros los que dieron el primer paso. ¿Y ahora cómo ven la vida esos sesenteros? Parados sobre estas cumbres del siglo XXI la ven con incertidumbre, con cierto pesar, pero, aún, con gran esperanza. Y es que esos muchachos de ayer sembraron rayos de luz y, ante el grito de violencia, ellos respondieron con el ofrecimiento de una flor. Por esto es que el hombre de hoy vuelve la mirada, porque (la vida es así, mi niña bonita), en los años infantiles y de juventud es donde está la raíz de la esperanza. ¿No es válido ya el lema de Paz y Amor? ¿No será bueno que los jóvenes de hoy retomen esa prédica, hoy en que la violencia quiere enraizar en nuestra patria?

Posdata: el cine, a veces, también se instala en el pasado. En tiempos en que el color domina nuestras pantallas y nuestros deseos, en ocasiones algún director filma en blanco y negro. ¿Por qué lo hace? Porque en el blanco y negro está sustentado el inicio y, lo sabemos, sin reconocer su origen el hombre no puede definir su horizonte. ¿Por qué la Lista de Schlinder (película de 1993) está filmada en blanco y negro? ¿Por qué, ahora, los fotógrafos insisten, en presentar fotos en blanco y negro? ¿Por qué, en instantes, los hombres cerramos los ojos para visualizar un recuerdo? Lo hacemos, mi niña, porque queremos encontrar nuestro futuro. Los del Norte nunca entenderán, bien a bien, porqué los Sureños (y los comitecos, de manera especial) tenemos propensión a volver la mirada a cada rato. Lo hacemos porque los sabios, también, hora tras hora buscan, en las huellas del Big Bang, el origen del Universo.
Vi la invitación que Marco Antonio subió y un destello me iluminó. El pasado, a su modo, también tiene la vocación de generar luz, una luz medio opaca, medio cursilona. ¡Qué le vamos a hacer!

viernes, 21 de septiembre de 2012

SE HACE CAMINO AL CAMINAR




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como zapatos viejos y mujeres que son como zapatos sin estrenar.
La mujer zapato sin estreno no sale en noches de lluvia; prefiere los caminos donde las piedras son como cintas de luz. No se recarga en paredes con manchas de humedad porque moho no come moho. Busca, eso sí, con denuedo, a los hombres que tienen el corazón a dos aguas o que acarician como si tendiesen un puente en cada madrugada.
Nació con el síndrome de “más vale vieja conocida que nueva por conocer”. Por esto sus amados tienen cierto recelo, pues ella, sin quererlo, provoca cierto dolor en el calcañal del corazón. Pero, ella misma tiene la cura: ablandarlo con un poco de alcohol. Le gusta la palabra ablandar pues piensa que una mujer más que hablar debe dar: dar el primer paso para aflojar, ¡siempre dar!
Es una mujer a la medida del hombre adecuado. Una mujer con número chico provoca hinchazones y juanetes; una mujer con número grande ocasiona caídas o que el hombre, con un paso apresurado, la extravíe en caminos lodosos. Por esto, las madres de los hombres que pretenden a una mujer zapato sin estreno, recomiendan a sus hijos que primero las prueben, que caminen con ellas por todas las estancias y por los valles y por las montañas. Cuando resulta a la medida ¡es la mujer más hermosa del mundo!
Dicen que cada hombre tiene su modo de imprimir la huella. Por esto, a veces, cuando el hombre no le pasa el trapito a la mujer o no le da suficiente brillo, ésta se agrieta o pierde el tacón o termina con un hoyo en la suela. Y, el lector lo sabe, no hay sensación más fea que la de pisar sobre el pavimento y sentir mojado el pie. Y esto es así porque el destino no está en la palma de la mano sino en la dirección que señala el pie en marcha. Cada hombre, sin saberlo bien a bien, nace con el deseo de compartir su vida con una mujer zapato sin estreno, pero, ella no es mujer fácil de conseguir.
Muchos perversos (viejos, sobre todo) entran a su casa, revisan la vitrina y piden probarla. Si el padre o la madre no tienen precaución, el viejo introduce su asquerosa extremidad y la prueba, camina sobre ella, sólo para decir que le aprieta el juanete. Sin ningún empacho la regresa, pero la regresa ya usada. Por esto, es muy difícil encontrar una mujer zapato sin estreno. Sucede lo mismo que con la mujer auto nuevo: es muy difícil que tenga cero kilómetros de recorrido. Por lo regular, las mujeres (¡qué pena!) presumen de nuevas sin saber que ya alguna mano las tocó o que algún pie las pisó. Por esto, los amados tienen la costumbre de meter la mano para ver si son de cuero auténtico, para comprobar que no son de cartón ni hechas en Taiwán. La mejor mujer zapato sin estreno es la que creció en los talleres donde el arte de la curtiduría es una antigua tradición. Por esto, los expertos aseguran que las más fieles son las que tienen el espíritu de piel de cordero (aunque muchas, en el fondo, son de piel de lobo). Una vez conocí a una mujer zapato sin estreno que no usaba cintas, era, así lo decía ella, mujer “de mete – saca”, pero, para mantener su virginidad, no permitía que sus amados le metieran sino que sólo le sacaran, que le sacaran lo que no le metían porque, sabía, que si dejaba que le metieran nunca se la sacarían.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como cielos sin nubes, y mujeres que son como nubes jugando en la tierra.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

PRESENTACIÓN “AL AIRE”




María Elena Jiménez Guillén, me invitó a presentar un libro por la radio. Paso copia de lo que escribí.

