lunes, 24 de febrero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA AMISTAD VA MÁS ALLÁ DEL PAPEL





Querida Mariana: el tío Eugenio me dijo que Pacheco no murió por caer de una escalera: “tu amigo, el escritor, murió porque se tropezó con una torre de libros”. Dijo que la nota estaba en la revista “Proceso”, levantó la revista para comprobar que decía la verdad. Lo dijo a la hora que la tía Eduviges me ofrecía una taza de té. Estábamos en el corredor de su casa. Los dos mirábamos el patio, donde sus bisnietos, Esperanza y Emigdio, jugaban. La mamá de los niños, mi sobrina Elena, justo a la hora que mi tío pronunciaba la palabra “Proceso”, salió de uno de los cuartos y les puso suéteres a sus hijos. Desde el patio nos vio y gritó: “Está haciendo fresco”.
El otro día leí, en una novelilla de Vila Matas, que en el Budismo la gente practica “la conciencia del instante”; es decir, algo similar a lo que recomienda el Zen: tener conciencia del acto; un poco como decir: si comés ¡poné atención al acto de comer!, y no estés pensando en la tarea que entregarás mañana. ¡No! Viví el momento con toda intensidad, paladeá cada sabor, cada textura. ¡No te atasqués, como si fueses un cuch! (en Comitán he escuchado que la gente dice: “es un atascado, mirá cómo se zampa la comida”). ¿Atascado? ¿Por qué decimos tal palabra y la aplicamos como si fuésemos autos varados en medio de un lodazal?
A mí me resulta muy difícil lograr centrar mi atención al momento que estoy viviendo. Recuerdo que, en un taller literario que recibimos en Tuxtla Gutiérrez, mi amigo el escritor Miguel Ángel Godínez me preguntó si estaba a gusto con la charla, porque, mientras el ponente, Muciño, ¡viejo maravilloso!, hablaba acerca de la Novela Histórica, yo dibujaba en una libreta, casi casi como si fuese un estudiante de preparatoria y no fuese el viejo de treinta y tantos años que era.
Hago esta digresión porque la tarde en casa de tío Eugenio traté de estar consciente por un instante del momento que vivía: vi el tío, con el ejemplar de “Proceso” en sus piernas; los niños jugando en el patio; mi tía, con un mandil blanco, sirviendo el té en una mesita de madera de cedro; mi sobrina, con su sonrisa de árbol, siempre contenta, a pesar de que el cabrón de su marido la abandonó hace cuatro meses. El cielo, sin nubes; el aire, un poco frío, pero como chal amoroso; la tarde sin apremios, dúctil, afectuosa. Hubo un instante en que el tío calló y el silencio caminó a nuestro lado. El silencio pasó como un pijiji en puntillas.
Puse atención a lo que vivía, pero un segundo después, dejé de ver lo que sucedía a mi alrededor y me puse a pensar en lo que mi tío había dicho y en lo que mi sobrina había dicho (de todas mis sobrinas, Elena es mi consentida, tal vez porque siempre recuerdo con agrado los juegos que su mamá y yo jugábamos de niños y adolescentes en esa casa).
