miércoles, 31 de octubre de 2012


A LA LUZ DE UNA CRÓNICA

Hernán Becerra Pino cuenta que Luis Echevarría Álvarez le preguntó por qué dejó Chiapas y fue a la ciudad de México. Hernán respondió: “quise salir del ostracismo y del tedio en que vivía en la provincia”. Traducción libre: Hernán, en Tapachula, se aburría como ostra, era una ostra que quería ser “ostro”.
¿Qué ha hecho desde entonces para no aburrirse y para brillar? ¡Ha escrito y ha viajado!
Hernán ha obtenido dos Premios Nacionales de Periodismo por su oficio de entrevistador. Pareciera entonces que por ahí anda su vocación natural. Él insiste en escribir poesía y novelas, pero, parece, la poesía y la novela no son las mejores aguas de sus ríos.
La otra tarde, en Comitán, presentó su libro: “Crónica de un desayuno con Echeverría”.
Leí de “corridito” el libro y ¡me gustó! El terreno natural de Hernán es la crónica periodística. Desde que salió de Tapachula para conjurar el ostracismo y evitar el aburrimiento se ha dedicado a meterse a casas ajenas, no para robar objetos, sino para robar la esencia de las personas a través de las palabras; se ha dedicado a viajar por el mundo. Sí, lo entiendo, Hernán tiene un afán de hacerse notar por el mundo y de tomar notas del mundo. Hay, en su interior, una compulsión por aprehender los trozos de que está hecha la vida. No se conformó con el espacio cerrado y claustrofóbico y ardiente de Tapachula, de Chiapas. ¡No, no! Algún día tomó conciencia de que el mundo era más y decidió ser pata de chucho. Un chucho jodón. Lo entiendo, para desayunar, por ejemplo, con un ex presidente de la República es necesario ser muy metidito, muy jodón. No hay otra manera de derribar muros. Se necesita picar a cada instante. Es muy metidito, pero a él no le importa, porque al final nos entrega una crónica de ese suceso, un poco para decirnos “¿no que no?”.
A Hernán ostra ya le está quedando chico el mundo y esto es un problema serio. Cada vez quiere más. Padece el síndrome del escritor que nos cuenta Rosa Montero en su maravilloso libro “La loca de la casa”: ¡nada sacia a los escritores! Cuando alcanzan un millón de lectores quieren tener dos millones y cuando tienen dos desean tres, se mueren por cuatro…
Hernán no se sacia. A pesar de lo que el lector Molinari diga, él seguirá escribiendo poesía y ganando premios regionales en Chiapas. Seguirá escribiendo novelas y más cuentos. ¿Por qué esta terquedad? Porque está en su naturaleza terca.
Con pena, sugeriría que deje de perder su tiempo en cincelar obras medianas. Tal vez su destino está en la crónica sabrosa, ingenua, perversa, mentirosilla y lúdica, de lo cual da muestra en ese libro. Más que sus “gloriosas” entrevistas, el chiste de su pluma está en la lectura que hace de los personajes y de su entorno. Me divierto mucho con sus anécdotas. Puedo pasarme una o dos horas oyendo contar los relatos de sus viajes que dan cuenta de lo vivido y de lo soñado, de lo real real y de lo real imaginario. Su imaginación es desbordante. Sé que miente, que miente mucho, que todo lo adorna, como si fuese pastelero, con un betún color rosa tenue (pucha, sólo imaginar un tono rosa tenue ya da idea completa de su perversión narrativa), pero sus mentiras no le hacen daño a este mundo. Al contrario.
Hernán (es mi experiencia como lector de su obra) no es poeta, no es novelista. Sí es, en cambio, un narrador agradable cuando cuenta las vivencias de sus viajes y de sus contactos con grandes personajes. Espero que un día relate sus encuentros con Obama, con Peña Nieto, con Manuel Velasco Coello y con los más grandes escritores y artistas del mundo. Que no me vaya a salir con entrevistitas comunes, ¡no!, deseo que, entreverado entre las palabras de sus personajes, nos entregue su mirada desbordante, pueril e ingenua y perversa.
Lo suyo suyo es el periodismo. Que deje a Gunter Grass escribir las grandes novelas, que deje a Marirrós Bonifaz escribir la gran poesía. Que se dedique a lo suyo. Sus crónicas son disfrutables, de veras, huelen a cafecito a la hora de la madrugada, a la hora que lo acompañamos con pan, con pan de Comitán, el lugar más hermoso del mundo; el lugar en donde nadie, nadie, se siente como ostra aburrida.

lunes, 29 de octubre de 2012


PREGUNTAS A LA HORA DEL CAFÉ

Ella me pregunta qué es la ternura. No sé. La ventana de mi casa no es orilla para el aire. ¿Será el agua tibia de la tina? ¿El pie derecho que prueba esa agua antes de meterse?
Me lo pregunta mientras prepara el café y yo la veo desde la sala. El aroma del café como si fuese un reptil se acerca a mí sobre la duela del piso; el aroma de ella, como si fuese hoja del viento, se acerca a mí a través de la burbuja que, a esta hora de la tarde, es como un campo de margaritas. En la ventana las palomas zurean sus rezos.
¿Qué es la ternura? Mientras pongo un disco de Andrés Cepeda, asoman palabras que riman con ternura. La ternura, sin duda, es la mano sobre las cuerdas de un violonchelo. Estoy seguro que los expertos en palabras y en sentimientos dudan a la hora de definir esta palabra. Estoy seguro que recurren a imágenes conocidas como muros de agua o como hilos que enredan las esquinas en tarde de lluvia.
Tal vez la ternura sea la línea del agua tibia de la tina, o tal vez la fuga de una marimba en barrio de bandoneón.
Me preguntas qué es, mientras el sol se tira sobre el piso y sobre nuestros sueños. ¿Qué es que no es su opuesto, el cardo que hiere? ¿Es la mano de la madre que prende la luz de nuestro cuarto de niño? ¿Será el paso titubeante de la niña a las diez de la noche, a mitad del callejón donde dormita la bandera del odio y del deseo?
No sé, no puedo saberlo. Miro el pez confundido en medio del agua de la pecera, lo veo con la misma duda. ¿Qué ternura existe en el encierro, qué en el aire detenido, qué en la mano que no se alcanza?
Mientras sirves el café ¡insistes! Lo haces con una voz sin premura, como si tu palabra fuera un abrazo cuando la brasa se apaga.
Pregunta en el instante en que la luz del ojo vecino se abre como ella abre la ventana para regar migas de pan para las palomas. ¿Es ternura el movimiento de sus manos, la miga en el pico del ave?
No sé, ¿qué puede saber un cardo del prodigio del agua? ¿Qué puede saber la izquierda lo que la derecha hace, si la mirada crece en otro muro? ¿Qué puede saber el cielo de la miseria del suelo?
Me pregunta qué es la ternura. ¿Es el aroma de la fruta madura? Mientras la voz de Cepeda se extiende en la línea del sax, ella seduce el color del cuarto, se enciende y se convierte en la criatura consentida del rojo tierra. Mientras ella seduce el aroma del café yo, nervioso, pienso en la definición de la ternura y en la dificultad de constreñir el vuelo.
¿Qué rezan las palomas? ¿A qué Dios imploran bendiciones? ¿El Espíritu Santo es una línea enredada en este cielo? ¡Ah, la ternura! Tal vez sea la caricia más perfecta de Dios, su mano a la hora en que se recuesta debajo de una palmera.
Mientras la música acompaña el adiós de la tarde, mientras ella se sienta a mi lado, cierra los ojos y lleva a sus labios la taza de café, un convencimiento se apodera de mí: en ella está la ternura, ella es ternura.

sábado, 27 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL LIBRO ES UNA PLANTA DE LUZ