Buenas tardes.
En la mañana, del día de hoy, estuvimos en la estación de radio XEUI. Ahora nos toca en casa, en radio IMER. Por la mañana dije que hoy es fecha de festejo en Comitán. Celebramos el día del locutor y es un privilegio estar en una cabina de radio; celebramos la federación de Chiapas a México; además celebramos otro acto histórico, éste bien reciente, apenas lo estamos formulando: ¿a qué hora a María Elena Jiménez Guillén, Directora del Centro Cultural Rosario Castellanos, se le ocurrió presentar un libro en la radio? No lo sé, pero tal acto, hasta el día de hoy, era un acto inédito en este pueblo. Los del sector cultural se quejan de que en las presentaciones de libros siempre llega muy poca gente. Ahora ¡es todo lo contrario! Cientos y cientos de personas, bien tranquilas en su casa, mientras comen, mientras van en el auto, mientras hacen la tarea, mientras están sentados en sus poltronas a mitad del corredor, están asistiendo al acto de presentación de un libro. ¡Pucha, esto sí es llevar el arte a la casa! Tal vez, dos o tres de nuestros oyentes, están tomando una cervecita, acompañada, por supuesto, de una botana de chicharrón de hebra, de frijoles refritos con chile de Simojovel, queso, guacamole y tostadas. Es fascinante imaginar (así lo consignarán las crónicas futuras) de que los asistentes a la presentación de un libro lo hacen desde su casa, un poco como si lo hiciéramos a través de una videoconferencia, sin el video, ¡pucha! Esto retoma la magia y la esencia de la radio: el hilo de la imaginación.
También dije en la mañana que, siguiendo con las celebraciones, hoy celebramos la aparición del número seis de la colección editorial del Honorable Ayuntamiento. El actual presidente, José Antonio Aguilar Meza, tuvo el buen tino de apoyar la publicación de una serie de libros llamada “La lectura más cerca de ti” y ello permitió que textos extraviados fueran dados a conocer, permitió que testimonios de gente viva hayan sido fijados en libros. El libro que hoy presentamos, que tiene como título el sugerente de “Al aire”, con todo respeto, es el inicio de los dos grandes libros pendientes: el del deporte comiteco y el de la historia de la radio en Comitán. Este libro contiene los dos primeros granos de arena. Es un mínimo territorio, pero ya es el comienzo. Acá están las historias breves, resumidas, de dos personajes comitecos: Gerardo Coello y Romeo Torres Ventura. Ellos bien pudieron contar más porque tienen mucho más, pero, entonces, ¿en qué momento se concluye el trabajo de redacción y se convierte en libro? El escritor Gabriel García Márquez dice que el novelista debe, en un momento determinado, dejar de revisar el texto para darlo ya como bueno, de lo contrario nunca se publicarían las novelas. Con los testimonios sucede lo mismo, siempre queda mucho por contar, por incluir en los libros. Pero, bueno, los lectores de este libro encontrarán un retrato más o menos claro, en tono sepia, de Gerardo y de Romeo.
¿Por qué Gerardo Coello y por qué Romeo Torres Ventura son las figuras que aparecen en este libro? Tal vez porque fueron los primeros que aparecieron en la calle a la hora que el reportero intentó dejar testimonio de la vida de grandes personajes de este pueblo. Así como fueron ellos, bien pudo ser cualquiera de los integrantes de la llamada Tejedora de goles (selección de fútbol, que tuvo muchos éxitos) o cualquiera de los locutores de inicios de la radio o de los continuadores. ¿Se dan cuenta de cuántos testimonios están pendientes? Cada uno de esos testimonios es la figura que va dando forma al rompecabezas de nuestra identidad. Estoy seguro que ahora mismo muchos deportistas comitecos, brillantes deportistas, nos están escuchando; estoy seguro que mucha gente que pasó por la radio comiteca es testigo de este acto celebratorio. Bueno, a ellos les digo que tenemos una deuda pendiente: es necesario que su testimonio de vida quede fijo en un libro para gloria de Comitán y para que los niños y jóvenes entiendan que este pueblo mágico se ha hecho con el esfuerzo y aporte de muchos que los antecedieron.
Nos hacen falta mil libros, mil testimonios. ¿Quién se atreve a realizar esta gran campaña por la identidad comiteca? Hoy es día de celebración, por esto digo: felicidades, Chiapas; felicidades, señores locutores; felicidades, Malena, por esta iniciativa que ya queda como un feliz dato histórico; felicidades, Gerardo Coello y Romeo Torres Ventura, por ser generosos y compartir un cacho de sus vidas con el pueblo que ya es su vida: ¡Comitán!
Qué bueno que la radio pública y la radio comercial cedieron parte de su tiempo para que el libro y los personajes de nuestro pueblo fueran los protagonistas. Gracias por el privilegio.

lunes, 17 de septiembre de 2012

FINAL DE CUENTO




“¿Quieren que les cuente un cuento?”, dijo Teófilo. Lo dijo en el tono de Brozo, como lo hacía cada tarde, a la hora que sus clientes ya estaban medio entonados. Ese día, como lo hacían siempre, los clientes de la cantina gritaron: “¡No!”. Pero ese día, al contrario de los demás, don Teo ya no gritó: “¡Pues se joden, porque se los contaré!”.
Esto que es el principio de esta Arenilla, fue el final de la historia. Porque dos segundos después el edificio se derrumbó en menos de un minuto, como si hubiese ocurrido un temblor o la bomba de Hiroshima se hubiese equivocado de lugar.
Lo impresionante no fue la muerte de todos esos borrachos adentro de la cantina “La hija de los agravios”, sino la cantidad enorme de testigos (más de quinientas personas, según la nota de un día después, redactada por Romualdo Hernández, en el periódico “Reforma”).
Tres meses antes (más o menos) el ayuntamiento dio a conocer que sería derruido el edificio de tres plantas, donde, en la planta baja funcionaba desde hace más de treinta años la cantina de don Teófilo, que, cuentan los cronistas, llegó al pueblo desde la ciudad de Veracruz, adonde había llegado hace más de cuarenta y cuatro años, proveniente de España. Teófilo (cuando le preguntaban por su oficio) contaba que en Madrid había trabajado, de niño, como ayudante en un bar en la calle de la Virgen de los Peligros. El temblor de 2011 provocó daños al edificio. Las autoridades de Protección Civil determinaron que debía derruirse. Los inquilinos de los departamentos del segundo y tercer niveles fueron desalojados y, de manera temporal, les dieron casas de interés social en la Colonia “Los que llegaron y no se fueron”. Sólo don Teófilo se rehusó al desalojo. Firmó un acta donde especificaba su derecho a morir como él quisiera. En un párrafo, que a doña Esperancita le causó un llanto con hipo que le duró más de dos horas continuas, don Teo decía que durante setenta y nueve años de su vida había sido un oficiante de la cantina, sus manos estaban llenas de un aroma de cedro con alcohol. Esa mezcla era difícil de hallar entre los diversos oficios, por lo tanto, después de haber oído miles de historias de hombres que se arrepentían de haber hecho lo hecho y de miles de historias de hombres que se arrepentían de no haber hecho lo que no hicieron, apelaba a su derecho de expresar su última voluntad y de exigir que se le respetara. Como si oír tanta historia miserable fuese motivo de condena él exigía que le dejaran morir al lado de la barra de cedro que durante tantos años fue el motivo de su vida. Y una vez escrito eso pidió a su compadre Elías que lo encadenara y le pusiera diez candados y los retacara con colaloca.
El Presidente Municipal llegó a convencerlo de lo contrario. Como don Teo andaba encadenado, el mismo Presidente sacó una cerveza de la hielera, la destapó y luego, quitándose el saco y subiéndose las mangas de la camisa, dio un sorbo. Después de doce cervezas y cuatro “talguatazos” de ron, el Presidente salió tambaleante y declaró a la prensa que todo mundo, ¡qué chingados!, tiene derecho a morir como quiera y si don Teo había decidido morir adentro de su cantina nadie lo impediría. Lo último que hizo el Presidente, ya bien bolo, fue enviar al licenciado Rosendo, su secretario particular, por su saco. Cuando Rosendo salió y a punto de que el Primer Oficial diera la orden de accionar los explosivos un grupo de clientes asiduos de la cantina entró, se sentó en las mesas y pidió una ronda de cervezas bien frías. Don Teo rió, rió mucho y todos los demás hicieron lo mismo. La multitud que estaba en la calle entendió que el grupo de borrachines había decidido ejercer su pleno derecho de elegir la forma de muerte. Todas las mujeres se persignaron y el Primer Oficial, como si fuese el juez de una justa deportiva, bajó la bandera en color amarillo y el chalán, que estaba hincado, bajó los brazos sobre el dispositivo. La explosión se escuchó por toda la ciudad, la nube de polvo creció como un hongo multiforme y el edificio cayó como, a veces, caían los bolos a la puerta de la cantina “La hija de los agravios”.
Segundos antes de la explosión, cuentan varios testigos, oyeron la voz de don Teo que decía: “¿Quieren que les cuente un cuento?”.

sábado, 15 de septiembre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ES LA CASA DE MANUEL