Dibujo desde niño. En la escuela, el profesor me regañaba por dibujar “en plena clase” y, a veces, me enviaba a la esquina del salón, con la vista hacia la pared. Siempre me pareció injusto el castigo. Nunca he sido un gran dibujante (a veces culpo a mis maestros. Pienso que si me hubiesen dejado practicar habría logrado potenciar mi habilidad). Hasta la fecha no logro comprender porqué los maestros nos mandaban castigados a la Dirección cuando dibujábamos o cuando leíamos revistas de monitos. ¿No acaso la escuela era el lugar para potenciar las capacidades? Rafa Pinto, quien ahora es un arquitecto, era buenísimo para hacer figuritas con la barra de gis blanco. Se ayudaba con un alfiler para hacer réplicas de ídolos mayas. Recuerdo que, mientras el maestro explicaba, en un enorme mapa sobre el pizarrón, en dónde estaba Europa y cómo se llegaba hasta allá desde América, Rafa hacía unas “caritas” sensacionales. Su pantalón quedaba siempre lleno de polvo blanco (de gis, de gis). Enrique, que era hijo de un taquero, y era mayor que nosotros, le pedía que, en lugar de hacer “ídolos mayas”, hiciera mujeres desnudas. No sé porqué, antes, en las escuelas primarias había tal disparidad de edades. Había niños que estaban en la edad correspondiente, pero muchos eran mayores. Esto provocaba que los más viejos abusaran de los pequeños. Recuerdo que el hijo del taquero (era un muchacho malcriado) se frotaba el pene en pleno salón y, mientras el maestro explicaba cuánto costaban diez manzanas y dos peras, él nos mostraba su animal ya parado. Era tan grande el bulto (nosotros éramos niños de diez años y él ya tenía más de catorce o quince) que Betito siempre, a la hora del recreo, me preguntaba cómo le hacía Enrique para meterse ese cilindro de plastilina adentro del pantalón. Yo me reía, pero, igual que él, no sabía porqué el “pajarito” de Enrique tenía el tamaño de un “pajarote”.
A Rafa, a cada rato lo enviaban a la Dirección, por estar haciendo “monitos” con los gises. ¿Cómo era posible que un alumno estuviese ejercitando el arte de la escultura a la hora que el maestro daba clases de geografía? ¡Los maestros siempre han sido unos tiranos! ¡Nunca han entendido que los niños tienen diferentes capacidades! A mí me gustaba dibujar y leer revistas de “monitos” y a esto debo mi gusto por el arte. Esa fue la raíz del árbol que luego crecería para ser mi sombra infinita. Disfrutaba mucho cuando el maestro Beto nos leía la historia de Chiapas en un viejo libro que se llamaba “Los cuentos del abuelo”; siempre pensé que los libros de texto no debían ser libros sino revistas de “monitos”. Pensaba que la Secretaría debía entregarnos cuadernillos cada semana con los contenidos. Pensaba que la escuela debía ser el espacio donde cada niño hiciera lo que más le placiera. Sigo pensando lo mismo. La escuela debería ser el espacio para hacer que los niños encuentren su vocación y la cultiven.
Todo esto viene a colación porque, a veces, mi mente se dispersa (como ahorita) y no logro poner atención al instante que vivo. A veces escucho una palabra y esta palabra es como una catapulta que me envía a otros caminos, muy diferentes y distantes del que se supone debería caminar. Esa tarde, después de tomar un sorbo del té de limón que la tía me ofreció; después de dejar la taza sobre la mesa de servicio; después de ver cómo mi sobrina entraba de nuevo al cuarto y, con el dedo índice, recordaba a los niños que sólo tenían cinco minutos más para jugar, porque (repitió) estaba haciendo un aire muy fresco, pensé en lo que ella había dicho antes: “está haciendo fresco”, y en lo que el tío había dicho: “tu amigo, el escritor, murió porque tropezó con una torre de libros”.