Querida Mariana: el domingo pasado fui a Tzimol. Fue irremediable, al ver el Valle recordé un conocido verso de García Lorca, enormísimo poeta español: “¡Verde que te quiero verde!”. Todos los verdes del universo están concentrados en Tzimol, incluso los verdes que se esconden detrás de la fruta roja que está madura.
Fui con dos Pacos y con Marirrós. Así, como quien no quiere la cosa, llevé un libro. Siempre llevo un libro a todas partes. Así como llevo la llave de mi casa adentro de la bolsa del pantalón, o la pluma “Bic” en la bolsa de la camisa, así llevo un libro (mi tía Eulogia, siempre lleva un rollo de papel de baño adentro de su bolso).
A veces no lo advertimos, pero siempre llevamos chunches que pensamos necesarios. El compadre de un amigo lleva un destapador para las cervezas en su bolsa y dos o tres condones en su cartera. Vos, ¿qué llevás en tu bolso? ¿Qué colores llevás en el valle de tu corazón?
En cuanto llegamos a Tzimol, así como nos brincaron todos los verdes sapos, así nos brincaron las palabras: trapiche, fue una de ellas; batido fue otra. Para quienes viven en ese pueblo estas palabras son como el pan de cada día; para nosotros (habitantes de otro pueblo, apenas a quince o veinte minutos de distancia en auto) ¡es la novedad! Dicen los que saben que el chiste de la vida es no extraviar la novedad. Debemos andar siempre en nuestro lugar de origen como si lo visitáramos por primera vez (dicen los que saben que éste, también, es el chiste de las relaciones interpersonales. Yo siempre te veo como el nuevo día, como el arroyo donde jamás metí mi pie -dije pie, ¡pie!).
Así vi a los Pacos y a Marirrós. Como si fuesen el río de siempre, pero, a la vez, el río jamás advertido. Los sentí con la misma fuerza con que el agua cae donde estuvo la “planta de luz”. Mientras ellos desayunaban una “gallina paseada” que uno de los Pacos llevó, Marirrós platicó la historia de esa maquinaria. Junto al remanso ni tan manso, a cincuenta metros de la caída de agua, está la maquinaria que generó energía eléctrica y que, al inicio de estos tiempos, alumbró los focos luciérnaga de Comitán. Ella cuenta que la maquinaria llegó en carretas. ¿Imaginás la hazaña de esos tiempos? Recorrer decenas de kilómetros en caminos llenos de piedras y de huecos tan grandes como la boca desdentada de tía Alicia. Marirrós contó que delante de las carretas venía una con ¡llantas de repuesto! ¡Qué Goodrich Euzkadi ni que habichuelas de caucho! ¡Llantas de madera para carreta!
Esas llantas de repuesto eran, para los transportadores de la turbina, como el libro para mí. ¡Objetos necesarísimos para el viaje que se llama vida! Un poco como la tarjeta American Express para aquéllos que “no salen sin ella” (vos, no lo digás, sos como mi American Express. ¡No me gusta salir sin vos!).
Para cosas prácticas soy un inútil. No llevé más que un libro. ¿De qué sirve un libro a mitad de la Selva? Los Pacos son hombres prácticos (no sé si Marirrós sea una mujer práctica. Es poeta. Decir poeta es como decir nube. La nube sólo llueve agua limpia. Nunca he visto a una nube cargar una llave de cruz para cambiar llantas por si éstas se ponchan). Los Pacos saben de llaves, de llaves para cambiar llantas, para abrir candados, para usarlas a la hora de la lucha libre. Ellos llevaron platos desechables, servilletas, cuchillos; bajaron a comprar refrescos en una miscelánea (uno de los Pacos -generoso- insistió en comprar una botella de agua para mí. ¡Qué jodido! Compró una Ciel. No hizo caso a mi petición de que el agua fuese Evian).
Te conté que hace muchos años bajé a Tzimol. Bajé en compañía de mi primo Fidel Díaz Molinari. Él, empleado de la Comisión Federal de Electricidad, tenía la encomienda de hacer el intento de “revivir” la turbina de la planta de luz. Bajé con él (hace mil años) y me llené de los verdes de ese pueblo. Bajé más, porque bajé hasta donde estaba el cuarto de máquinas. Como en ese tiempo estudiaba Ingeniería, en la Universidad Nacional Autónoma de México, andaba familiarizado, más o menos, con esos chunches. La turbina era una Pelton. Estas turbinas las emplean para generar energía aprovechando los “saltos de agua”. Lo único que recuerdo de ese tiempo es el sonido como de un millón de pájaros batiendo sus alas de agua al caer en la cascada, el libro que llevaba (una novela de Jorge Ibargüengoitia) y la imagen de mi primo untando un lubricante en la banda. ¡La turbina jamás funcionó! Ya desde ese tiempo (finales de los años setenta) estaba destinada a ser lo que ahora es: un barco de metal varado en la playa de la Caída de Agua.
En Tzimol, esa mañana, también brincaron esas palabras: “salto de agua”. Hay un lugar en Chiapas que se llama así. ¡Qué prodigio! Imagino la pregunta: “¿Dónde vivís?” y me deslumbro ante la respuesta: “En Salto de Agua”. Se pronuncia todojunto: “Saltodeagua”. No puede ser de otra manera, se pronuncia con la misma intensidad con que el agua cae, sin descanso, sin pausa.
Esa mañana fue como si nada se hubiese transformado, fue como si la vida fluyera eterna. La misma caída de agua, casi casi la misma agua; la misma turbina. La turbina apenas ha cambiado su vocación. Ahora ya no es una “planta”, ahora es como una insólita maceta llena de plantas. Palmas y flores crecen adentro de su panza, de su panza Pelton.
El libro que llevaba era otro. Ahora no llevaba una novela de Ibargüengoitia, sino un libro de Rosa Montero, española –igual que García Verde Lorca Verde- ¡enormísima! Enormísima por sencilla, por humilde. Ibargüengoitia, García Lorca, Rosa Montero, Marirrós y demás fauna son como infinitos saltosdeagua. ¡Jamás cambian su vocación de alimentar las panzas de las Pelton para generar luz, sólo luz!
Por esto, mi niña Pelton, siempre cargo un libro. Por si alguna noche se va la luz; por si en algún valle los verdes se ausentan; por si, una tarde, alguna caída de agua extravía su vocación. El libro siempre es buen compañero. Sé que a mitad del Desierto no se puede beber; sé que no evita las tormentas de arena, ni sirve para cubrirse del sol a mediodía o para usarlo como chamarra en el frío de la medianoche, pero es como si uno tuviese la sensación de un apoyo. Es como si uno estuviese apersogado a la mano de Dios, porque Dios es El Verbo, ¡la palabra!
El viaje estuvo lleno de palabras. Éstas se descolgaban de los sabinos que mojan sus pies en los arroyos; se columpiaban en los pinos que son como cercas naturales de los ranchos. Las palabras de Tzimol son una mezcla de agua fría y caliente. Tan frías como el agua de La Rejoya y tan calientes como el culito de las luciérnagas en el atardecer.
La palabra de Tzimol es una palabra que huele a caña quemada, que tiene el sabor de la panela. La palabra de Tzimol es de color verde. Todos los demás colores le rinden tributo al verde de Tzimol. Nosotros, espíritus deslavados, también rendimos tributo a ese pueblo. Nos rendimos ante la fuerza de su cascada. La caída de agua es tan avasalladora que el símil se escurre en medio del remolino donde el agua se calma. La embestida de un millón de caballos hechos de aire no impactaría tanto como ese derrame eterno.
Los Pacos y Marirrós hablaron del prodigio de las cascadas de Iguazú o del asombro de las Cataratas del Niágara. ¡Son otro mundo!, coincidieron. Sí, nuestro mundo es más modesto. Nuestros saltos de agua son discretos. Sólo quienes no están seguros de lo que son ¡levantan la voz! Nuestros diálogos son de luciérnaga y nuestros deseos son apenas hilos de agua. Ah, pero qué prodigio en lo breve y en lo minúsculo. La caída de agua de Tzimol es nada ante la magnificencia de Iguazú; su sonido es nada ante la caída avasallante de millones de asteroides de agua en Iguazú. Pero la palabra de Tzimol es única, como única la palabra de los demás pueblos del mundo. La palabra en estos territorios de Dios es como una planta de hierbabuena. Cuando oímos la palabra batido nuestro corazón brinca al ritmo del perol de bronce. Sabemos que la vida siempre reúne los contrastes para hallar el justo medio. El material más duro siempre recibe el cincel del fuego, pero es la sustancia que hierve la que determina cuál es el destino del hombre. Nadie tiene el espíritu cincelado en la fragua; sí, al contrario, es producto de la caricia del agua o de la panela. Alguna vez (no lo sé), de niño anduve en Tzimol. Fui con mi papá, tomado de su mano. Me paré sobre una piedra blanca y miré hacia abajo y descubrí el color miel quemado de la caña, el color lava del cazo de hierro. Descubrí que ahí, en el perol, en el trapiche ¡se calentaba la palabra!

Posdata: Mientras los Pacos y Marirrós veían la cascada desde la terraza, bajé a las ruinas de la casa de máquinas. Sólo permanece en pie un fragmento de pared. La cubierta de la turbina permanece a un lado. La Pelton es como una nave con la capota desmontada. Avancé mi mano y la toqué con respeto. Me sentí estúpido porque pensé que le decía: “ya, ya, tranquila, todo está bien”. Se ve tan desvalida. Y esto es así porque ya perdió su vocación. Durante muchos años recibió la fuerza de la caída del agua y movió sus aspas y esqueleto al ritmo de esa fuerza. Hoy, sosegada, durmiente, acuna las plantas que crecen en su panza.
Líneas arriba dije que todo parecía intocado, incluso el tiempo. ¡Mentira! Cuando toqué la turbina con mi mano supe que todo envejece. Tal vez sólo el agua es joven y por eso no se agota en su caída infinita. A los hombres, mujeres y a los objetos nos crece un moho que nos oscurece, que moja nuestras ramas. Sólo el salto del agua es ¡infinito!; infinita ¡la palabra!; ¡infinitos: Dios y la poesía! Los demás enmohecemos. ¡Sólo el libro es luz eterna! ¡Sólo vos sos mi saltodeagua infinito! Dios te cuide y cuide a Comitán, ¡pueblo mágico!

viernes, 26 de octubre de 2012


ANDO CAMIN-ANDO

El otro día dije unas palabras en la Exposición “Enfocando a Rosario”. Paso copia.

El que toma café le pregunta al fotógrafo: “¿Y qué, en qué andás?”. El fotógrafo se sienta tantito y dice “Ando enfocando, ando”.
Rosario Castellanos pudo llamarse Guadalupe o Rocío. El destino quiso que se llamara Rosario. Y ahora los que toman café cuando ven al grupo de fotógrafos dicen: “Son compas que rezan el Rosario, osario”.
Hoy vivimos un fenómeno singular en Comitán. Los fotógrafos han vuelto la mirada al arte, al arte conceptual. En una época que se toman millones de fotografías digitales cada minuto, un grupo de comitecos decide hacer de la fotografía un vehículo de expresión artística. Bien por quienes documentan el instante cuando estamos en el antro, cuando nos damos el primer beso, cuando nuestro hijo cumple su primer año, cuando compramos el auto que deseábamos, cuando la abuela llega a casa. Pero, mucho más bien por todos aquéllos que han decidido mirar un poco más allá y hacen proyectos conceptuales.
Julio César Águeda López, Presidente de Jóvenes Factor de Cambio, me contó de rapidito el origen de esta exposición. Se trataba de acercarse a la figura de Rosario a través de su obra. Ella, que fue tan escasa para la fotografía; ella que fue huraña para la vida pública, hoy se ve enfocada a través de múltiples miradas. Pero no es ella y sí. No es ella porque ella ya está muerta; pero sí lo es, porque, lo sabemos, los artistas tienen un pacto con la inmortalidad. La obra de los artistas rebasa el horizonte de la vida y se enfila hasta el infinito, hasta donde esta palabra permite su elongación.
Rosario pudo llamarse Candelaria o Ruperta, pero no lo hizo porque era destino rezar sobre su altar todos los días. Enfocar a Rosario significa enfocar, también, a Comitán; significa enfocar a los indígenas y a los caxhlanes. Enfocar a Rosario significa prender una veladora y oír el grupo de tambor y pito que sube por la calle que va del Mercado Primero de Mayo al Parque Central. Enfocar a Rosario significa maravillarse con su palabra poética, palabra que tiene mucho de ese cantadito con el que hablamos a diario y que tiene un vínculo directo con la palabra divina envuelta en el rosario de todos los días. “Padre nuestro que estás en la tierra…”, dice la mujer que reza en la penumbra del oratorio. Ahí, enredado entre el incienso y las veladoras, está la voz de Rosario. Ahora, ¡qué bueno!, también está en las fotografías que hoy se exponen. No sé, pero pienso que esta propuesta conceptual acerca de la obra de una poeta comiteca es la primera que se realiza en nuestro pueblo y, estoy seguro, es apenas el principio de lo que promete ser una realización de gran trascendencia para la vida artística de nuestro pueblo.
El que toma café queda viendo al grupo de muchachos y muchachas que llevan su cámara colgada al cuello; los queda viendo porque llama su atención lo que hacen: enfocan todo lo que está frente a ellos, incluso lo que está detrás, lo que no se ve. Estos artistas son rascadores y pepenadores. Su cometido en esta ocasión fue abrir huecos en el piso y en las paredes para encontrar los rastros que dejó Rosario. Un poco como si al influjo de la palabra invocaran la luz de la imagen. Acá está aliada la maravillosa palabra con la no menos maravillosa imagen. Ambas sustancias conforman la propuesta.
Felicito al grupo Jóvenes Factor de Cambio y lo mismo hago con los expositores; felicito a quienes se atrevieron a buscar en la palabra de Rosario una imagen que sintetizara el origen y el destino de nuestro pueblo. Los jóvenes fotógrafos hicieron su papel de oficiantes. Que la luz de su ojo tatúe por siempre el corazón de los espectadores y de quienes toman café todos los días. Gracias.

miércoles, 24 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL TRAJE NO HACE AL MONJE (II de II)

Querida mía: voy a hacer lo que tengo que hacer. El otro día leí un anónimo en el facebook. Un anónimo donde el tipo se metía con aspectos de mi vida privada (no conforme con ello, alteraba la historia, como si fuese un novelista consumado que usara mi nombre y mi persona como su personaje ideal de ficción. Le respondí que era la primera y única vez que tomaba en cuenta sus complejos. De acá en adelante los ignoraré por siempre). Mi niña, ¿cómo podés pensar que destine mi tiempo a estar pendiente de lo que se dice o no se dice de mí? El tiempo es agua y el cuenco de la mano no puede detener su caída (si la mano fuese como una presa de todos modos no podría evitar la evaporación del tiempo). Estamos construyendo un puente y si no nos apuramos corremos el riesgo de que se quede a mitad del vacío. Un puente inacabado es la cosa más absurda del universo. ¿De qué sirve un puente que no alcanza la otra orilla? Estamos construyendo un puente, un puente que nos lleve a conocer el otro lado; un puente sólido, uno que no se caiga al primer ventarrón.
Sé que mis amigos están contentos con el nombramiento y me cotorrean (uno de ellos me dice que ahora sí estaré “maiceado”. Ah, qué bonita expresión para decir que estaré ocupado en un encargo de gran responsabilidad); sé que quienes no son mis afectos no están contentos. A ambos bandos les agradezco preocuparse y ocuparse por mi persona. Pero, lo sabés, a quienes más agradezco ahora es a los que me ignoran, para quienes soy como una hoja en la calle, como una rama vacía. Éstos me permiten dedicar todos mis esfuerzos al proyecto, porque me dan la oportunidad maravillosa de permanecer como el hombre invisible detrás del escritorio o en la plaza donde diseñamos los proyectos. ¡Que Dios bendiga a mis amigos y a los otros, pero que redoble bendiciones para quienes me ignoran olímpicamente! Este proyecto es para ellos.
El proyecto tiene muchas aristas, pero su columna vertebral se sustenta en acercar el arte a niños y jóvenes. Como siempre he platicado, pienso que es bueno que los jóvenes tengan opciones. Que conozcan de todo y que decidan. Que nadie quede sin conocer a Bach, por ejemplo; que nadie desconozca a Rosario Castellanos. Si al final deciden escuchar siempre a Arjona o leer -siempre- a Paulo Coelho ya no será culpa nuestra.
Estoy seguro que muchos jóvenes están deseosos de conocer otros caminos. Nuestro interés es enseñarles el otro camino, ese camino que recorren los espíritus selectos. Las multitudes son jaladas por quienes caminan los caminos de los grandes emporios televisivos; por quienes caminan los caminos de la perversión y del adocenamiento. Comenzamos a abrir una nueva senda. Ya los jóvenes de este lugar tendrán opciones.
Sabés que una empresa de esta naturaleza no puede hacerla un hombre solo. Es necesario el concurso de la gente del pueblo. Es preciso que cada habitante de Comitán reconozca la necesidad de cultivar el arte.
Primero Dios, en la segunda quincena de noviembre abrimos la Librería Municipal, espacio para promoción y venta de obras de escritores comitecos y de escritores de otros lugares de Chiapas, fundamentalmente. Ya nadie podrá quejarse que no hay opciones. Sólo falta que se acerquen, que husmeen y que compren. ¿Estamos sembrando una semilla? Sí, apenas. Pero vos sabés que una semilla bien cuidada se convierte en árbol. Por eso digo, niña de viento, en Comitán ¡estamos sembrando un árbol! ¡Que Dios ilumine la mano!