Querida Mariana: ¿sabés cuántas casas tiene Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa? ¡Más de dos, seguro! El escritor Carlos Fuentes pasaba una temporada en Londres y otra en México, en casas propias. Los escritores de fama tienen casas alrededor del mundo. A los hispanoamericanos les fascina tener casas en Europa, donde pasan buenas temporadas. La escritora española Rosa Montero no le perdona a Gabriel García Márquez haber aceptado el regalo de una casa que Fidel Castro Ruz le hizo en Cuba (dice Rosa que no es justo aceptar el regalo de una casa en un país con tantas carencias. Bueno, Rosa no conoce el caso de los políticos mexicanos corruptos que compran residencias en otros países, con la lanita que roban, y que, en términos exactos, es paga de los contribuyentes mexicanos o que proviene de la venta del petróleo, por ejemplo, y que en teoría es paga para el desarrollo del país todo).
Pero hubo un tiempo en que Gabriel y Mario (y los demás escritores) sólo tuvieron una casa: la casa de su infancia. Manuel de Jesús Aguilar Díaz es un artista que trabaja el barro y, por ahora, vive en la casa que fue la casa de su infancia (en la ranchería Yalumá). Su casa está (por un lado) en un terreno cercano a una escuela, y por el otro lado en terrenos donde la milpa, como si fuese bebé sietemesino, se obstina en sobrevivir y crecer (nuestras tierras de temporal nos acostumbran a vivir metidos en la esperanza). La tarde que fui a casa de Manuel, el viento gateaba en los surcos y apenas movía las cañas. En la lejanía (una lejanía que está cerca de Comitán) los montes se levantan como pechos en una niña de diez años. Nuestros montes son discretos, apenas se muestran sobre el horizonte. Hay lugares (los que Gabo y Mario han sobrevolado) donde las montañas son olas enormes llenas de tierra, tsunamis petrificados. Las montañas portentosas moldean el espíritu del hombre, lo hacen humilde o temeroso. ¿Qué ego resiste el baño de una montaña como el Pico de Orizaba? En cambio, los montes que Manuel mira, desde el patio de su casa, son discretos. Esta discreción de paisaje alimenta dos tipos de ego: uno que se incorpora al entorno y crea hombres también discretos y humildes; otro que se cree mucho y se siente más alto que el montículo y trata de elevarse al cielo para hablar de tú (o de vos) con los Dioses. Acá, en Comitán, tenemos personas con los dos caracteres. Hay hombres y mujeres que caminan como pavorreales y que se creen más altos que el Junchavín; hay otros (gracias a Dios) que se saben hoja sencilla del árbol y caminan humildemente, maravillados y maravillosos, por las bajadas y por las subidas de este pueblo. Por el momento, Manuel camina en medio del barro, con sus pies descalzos. Manuel camina, como recomiendan los sabios, con los pies bien puestos en la tierra, pero con el corazón y la mente enredados en los sueños de altura.
Ya conté el otro día cómo la obra de Manuel me sedujo en la exposición que montó durante el Festival Rosario Castellanos, en el lobby del Teatro de la Ciudad (me cuentan que ahora su obra está expuesta en el Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos). Por esto, una de estas tardes me trepé al carro y lo fui a conocer. Lo conocí. Vestía chanclas, un pantalón de mezclilla y una playera que un día fue blanca y completa. Sus pies, manos, brazos y parte del rostro estaban llenos de barro. Fui (lo confieso) más que a conocer a Manuel ¡a conocer su casa! Un poco como si supiera que si conocía la casa conocería el espíritu del artista.
No es broma lo que digo. La gente sabe que el artista pepena la piedra de la creación en los años de infancia, en los corredores y patios de la casa donde creció. Crecemos mirando el suelo y el cielo, desde el patio de nuestra casa.
Una tarde antes anduve por el barrio de San Sebastián y por su parque (recién remodelado). Hallé algo novedoso: la gente mira hacia el suelo. A mí me gusta mirar hacia arriba. Cuando estoy en un parque busco los árboles, miro hacia arriba y miro los pedazos de cielo que se cuelan por en medio de las frondas. El contraste entre el azul y el verde, entre la luz y la sombra, es fascinante.
Manuel, sin duda, creció en medio de esa sombra y de esa luz. En el traspatio de su casa hay un árbol de nantzerol (¡Dios mío, qué nombre tan bello, qué fruta tan “azariada”!). Cosimo, el personaje principal de una novela de Italo Calvino, decide un día treparse a un árbol y no volver a colocar pie en tierra. Su mamá se alarma, pero el papá le dice a ella que no se preocupe, en cualquier rato ¡bajará! El papá se equivoca, porque Cosimo no baja nunca. Se queda a vivir en los árboles hasta que fallece. Manuel, sin duda, de niño trepó al nantzerol o al árbol de jocote que está al lado del patio de entrada. La mayoría de niños trepa a los árboles y luego baja. Parece que Manuel está en ese terreno que tiene mucha semejanza con el limbo, que es el terreno propicio para los creadores. Son niños que nunca dejan de subir al árbol (a veces lo siguen haciendo físicamente o lo hacen con el lazo de su espíritu).
¿De dónde las historias que cuenta Gabo? ¡Son terrones arrancados en el patio de su casa de Aracataca! El propio Gabo (de manera consciente) platica cómo su literatura está impregnada de las historias que le contó su abuela, cuando él era niño. Lo mismo sucede con todos los grandes escritores, lo mismo con todos los grandes artistas. Tal vez Manuel pepenó en el patio de su infancia el barro que ahora empapa su mente y su corazón.
¿Por qué los comitecos ahora miran al suelo en el parque de San Sebastián? La gente, como si buscara monedas o rondanas, mira hacia abajo. Luis David Ramírez (arquitecto encargado del proyecto “Ciudad Rosario”) invitó a Arturo Avendaño a intervenir el “suelo del parque” con fragmentos de poemas de Rosario. Como Arturo es uno de los más connotados artistas ceramistas del país (para orgullo nuestro), el suelo del parque ganó luminosidad. En Comitán, ahora, vemos al cielo y también al suelo porque ahí pepenamos la luz. La obra de Arturo es de excepción. ¿Cómo es posible que con simple barro logre tal textura, tal juego de nubes?
Los artistas que juegan con el barro (como Arturo y Manuel) tienen en sus manos los cuatro elementos: el agua, el fuego, el aire y la tierra. El corazón del ceramista está enredado en la fragua de Vulcano; cabalga sobre el lomo de la furia del aire y bebe del vaso donde el agua y la tierra toman el color del pozol de cacao. No hay (lo siento) artista más completo que el creador que juega con el barro. Por esto, ahora en el parque de San Sebastián, la gente se maravilla ante la obra de Arturo. No es más que tierra modelada, no más que tierra insuflada por el hálito Divino.
Los niños, antes que jugar con las palabras, antes que jugar con los colores, antes que tocar una pequeña guitarra o una marimba chiquitía, ¡mucho antes!, juegan con la tierra (el cabrón del Javier, dice que yo no jugué ni mi caca cuando era chiquitío). La tierra es el lugar de nuestro reconocimiento. Los hombres que hacen obras artísticas con la tierra no hacen más que confirmar su religión.
¿Qué hizo que Gabriel García Márquez, un día, en lugar de seguir jugando con la tierra decidiera jugar con las palabras para toda su vida? En el fondo, los escritores también, a su modo, siguen jugando con la tierra, porque la nombran y al hacerlo es como si escribieran sobre la arena del cielo, como si embarraran el barro sobre la pared del aire.
El otro día, Francisco Gordillo Alfonzo (en el facebook), mencionó que al oír la canción “La noche que Chicago murió”, su mente (y tal vez su corazón) lo remitía, de inmediato, a la casa de su tía Tere. Todo lo que vivimos después de niños no es más que un eterno regreso a la luz esencial: el patio de la casa de infancia y sus derivaciones: los patios donde corrimos, donde nos formamos. Por esto quise conocer la casa de Manuel, el artista de Yalumá, el hombre que juega con el barro y realiza piezas ala de aire. Quise comprobar cómo ese piso de tierra, que todavía existe en el patio de su casa de infancia, es aliento de su creación.
La casa de Manuel es una casa azul. El patio de su casa es como el patio de su corazón: lleno de tierra (¡ah, ya imagino los regaños de su mamá! “¡Muchachito de porra, dejá de jugar con el lodo! ¿No mirás cómo dejás la ropa?”. Imagino que, en cualquier instante, ella diría: “¿Quién creés que lava la ropa?”, y el cabroncito de Manuel, con una sonrisa de araña tejedora, pensaría: “¡Hoover!”, pero qué remedio, en la casa de Manuel no hay más que la batea para lavar la ropa y la suciedad de la corteza del tiempo).
Quienes saben dicen que debemos alentar los sueños de los niños. Tal vez Chicharito anduvo juegue y juegue al fútbol todo el día; tal vez Gabriel García Márquez anduvo escribiendo sobre los muros de cal de su casa en Colombia; tal vez Manuel metió tierra a la sala porque anduvo haciendo figuritas de barro. Vos, niña bonita, de niña fuiste igual que Cortázar. Julio pasaba el día leyendo, a tal grado que un médico le prohibió la lectura (¡médico bestia!). Soy un poco igual que vos: no le hago caso a quienes me sugieren que no lea tanto. Si Javier tiene razón y no jugué ni mi caca de chiquitío, entonces que el mundo, ahora que soy viejo, deje que juegue con los libros y con la palabra.
La Rosa Montero se enojó cuando supo que Gabo aceptó el regalo que le dio Castro. Bueno, estoy seguro que acá en Comitán más de dos compas, de esos que tienen mucha paga, no tendrían ningún inconveniente en regalar una casa a la Rosa Montero, quien es una excelente escritora española. Comitán se la regalaría con una condición: que pasara una temporada acá, cada año. También estoy seguro que la Montero aceptaría el regalo, porque vivir en un pueblo como éste es el mayor regalo que la vida podría otorgarle (estaríamos dispuestos a regalarle una casa a Gabo y otra a Mario, con la misma condición. Que Gabo y Mario vivieran unos meses acá. ¿Imaginás lo que eso sería? Seguro que los llevaríamos al Centro Comiteco de Creación Literaria para que compartieran sus conocimientos. ¡Uf! Disculpá a veces me cuesta trabajo bajarme del árbol. Estos escritores son como Los Andes, montañas que se hablan de tú a tú con el cielo, y nosotros: ¡simples mortales!).
Posdata: el jueves 6 de septiembre inauguraron la remodelación del parque de San Sebastián. Fui. Una tarde muy agradable, porque, a la vez, presentaron el segundo disco de la Marimba Municipal. El único arroz en el frijol fue la placa que develó el Presidente Municipal. ¡Dios mío! Espero que hoy ya esté corregido el error. Ahí consignaron el nombre de nuestro pueblo y, en lugar de colocar la tilde sobre la a, la colocaron sobre la i. ¿Comítan? ¡Dios mío, en qué cabeza cupo tal vómito! Insisto, niña bonita, espero que el día de hoy ya no esté dicho error y todo sea como son las obras de Arturo Avendaño y Manuel: vuelos casi de águila, caminos de tierra iluminada.