Primero llamaron mi atención las frases: “hacer fresco” y “torre de libros”; luego pensé en que mi tío había dicho: “tu amigo, el escritor”. ¿José Emilio Pacheco mi amigo? Estuve tentado a decirle a mi tío que Pacheco no había sido mi amigo, que nunca crucé palabra con él, que él era un escritor famoso que vivía en la ciudad de México, pero me callé. Callé porque me di cuenta que eso no estaba tan alejado de mi realidad. Si bien nunca conocí físicamente a Pacheco sí dialogué muchas veces con él, a través de sus libros. ¿Qué no siempre he sostenido que los libros son mis mejores amigos? ¡Tengo tan pocos amigos reales! Esto es así porque la mayor parte de mi tiempo la paso leyendo. Ya he contado antes que me cuesta mucho trabajo relacionarme en el mundo real. Me encanta estar en el parque o en la sala de la casa leyendo un libro. Con los libros no tengo alguna dificultad para relacionarme, se me da muy fácil. Esto debe ser porque, desde siempre, me costó mucho trabajo platicar acerca de algo. Cuando, adolescente, tuve el atrevimiento de acercarme a una chica no sabía qué le diría. La chava en cuestión se pegaba unas aburridas de padre y señor mío. Ella, sentada en un extremo de la banca, no le quedaba más que mirar a quienes daban vuelta en el parque y yo, todo pendejo, hacía lo mismo. Rezaba, rezaba mucho, le pedía a Dios que me iluminara con la gracia del Verbo. Le pedía al Señor que me hiciera simpático, que tuviera la facilidad de palabra que tenía Ramiro, por ejemplo, pero el Señor, en ese preciso instante no estaba en casa, había salido de paseo y no escuchaba mi ruego. Entonces, después de diez o quince minutos me daba por vencido. Le decía a la muchacha que debía hacer un mandado y me despedía. No me daba ningún empacho dejarla sentada ahí en la banca. Me paraba y caminaba por el parque, oía cómo sus amigas se acercaban de inmediato y se reían a carcajadas, sin duda burlándose de mi estupidez. Ahora que ya estoy viejo ¡me sucede lo mismo! Los “grandes” acostumbran hacer relaciones en desayunos, comidas o cenas. A mí esto me sigue causando un gran escozor. Si puedo evitar la invitación ¡lo hago! Si la cita es inevitable asisto pero, después de un determinado lapso, ofrezco disculpas y digo que tengo que cumplir otro compromiso contraído con anterioridad (no digo que debo hacer un mandado de mi mamá, porque ya sería el colmo). Me acostumbré a escuchar, a que el otro hablara. Pero me acostumbré (¡qué pedante!) a que el otro fuera Octavio Paz, José Martínez Torres, Miguel de Cervantes, Fernando del Paso, Julio Cortázar, Elena Poniatowska, Günther Grass, Gabriel García Márquez, Fabio Morábito, Borges, Salgari, Julio Verne, Marguerite Duras, Rosario Castellanos, Yourcenar, José Emilio Pacheco y muchos más. Así que cuando alguien me pregunta si conocí a Rosario Castellanos digo que no, pero que soy su amigo. La gente me queda viendo como si estuviera a punto de subir a la Montaña Rusa, sonríe y se aleja, también con una sonrisa, de conmiseración, como diciendo: “el Alejandro se está volviendo loco”.
Creí que Pacheco había muerto por una caída en escalera. ¡No! Pacheco murió porque, en su estudio, tenía tantos libros que los libreros no alcanzaban y debía hacer torres de libros en el piso. Algo iba a hacer cuando tropezó con ¡una torre de libros! Es una pena la muerte de Pacheco, pero es una de las muertes más dignas que ha tenido un escritor. Su destino fue caer por tropezarse con una torre de libros. Al caer se golpeó en la cabeza. ¡Claro, ahora sí entiendo todo! El destino de Pacheco fue vivir por, de y para los libros. Era consecuencia lógica que muriera por, de y para los libros. ¿Qué escritor recibió esa andanada de luz en la historia de la humanidad? ¡Nadie! Federico Campbell, escritor de Sonora, acaba de fallecer por contagio del virus H1N1. ¡Qué muerte tan estúpida para un escritor! Los escritores se suicidan o mueren por cáncer, por cirrosis, por accidentes de automóvil o por accidentes caseros, por neumonía o por vejez, pero nadie se muere porque una pila de libros le pone el pie y hace la travesura. Bueno, nadie, excepto Pacheco. Pacheco, a imagen y semejanza de Rosario, murió tocado por un rayo de luz, por un rayo de luz infinita: ¡el libro!