lunes, 22 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL TRAJE NO HACE AL MONJE (I de II)

Querida Mariana: me preguntás qué voy a hacer ahora en mi nuevo encargo. Sé que te referís al honor que me ha conferido el Licenciado Luis Ignacio Avendaño Bermúdez, Presidente Municipal de Comitán para el periodo 2012-2015. ¿Qué voy a hacer como Director de Cultura? Pues el sesenta por ciento, cuando menos, de lo que he soñado en promoción del arte. Pero lo voy a hacer a mi estilo, al estilo de los grandes trasatlánticos que un día zarpan de América, atraviesan el Océano y, cuando menos lo piensan, atracan en Europa. Mi viaje será de una orilla que se llama Sueño a la otra donde está El Paraíso de lo real. El primer día coloqué en la oficina un letrero que pepena versos de poetas, lo coloqué sin permiso de ellos, porque ya están bien petateados. El letrero dice: “Paso a paso, verso a verso, palabra por palabra”. No hay otro modo de avanzar. Hay que dar un primer paso y luego el otro. Cuando sabés adónde querés llegar ¡todo es más fácil! Jodido cuando empezás a tataratear. Yo, disculpá mi falsa modestia, tengo bien claro lo que deseo para mi pueblo. Tal vez este proyecto no coincide con la visión de muchos, pero en la vida no podés andar dando gusto a los demás porque ese titubeo te saca del camino donde vos querés caminar. Y durante mi vida he aprendido que los demás tienen sus propios caminos y, no sé por qué, tienen una obsesión por llevar muchedumbres donde ellos caminan. Hay hombres, también lo he aprendido, que caminan por sendas solitarias en busca del pozo de luz. Por supuesto que mi visión y prospectiva del arte no corresponden a un mero capricho, tiene como guía el ideal de lo que hay que sembrar para que el día de mañana (por la tarde o por la noche) la cosecha sea pródiga. Deseo que mi amado Comitán se alimente de granos integrales, que el pan de su mesa jamás sea esos panes de caja tan poco nutritivos. Ahora que Comitán ya es reconocido en todo el mundo como Pueblo Mágico, gracias a la designación formulada por la Secretaría de Turismo, a nivel federal, es preciso volver la vista hacia lo que somos para darnos cuenta de por qué, en efecto, ¡somos un pueblo mágico!
Haré lo que tengo que hacer. Pero lo haré sin prisas. No soy un niño, ya no puedo correr por la subida de San Caralampio. Si corro sufro el riesgo de tener un vahído o, más “pior” dijera Moncho, ¡un paro! (hablo de paro cardiaco). Caminaré, con algunas pausas para descubrir el paisaje, sin dejar algo al azar. Subiré de San Caralampio al parque central y luego seguiré, siempre en ascenso, al parque de Guadalupe. Recogeré las piedritas que son nuestra luz, lo que nos hace un pueblo único, y abriré las manos y las entregaré a mi gente.
¡No recogeré la piedra que me avienten el mal intencionado! Apenas la haré un lado, por aquella sentencia bíblica que recomienda no olvidar a los que vienen detrás. La otra mañana, mientras caminaba con prisa para llegar a una reunión a Palacio, me topé con un compa que, como si me aventara una cubetazo de agua fría, me saludó y dijo: “Ah, qué alzado, como ya sos funcionario ya no querés hablar”. ¡Dios mío! Un compa con el que, durante toda mi vida, apenas he cruzado dos o tres palabras. De rapidito le dije que si Dios lo permitía le invitaba a tomar un café para la tarde del 2 de enero de 2016. ¡Pues sí! Reconozco lo que dicen los gringos: “Time is Money” y mi moneda es lo que puedo hacer a favor de mi encargo.
No soy un mártir ni un héroe ni un matadito. Camino a mi paso. Jamás he justificado a aquéllos Diputados que se quedan en la Cámara hasta las cinco de la mañana el último día para “sacar” un encargo; siempre me dio risa un Diputado local que prometía trabajar en bien de su Distrito: “¡más de veinticuatro horas al día!”. Creo, sinceramente lo creo, que un hombre desarrolla su actividad de manera eficiente si trabaja sus ocho horas al día. El descanso es necesario. El apresuramiento sólo embota los sentidos y lo que más necesita la Patria es hacer las cosas con sentido. Trabajo, diario, de cuatro y media de la madrugada a ocho y media de la noche. A esta hora ya mis pilas están bajas, casi como si fueran gallinas, y comienzan a buscar el refectorio del espíritu.

sábado, 20 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LAS PLUMAS BIC NO SABEN FALLAR

Querida Mariana: ¡te lo perdiste! ¡Ah, si hubieses estado en la sesión del Centro Comiteco de Creación Literaria, del miércoles anterior, lo habrías disfrutado!
¿Para qué se usan las plumas? No hablo de las plumas del guajolote o de la gallina o del tucán. ¡No! Hablo de las sencillas plumas cuya vocación, se supone, es la escritura.
Si habláramos de las plumas de las aves tal vez diríamos que tienen una función especial a la hora del vuelo. Siempre que veo volar un chupamirto sé que sus alas están hechas de plumas. Las plumas son livianas. Si las plumas fueran de piedra el ave no volaría.
Si ponemos atención advertimos que la pluma del ave, como la propia naturaleza, es casi perfecta. Está sostenida al cuerpo a través de un canutillo casi imperceptible. Los hombres nos sostenemos en el universo mediante un canutillo, casi imperceptible, a veces lo llamamos ciencia, a veces lo llamamos Dios.
El tío Eugenio siempre recomienda ¡volar! “Alas necesitan, bola de mudos”, dice, mientras sigue lijando el pedazo de madera que será la pata de una silla.
Tal vez por esto la pluma con la que escribimos se llama así, porque es un elemento que nos ayuda a volar desde la plataforma de la hoja blanca. El escritor ¡siempre vuela! Las palabras son sus alas; las letras sus plumas.
¿Para que sirve la pluma?, pregunté esa tarde de miércoles. “Para escribir” fue la respuesta inmediata, pero luego comenzaron a aparecer los usos extravagantes. Pedro dijo que sirve para imán. ¿Como imán? Sí, dijo Pedro, y llevó la pluma a la cabeza, la frotó, la bajó a la mesa y atrajo papelitos. “¡Ayuda a pensar!”, dijo Alejandra, y tomó la pluma entre sus dedos índice y pulgar y le dio vueltas y vueltas como si fuese una veleta, mientras ponía cara de pensar algo importante. Todos reímos. La definición se acercaba un poco a la genialidad. Carlos (¡ah, Carlitos!) dijo que la pluma puede usarse como un elemento erótico y todos imaginamos lo que podemos hacer sobre la piel del amado o de la amada. ¿Mirás para cuántas cosas empleamos una simple pluma? Los hombres siempre andamos modificando las vocaciones de los chunches. Tal vez esta manía sea el principio del arte. Picasso iba a los tiraderos de París y levantaba los chunches más miserables, los llenos de óxido, y luego los convertía en objetos maravillosos que fueron a parar a museos. Un aro roto puede convertirse en un objeto deslumbrante, en algo nunca antes concebido. Un chunche de basurero, por la bendición del artista, termina en la sala de residencia “picuda”. ¡Pucha! Pero, también, el cambio de vocaciones produce desiertos. Las plumas Bic las usan algunos niños para destazar lagartijas.
Con una “Bic” sencilla un artista crea un dibujo sublime. Asimismo, otro artista puede crear una escultura con el uso de simples plumas. Las mujeres, a veces, toman una pluma y con ella (como si fuesen japonesas) detienen el chongo.
Algo que no advertimos a simple vista ocurre cada vez que cambiamos la vocación de un objeto. Algo que se acerca al misterio. Cuando una pluma, que está acostumbrada a escribir sobre hojas de cuaderno, la usamos como picahielo algo sucede en el Universo. ¿Nunca has visto cómo juegan algunos borrachos con las plumas? Colocan las manos izquierdas sobre la mesa, las colocan con las palmas contra el tablero; abren los dedos como si fuesen patas de gallo y, con las manos derechas, empuñando simples plumas, comienzan a picar en los espacios entre dedos. Lo hacen fuerte, como si desollaran cerdos, lo hacen cada vez más rápido, cada vez más, más, más, hasta que la inercia de la borrachera los hace equivocarse y en lugar de picar contra el tablero de metal, lo hacen contra alguno de sus dedos. La sangre aparece sobre el dedo machucado y la cara del hombre se convierte en una lámina acanalada. El amigo riega alcohol sobre el dedo lastimado y obliga a una de las mujeres que los acompañan a lamer la herida, como si fuera una perra. Algo pasa en el Universo en ese instante, porque las vocaciones de muchas personas y de muchos objetos se modifican. Este cambio altera el ritmo armonioso del mundo. No lo advertimos, pero así es. Estas líneas de fuego incendiarán la violencia en algún otro espacio. A veces no sabemos por qué en una calle de Madrid un grupo de personas comienza a quebrar vidrios de un negocio. Ellos mismos no reconocen su comportamiento. Tal vez se debe a que en una cantina de Comitán alguien, con una simple pluma, jugó el juego de picahielo sobre su mano izquierda. A veces no sabemos por qué una muchacha bonita, en Comitán, abandona su inocencia y se convierte en una lobita feroz. No sabe que en algún bar de Madrid, una mujer lame los dedos del cliente y, en lugar de ser una mujer, es una perra abyecta.
La vocación del hombre es vulnerar los destinos. Siempre estamos cambiando las vocaciones de los objetos y de las personas. En un principio, el automóvil sirvió para trasladarnos de un punto a otro; una tarde se convirtió en un “coche de carreras”. Una mañana, un simple avión se volvió un misil y tiró una torre en Nueva York. A veces, una simple pluma la empleamos para picar los ojos de un pajarillo hasta enceguecerlo.
¿Qué nos mueve a cambiar vocaciones, a deshacer las rutas del destino? ¡No lo sé! Existe una semilla en nosotros, una semilla que, como decía Nietzsche, “está inclinada al mal”. Los hombres nacemos con la vocación del nombre, así como cada objeto tiene su propio nombre. Pero existe algo que nos mueve a cambiar dicha vocación. Acá en Comitán somos dados a poner apodos a diestra y siniestra. En lugar del nombre llamamos al hombre por su apodo. Algo sucede en nuestro interior a la hora en que, por ejemplo, alguien, en lugar de decirme Alejandro me dice “Tutushac”. Si me dejo llevar a la oscuridad puedo perder mi identidad, mi Yo. Por esto, cuando alguien me dice un apodo lo traduzco de inmediato y lo convierto en algo así como un río de agua limpia. No puedo, no debo responder a un apodo, porque poseo un nombre, un nombre maravilloso. La confusión que tenemos como seres humanos se debe, en parte, a esa torcedura ingrata. Si algún día nos decidiéramos a cambiar el nombre del Universo, no dudés que la vida terminaría.
No nos damos cuenta que la vida tiene su propia vocación y no la modifica. El Sol, desde hace millones de años ha cumplido con su vocación sin torcer su destino. ¿Mirás que sucede con nuestro entorno? El hombre, empecinado en cambiar su vocación lo deteriora de manera inmisericorde. Ahí tenés lo que sucede en la Cuenca del Río Grande (que nunca fue grande). Ahora es un río que, en lugar de agua limpia, conduce agua de mierda. Los comitecos le cambiamos su vocación y con ello estamos también cambiando la vocación de nuestro espíritu y de nuestro futuro.
Bien podríamos preguntar: ¿para qué sirve el agua? Los niños nos responderían: para beber, para bañarnos, para jugar. ¿Puede un niño comiteco beber del agua del Río Grande, puede bañarse, puede jugar ahí? Le cambiamos su vocación de vida al agua y la convertimos en agua de muerte. ¡Qué poca!
¡Dios mío, antes lo hacía! Tomaba la tapa de la pluma “Bic” y la puntita la metía a mi oído y trataba de sacarme la cerilla. ¿Mirás qué estupidez? Una simple tapa la convertía en un elemento peligroso, peligrosísimo. Dejé de hacerlo cuando una amiga me platicó que, por andar cambiando vocaciones a los chunches, se había lastimado el tímpano y debió someterse a una cirugía para no perder el sentido del oído. ¡Dios mío!
He visto gente que necesita aflojar un tornillo, va a la cocina y toma un cuchillo y convierte a éste en un destornillador. ¡Mirás qué incongruencia! Lo que originalmente sirvió para cortar un pedazo de carne cocida, lo usamos para meterlo en la ranura del tornillo y ahí estamos forzándolo, dándole vuelta hasta que le torcemos la punta (y jamás logramos sacar el tornillo).
He visto en los colectivos a las muchachas bonitas sacar una cuchara, llevarla a sus ojos y darle vuelta sobre las pestañas. ¡Dios mío, de qué se trata! Lo que debiera servir para tomar yogurt sirve a las muchachas bonitas como enchinador (María jura que es el mejor chunche para dejar las pestañas “rechinando” de bonitas).
Es clásica la caricatura donde un niño coloca dos o tres libros chonchos sobre una silla para alcanzar la caja de cereal. La metáfora es bonita: “los libros sirven para alcanzar la cima”, pero, visto bien, es una bobera. El libro, objeto cultural de preeminencia, no debe usarse más que para lo que fue creado. Pero, ¡nos encanta cambiar vocaciones a la gente y a los chunches! ¡Por eso nos va como nos va!