viernes, 14 de septiembre de 2012

PIEDRAS DE VIENTO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como un puente y mujeres que son como un dique.
La mujer puente siempre tiende los brazos en busca de la otra orilla. Sabe que la vida es un abismo. Nació bendita, porque reconoce en su corazón su oficio de constructora, por esto cuando sonríe su boca es como cielo lleno de nubes blancas. Cuando sonríe se le hacen dos hoyitos en el rostro. Esos hoyitos son como anclajes y sus labios son los cables que, como aves, vuelan para salvar el vacío. Su vocación es la del curita sobre la herida. Cuando asiste a un concierto se descubre, no en el clavicordio ni en la batuta, sino en la cuerda del violín, en la cuerda del piano. Se sabe instrumento de viento, porque para que el sonido aparezca precisa de una cuerda. De cuerda su espíritu, de cuerda cada parte de su cuerpo. Por esto, lo sabe, sus mejores amantes son aquéllos que, más que los labios, saben usar sus manos; aquéllos que la tocan como si sus pechos fueran un laúd y sus caderas un arpa.
A veces sueña con elegir su sueño. Sueña que es puente sobre el mar de su amado; sueña que es puente sobre el vacío y se sabe poderosa. A veces, qué pena, los hombres, sobre todo en tiempo de guerra, ¡la dinamitan! Los hombres lo hacen así para que ella no sea esa ventana donde se alcanza el horizonte. El hombre que ha tenido el prodigio de acostarse con ella sabe que es como el aire que toca la ventana en madrugada, sabe que ella es como el labio que besa la flor de la entrepierna.
A veces sueña con elegir su sueño. Se sueña capullo y luego mariposa y luego deseo del Espíritu Santo; se sueña persiana y luego ventana y luego gajo de luna en cuarto menguante.
No viaja en auto, siempre lo hace en tren, porque sabe que los rieles son sus ascendientes del siglo XIX. Cuando viaja en tren le gusta bajar en estaciones donde las montañas son como un promontorio de sal o de azúcar en la lejanía; le gusta comer en fondas con techos de paja, en lugares donde los gansos y patos andan de un lugar a otro sin que nadie los convierta en personajes de fábulas. Después de la comida prende un habano y llena de humo la estancia, lo hace sólo por recordar cómo la locomotora tose a la hora que sube por la Sierra Madre. Le gusta sacar los brazos y la cara por la ventana del vagón y sentir cómo el viento juega con su cara. Porque el viento también, a su manera, es como un puente: lleva aromas de un territorio a otro. A veces, el viento lleva nostalgias extraviadas, por esto, algunos hombres y mujeres, en madrugada, mueren de flato, se sientan sobre la cama, se llevan las manos al pecho y tuercen la cabeza como si fuesen pajaritos en medio de una avalancha. Quedan tendidos en sus camas. Los médicos dan el parte: ¡fue un infarto! No saben que esos hombres y mujeres murieron porque el viento les tendió un puente.
La mujer puente puede estar hecha de hormigón, de varillas de mil pulgadas, pero su esencia está en la cuerda, la misma que sirve para el ahorcado, la misma que sirve para ahogar las manos del preso. La cuerda es su esencia. Hubo un tiempo en que el vacío se tendió entre ella y su amado y ella atrapó a un cuervo, le amarró la cuerda a una pata y, como si fuese paloma mensajera, el cuervo llevó la cuerda hacia el otro lado y la amarró a una mesa. Éste fue el principio del puente. Ya luego, en Babilonia y, más tarde, en Nueva York, los hombres se encargaron de reproducir los puentes en cada una de sus paredes, en cada uno de sus muros, sólo para no olvidar que el mundo sería nada sin la mujer puente.
A veces, ella hace silencio. Nada dice. Lo hace por mucho tiempo. Cuando está a punto de asfixiarse ¡suelta algo que suena a lamento, que suena a una aria de ópera o suena al chillido que hace una bomba cuando cae en tierra! Esto también es un puente, ella lo sabe. Ese hilo de aire llega al oído del otro, al del amado. Es en ese instante que el amor se produce. Ella siempre tiende un hilo, como si fuese una mujer cardadora, como si bajase las nubes para bordar una claraboya.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como la leyenda del clavel rojo y mujeres que son como un edificio que se derrumba.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AIRE TIENE BOLSAS