Sí, soy amigo de los más grandes escritores del mundo. Por esto, tal vez, no necesito más. Con ellos platico bien sabroso. A veces (la mayoría de veces) no muy entiendo lo que me dicen, pero su luz me deslumbra. Cuando estoy con ellos es como si estuviese botado en una playa y sintiera la suavidad de la arena y viera el atardecer. ¡Sé que en la voz de ellos está presente Dios! Me gusta estar con ellos, porque no tengo necesidad de decir algo. Me siento a su lado, en la banca del parque y los escucho platicar y platicar. Pienso entonces que es la respuesta que Dios envió a mis ruegos de adolescente. No estaba yo hecho para hablar, mi vocación era la de escuchar. Ahora sé que fue una pena que la muchacha bonita que me gustaba no tuviera la vocación de la Michelena o de la Garro o de la García Bergua. Hubiese sido maravilloso que nos sentáramos en la banca del parque de Comitán y ella me tomara de la mano y me contara los mil y un cuentos de Scherezada. Pero mis muchachas no tuvieron esa vocación, ellas esperaban que yo fuera el contador de historias y a mí, qué pena, no me fue dado ese don.

Posdata: tal vez por eso, Marianita de mi vida, mi sobrina Elena es mi consentida. Porque con su mamá nunca necesité contar algo. Como éramos primos nuestro trato era muy natural. Cualquier domingo, mis papás decían que íbamos a comer a casa de tío Eugenio y al abrir la puerta ella estaba ahí. Mi papá decía: “ve a jugar con Eugenita” y yo, emocionado, le hacía caso. Eugenita me llevaba a su recámara y ahí jugábamos. No teníamos necesidad de contar algo. Éramos como hermanos, todo era muy natural y espontáneo. Tal vez por esto, Marianita de mi vida, vos sos ahora mi consentida, porque contigo no tengo el apremio de contarte algo. Con vos, todo fluye natural. ¿Cómo es cuando “hace fresco”? No lo sé, pero vos sos mi fresco, el fresco de mi vida.

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LOS REYES ESPERAN





La espera es potestad de plebeyos. Potestad si se le ve como fortaleza; rasgo desafortunado si se le considera un lastre. ¿Quién espera? Espera el mendigo cuando extiende la mano; espera el amado cuando extiende su corazón. ¿Qué puede esperar un Rey que lo tiene todo? Sólo espera el infeliz que está alejado de los bienes materiales como alejado el Sol de la Tierra.
Son los infelices los que esperan ¡no los Reyes! Sin embargo, en esta fotografía se ve un grupo de Reyes en actitud de espera. Están frente a la puerta de un templo, como si ellos, poderosos hombres, se subordinaran a los deseos de alguien mayor. Un poco como si fuesen Presidentes de Repúblicas Tercermundistas y se arrodillaran ante el Fondo Monetario Internacional.
Tal vez los Reyes que acá se ven no sean tan poderosos, porque están como simples viajeros ante un puesto migratorio. El ángel azul, con su presencia infinita, les ha dicho que deben esperar. Los Reyes (¡Dios mío, qué ofensa!) se han disciplinado ante tal ordenamiento. Uno de ellos, incluso, ha llegado al extremo de caer de rodillas ante la magna presencia del ángel azul. Se ve que él es el más indigno, tal vez es un Rey Pirata. No de otra manera puede tolerarse tal agravio. ¿Cómo es posible que un Rey se arrodille ante un simple ángel azul? Se cuenta que un grupo de Reyes (llamados Magos) se arrodillaron ante la presencia de un pichito destinado a ser el Salvador del mundo. Cuentan que eran Reyes poderosos, monarcas de extensos territorios orientales. Dicen que el pichito al que llegaron a adorar era más poderoso que ellos, porque su reino no era de este mundo. Era un poco como El Principito que tenía baobabs y corderos. Los Reyes que se ven en esta fotografía también tienen corderos, pero no parecen poderosos seres de otros planetas. Se ve que son terrícolas, los turbantes así lo demuestran.