Posdata: sí, mi niña bonita, tenés razón. El juego que jugamos siempre tiene la vocación del cambio. A cada chunche le cambiamos su vocación. Reconozco que, igual que medio mundo, nosotros también caemos en esa práctica. Nos encantan las torceduras. Basta decir que a cada rato le estamos cambiando su vocación a las manos, por ejemplo. Cuando vos ponés tu mano sobre mi rostro y decís que es un dinosaurio que busca hormigas para jugar, yo entiendo que tu mano adquiere otra personalidad y entra a otra dimensión; cuando vos decís que mis labios son una grúa y vos te convertís en el río dragado, el universo se convierte en la risa de Dios sobre el arco iris. ¡Jugamos y cambiamos la vocación del cielo y del puente! El puente no sólo nos sirve para llegar a la otra orilla, también es una hamaca, un pedazo de melón, una sonrisa sobre el vacío. Jugamos y quebramos una rama del tiempo; jugamos y convertimos al sueño en una posibilidad de vida. Así somos los seres humanos. Tal vez es nuestra nostalgia por convertir la muerte en vida y la vida en eternidad. Va pues, mi cariño eterno para vos, que sos como una pluma “Bic”, porque a la hora del cariño y de la fidelidad ¡no sabés fallar!
No lo olvidés: el próximo miércoles 24, la poeta Socorro Trejo Sirvent dará un Taller de Poesía, de cinco a seis y media de la tarde, en el Centro Comiteco de Creación Literaria (frente al Santuario del Niñito Fundador). La entrada es libre.

viernes, 19 de octubre de 2012


LA PLANTA DEL PIE NO SE RIEGA

Mientras leemos “La loca de la casa”, ella y yo jugamos. Ella dice: “La rosa de la casa”, yo digo: “La roca de la casa”. Ella se levanta, toma la regadera y riega una buganvilia. El sol se descuelga sobre las ramas. Dice: “De rosa la casa”, digo: “La rocasa”. Me llama. Bajo y voy al patio. Me pregunta: “¿Cuál es la rosa de la casa?”. Señalo hacia la cocina, la nana, que vive en casa desde hace cuarenta años, se llama Rosa. Ah, dice, Nanarrosa, Rosanana. Me reclino en el tronco del jocote y digo: “¿Cuál es la roca de la casa?”. Ella se agacha y levanta un guijarro: “Éste”. Se hinca, abre un hoyo sobre la tierra húmeda, entierra el guijarro y lo cubre. “Es el cimiento de nuestra casa, de nuestra rosa, rosa azarosa, casa rosa”.
Siempre que leemos jugamos con las palabras, las retorcemos tantito, las estiramos hasta donde da su condición de hule. Ella pregunta cuál de las dos palabras pesa más: ¿la rosa o la roca? Coincidimos. La letra erre pesa, pero ¿a poco pesa más la ce que la ese? Cualquiera diría que la ese pesa más que la ce y sin embargo la roca pesa mil veces más que la rosa. La ce de roca se ve tan frágil, tan suave y sin embargo nos duele en el pecho por su fuerza. ¿Por qué pesa más la palabra rosa, más que la palabra roca? Ella dice que imaginemos una roca con pétalos. Ríe. Sigue regando la buganvilia. Río. Digo que tengo en mis manos una roca y la deshojo: me pega, no me pega, me pega, no me pega. Ella ríe. Ahora va al tubo de agua y llena la regadera. Dice que imaginemos una rosa de granito. La sopesamos. Las vetas de esta rosa son azules.
Es hora de comer. Desde el corredor tocan una campanilla. “¿Comemos la rosa o la roca?”, pregunta. Digo que el menú contempla “Trufa en las rocas”. Ella ríe. Dice: “¿No será güisqui en las rosas?”.
Siempre que jugamos ¡leemos! Una vez preguntó si era posible realizar todos los demás juegos ¡leyendo! Nos sentamos a la sombra de un durazno y colocamos las piezas de ajedrez. Mientras ella movía un peón y yo enfrentaba otro, leímos el famoso poema de Borges. Comprobamos que es posible leer mientras se juega. Saltamos la cuerda mientras leíamos poemas de Sabines; jugamos carambola, mientras sobre el paño verde leímos poemas de Ruiz Pascacio, despacio, de espacio. Luego decidimos jugar basquetbol y mientras ella encestaba yo leía, en voz alta, poemas de Quincho Vázquez. Ah, fue emocionante ver cómo ella rebotaba el balón al ritmo de: “…en lo oscuro de mí / tu evocación / tu sensación /tu advenimiento siempre…”.
Siempre que leemos ¡jugamos! Jugamos a que las letras son como hormigas sobre las hojas y van de un lado para otro. Los caminitos tan derechos comienzan a moverse, un poco como si ocurriera un temblor textual. Por esto las palabras cambian. Si hallamos un verso que dice: “La luz se deshace en lo oscuro”, de pronto la zeta de luz se deshace y la hormiga be llega a remplazarla. La luz entonces se convierte en lub (en lubé) y durante mucho tiempo la luz se llama lubé. Digo “¡Qué bonita la lubé de tu rostro!” y ella ríe. Los demás nos quedan viendo como si fuésemos un montón de oficios sin oficio sobre el escritorio.
Jugamos con las palabras. Porque éstas jamás acabarán. Están en todas partes. Caminamos y las pepenamos del suelo, de las paredes, de los espejos retrovisores, de las chanclas. ¡Ah, el mundo está lleno de palabras! ¿Existe algún juego más sencillo, más divertido, más democrático? A mí me encanta el juego porque no necesita pilas. Si uno pone atención, en la piel de las muchachas bonitas están dispuestas las mejores palabras. Basta sacar la lengua y lamerlas, las per las mer (¡ah, la mer, el mar!). El sol se descuelga sobre el patio, sobre la rosa de ella, la roza, sobre la roca.

miércoles, 17 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LUZ SE ESCONDE DEBAJO DE LA MESA

Querida Mariana: ¿qué hubieses pensado si nos hallás botados debajo de las mesas? ¿Que estábamos bolos? ¿Que andábamos haciendo cositas? Sólo los niños o los bolos o los que hacen cositas andan debajo de las mesas (bueno, con la excepción de quienes buscan una moneda extraviada).
La tarde del miércoles nos botamos debajo de las mesas, como parte de una actividad del Centro Comiteco de Creación Literaria. Cuando estuvimos ahí, pregunté: “¿Hace cuánto que no estaban debajo de una mesa?”. Como los participantes son muchachas y muchachos inocentes dijeron que hacía años, desde cuando fueron chiquitíos. El tío Rosendo hubiese contestado “ayer”, siempre que bebe acaba debajo de las mesas y vos sabés que bebe diario. Su justificación es que el trago le devuelve el espíritu infantil. ¡Pucha, qué pretexto tan bíblico!
A los integrantes del Centro les costó trabajo dejar la silla, apoyarse en la mesa, hincarse y luego botarse en el piso. Alejandra fue la primera (luego confesó que cuando se botó boca abajo se sintió más liviana, como si las calcetas de niña volvieran a sus pies); ya luego Carlos, Paty, Pedro y los demás hicieron lo mismo. Pregunté cuál era la sensación. ¡Uh, cuántos sentimientos vuelan debajo de esos cielos tan cercanos! Estar debajo de una mesa nos tiende un puente. Por ahí se cuela la luz de la niñez. Un día te conté que mi mamá tenía una tienda frente a la casa, vendía sombreros. En la tienda había un escritorio de madera, en el espacio para las piernas, mi amiguita y yo jugábamos. Cabíamos ajustaditos. Esa cercanía me provocaba un calor como de vapor en temazcal, me coloreaba mis mejillas, me hacía sudar y pensar en que esa penumbra tan cercana a la luz era como el panal para la abeja. Teníamos ocho o nueve años. Ella se subía la falda, bajaba tantito su pantaleta y me mostraba su cosita; luego me picaba con su dedo y me decía: “te toca”. Yo bajaba el cierre del pantalón y sacaba mi cosita. ¡Ese era todo el juego! ¡No más! Pero desde entonces supe que ese juego superaba todos los juegos del mundo, superaba al fútbol, al tenis, al trompo, a las canicas y a la comidita. ¿Por qué? Andá a saber, parece que es el único juego que se puede jugar en medio de la oscuridad. ¿Existe algún otro juego con esta característica? Ahora reviso el catálogo y no lo encuentro. Parece que los demás juegos necesitan de la luz (el ajedrez, sobre todo). Parece, entonces, que Dios inventó ese maravilloso juego de Las Cositas pensando en los niños bonitos que tienen una brasa en el corazón. Dicen que el amor es ciego, bueno, parece que el juego de Las Cositas también es ciego y no necesita más que el tacto del braille para jugarlo de mil maneras. Este recuerdo brincó en el instante en que me boté sobre el piso. Tal vez los instantes más definitorios de nuestra vida están relacionados con momentos de infancia. Hay un hilo o un aroma que nos avienta toda el agua, de porrazo.
Los integrantes dijeron sus sentimientos. Estoy seguro que se guardaron cosas. No se trata de andar por la vida divulgando los secretos más íntimos en una sesión literaria. Estoy seguro que todos (vos incluida, niña bonita) tenemos un hilo de agua enredado en el recuerdo. Germán dijo que él nunca había estado debajo de una mesa, ni siquiera de niño, pero contó que con sus primitos y primitas construyó casitas de campaña a mitad de la sala y metió una lámpara y juguetes y cuando la mamá dijo que ya era hora de dormir todo mundo se acostó en ese mínimo espacio, cerró los ojos y durmió. ¿De veras todo mundo durmió? ¿Hubo alguien que jamás apagó la luz de su mente y de su corazón y tuvo conciencia de esa cercanía de cuerpos y de almas?
A mí siempre me inquieta pensar qué pasa por las mentes de las niñas cuando acuden a una “pijamada” y se acuestan en la misma cama, con el roce de pies, muslos y pechitos. Siempre me inquieta pensar qué sucede cuando dos personas están en un elevador y la luz se va de improviso. ¿Qué piensan? ¿Qué hacen? ¿Les recorre un sudor? ¿Algún recuerdo de niño los asalta como pirata?
Ocurren cosas debajo de la mesa, cosas que no suceden cuando los niños y las niñas están sentaditos frente a la mesa, a la luz del día. La penumbra de abajo siempre es misteriosa y alimenta la brasa de la imaginación y de los sentidos; los cielos de debajo de la mesa son como el filo que corta la inocencia y da paso al germen maravilloso del prodigio y de la novedad. ¡Que Dios bendiga esos mínimos espacios y bendiga a los niños que juegan debajo de esas mesas!, esos cielos cercanos con aires en penumbra.

lunes, 15 de octubre de 2012


PARA LA ALACENA

I.- Jugaban a pepenar palabras. El enano levantó la palabra “grande”; el gigante levantó la palabra “pequeño”. El maestro dijo: “¿Ven? El Pecado Original está en la palabra ”. Al enano y al gigante no les quedó más que aventar las palabras. Desde entonces sólo levantan palabras “ingrávidas y gentiles”.