Querida Mariana: el tío Paquito es simpático. El otro día me preguntó: “Oí, vos, en la última invitación escribiste que ofrecerían vino de honor al término de la presentación de un libro. ¿Por qué vino de honor? El vino de honor ¿está hecho de uvas honorarias? O ¿es alguien que vino de una ciudad que se llama Honor? ¡Vino de Honor! ¿Cuál es el gentilicio de los nacidos en Honor? ¿Honoríficos?
Pucha, es de lo que no hay. Siempre que viene a la casa anda remilgando por palabras más, palabras menos. Me recuerda al personaje de Derbez, el que exige que alguien le explique.
“Luego, cuando vas en el avión, dicen que el zangoloteo es porque entramos a una bolsa de aire. Ya me quiero ver, el día del cumpleaños de tu tía Andrea, entregándole una bolsa de aire, como regalo. Lo que tu tía quiere es una bolsa de esas que usa la Elba Esther Gordillo, o ya de perdida, una hecha con piel de cocodrilo, de esas que venden de contrabando en la peletería de don Juan”.
Sonrío, porque luego pienso en una bolsa de trabajo, pero nada digo, porque sé que algo le encontrará. Y luego pienso en el Bolsón de Mapimí y me quedo callado, porque ¡saber qué diría!
El tío, a veces, llega a casa con una botella de ron. Mi mamá saca la poltrona y una mesa para que el tío eche su traguito. Mi mamá coloca un mantel blanco y, en platitos, sirve cáscara de chicharrón, queso, tostaditas, rodajas de butifarra y aceitunas. El tío, remilgando en contra de “las ideas que no llegan”, abre la botella y se sirve un “tutanazo” que bebe de un solo trago.
¿Por qué no llegan las ideas?, pregunta en voz alta y me ve. “Ya les he dicho a las mudencas que no se suban a las combis, por esto no llegan. ¿Por qué no viajan en la ADO?”, pregunta, enojado de verdad. Este enojo sólo le sirve de pretexto para servir más ron en su vaso y, de igual forma que hizo con el primer trago, tomarlo de un solo envión, como si fuese practicante de halterofilia y le estuviese prohibido detener el movimiento a la hora de levantar la pesa, el vaso.
Siempre compra una botella de litro, aunque jamás la termina. Antes de que el contenido llegue a la mitad él duerme y parece péndulo sobre la silla de madera. Una vez mi mamá le preguntó por qué no compraba una botella más pequeña, no sé, dijo ella, una de tres cuartos por ejemplo. ¡No, no!, gritó el tío. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Entonces explicó que sólo debían existir las botellas de medio litro y las de litro. ¿Cómo era eso de botellas de tres cuartos? ¿A poco las botellas eran casas para tener cuartos? Explicó que, una vez, siendo joven, en compañía de amigos, bebió de una botella y cuando un amigo le explicó que era de tres cuartos, él, por una asociación extraña (relacionada, sin duda, con su propensión a buscar torceduras al lenguaje), imaginó a la botella como un motel y su cuerpo comenzó a arder de más, se puso rojo, rojo y su pene se agrandó. Tuvo una necesidad imperiosa de fornicar. Cuando el dueño de la casa lo halló en la cocina, bajándole el calzón a la cocinera (que era la nana de la casa) lo corrió y lo amenazó con que si volvía a poner un pie en la casa lo castraría. ¡Cochino! ¡Habrase visto! Desde entonces tiene mucho cuidado con las pesas y medidas. Le gusta comprar, por ejemplo, treinta centímetros de tela, pero nunca, ¡jamás!, diez pies de tela. ¿Cómo -pregunta- voy a comprar pies de tela? ¿Son telas caminadoras? ¿Las usan los maratonistas?
A veces nos exaspera la visita del tío Paquito, pero, otras veces, disfrutamos mucho los caminos de desahogue que camina.

lunes, 10 de septiembre de 2012

POR LOS CAMINOS DEL SUR




La mañana del jueves 6 de septiembre, el Presidente Municipal de Comitán se reunió con integrantes del Consejo de la Crónica e integrantes del Consejo Ciudadano de Cultura. Por ahí se me ocurrió decir unas palabras. Paso copia.
¿Recuerdan la presentación de los dos primeros títulos de la Serie Editorial “La lectura más cerca de ti”? Esa tarde leí un texto. Al término, el maestro Julio Avendaño se acercó y me dijo algo más o menos así: “Me gustó tu participación, pero debes tener cuidado con las declaraciones políticas que haces y de las cuales luego te puedes arrepentir”. El maestro es un hombre bien intencionado, por esto le dije: “No se preocupe, Maestro. Sé lo que digo”. Se refería a las líneas donde escribí que José Antonio Aguilar Meza, nuestro Presidente Municipal, estaba empecinado en ser lo que ya comenzaba a ser: el Presidente que más había apoyado el desarrollo literario de este pueblo. Hoy, que el Contador Aguilar Meza está a punto de dejar la Presidencia, el balance en fomento del arte ¡es positivo! Hoy, si me equivoco, ustedes, gente ilustrada, pueden desmentirme y yo echo reversa, el apoyo que el Presidente Municipal brindó al fomento del arte no tiene parangón con lo realizado en administraciones anteriores. La fundación del Centro Comiteco de Creación Literaria y la Colección Editorial que impulsó, más todas las demás ediciones que se realizaron, refrendan su compromiso.
Algunos analistas preguntan: si esto hizo en un año nueve meses que duró su gestión, ¿qué hubiera logrado en tres años? ¿Quién sabe? Los sabios recomiendan no hacer chaquetas mentales, a la vez que insisten en realizar análisis objetivos. Un amigo me dijo: “José Antonio (así lo trata él, muy en confianza) supo que tenía poco tiempo y debía aprovecharlo al máximo”. Un poco como decir que echó toda la carne al asador. Pero, digo, lo importante no es echar toda la carne al asador sino cuidar que esa carne no se chamusque. Digo que, a pocos días del término de su gestión, don José Antonio puede sentirse satisfecho por lo realizado. Hablo de lo que me apasiona: la literatura. En el área del arte logró sembrar una semilla que, sin duda, tendrá que ser cuidada con amor por las administraciones venideras. ¡Tiempos halagüeños se advierten en el cielo comiteco! ¡Ya nunca más un retroceso en este camino! El día de mañana, ¡hoy mismo ya lo hacemos!, Comitán dirá que fue el Contador Aguilar quien colocó la primera piedra.
Los mismos analistas vaticinan el futuro del actual Presidente (en realidad, el título de analistas se los concedo de manera honorífica, porque ellos no son más que huevoncitos que andan en el café todo el día, pero, por lo mismo, andan enterados de todos los arguendes del pueblo, incluidos los amorosos y los políticos). Estos analistas cafetómanos dicen que nuestro Presidente actual seguirá enredado en la política y, menos tarde y más temprano, nos enteraremos de nuevos encargos. ¿Esto es cierto? ¡Saber! Los de siempre ¡lo aseguran! ¿Por qué digo esto? Porque, entonces, estamos seguros que esa siembra continuará. Si ya se encargó de poner la primera piedra fue pensando en que un edificio se debe construir. ¿En dónde la columna para colocar la placa que consigne el hecho? ¿Lo debemos hacer nosotros? Sí, parece que nos toca esa encomienda, pero no estaría de más que él nos eche la mano en la cuestión económica. Todo mundo sabe que es experto en bajar recursos. Qué término tan feo, pero así lo dicen: bajar recursos. ¿Acaso esos recursos están en el cielo? Parece que sí, y parece que nuestro Presidente, todavía, tiene una escalera grande y otra chiquita y que eso de subir al cielo para bajar recursos es cosa que a él le da risa. En fin, esto es para decir que confiamos en que su amor por Comitán sigue intacto y que este árbol que sembró puede dar frutos para Gloria de este pueblo. Mientras tanto puedo afirmar que (sin temor a que alguien me prevenga por la temeridad de mis palabras) don José Antonio volvió la mirada a un terreno ignorado por los políticos: el terreno del arte, y el arte, lo sabemos nosotros, es un Dios generoso con sus fieles seguidores.
Termino preguntando: ¿nuestro presidente es un lector obstinado? No lo creo, no creo que destine dos o tres horas diarias en leer literatura. Y qué bueno que no lo hace, porque si no, ¿a qué hora destina sus capacidades para solventar los problemas de esta ciudad? Pero él ya demostró que no es fuerza ser un apasionado de la literatura para entender lo que el arte hace por un pueblo. Él ya demostró que se puede ser humanista con sólo entender que el arte, la educación y el deporte son la triada que hará mejor a esta nación. Va pues, ya me callo.