Si el lector ve con atención observará que dos mujeres observan la escena. Sin duda, llama su atención el hecho de que los Reyes estén varados en esa línea divisoria. Tal vez ellas piensan que los Reyes son simples fayuqueros, cachucos. Tal vez creen que estos Reyes chafas son unos impostores. Porque los Reyes llegaron contando que provenían de tierras lejanas, que llevaban oro, incienso y mirra; que cabalgaban sobre hermosos animales: camellos, elefantes y caballos. Pero he acá que estos pobres remedos de Reyes poderosos parecen un trío de miserables que esperan algo. Y no hay cosa más nefasta para un poderoso que realizar el plebeyo acto de la espera.

LA LITERATURA DESDE LAS LENGUAS MATERNAS Y SU ENTORNO (II de II)





La lengua española es una lengua llena de luz. Nos da la posibilidad de decir una serie interminable de groserías, pero también nos permite atisbar momentos sublimes. ¿Recuerdan a Octavio Paz, escritor mexicano que obtuvo el Premio Nobel de Literatura? Ustedes saben que el Premio Nobel de Literatura es el más alto honor que un escritor puede recibir en el mundo. Nuestro poeta y ensayista logró el Nobel. Hay un poema de Paz que se llama La Rama ¿Qué es una rama? Rama, dije, no rana. Rama de árbol. Piensen en una rama. ¿Qué elementos posee una rama? Escuchen la reflexión de Octavio Paz respecto a la rama: “Canta en la punta del pino / un pájaro detenido / trémulo, sobre su trino. / Se yergue, flecha, en la rama / se desvanece entre alas / y en música se derrama. / El pájaro es una astilla / que canta y se quema viva / en una nota amarilla. / Alzo los ojos: no hay nada. / Silencio sobre la rama, / sobre la rama quebrada”. ¿Escucharon cómo la palabra en el poema de Octavio Paz tiene un ritmo y una luz indecibles? Como si la palabra volara en el aire, como si la palabra fuese una gota de agua limpia cayendo sobre una almohada de seda.
Este prodigio de lengua es lo que heredamos nosotros. Hablamos el lenguaje de Paz, el de Fabio Morábito, el de Sor Juana Inés de la Cruz, el de Rosario Castellanos. Hablamos la maravillosa lengua en la que está escrito El Quijote.
María Luisa Armendáriz Guerra es una novelista chiapaneca. Una de sus novelas se llama: “Amores de selva y sombra”. Ella fue directora de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la feria del intelecto más grande de América Latina. Pues bien, María Luisa, en el primer capítulo de la novela mencionada, habla de las hormigas llamadas tzizím (que en la tierra de Dámaris llaman zompopo o chicatana o vayan ustedes a saber cómo). ¿Por qué María Luisa habla de esas hormigas? Porque el entorno en que crecemos define en mucho lo que somos. A ustedes ¿les gusta comer tzizim? Los expertos dicen que no hay que comer todo, sólo se come el culito, dicen. Quienes no saben comer esas hormigas pueden tener una grave decepción, porque estas hormigas, una vez asadas, tienen un cierto “chuquij” que molesta a quienes tienen el olfato fino. ¿Ya escucharon esta palabra: chuquij? Mis amigos escritores de otras partes de Comitán ignoran el vocablo. Estoy seguro que más de dos de ustedes saben qué es chuquij. Chuquij es uno de nuestros regionalismos y significa: “de mal olor”. Aplíquenlo entonces a todo aquello que huele mal. Yo tenía una compañerita en la escuela primaria que siempre llegaba con un chuquij en su ropa y en su cuerpo. Se orinaba y no podía evitarlo. María Luisa habla de las hormigas porque esto es parte esencial de nuestro modo de ser.