II.- Ella dijo: “¿Jugamos a las palabras?”. Él dijo “¡no!”. Ella dijo “¡Sí!”. ¡Así comenzaron a jugar el juego interminable de las palabras!

III.- El sabio preguntó: “¿Cómo pensar sin hacerlo a través de las palabras o de las imágenes?”. El alumno puso su mente en blanco. “¡Sí -dijo el Maestro- lo lograste!”. Y el Maestro lloró, porque se dio cuenta que él aún no podía poner su palabra en blanco.

IV.- En Chiapas acostumbran decir: “¡Ah, qué ya yo!”. En China, cuando se supo la noticia del Premio Nobel de Literatura 2012, un escritor dijo: “¡Ah, qué ya Mo Yan yo!”.

V.- Organizaron un Concurso. El Concurso de La Palabra Más Juguetona. El representante de San Cristóbal dijo: “Arcotete”. Al final del Concurso un miembro del Jurado dijo: “Hubiese ganado con la palabra arcoteta”.

VI.- Dicen que si el representante del Partido Ecologista hubiese ganado la Presidencia Municipal de San Cristóbal, al Río Amarillo lo habría rebautizado como Río Verde.

VII.- El sabio enseñó a comer ramitas de palabras a su alumna más amada. Cuando ella estaba triste mordía una ramita de Sol ¡y se alegraba! Cuando estaba con nostalgia mordía una ramita de jazz ¡y se alegraba! Lo único que nunca pudo superar fue el dolor del viento en madrugada.

VIII.- A todo mundo regalaba palabras. Iba por la calle regalando palabras como quien regala flores, como quien ofrece pétalos de madrugadas. Todo mundo -detrás de sus escritorios de caoba- aceptaba los obsequios y sonreía de forma irónica, pensando: “Pobre loco, no tiene más para dar que palabras”. El mundo -detrás de su escritorio de caoba- se asombró cuando escuchó la noticia de que el loco había obtenido el Premio Nobel de Literatura.

IX.- El muchacho dijo: “¿Qué me das si te regalo una palabra?”. Ella se abrió la blusa y mostró sus pechos. El muchacho abrió su mochila, buscó y le obsequió la palabra “Diosa”. Ella, entonces, abrió sus piernas, buscó y le obsequió la palabra “Gracias”.

X.- Cuando el visitante del zoológico se enteró de la muerte del Ave Fénix, señaló la jaula del Ave María y dijo: “Era llena de gracia como ella”.

XI.- ¿Qué palabra sintetiza el instante en que una muchacha bonita permite que su amado enrede el ungüento de la palabra en su piel?

sábado, 13 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CORDEL JALA PARA UN LADO

Querida Mariana: ¿has jugado el juego del cordel invisible? A mí me gusta jugarlo. Hay una diferencia abismal entre hilo y cordel. ¿Lo apreciás? ¿Qué es un hilo? ¿Qué es un cordel? El cordel, según yo, está hecho de varios hilos. Siempre que dibujo la línea del horizonte la imagino como un hilo. Entonces, un cordel puede ser como un bonche de horizontes. La multiplicación de horizontes es como la multiplicación de los panes. Mi abuela Esperanza me decía: “Ampliá tus horizontes, hijo, amplialos”. Yo decía que sí, pero cómo ampliás tus horizontes cuando tenés diecisiete años, edad en que, como decía don Eusebio, no sabés ni dónde está tu nariz. No se trataba de alargar el horizonte como si fuese liga; tampoco se trataba de hacer la línea más gorda como si fuese quesillo. Pensé, entonces, que hacer un trenzado, a manera de cordel, era una opción.
De niños jugamos muchos juegos. Cuando estamos viejos ¡los seguimos jugando! De niño jugué a “Las Escondidas”. Vos y yo, a veces, hemos jugado este juego. Claro, ahora lo hacemos solos. En mi infancia era un titipuchal de chiquitíos. En la casa de tía Alicia, la primada jugaba a Las Escondidas. El sitio de aquella casa era enorme. A mí me encantaba ese espacio donde crecían las matas de chayote. Había un tapesco de madera casi podrida, con el techo doblado por el peso de los chayotes. Ahí me encantaba esconderme, solo. Veía que algunos de mis primos tomaban de la mano a la prima que estaba cerca e iban a esconderse al cuarto de trebejos o al cuarto de la tía. Me contaban que se escondían adentro de roperos o debajo de la cama; me contaban que, con la carrera, llegaban acezando, como venaditos; el calor de la carrera y de la cercanía de los cuerpos les provocaba un cosquilleo en todo el cuerpo. Seguían agarrados de la mano. Sus corazones eran dos canarios saltando de un lado para otro en la jaula. Yo, solo, esperaba que no me encontraran. Lo mismo esperaban mis primos debajo de la cama o adentro de los roperos.
Digo, mi niña bonita, que de viejos seguimos jugando los mismos juegos, pero como ya perdimos la inocencia, no sabemos cómo llamarlos. El juego de Las Escondidas sigue siendo el mismo. Veo cómo muchos se esconden debajo de la cama o adentro de los roperos. Muchos están casados, pero juegan fuera de casa con otros amiguitos, con otras amiguitas. Los de afuera los llaman infieles, perdidos, hijos de María Morales. ¡No, no, no son desleales! Sucede que siguen jugando como si fuesen niños. Sucede que ¡no han crecido! Les gusta esa cercanía de los cuerpos sudorosos y tibios; les gusta sentir ese temor de cervatillo ante el paso del tigre. Ellos sólo buscan el agua que los bañó en la niñez. ¡No han crecido! ¡Dios, por qué los condenan! Son simples hombres tratando de rescatar lo perdido; son simples niños en busca de la luz. Ahora sí que como Jesús dijese: “No saben lo que hacen”. Juegan. Y no sólo juegan el juego de Las Escondidas. También juegan el juego de Saltar la Cuerda. Ante el reto de “¡A que no saltás!”, muchos lo hacen sin saber qué hay del otro lado de la cuerda. He visto viejos jugar el juego de El Avioncito, que en otras partes se llama Rayuela y que en Monterrey llaman Bebe Leche (¡ah, qué bonito nombre y qué intrigante!).
¿Recordás cuál es el objetivo del juego de La Rayuela? ¡Llegar al Cielo! Ahora sí que, al estilo de El Peje, vamos saltando casilla por casilla hasta llegar a lo más alto, que sigue estando en el suelo. ¡Ah, qué prodigio! Los niños saben que el cielo está en el suelo (por eso me gustó la intervención que Arturo Avendaño hizo en el Parque de San Sebastián. Las personas encuentran botada la palabra de Rosario Castellanos y es un poco como decirnos que, a veces, no sólo caca de chucho hallamos en el piso. La luz también, en ocasiones, reposa en el suelo).
No sólo es objetivo de La Rayuela llegar al cielo. En realidad, todos los juegos infantiles tienen esa vocación. Yo, solo, debajo del tapesco de las matas del chayote, pensaba que eso era lo más cercano al cielo. Me gustaba sentir la cercanía del cielo (hasta la fecha sigo buscando espacios como cuevitas, espacios donde hay cielos artificiales por debajo de los más altos cielos). En las ferias me gusta caminar y sentarme debajo de esos cielos improvisados. Levanto la mano y toco el cielo. Me gusta meterme debajo de mesas y leer ahí. Me provoca un sentimiento de protección. Como si ese cielo instantáneo me protegiera de todo el exterior. Me meto debajo de la mesa, como gato. Ahí, el hombre puede lamerse sin ningún temor. Como que por ahí Dios ronda más cerca. No digás que es una irreverencia, pero a veces pienso que Dios es el Altísimo y que está debajo de las mesas y también es un niño.
¿Cuál es el juego del cordel invisible? Se trata de deshacer el bonche de horizontes. Lo primero que debés hacer es cortar un cordel (se sugiere que tenga el largo de la suma de edades de los jugadores. Vos y yo necesitaríamos un cordel de 55 más veinte). Luego, la mujer toma un extremo y el hombre hace lo mismo con el otro extremo. Cerrar los ojos, para sentir que ese cordel es como un puente, como una vía que transmite la energía de ambos cuerpos. Es bonito sentir que el cordel comienza a tener una fuerza única. Un poco como si la energía de tu cuerpo comenzara, como si fuese sangre, a fluir por el cordel. A la mitad, justo a la mitad, las energías se topetean, se confunden, y como hormigas atolondradas, como esas que se apendejan cuando deshacés su caminito invisible, así las energías tataratean, pero luego se reconocen (prodigio del Universo) y siguen su camino, van de un lado a otro, van de vos a mí y de mí a vos. Ese encuentro a la mitad hace que, como una vez me dijo un artista japonés, vos tengás algo de mí y yo algo de vos, ya ¡para siempre! Los encuentros siempre son esto. Una vez que ya reconocimos nuestros calores y nuestras humedades, pronunciamos nuestras palabras, aquéllas que como el famoso Abracadabra logran abrir nuestras mentes y nuestros cuerpos. Ya luego sólo se trata de jugar a desenredar esos hilos hasta dejarlos como líneas de horizonte dispuestas a recibir el Sol en su infinita vocación de “meterse”.
¿Qué hace uno con los hilos sueltos? Volverlos a torcer. Los hilos separados son endebles. Los hilos unidos otorgan fortaleza. La reunión de cien hilos hace una cuerda resistente, que sólo es abatida mediante el filo de un cuchillo o la violencia del fuego. ¿Mirás cómo los hombres, los viejos, siguen jugando este juego? Hay movimientos sociales que nos demuestran esta maravilla de torcer hilos para conformar cordeles que son resistentes.
La fuerza de los amados tiene que ver con este juego. Dos amantes son capaces de botar muros y de ahorcar las piedras que los demás avientan. Y vos dirás, pero ¿si solo son dos hilos? Sí, pero son dos hilos que tienen “mucha cuerda”.
Enrique me dijo el otro día que debemos rescatar el Juego de las Canicas. Ir a las escuelas y a las plazas a compartir este juego con los niños. Me dijo los nombres de los juegos: Timbirimba, Óvalo y Hoyito (¿mirás cómo los adultos siguen jugando estos juegos?). Ahora que son tiempos de Nintendos y de Aipods resulta imprescindible retornar a los juegos clásicos. ¿Qué les espera a los niños de hoy en el futuro? ¿Cómo -¡Dios mío!- jugarán con sus amadas el juego del Aipod? El Nintendo nunca les otorgará ese calorcito de la cercanía de la prima debajo de la cama, en la penumbra del cuarto de la tía, tirados sobre la duela de cedro, viendo sólo la rendija de la puerta a través de una cortina que es la colcha de la cama, implorando que jamás los encuentren. ¡Ah!, se está tan bien ahí, en silencio, sintiendo cómo la prima tiembla tantito y uno ¡igual! Un aipod jamás les concederá a los niños de hoy la luz de la cercanía del otro cuerpo, del corazón agitado como cervatillo tomando agua. Jamás un chunche electrónico les otorgará la flama de la mano sudada, de la carita de la niña que ve al primo (en la penumbra) y cierra los ojos cuando el primo (atrevido), de rapidito, forma un corazón con sus labios y besa a la niña en la mejilla y ella siente que una brasa arde para siempre. ¿Qué pantalla colocará en su corazón la maravilla de ver la lluvia detrás del cristal?
En mi infancia, los hilos fueron de seda, porque de seda fueron las telas. No sé cómo, desde China, llegaban estos capullos. A veces imaginaba que llegaban en la Nao de China, cuyo dibujo aparecía en mi libro de Historia de sexto grado. Imaginaba que un hombre, con bigote de Fumanchú y las manos metidas en la túnica roja con grecas doradas, vigilaba, día y noche, esos capullos que serían la fuente de luz en América. Imaginaba de más, porque luego supe que de China no llegaban los capullos, apenas nos llegaban las telas ya manufacturadas. En mi niñez, los hilos fueron de seda, porque de seda fueron las telas. Yo, desde muy niño, tuve la costumbre de cortar las telas, de fragmentarlas. Mi mamá se enojaba al ver el lienzo cortado, pero yo sólo quería descubrir el milagro de la parte en el Todo. Con mis dedos deshacía el lienzo hasta descubrir el misterio, hilo por hilo (sigo haciendo lo mismo con el quesillo). Cuando tenía los hilos colocados sobre la mesa, tomaba uno y con mis dedos pulgar e índice lo ponía frente a mis ojos y pensaba que ese era mi horizonte. Luego tomaba otro hilo y, poco a poco iba haciendo un bonche de líneas, un bonche de horizontes. Ahora sé que es bueno que el hombre haga más fuerte su horizonte, que lo haga más ancho, tan ancho como el deseo, como la pasión, como la mano de Dios.