viernes, 7 de septiembre de 2012

ENTRE MATRACAS Y ALHELÍES




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como la bandera de Francia y mujeres que son como la bandera de México.
A la mujer bandera de México le encanta recibir el viento en balcones, ventanas y andar enredada en astas bien enhiestas. A veces, los vientos le provocan roturas. Se sabe que quien se arriesga al huracán puede perder la ropa, pero ¡jamás la dignidad! Así, desnuda, plena, con las cicatrices de la pólvora, se extiende al aire, como si fuese ala de gaviota, rama de mirto, hoja de eucalipto.
El mes de septiembre es su mes. No sólo tiñe de rojo su entrepierna, sino, también, abre su corazón al blanco y al verde. ¡Ah, cómo disfruta ser la piedra más hermosa de este territorio! En avalancha baja y sube por las lianas del castillo y de la montaña, y los niños, ¡atolondrados, relucientes, fastidiosos!, corren por la ladera y la toman de la mano y juegan con ella y cantan: “Lavandera mía, lavandera mía, te subo por la ladera mientras mi corazón pía, pía”.
Es la mujer consentida de la patria, la más amada. Su amado la sostiene entre las manos, como si fuese un relicario, como si fuese un cartapacio lleno de viruta y de agua.
Como siempre sucede, el Poder la entroniza, la llena de un olor a incienso que la hace toser y la encapsula. Una vez vi a una mujer bandera de México metida en una vitrina, en la oficina de un poderoso gobernante. Le vi su cara triste. Pensé: “Pobre mujer, qué pecado cometió para estar encerrada”. ¡Ah, qué pena! Ella, cuya vocación es el vuelo del colibrí y el canto del cenzontle, andaba arrumbada en una esquina oscura. Otra vez, ¡qué pena!, vi cómo la arrastraban hasta un ataúd y la obligaban a abrazar la tapa, como si ella fuese la viuda, como si ella, con el abrazo, ayudara a Lázaro a recuperar la vocación de la vida. Ella, qué pena, amarrada a cadenas que imposibilitan su vuelo. Por esto, la mujer bandera de México recupera su brillo cuando se convierte en rehilete de hojalata en las manos de los niños y de los que la aman como si fuese un libro para contar las historias de los sobrevivientes.
Envuelta en las palabras más olorosas, ella se despliega como un cucurucho en los mercados, en las plazas llenas de globos y en las cantinas donde los borrachos la eximen del pecado. Envuelta en los soles más tiernos vuela en el confeti de las palmeras y en las hojas de los nomeolvides.
No hay mujer más generosa; no hay amada más laberinto que el Minotauro de su mano izquierda; no hay hueco más luminoso que el centro de su espiral.
Mujer deseada por los que tienen mares turbios, por los que inventan existencias de desierto, por quienes caminan por sombríos retratos. Mujer que cambia el color del cielo por uno más lleno de olivos y granates.
Ella baila al son que le toquen, pero, nosotros, los hijos de esta tierra con aroma a rostro de selva, sabemos que prefiere esa cuerda de árbol que se llama marimba. Ah, cómo baila al ritmo de Las Chiapanecas, cómo avienta la escuadra de viento al ritmo de una de los hermanos Domínguez, cómo mueve su cintura de jícara al ritmo de Comitán.
A veces, hígados cabrones estiran su ojo rojo y pretenden opacar su verde anzuelo y su blanco zanate deslavado, pero ella resiste, su trenza es más larga que la desesperación, su distancia más puente que el sótano, su corazón más esplendente que la madrugada. ¡Ah, mujer prodigio, que Dios bendiga tu abandono de calle aletargada!
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como novela a la fuerza, y mujeres que son como cuento sin final.