Nosotros, los seres humanos, estamos conformados, en buen porcentaje, por la lengua materna que hablamos. La palabra nos sirve para nombrar la cosa. Al árbol le llamamos árbol, los gringos, al árbol le llaman tree, qué bobos, nosotros llamamos tri al tri del fútbol o al tri del Alex Lora.
Creo que en este instante ya podemos estar conscientes de que si hay algo que nos une con los demás países de Hispanoamérica es la lengua. Ya nos dimos cuenta que tenemos palabras que sólo entienden los que habitan una determinada región, pero en general, nos entendemos. Entendemos, perfectamente lo que el guatemalteco nos dice, así como lo que nos dice el argentino. Con ambos países tenemos algo en común: el uso del voseo. ¡Hablamos de vos! ¿Recuerdan el chiste que contaba doña Lolita Albores, quien, hasta su muerte, fue cronista de Comitán? Doña Lolita contaba que a Comitán llegó un viajero, entró a una tienda, de esas que aún tienen su estantería de madera, donde venden atados de panela y redes de tostada, y preguntó: “Disculpe, ¿acá es donde hablan de vos?”, y la mujer, muy enojada contestó: “¿Que si hablan de mí? ¡Hablarán de su abuela, porque yo soy mujer decente, pendejo éste!”. Cuando ustedes celebran el día del amor y la amistad nuestra región chorrea miel y temperante y la mayoría de las muchachas bonitas reciben una rosa (envuelta en papel celofán) y un su muñecote de peluche. ¡Dios mío!, o un globo enorme con forma de corazón, ¡Dios mío! Comparto con ustedes un cachito de un poema del escritor uruguayo Mario Benedetti, quien, a mí en lo particular, no me parece un gran poeta, pero, bueno, es muy conocido y es mucho mejor decir a Benedetti antes que cantar una de Arjona: “Si te quiero es porque sos / mi amor, mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos”. Tiene la misma estructura de los corridos y de las bombas que leímos al principio de esta plática.
Somos hablantes de la lengua española, escribimos y leemos en español. Esto es así, porque el español es nuestra lengua materna. Nacimos en medio de un entorno donde la mayoría de hablantes es mestiza y habla esta lengua. Claro, acá en Comitán, nuestra lengua española está salpicada por vocablos tojolabales. Esto es comprensible. Mucha gente tojolabal llega a la ciudad a realizar compras o a trabajar. Antes, en las casas de ricos, los propietarios de haciendas encargaban el cuidado de sus hijos a las nanas, quienes, por lo regular, eran mujeres tojolabales. Se colocaban un chal y cargaban a los hijos de los patrones. Ese chal se llama kujchil, en lengua tojolabal. Esta palabra es parte de nuestra herencia, crecimos con ella. Ahora, incluso, la Dirección de Cultura edita una gaceta mensual que se llama Kujchil. Tal vez sea importante reflexionar en esas fronteras culturales que se hacen moldeables. Quienes viven en la frontera norte se contagian de la lengua inglesa. Hemos oído cómo a las camionetas les llaman trocas, porque camión en inglés es truck. Pero, bueno, esto, como dijera Nana Goya: ¡es otra historia!
Ahora, como dicen los corridos clásicos, ya con esta me despido: ¡va bomba, bomba!
“En el patio de mi casa / cayó un papel colorado / sube tu fustán, mestiza / que lo traigo ya parado”.

miércoles, 19 de febrero de 2014

LA LITERATURA DESDE LAS LENGUAS MATERNAS Y SU ENTORNO (I de II)





Recibí una invitación para platicar con chavos acerca del tema. Paso copia del textillo que leí:

De entrada, el tema es pretexto para reflexionar acerca de nuestra lengua, del modo que nombramos las cosas. Hay un dicho que dice: “de lengua me como un plato”, bueno, pues el plato que nosotros preparamos y comemos es de lengua castellana, porque, la mayoría de los que estamos acá hablamos español. Ya ustedes saben que esta lengua es una herencia que recibimos. Si algo bueno nos dejó la Conquista fue el idioma español (bueno, no sólo la lengua, también algunos platillos como los embutidos. Acá en Comitán comemos las butifarras que son una especie de embutidos que hemos perfeccionado y comemos con gran gusto. A propósito de lengua, en Comitán la preferimos ¡en pebre!).