Posdata: sé que algún día jugarás con tu novio el juego del Cordel Invisible. Sé que, mientras ese día llega, vos jugás los juegos clásicos: el del salto de cuerda y el de las escondidas. Tal vez, digo que sólo tal vez, el juego de las escondidas es el de más misticismo. El primer día que de niños lo jugamos no dejamos de jugarlo nunca más. Cuando alguien muere no hace más que continuar con ese juego.
Nunca a Dios se le ocurrió que naciéramos de un hilo umbilical. ¡Nacemos de un cordón umbilical! Ese cordón es el puente más resistente, el más amoroso, es el puente que nos une con nuestra madre, con el universo. Tal vez el chiste de la vida sea elaborar nuestro cordón umbilical que nos conecte con Dios, tal vez. Te beso, con todo mi cariño, con todo el torzal de mi horizonte.

viernes, 12 de octubre de 2012


PARA LIMPIAR LA MADRUGADA

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como raya de carretera y mujeres que son como lente de cámara fotográfica.
La mujer lente de cámara capta todo a través del cristal. Es quien siempre está en la ventana, quien siempre ilumina la línea que está de menos o de más.
Un cristal su corazón, un cristal su modo de hablar y la forma como camina a mitad de la calle o en medio del desierto. Un cristal la mano que acaricia su luz de neón; un cristal su cabello que ronda por el muslo del amado.
Ella posee el antifaz de la noche y abre su diafragma del mismo modo que la madrugada se abre al aire, de la misma forma que la muchacha enamorada se abre al deseo.
Nada le es ajeno, todo forma parte de sus pixeles y de sus sudores en barrido. Nada le es distante, todo le es cercano. Cercana la gota del agua, la del sol; cercana la piedra que levanta el despreocupado; cercana la sonrisa que se emborracha en el antro.
Es la mujer que más vive la vida, la que más puentes construye, la que más ventanas abre en el cielo; es la mujer que más saxofón en tarde de lluvia, la que más bufanda alrededor del cuello, la que más pendientes en el trabajo del cielo.
Nada le es ajeno. Por esto siempre, como Dios, está en todas partes y en todo lugar, y así como Dios posee el brillo de lo eterno, así, la mujer lente de cámara, posee el ojo del pozo que nunca se seca.
Todo es sustancia vital para ella. Por ello posee la consistencia del hielo a mediodía, la tecla en Do que aprieta el músico a la hora del vino, el paso que se tiende, como hamaca, en el suelo.
Nada le es ajeno. Todo le es cercano. Como si la flecha en la carretera no indicara curva sino cadera, no tope sino ¡pausa! Pausa para descubrir el misterio del paraguas cada vez que se cierra. ¿Qué atrapa un paraguas abierto? ¿Qué pájaros de rascacielos buscan su pretil amado?
Nada le es ajeno. Por esto ella es como el cordel para el sueño, como la enredadera para el deseo. El corazón no lo tiene en el pecho, en su mirada está expuesta la aorta, ahí, como si fuese piedra en acto de levitación, la vida inflama la luz del adviento.
Todo le es cercano: el modo de caminar de los viejos, la forma de gatear de los dedos sobre una piel recién estrenada. Le es cercana la mirada que seduce al viento, la forma como los letreros se pegan al muro, los modos como un miserable mira hacia el cielo.
Si alguien la detiene a media calle, ella no se sorprende, porque sabe que sus amados la desean, como desea la cuerda al guitarrista, así como la piedra sueña debajo del suelo. Es mujer que atrapa el viento y la luz. La oscuridad no es su territorio. Por ello rehúye el lugar donde el cuello sólo es un pretexto para la cuerda.
La cuerda le sirve para hacer abalorios, para construir puentes que llegan al corazón del tiempo. Nunca se deshace porque no es polvorón; nunca se diluye porque no es sustancia que tenga que ver con la Nada. Ella es el Todo. A través de su alma construye nidos para sus prójimos más próximos. Porque prójimo, en su diccionario, no significa cercano. La palabra prójimo, para ella, significa la nube más cobarde, la más llorona. Por eso, cuando llueve, ella se coloca detrás del cristal, detrás de la lente y sueña con relojes que cuelgan de los árboles y de las grietas de los rostros de la abuela.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como cintas que envuelven regalos y mujeres que son como niños que vuelan en trapecios.

jueves, 11 de octubre de 2012


EL LETRERO

Desde la banqueta de enfrente vio la casa, triste, de color amarillo, con barandales de madera. En un extremo de la puerta ¡el letrero! Caminó diez o doce pasos y se escondió detrás de un árbol; sacó la cámara digital, sony, con objetivo de gran angular y barrido panorámico. El letrero decía: “Se venden Círculos del Infierno de Dante. Informes aquí mismo”. Clic.
Esperó que se pusiera el rojo y cruzó la calle. A esa hora de la tarde pasaban pocos carros y dos o tres personas iban con rumbo al café; una mujer, con paso como de bulevar, llevaba entre brazos a una perrita mini toy. Tocó. Esperó. Un hombre en bata abrió y preguntó qué deseaba. El fotógrafo dijo que le interesaría comprar el Círculo. El hombre lo vio de pies a cabeza, le puso un dedo sobre el pecho y preguntó: ¿Qué Círculo?
Lo invitó a pasar, le ofreció una mecedora y una taza de té. Prendió dos velas de un candelabro sobre la mesa de centro y dijo que si el fotógrafo hubiese llegado una hora antes habría podido comprar el Círculo de los Lujuriosos. Un señor que trabaja en la Universidad lo compró.
El vendedor contó que al principio quiso venderlos todos juntos, pero los interesados se apachurraron al conocer el precio total. Tuve una necesidad, por cuestiones de enfermedad, usted sabe, a esta edad nunca faltan los achaques, y decidí venderlos por separado. Ahora sólo tengo uno, no sé si le interesa, no sé si quiere verlo.
El fotógrafo, con la mano izquierda apaciguó su corazón y con la mano derecha acarició su cámara, por debajo del estuche de cuero.
Sí, dijo el fotógrafo. Venga, venga. El vendedor tomó una de las velas y caminó. El fotógrafo lo siguió, mientras caminaba abrió el cierre del estuche y sacó la cámara y la colgó en su cuello. Mientras bajaban por los escalones de piedra, la oscuridad los iba cubriendo como si fuese un caparazón. La humedad se hacía evidente en los muros que escurrían agua. El eco de los pasos resonaba como un tambor destemplado. Tenga cuidado con el último escalón, dijo el vendedor, no lo pise. Muchos se han caído en el foso. ¿Cuál foso?, preguntó el fotógrafo. Ese escalón -dijo el vendedor, volviéndose y alumbrando el rostro del fotógrafo-, no sé por qué, acciona un mecanismo que abre la tierra, la abre como si fuese una grieta de temblor. Pasado un rato la grieta se cierra así como se cierran las heridas al contacto de la miel. Venga, venga, pase por acá, dijo, y le tendió la mano. Shhh, el vendedor se llevó un dedo a los labios. El fotógrafo, presintiendo un suceso impactante, prendió la cámara. Shhh, insistió el vendedor. Metió la llave y abrió el candado. La puerta de fierro, de manera automática, se abrió. El fotógrafo se llevó las manos a los oídos. Los gritos eran ensordecedores. El vendedor señaló al fondo y dijo, con voz normal: este Círculo es el Círculo del Limbo. ¿Usted fue bautizado? Pero el fotógrafo no escuchaba más que los gritos de los niños que levantaban su manita como pidiendo auxilio. Sus rostros estaban húmedos, llenos de lama, agrietados, translúcidos. Mantenían su boca abierta, en un grito eterno. ¡Venga, venga!, dijo el vendedor y le agarró la mano, pero el fotógrafo retiró la mano, en un movimiento de látigo y corrió, trastabilló, en medio de la oscuridad. Lo último que escuchó fue el grito del vendedor: “Tenga cuidado con el último escalón”.

lunes, 8 de octubre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY VIAJEROS SIN EQUIPAJE