lunes, 3 de septiembre de 2012

VIENTOS DE AZOTEA




Mi abuelo contaba cuentos extraños y maravillosos. Para reforzar lo extraño de sus historias nos reunía en la azotea de la casa. Así, mientras veíamos los tinacos y bandadas de gaviotas, el abuelo sacaba una libreta de la bolsa de su camisa, cerraba los ojos, abría la libreta al azar y contaba la historia del día (muchos años después, una tarde después de la cremación del abuelo, Elena halló la libreta en una gaveta y descubrió que no contenía historia alguna. Elena corrió a darnos la noticia, pero la quedamos viendo con cara de sábana de motel. Todos sabíamos que el abuelo nunca aprendió a leer. Fue revolucionario. ¿Quién -Dios mío- quiere aprender a leer cuando lo único que urge es reconocer el olor del enemigo? ¿Ustedes sabían que el abuelo inventaba las historias?, preguntó Elena. Todos nos sentamos y nos recargamos en la base de cemento que sostiene los tinacos, y nada dijimos. Nos habíamos reunido para esparcir las cenizas del abuelo. Martha -la consentida- chupándose los mocos, abrió la urna y pidió que colocáramos las manos para recibir lo que nos tocaba del abuelo. Repartió por partes iguales. ¡Miren!, dijo Elías, y señaló el cielo con un movimiento de cabeza. Detrás de los tinacos de las demás azoteas vimos aparecer una bandada de gaviotas, eran como pañuelos blancos despidiendo al abuelo. Martha lloró más. Cuando todos tuvimos el puño de ceniza en nuestras manos, Miguel preguntó qué haríamos. Alfonso dijo que cada uno podía hacer lo que quisiera, porque, preguntó, ¿el abuelo no nos dictó su última voluntad, verdad?
Cada uno de nosotros tenía una historia favorita. Esa tarde de ceniza entendimos que esa era nuestra herencia. Por esto, Alfonso tenía razón, cada uno podía hacer lo que quisiera con su parte. Elena, sosteniendo la ceniza del abuelo como si fuese un pollito, dijo que tenía la certeza de que su parte de ceniza tenía algo del corazón del abuelo y llevó sus manos al oído para escuchar algún latido. Eugenio, el más cabrón de los primos, rió y dijo que su parte de ceniza olía al pene del abuelo, elevó las manos como si fuese un oficiante y dijo: “Polvo eres y polvo serás” y tiró la ceniza sobre el agua de la cubeta que usaba la tía Romelia para lavar los calzones de toda la primada. Todos callamos. Eugenio se sentó y dijo: “a partir de hoy esta azotea tiene un hueco”. El agua de la cubeta tomó un color cenizo, pero, al rato se diluyó, la ceniza quedó en el fondo y el agua retomó su transparencia. El abuelo era como un ahogado.
Las historias del abuelo eran extrañas. Tal vez por esto nos reunía en la azotea. Arriba, más allá del patio y de las escaleras, el viento tiene una consistencia diferente, es una liana de aire más suelta, menos asfixiada.
Cada uno de nosotros se quedó con un cuento especial. Lo sabíamos. Por eso, esa tarde, decidimos, al caer la noche, prender una fogata y, cada uno, contar su historia especial. Pero cuando Elena comenzó a contar la historia del gato que se creía vampiro, casi a la mitad del relato dijo que no recordaba el final. Perdón, dijo, no sé qué pasa, pero no sé cómo continúa. Alguno de ustedes ¿puede ayudarme? Pero nadie recordaba ese cuento. Así, uno a uno intentamos contar nuestra historia, como un homenaje al abuelo, pero a todos nos pasó lo mismo, cuando estábamos a punto de terminar la historia algo sucedía y nos quedábamos en blanco. ¡Puta madre!, dijo Eugenio. Le estamos haciendo al pendejo, nosotros no somos el abuelo. Se paró y bajó corriendo, limpiándose los ojos, con coraje. Todos nos paramos y fuimos, poco a poco, abandonando la azotea. Fui el último en bajar. Al final sobre el círculo donde habíamos estado quedó un “montón de montoncitos” de ceniza. Dejamos un paisaje de volcanes enanos. Sólo en el lugar de Eugenio quedó algo como un vacío.
Al bajar por la escalera me hice la promesa de contar la historia de mi herencia en una Arenilla. Pero no he podido hacerlo, porque cuando inicio, un terror de vacío me persigue y tengo miedo en llegar a una línea, cercana al final, y no saber cómo termina.
No sé por qué, pero los montoncitos de ceniza persisten hasta ahora, después de veintiocho años del fallecimiento del abuelo. Esa noche de ceniza llovió, llovió como nunca. A la mañana siguiente subí a la azotea y, cuando puse mis manos sobre el último peldaño de la escalera de incendio y asomé la cabeza, miré que ¡ahí estaban! Como si la ceniza del abuelo hubiese sido cemento el agua de lluvia la había fraguado. A veces he descubierto que las gaviotas bajan a la azotea y se paran sobre los volcanes. Las veo mover su cabeza y sus alas de manera leve, casi casi como si escucharan algo. Pero digo que es una pendejada lo que pienso. Corro, con los brazos abiertos, y las espanto. Entonces, con una franela y un poco de agua, limpio los volcancitos y elimino las cagadas de los pájaros hijos de la chingada.

sábado, 1 de septiembre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HUBO UN TIEMPO EN QUE LOS “132” ILUMINARON COMITÁN