Ya los expertos del lenguaje nos han dicho que nuestra lengua, el español, es de las más bellas del mundo.
Existe un escritor que se llama Fabio Morábito. Él nació en Egipto, vivió su infancia en Italia y ya, adolescente, llegó a México. Acá vive. Bueno, no vive en Comitán, vive en la ciudad de México. Él está considerado como uno de los grandes escritores de lengua española. ¿Cómo es posible que sin ser su lengua materna él haya logrado escribir de forma tan excelsa? Son pocos los escritores que han desarrollado tal don, porque el entorno es fundamental en la práctica del lenguaje y, ustedes lo saben, los primeros años de la infancia son los que definen mucho de nuestra experiencia de vida.
Hablamos, escribimos y leemos en nuestra lengua materna. Quienes dominan otro idioma no tienen el ciento por ciento de la esencia. Les cuento algo que me sucedió hace varios años. Asistí a una charla que impartió un escritor norteamericano. El escritor era joven y estaba en México porque estudiaba el tema de la presencia de las aves en la literatura mexicana. Sus análisis eran muy interesantes, pero hubo un momento en que resbaló. Tomó una frase de José Revueltas que mencionaba a un “pájaro de cuenta” e hizo una alusión poética de dicha ave. Un compañero le tuvo que explicar que en México empleamos “pájaro de cuenta” para señalar a un delincuente. El escritor norteamericano dominaba nuestra lengua casi en un ciento por ciento. Ese casi hacía que no fuera experto y careciera del conocimiento de entorno.
Quienes me acompañan en esta mesa nacieron en lugares diferentes, lejos de Comitán, pero los cuatro tenemos al español como lengua materna, no obstante, si digo la palabra tintintop estoy casi seguro que Dámaris no sabrá qué es, porque el entorno donde creció fue otro. No sé cuántos de ustedes saben lo que significa tintintop, pero estoy seguro que sus papás (si nacieron en Comitán) saben el significado. Tintintop es una posición a cuatro patas en donde el culito queda como mirando el cielo. Uf, es una posición muy complicada y muy comprometida. Esto es un ejemplo de la importancia de haber crecido en un determinado entorno. Si a mí alguien me dice que me ponga tintintop lo mando a volar. ¿Para qué quiere que yo ande con mi culito mirando para arriba? ¡Saber qué intenciones tiene!
De igual manera, nuestra herencia lingüística define mucho lo que somos. Los expertos dicen que en México hablamos casi casi como si cantáramos un corrido. Los corridos, por lo regular, constan de versos de ocho sílabas. Nosotros, cuando hablamos, lo hacemos con una pausa cada ocho sílabas. Las bombas yucatecas también son de ocho sílabas. Les paso copia de una bomba romántica, por si algún galán quiere decírsela a la muchacha bonita que le gusta. Pongan atención al silabeo. ¡bomba, bomba! : “Del cielo cayó un pañuelo / bordado con seda negra / aunque tu padre no quiera / tu madre será mi suegra”. Hay otras bombas que son más picaronas: “Quisiera ser zapatito / que calza tu lindo pie / para ver de vez en cuando / lo que el zapatito ve”. Y hay otras que caen en el terreno de lo grosero. ¿Les leo una grosera? Suplico a las muchachas que tengan oídos castos que se los cubran con sus manitas virginales a fin de que no escuchen la perversión que a continuación se dice. Esta bomba es para que las muchachas bonitas la dediquen a esos galanes que andan friegue y friegue sin entender que no son bien vistos: “Qué bonito reloj tienes / Ha de ser de marca cara / Por eso dicen tus amigas / que a ti nunca se te para”. Última: “Cuando vayas a Progreso / no nades bocabajo / porque viene el tiburón / y te come lo de abajo”.