Querida Mariana: siempre me pregunto acerca del origen de los apodos. Los expertos y estudiosos del tema dirán que algunos tienen su origen en el oficio y otros en un rasgo físico y en mil ramas más. Por ejemplo, al maestro que daba la clase de mecanografía, sus alumnos le decían “El teclas”; y a una señora que tenía un cuello muy corto, tan corto que parecía que la cabeza estaba pegada al tronco, el pueblo entero le decía: “La todojunto”. El tío Epigmenio terminó siendo “Epi, el depra”. La historia es muy simple. Al día siguiente que la tía murió, mi tío, recostado en su hamaca favorita, bebiendo té de limón, comenzó a contar la historia. “Vení -decía- traé tu silla, te voy a contar la herencia de pelos que la gata ingrata me dejó”. Y entonces me contaba, contaba que su mujer nunca se casó de cansarlo. Como a cada rato, en la cantina, en el templo, en el parque, a la hora que jugaba dominó, mientras bebía su santo trago, decía: “¡Burra, mi mujer caso se cansa de cansarme!”, la tía fue conocida como “La sin cansancio”. ¡Ah, mi tío gozó el apodo de su mujer!, pero como dice “El Foco Apagado” (que es ciego de nacimiento): “Hay un Dios que todo lo ve, dichoso él”, la venganza no tardó en llegar. Y no vino de parte de la tía, sino de parte del pueblo, que siempre es juguetón. El apodo de mi tía degeneró en el apocope de “La sinca”, luego pasó a “La cinca”; más tarde, el padre Eusebio, una noche que echaba traguito con varios feligreses, en el patio de la casa de don Carlos, el carpintero de la calle siete, la calle de las putas, contraviniendo el secreto de confesión, dijo: “ayer vino La cinca y me dijo que está enredada en amoríos con El Cuatro”. ¡Ah, para qué lo fue a decir! Don Carlos se metió un talguatazo de trago y dijo: “’ora le van a decir la “Sinca…liente”. Todos se hamaquearon de la risa. Don Eulogio se paró a orinar y, reclinado sobre la pared de adobe, regó una matita de lavanda y desde ahí gritó: “El Cuatro le puso cuernos al Cinco”. Lo gritó cantando, como si fuese un verso de ronda infantil, lo hizo mientras sacudía su pene.
Claro, mi niña bonita, era natural que el esposo de “La Cinca” terminara siendo “El Cinco”. Cuando en el pueblo se supo lo que el padre había contado (apenas a la madrugada siguiente de la borrachera), la gente comenzó a hacer chistes con el apodo de mi tío. “A ver, a ver, ¿a quién le pusieron un cuatro?”, preguntaba uno y el otro respondía: “Al cinco…yol”. Entonces el apodo de mi tío pasó a ser “El sin coyol”. Y en Comitán, vos lo sabés, niña de viento, quien no tiene un coyol le llaman “Chiclan”. Entonces, cuando el tío salía a comprar el pan, justo cuando pasaba por la carpintería de El Cuatro, los niños lijaban la madera con más fuerza y cantaban: “Hubo una vez un hombre que iba por el pan, se cayó un día y cayó el pan, cayó sobre una piedra y se quedó chiclán”. Ya lo estarás pensando. Pues sí, desde entonces le pusieron el mote de “Chiclan”.
Al día siguiente que murió la tía, el tío se puso su traje, compró un ramo de rosas envueltas en papel celofán con moño rosa y tocó en la puerta de la casa de Hermila, la viuda de don Agenor. La viuda abrió, sonrió, tendió las manos para recibir el ramo y, muy seria, dijo: “Gracias, Epigmenio. Pero no puedo dejarte pasar”. El tío preguntó por qué. Ella dejó el ramo sobre una maceta de lavanda y dijo que todo el mundo decía que era chiclán. ¡Qué!, dijo el tío. “¿Vos también lo creés?”. Con ambas manos desabrochó el cinturón y se bajó el pantalón. La mujer cerró los ojos, pero el tío le tomó las manos y se las puso sobre sus testículos. “Toca, toca. Uno, dos, ¿ya viste?”. Ella no veía, pero dejó que sus manos tocaran generosamente el par de huevos. Dos mujeres que pasaban por ahí vieron su culo desnudo, con el pantalón a las rodillas, se persignaron y comentaron “Burro, el Epi ¡es un depravado!”. A media tarde, el apodo ya había degenerado al que ostenta hasta ahora, ya con ochenta y dos años de edad.
Ningún experto podría reconocer que su apodo ha tenido un largo camino. De ser un simple “El cinco” terminó siendo “Epi, el depra”.

sábado, 6 de octubre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA PALABRA ES UNA TIUCA




Querida Mariana: Dany preguntó una vez al tío Hermilo: “tío, tío, ¿vos sabés cómo le hace la palabra para llegar desde acá hasta allá?”, y señaló su boca y luego el oído del tío. El tío, que ya se había resbalado dos o tres cervezas, comenzó a explicar algo como una tasajeada teoría del sonido, que si las ondas sonoras viajan a través de… “No, no, tío, no. ¿Qué no ves que las palabras tienen alitas?” y, como si fuese Marcel Marceau, a sus manos les dio alas y las movió con el mismo ritmo y en la misma dirección con que las garzas cruzan, muy de mañana, el cielo de Comitán.
¿Habrá -niña bonita- algo más prodigioso que el misterio de la palabra? Porque la palabra no sólo posee alas, también posee ¡aire! Una tiuca, en el vacío, se desplomaría como se desplomaron las Torres Gemelas. Es el aire el que sostiene al ave. Si los hombres tuviésemos más aire ¡volaríamos! Volaríamos como las garzas. No sólo eso, también “chiflaríamos” como las tiucas. Los hombres que anhelan el vuelo no saben que no necesitan alas ¡necesitan aire! El aire es lo que infunde vida a la palabra y es a través de ésta que los hombres volamos.
¿Por qué Don Chico que vuela, de Laco Zepeda, se dio tremendo zapotazo? No fue por el peso de los encargos, ni por la fragilidad de sus alas, no, ¡no!, fue porque le faltó aire. Por esto, a diferencia de Don Chico que vuela, la palabra es como un papalote, como un cachetón globo aerostático. ¡Y vaya que la palabra lleva lastre! ¡Ah, millones de personas le colgamos pendejada y media! ¿Has visto cómo las palabras cargan intrigas, miedos, temores, frustraciones, hendijas, hilos negros, pozos con fondos renovables, tirabuzones y corchos de piedra? Y sin embargo ¡vuelan! Vuelan como si fuesen cristales líquidos, como si fuesen algodones de París. ¿Por qué lo hacen? ¡Porque están llenas de aire!
Y aire es lo que sobra en nuestro pueblo. El viento Sabines se preguntó (Sabines ¡el poeta!): “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán, en mayo, en la quietud, en la frescura, en el aire?”. Un poco como decir: ¿Dónde el vuelo, dónde la palabra, rama del pájaro del aire?
Acá, en el cielo y en la tierra y en todo lugar, la palabra alcanza un aire de aire. En Comitán, pueblo mágico, la palabra es un camino de luz, piedra para el descanso, hamaca para el sueño y para el aire. Sí, el aire está en cada sonido que se pronuncia, en cada cotz que gritamos al amanecer, ya medio bolos, ya medio enamorados, ya medio convencidos de que la vida está cifrada en la palabra y totalmente convencidos de que la palabra es la que nos genera la vida. Por esto luchamos con denuedo para que los cielos estén limpios. Somos un poco como esos limpiadores de estrellas, de Cortázar. Cada madrugada, después de tomar un cafecito, trepamos a la escalera y damos brillo al camino de luz, ¡a la palabra!
La palabra sublime, la suprema, la que hace luz en la telaraña oscura, está de regreso. Hoy y mañana, en el Teatro de la Ciudad, algunos de los mejores oradores del país participarán para alcanzar los tres primeros lugares del Concurso Nacional de Oratoria Dr. Belisario Domínguez.
Todos los comitecos hacemos buches de agua limpia al mencionar el nombre de Belisario Domínguez, sabemos que estas dos palabras no son simples mariposas revoloteadoras. Lo sabemos, ¡estas dos palabras son aves más altas! ¿Vuelan tan alto como papalote? ¡No, vuelan más alto! ¿Como cumbre de Everest? ¡No, más alto! ¿Como nube? ¡No, más, más alto! ¿Como sueño? No, vuelan como la sonrisa de niño, como el deseo de la muchacha bonita, como el hilo más fuerte del anciano; vuelan como el fuego más emocionado. Nos sentimos orgullosos de Belisario, por esto, año a año, los comitecos esperamos el Concurso. Acudimos al Teatro, como si fuésemos peregrinos, como si fuésemos los hombres y mujeres que buscamos El Paraíso; caminamos como si camináramos el Camino a Santiago, lo hacemos libres de cargas y de culpas. Sabemos que ahí, en el escenario, la palabra tiene su lugar de preeminencia, ahí, en un recinto cerrado, la palabra rompe cadenas y vuela como si lo hiciera en el cielo más alto, como si lo hiciera a mitad del patio, bajo el chorro de luz del sol y con el cobijo del azul más amado.
Los participantes del Concurso saben que no hay limitantes. Su palabra la enredan como quieren, donde quieren. ¿Qué opinan acerca del tema de la Educación en México?, por ejemplo. Quien se acerca a la urna del sorteo y saca el papelito que le asigna tal tema, sube al pódium y, como si estuviera en la cima más alta, ¡suelta su palabra!, lo hace con el convencimiento de que la palabra es como el agua que, necia, terca, abre un hueco en la piedra. No falta el compa (¡qué bueno!) que insiste en decir que las autoridades son sordas y no escuchan. ¿Quién le dijo a este compa que el vuelo de la palabra es para el muro, en caso de que así sea? La flama de ese fogón es para incendiar otros corazones. La palabra que los jóvenes participantes enuncian es para embarrarla en el espíritu de los comitecos que acuden a escucharlos; es para que en su mente se haga la luz. ¡La palabra transforma! Su labor comienza en el instante en que los jóvenes aprehenden esos gajos que abren su corazón como si fuese un fruto del árbol más preciado. Se trata de que la palabra llegue al oído de hamaca y al espíritu dispuesto, se trata de decir que el aire está en el corazón de cada uno de quienes asisten al Teatro a disfrutar del hilo que da vuelo al papalote. Por esto, mi niña bonita, ¡por esto!, los comitecos acuden a escuchar a los participantes del Concurso (este año, igual que el anterior, el acto celebratorio comenzará a las cuatro de la tarde. Sábado 6 y domingo 7 de octubre. La entrada ¡es libre! ¡Faltaba más!).
¡Agua!, pide el niño; ¡agua!, pide el enfermo; agua, el preso; agua, el hombre que cae sobre la duna del desierto. ¡Agua!, pedimos también los que tenemos sed de una patria mejor. ¿Cómo se logra formar ésta? ¡Yo que voy a saber, mi niña de aire, mi niña de viento, mi niña hecha de la palabra más tierna! Pero, creo, un buen camino es pensar qué clase de país queremos y luego de haberlo pensado ¡decirlo! Decirlo para que la palabra haga su labor de hormiga y lleve hojitas al nido donde la luz estalla. ¿Mirás? ¿Oís? ¡La palabra es generadora de luz, aún en medio de la más oscura piedra!
Y bueno, dirás vos: “¿Qué pasa con la palabra llena de mierda?”. ¿Qué pasa con la palabra que decimos para enlodar al otro?, esa palabra que lleva puñales de deshonra y de envidia. ¿Qué pasa con la palabra que, vestida de oveja, es un lobo con alas de polvo? ¡Nada y todo! Esa palabra, también, en lo íntimo, es una palabra que define el universo. ¿Te han dicho palabras con espina de nopal? ¿Te han tocado, mi niña? ¡No! Y no lo han hecho porque antes de que lleguen a tocar tu árbol, vos sacudís tus hojas secas. Cuando la palabra estúpida llega al redondel de tu aura llega disminuida en su coraje, porque vos la transformás en una palabra pura, intocada, porque intocada sos vos, niña Ave María.
La palabra, igual que la luz, no da vuelta en la esquina. A mí, cuando alguien me dice pendejo pienso que pendejo, originalmente, es pelo del pubis y sé que no soy eso, entonces río, río mucho y juego. Doy gracias a Dios porque el hijo del gran pubis me dijo pendejo. Imagino que soy un pelo y dejo mi cueva y subo por el pecho y llego a mi cabeza donde, ¡oh, prodigio!, los cabellos no son tan chinitos y juego a platicar con los cabellos (menos negros, menos enredados) y sé que al jugar ronda con los hilos más altos de la montaña me convierto, soy como un vencedor de la cumbre más alta. ¿Pendejo? ¡No, niña de mis vientos! ¡Soy un ala, un hilo de luz! El aire me inunda y juega conmigo, conmigo que soy un simple hilo que subió, subió. Siempre en ascenso. El pendejo más pendejo puede elevarse y dejar la cueva oscura y convertirse en orla de la cumbre más alta. Todo, con el prodigio de la palabra y del aire que infunda el aire del aire.
Aún la palabra que está botada, la que reposa en el suelo, tiene la dignidad del aire. La palabra que está escrita en un pedazo de papel sucio, la que (como en el parque de San Sebastián) está enredada en la cercanía de las raíces de los árboles, la que se encarama en las paredes de los santuarios y la palabra que corre sonriente en las plazas ¡es la cuerda más dulce de nuestro arco!
¿Y cuando la palabra se trepa en la rueca de la demagogia, qué pasa? ¡Nada y Todo! Nada, porque el hombre sabio reconoce su espejismo y la convierte en polvo; Todo, porque el hombre sabio la vuelve rueca para torcer el hilo de la luz y de la ciencia.
La palabra inventa a Dios y éste inventa la palabra. ¿Quién fue primero? ¿Fue primero Dios o primero la palabra? La palabra origen también está emparentada con la palabra final y la palabra eternidad es la cuerda que une ambos conceptos. Dios es eterno porque eterna la palabra y Dios existe porque, a diario, tocamos la pared que contiene la palabra.
¡Que la palabra vuele! ¡Que nos toque con su espiga de aire!