Querida Mariana: hubo un tiempo en que la Escuela Preparatoria funcionó donde ahora está la Casa de la Cultura. ¿Sabrán los chavos preparatorianos de hoy que un grupo de los años 70 les consiguió mejores instalaciones? No, no lo saben. No hay ninguna placa que así lo consigne.
Lupita Nájera, quien fue mi compañera de aula, refrescó mi memoria. Dijo, con vehemencia y pasión, que nuestra generación fue la generación del cambio. Dijo: “¿Te acordás que fuimos la primera generación de preparatoria de tres años?”. Sí, dije. No me acordaba. Vos sabés que mi memoria es como carrizo. Dijo: “¿Te acordás que nosotros logramos la construcción del nuevo edificio de la Prepa?”. Sí, dije. No lo recordaba. Apenas recordaba que era el año de 1974; apenas que nuestro grupo de tercer año de prepa se escindió y -cosa insólita- hubo dos bailes de graduación: uno que fue amenizado por Luis Arcaraz (¡nada más y nada menos!) y otro que fue amenizado (si la memoria no me hace chuza) por Acerina y su danzonera.
Una mañana, yo jugaba en el billar de Nevelandia. En medio del humo de cigarro apunté a la bola número 8, iba a mover el taco cuando Jorge lo detuvo y me dijo: “Apurate. Vamos a hacer huelga”. Dejé el taco sobre el paño verde y salimos corriendo. Jorge dio tres toques largos y dos cortos en la puerta de madera del salón de la Prepa donde el grupo de huelguistas preparaba el movimiento. Armando abrió tantito y preguntó: “¿Quién?”. “Nosotros, pendejo. ¿Quién más?”, dijo Jorge. Armando cerró y, desde adentro, dijo: “¿Cuál es la contraseña?”. Jorge se enojó, empujó la puerta y le dijo a Armando que se dejara de pendejadas, maestro Rey se iba a dar cuenta. Adentro del salón, con las ventanas cerradas e iluminado con apenas un foco de sesenta watts, los líderes de nuestro grupo planteaban las estrategias. Raúl Jiménez (uno de los líderes principales, el otro fue Marco Antonio Constantino, hermano mayor de Jorge, quien fue Presidente Municipal de Comitán; por ahí también andaba Cándido Alfaro) dijo que un grupo se escondería en el auditorio y cuando todo mundo fuera a comer, ellos atrancarían, por dentro, la puerta principal. ¡Y así fue! A la hora que la mayoría de alumnos fue a casa, a comer, para volver a las cuatro de la tarde, a las dos últimas clases del día, un grupo de diez o quince o veinte compañeros (¡te digo que tengo muy mala memoria!) se escondió en el auditorio y esperó a que el maestro Reynaldo Avendaño y las secretarias cerraran la enorme puerta. A las dos y media (imagino) alguien avisó: “¡Ya, ya se fueron!” y la caterva de muchachos inquietos salió, fue por las tablas de madera de pino, los martillos y los clavos. Imagino que dos tomaron la tabla por los extremos y otro, con enjundia, con pasión, clavó (clavos de tres pulgadas) contra la puerta. Así, una tabla tras otra hasta dejar la puerta como cara de accidentado. Si alguien hubiese pasado por afuera habría escuchado el rebumbio. Pero, ¡ah, qué prodigio!, en ese tiempo, de dos a cuatro, Comitán se quedaba vacío, porque todo mundo andaba en su casa o en los aguajes, consintiendo el cuerpecito, con alguna cerveza bien fría, con alguna copa de comiteco y con un buen plato de cocido o de olla podrida. ¡Ah, qué bendición! Los otros andaban botados en sus camas en la siesta.
No sólo Lupita Nájera refrescó mi memoria. Un compa (saber quién, perdón) subió una foto al facebook, una foto donde están cinco muchachos de esos tiempos infinitos de 1974, de la gloriosa Preparatoria de Comitán. La foto tiene un color sepia huraño, como de camiseta muchas veces manchada y lavada. Por esto, la foto es más bien oscura, pero la luz de los cinco muchachos hace que la foto brille de más. Cuatro de ellos sonríen, el quinto ¡ríe con una risa de bosque de pinos! Quien ríe se llama Alfredo Gordillo Zamora (le decimos El Chino, los de más confianza le dicen Chino Bolas y yo nunca supe por qué le decimos así, más bien le podríamos haber dicho El Negro, porque su piel es morena y, en esos años de pantalones acampanados y collares al cuello, usaba una cabellera estilo Afro que le envidiaba medio Comitán. ¡Ah, que cabellera tan de árbol lleno de tzucumos, tan cielo lleno de nubes presagiando tormenta!).
En todos los grupos, de todas las escuelas, de todos los tiempos, siempre hay palomillas. La de esta fotografía era una buena palomilla. Acompañan a El Chino: Hugo Fritz, Hugo Ramírez, Rogelio López y Enrique Penagos (hermano de Víctor, el muchacho que apenas la semana pasada falleció ¡qué pena!).
Esta fotografía y lo que dijo Lupita fue como un balde de agua refrescante y limpia. Sí, Lupita tiene razón, fuimos una generación del cambio.
Yo no tenía mucho aprecio por la música (mis gustos no pasaban de lo que escuchaba en la XEUI: Ray Coniff, Leo Dan, Roberto Carlos (éste aún me gusta), José José (éste ya no tanto) y Paul Mauriat). Pero, la palomilla de la foto sí escuchaba música diferente. Recuerdo a otro integrante de esa palomilla, Roberto González, excelente baterista; lo recuerdo con un disco bajo el brazo, el disco era Philosopher, de Yellowstone and Voice. ¿Dónde conseguía, Roberto, esos discos? Seguro que no en La Casa del Ciclista. Tal vez sus primos, quienes eran músicos famosos, se los enviaban desde la ciudad de México. Ah, Philosopher, ¡ah! “All the children in the park, searching the sculpture to find where you are…” (Dios mío, ¿qué significa? Mi conciencia dice: “Bueno, bueno malmudo, por no poner atención en las clases de la Maestra González, sólo aprendiste a decir good by y so long”. En mi inglés elemental entiendo que los versos iniciales de esa canción dicen: “todos los niños en el parque buscan la escultura para saber dónde estás”) Te encargo, niña bonita, que me ayudés en la traducción completa.
Un día, muchos años después, caminaba por la ciudad de México, y en una zapatería sonaba esta canción. Me detuve, extendí mi brazo y lo apoyé sobre la pared. “¿Qué te pasó?”, me preguntó mi acompañante. Me sostuvo. “Nada”, le dije, pero luego rectifiqué, le dije: “¡todo!” Vos sabés, hay canciones que nos vuelven a tocar muchos años después y nos sacuden las piedras que cargamos y ellas se vuelven más pesadas o, por el contrario, se convierten en nubes.
El Maestro Rey llegó a las tres y media de la tarde. Siempre llegaba puntual a abrir la puerta de la Escuela Preparatoria. Ya las secretarias lo esperaban, reclinadas sobre un murete del corredor exterior que estaba frente a la famosa “manzana de la discordia”. El maestro metió la llave, le dio vuelta y empujó. ¡Nada! La puerta no se abrió. El Maestro hizo otro intento. Empujó más fuerte. Algunos alumnos que estábamos afuera, seguíamos apoyados en el murete. Algunos se tapaban la boca para ahogar la risa, otros, con pena, lamentaban el esfuerzo que hacía el Maestro que continuaba en su intento de abrir. Una secretaria se acercó y ayudó a empujar. ¡Nada! Uno de nosotros, no sé quién fue, se acercó y le dijo que la escuela estaba tomada por los estudiantes. El Maestro, entonces, pateó la puerta, pero el intento fue estéril. Maestro, le dijo el estudiante, la puerta esta clavada por dentro. Nadie podrá abrirla, hasta que una Comisión sea recibida por el Director (que era el Doctor Elías Macal).
Eva Morante señaló el otro día, en el facebook, que en esos años setenta el Café Intermezzo era territorio prohibido para las jóvenes y, agrega Pedro, el billar de Nevelandia lo era para los jóvenes. Ah, pobres padres setenteros. No sabían que en esos espacios estábamos a resguardo de peligros. Vivíamos el Centro como ahora lo viven los jóvenes preparatorianos que se reúnen en torno de la fuente. Cuando veo a los jóvenes de estos tiempos platicando, chanceando, riendo en el parque central me da gusto. Sé que están en un territorio seguro. Gracias a que el parque central era el lugar de reunión los jóvenes de esos tiempos seguimos en el camino menos irregular, el que tiene menos piedras.
Un día, el Secretario de Educación se presentó y los líderes (en el auditorio de la Prepa, cuyo edificio seguía tomado por los revolucionarios, por los padres y abuelos de los 132) le expusieron “nuestras” demandas (pongo entrecomillado el “nuestras” porque varios no teníamos mayor conciencia de lo que ellos estaban haciendo y logrando. Varios seguíamos jugando billar y gozando de la dulce vida, sin tener clases, porque en la puerta de lo que hoy es la Casa de la Cultura, ¡esa misma puerta!, estaba clavada la bandera con colores rojo y negro, símbolo de huelga). Los jóvenes preparatorianos exigieron ¡un nuevo edificio! No dejaron que las autoridades educativas del estado se fueran sin firmar el compromiso de cumplir con las exigencias del grupo de jóvenes preparatorianos. Ese movimiento logró la construcción de la Escuela Secundaria y de la actual Escuela Preparatoria. Por esto, cuando un día, hace tiempo, corrió el rumor de que el terreno de la Prepa sería catafixiado para que ahí construyeran un centro comercial, más de tres ex compañeros me llamaron y dijeron que no lo permitiríamos. Yo dije ¡no, no lo permitiremos!, pero yo recibí las llamadas mientras jugaba carambola en el billar que está frente al parque central. Ellos dijeron: que ni lo intente el Presidente Municipal, y yo dije: que no, que ni lo intente. Porque, agregaron, le haremos un movimiento de resistencia más fuerte que el de 1974, y yo dije que sí, que sería más intenso. Lo dije mientras hacía una carambola de tres bandas.
Posdata: querida mía. Este textillo sólo es un pretexto para decir a mis compañeros de esa generación que hoy ¡los admiro más que nunca! Admiro su coraje, su entereza y su decisión para hacer las cosas. Hoy sé que el movimiento tuvo aristas. Todos los movimientos políticos tienen una doble intención. Al final, el Doctor Elías Macal fue destituido de su cargo y entró el Arquitecto Roberto Zúñiga como Director de la Preparatoria. ¿Quién movió los hilos para ese cambio? Yo no sé. Yo no sé nada. Tal vez algún día, uno de los líderes se decida a contar esa maravillosa historia donde un puñado de valientes logró la edificación de un edificio más digno. La mera verdad es que nuestros salones eran más oscuros que los salones donde hoy estudian los preparatorianos, pero, parece, los corazones de esos preparatorianos del 74 estaban henchidos de luz.
No sé si logrés mirar bien la foto. Está un poco oscura. La robé del “facebook”. Jugué al ladrón porque cuando la vi fue como si caminara por aquella calle del Distrito Federal, me detuve en la pared y escuché la canción de Philosopher.
Y si digo que los chavos de aquellos años nos salvamos por andar en el parque no hablo a lo mudo. Los chavos de hoy llegan a ese espacio porque están seguros de lo mismo. Tal vez algún día se dieron cuenta de que tenían árboles, campos deportivos y salones dignos, pero les faltaba el lugar donde los “132” del 74 hicieron historia.