Posdata: Marianita de todas las ventanas, participantes y jurado ¡son de lujo! Es un lujo que Comitán se merece. Viene doña Alicia Pérez Salazar de Muñoz Cota (esposa del poeta y enormísimo orador: José Muñoz Cota). Saludaremos a Mario Uvence (Campeón Nacional de Oratoria y -al decir de muchos- el mejor Director que ha tenido Coneculta-Chiapas en toda su historia. Andrés Fábregas Puig, digo yo, fue el mejor Director del Instituto Chiapaneco de Cultura, antecedente del Coneculta). Todos amigos de Comitán: José Monroy, René Palavicini, Francisco Aquino, el comiteco Julio Gordillo Domínguez, el buen amigo Alexander Domínguez (novelista, también). ¿Qué creés? Tendremos la oportunidad de saludar al demiurgo de Yayagüita: Polo Borrás. Manuel del Riego (ah, qué apellido tan acorde con el prodigio de la palabra), Patricia Elena Rodríguez, Luis Antonio Godina, Óscar Juárez, Osvaldo Juárez, Fernando Valdez, José Manuel Álvarez y Ciro Mendoza completan la relación de integrantes del Honorable Jurado, ¡Honorabilísimo!
Los comitecos mencionan a este Concurso como una Fiesta de la Palabra. Sí, Marianita de todos los círculos del cielo, habrá un guateque de aire, una epifanía de luz. Como decía Saborío: ¡allá nos vemos! Hoy y mañana, a partir de las cuatro de la tarde, en el Teatro de la Ciudad. ¿Entrada? ¡Libre!
Ah, pobre tío Hermilo, él, medio bolo, tratando de dar explicaciones racionales y científicas. Nunca se dio cuenta que Dany tenía razón: las palabras van de acá para allá porque ¡tienen alitas!

viernes, 5 de octubre de 2012


PARA LA ALACENA

I.- Comenzaron con el juego de palabras: ¿Trajo traje? No, dijo él, porque no nado nada. Ella, entonces abrió la blusa, mostró la luz de sus pechos y él segó su ceguera y bebió la luz del campo.

II.- Fueron al Museo y jugaron el juego de los espejos. Frente al Grito de Edvard Munch, se llevaron las manos al rostro, abrieron los ojos y la boca. Al salir se dieron cuenta de que habían quedado mudos. Regresaron. Aún siguen, en la duela de la Sala del Expresionismo, buscando sus palabras, sus sonidos.

III.- “Acá está la lluvia”, dijo ella. El hombre buscó el paraguas, lo abrió y se cubrió con él. Ella se dio cuenta que no era el amado conveniente y echó a andar en busca del hombre que ame caminar sobre su cuerpo debajo de la lluvia.

IV.- “Acá está la lluvia”, dijo ella. “Sí”, dijo él y bajó la ventana y vio llover detrás del cristal. “Ah –pensó ella- mi mamá no me vacunó de los pendejos”.

V.- Las mujeres (¿lo han visto?) siempre se ven más bellas detrás de los cristales. Sobre todo, dice mi prima Martha, detrás del cristal de un zafiro.

VI.- Para enamorar a sus amadas buscaba versos de canciones famosas. “Tus labios de rubí” decía él y la mujer se rendía. “Voy a apagar la luz para pensar en ti”, dijo y ella gritó: “Ni te atrevas, estoy chateando”.

VII.- “Acá está la lluvia” dijo ella. Él fue en busca de un balde para juntar agua. Ella dijo: “De balde, tanta luz ¡de balde!”

VIII.- ¿Cómo te enamoraste de ella?, preguntó el amigo al hombre a punto de divorciarse. “Me cerró el ojo”, dijo él. Ah, dijo el amigo, y le puso un trozo de hielo en el ojo que ella le cerró por el golpe.

IX.- “¿Me das de tu lumbre?”, preguntó el hombre, con el cigarro en la mano, a la mujer que fumaba. Ella abrió su blusa, mostró sus pechos iluminados y dijo: “Alúmbrate de mi brasa”.

X.- La niña salía de casa todas las mañanas. Bajaba las gradas de dos en dos, caminaba por la banqueta, sin pisar una rayita. Cuando regresaba su mamá preguntaba: “¿Por qué tardaste tanto?”, y ella, sonriente, pronunciaba las sílabas de dos en dos y sonreía, sin pisar la rayita del tedio.

XI.- “Adiós”, dijo él. “Adiós”, dijo ella. El auditorio se puso de pie y aplaudió como nunca. Era el final de la obra. Él pensó: “Hmmm, con qué poco se conforman”.

miércoles, 3 de octubre de 2012


LA ARRUGA DE LA SÁBANA

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como espiga de aire y mujeres que son pétalo de agua.
La mujer espiga de aire es la vid del tiempo. En tiempo de vendimia se desparrama sobre el árbol del fastidio y alimenta la grieta que une a los ladrillos.
Como si fuese sol se oculta en la cima de la mirada. Hay hombres (¡inútiles!) que la siegan, en lugar de volverla bandera de balcón. Ella no está en los pentagramas ni en las teclas de piano de bar; ella está en el dedo que toca la cuerda, en la pared que detiene el insomnio, en el techo que recibe el agua. Es el arco de la mano que dibuja, es el ojo que reza al Dios del libro, es el viajero que detiene su paso ante el hombre que pide limosna.
Su espíritu está donde está el paño que limpia la ventana, en la boquilla de la trompeta que viaja por un río, en la escalera que sube por la cascada, en la niña que corre detrás del hombre que vende algodones.
¿Deseas el deseo de una mujer espiga? ¡Sal al aire, a la sombra de la fuente sin agua! ¡Aliméntala en el sofá del paso lento! ¿Quieres su esquina para tu lámpara? ¡Búscala en la línea que bebe de la ventana! En la rama de la madrugada ¡ella vuela, ella canta!
Es como una silla para el alba, como una piedra para el sueño, como un río para la barca.
¡Bendito el hombre que la abre como postigo, que la inflama como leño! ¡Bendita ella, la que es como una nube para el huerto! ¡Siempre benditos sus sueños y los gajos por donde el agua se alza en la falda de la fuente!
¡Bendito el corazón de su pasto donde juega el niño, donde la niña juega a la comidita! Benditas sus cúpulas, sus calles, sus torres, sus pájaros como papalotes. Benditas sus espinas de nopal, sus olas llenas de nudos, sus barcos varados, sus varas embarcadas, sus velas que son camino para la nostalgia.
Sin ella ¡la vida nada! Porque ella ¡el hilo de la flor, el cordel del vuelo! Sus ojos un pistilo, sus manos línea para construir los territorios del alma.
El amante cierra los ojos y la reconoce en cada pétalo, en cada labio que se abre, bien en la sonrisa, bien a la hora del bocado, a la hora en que la cama se llena de luz, a la hora en que la pasión juega a ser pecado.
De perfil ¡el horizonte inclinado! Bocabajo ¡abrazo de Dios, curva en carretera!
Recibe el agua, recibe el viento que juega en su orilla. Bebe de la mano, del ojo cerrado, de la caricia que es como la arena tibia de la playa. Sueña, sueña con una pared blanca, con la venda en el rostro, con la hendija sobre la pared y con el labio entreabierto que balbucea el alfabeto de un cuerpo enamorado.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un dedo entrelazado y mujeres que son como un lazo que ciñe el dedo.

lunes, 1 de octubre de 2012


PARA LA ALACENA

I.- En estas regiones no hay nieve, por eso la gente se sorprendió muchísimo cuando abrió la ventana, temprano, y vio el campo lleno de nieve. Las personas se pusieron una chamarra, salieron y comentaron el suceso. Los niños hicieron muñecos de nieve y se aventaron bolas de hielo y se tiraron al suelo, con los brazos abiertos. A las doce del día, hora en que el hielo comenzó a derretirse apareció otro suceso extraordinario: un grupo de osos blancos asomó en la calle principal. Las madres corrieron presurosas y pusieron a salvo a sus hijos; los hombres tomaron las escopetas y se apostaron en los árboles. Acostumbrados ya a los prodigios no les sorprendió tanto el tercer suceso: ¡la aparición de un barco rompehielos en plena plaza! El capitán del barco, con la mano en alto, con una bufanda que le cubre la mitad del rostro y con una chamarra gruesa con cuello peludo, da la orden. Quince o veinte marinos se descuelgan y, con arpones, van tras los osos blancos que corren por la calle principal. ¡No podemos permitirlo!, gritan los pobladores y repelen a los marinos quienes, al final, son abatidos. La calle queda llena de sangre. En estas regiones no hay nieve, los pobladores jamás han visto un campo lleno de nieve y lleno de sangre. El contraste es brutal. Los osos vuelven la mirada hacia sus salvadores, lo hacen como si en verdad comprendieran lo que éstos hicieron por ellos. Pero los pobladores (acostumbrados ya a sucesos misteriosos) descargan los últimos tiros sobre los osos. No podían permitir que los marinos se llevaran a esas presas enviadas de la mano de Dios. Tendrán carne para varios días y las pieles las usarán para hacerse chamarras con cuellos peludos.

II.- Enrique fue a la ciudad de México y me trajo “Gracias por el fuego”, de Mario Benedetti. Interrumpo la lectura de “La loca de la casa”, de Rosa Montero. Lo hago como un homenaje a Enrique (él y yo, en compañía de Esperanza y de Coquis, vimos el espectáculo de “Las mil y una Nachas”, con Nacha Guevara y Benedetti, en el Teatro de la Ciudad, del Distrito Federal, en mil novecientos setenta y tantos). Además, recuerdo el grato sabor de la lectura de “La Tregua”. Avanzo en la lectura, llego casi al final, llego a la página 273 (el libro tiene 300 páginas), doy vuelta a la hoja, ¡oh, qué pena!, las dos páginas están en blanco. Bueno, digo, pasa nada. Sigo la lectura. Seis páginas adelante, ¡la mierda!, dos páginas más en blanco. Busco apresuradamente. Sí, las páginas 286 y 287 también están en blanco. ¡Me lleva Uruguay! La editorial es “Punto de lectura”. Como siempre que sucede algo semejante, deseo quejarme con alguien, pero ¿con quién? Más tarde dibujo en las hojas en blanco. Pienso que, a veces, me he dormido en el tren; que a mitad de la película he tenido que pararme para ir al sanitario en el cine. Sí, en muchas ocasiones, sin darme cuenta, me he topado con hojas en blanco. ¿Entonces? Pasa nada. Ahora sigo con la lectura. Ya casi termino. En cuanto acabe seguiré con la deslumbrante e inteligente prosa de la Montero. Mientras tanto sigo en este tren uruguayo que me enseñó que la vida, siempre, nos da hojas en blanco.

III.- Juana dice que viajará en “Colectivo”. Trepada en la combi ve, por la ventanilla, cómo hombres en traje y mujeres inmaculadamente pintadas viajan en sus autos. Viajan solos, con los vidrios subidos. Llevan clima artificial, piensa, mientras ella sacude la libreta de apuntes sobre su rostro para hacerse un poco de aire. Desde la ventanilla ve un grupo de obreros que protestan, avanzan por la calle. Los obreros sudan, se limpian el rostro con un pañuelo, llevan mantas pintadas, avanzan por la calle. Los automovilistas, con su clima artificial, tocan el claxon, cansados de tantas protestas que impiden el paso. Los del colectivo se bajan y siguen su camino. Los automovilistas no pueden hacer lo mismo. Ella, mientras camina, se pregunta por qué no siguió en colectivo y se integró al grupo de manifestantes. No, ahora camina sola, con rumbo a su casa. Cuando se tumba en el sillón, cuando su mamá le pregunta cómo le fue y le ofrece un vaso de limonada con hielo, ella recuerda que nunca supo cuál era el motivo de la manifestación. ¿Cómo te fue?, insiste la mamá y ella, con cara de pan dorado en horno, dice: “El colectivo siempre es una mierda, cada vez está peor”.