En estas bombas hay una picardía que es innata de nuestra lengua. ¿Cómo traducir al inglés esta picardía? Es muy difícil. Recuerden que el escritor norteamericano creyó que el pájaro de cuenta era un ave, jamás imaginó que era un delincuente.

sábado, 15 de febrero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN PATIO ES UNA ESTACIÓN DE TREN





Querida Mariana: la casa de mi infancia tenía dos patios: un patio central y un patio trasero. Los patios son maravillosos, porque son espacios cerrados por los laterales, pero abiertos por arriba. Son como cajitas donde puede hacerse magia. Los patios, ¡qué bendición!, permiten que el sol, el aire y la lluvia jueguen en ellos. Los niños adoran los patios (y las mamás también), porque pueden jugar como si estuviesen en la calle, sin el peligro de las calles.
La casa de mi infancia (ya te conté) tenía la traza de una tradicional casa comiteca. El patio estaba circundado por cuatro corredores, con sus pilares de madera y piso de ladrillo cuadrado. Me gustaba la hora en que la sirvienta regaba agua sobre el piso de ladrillo. Como si sembrara agua, un aroma a tierra mojada crecía en toda la casa.
He visto fotografías de cárceles donde los presidiarios salen al patio. Las celdas son pequeñas, como jaulas para canarios que, en este caso, retienen a “pájaros de cuenta”. El patio es el único espacio que un presidiario tiene para recordar el sueño del vuelo. Los patios son tan benignos que un presidiario francés, creo que de nombre Pascal, logró huir de prisión durante cinco veces gracias al uso de helicópteros. Pues sí, ¡es sencillo! Imagino la sorpresa de los custodios la primera vez. Desde sus torres de vigilancia, con los rifles en brazos, veían el grupo de presos, allá abajo, platicando, fumando, recostados sobre el piso tomando el sol, cuando la sombra de un enorme pájaro se proyectó a mitad del patio. La confusión fue tan grande que apenas les dio tiempo de levantar el arma, ya no dispararon, porque el presidiario ya volaba sobre la escalinata de lazo, ya iba como cola de papalote, de un lado para otro, hacia la libertad.
Mi amiga Ana Silvia Sarti conserva una fotografía de los años sesenta, donde aparece parte de un patio central de una casa comiteca. La foto muestra una pareja de recién casados, sus damas de honor y sus “damitas” (las damitas son Lourdes de La Vega, Carmela Delfín y Ana Silvia). La foto es un recuerdo afable para quienes ahí están y para sus amigos y familiares, pero, además, es testimonio de nuestra identidad comiteca. ¿Mirás cómo era la moda en esos años? La novia, bellísima, tiene un vestido sobrio, y sus damas visten también con elegancia y sobriedad. Llama mi atención que todas llevan un tocado en la cabeza, hecho con materiales disímbolos. Las niñas, de igual manera, portan un coqueto tutz en la cabeza. Estas niñas están hincadas sobre el piso de mosaicos. Al lado de la pared mirás las “tradicionales” sillas plegables, de madera; se distingue en la parte superior de la fotografía festones de juncia con flores blancas de papel crepé (entiendo que si en lugar de boda se celebraba los quince años de una muchacha bonita, las flores eran de color rosa). No se advierte en la fotografía, pero intuyo que, para evitar el fresco de la noche, el patio tiene un manteado y por ahí, en alguna esquina del patio, debe haber una marimba. Llama mi atención la segunda dama de izquierda a derecha. Si alguien dijera que salió de una película mexicana de la Época de Oro todo mundo lo creería. Tiene el porte de una diva excelsa. ¿Ya miraste hasta dónde llegan los guantes? Casi cubren todo el antebrazo. Los tiempos de esta fotografía eran más sencillos.
Eran tan sencillos esos tiempos que a los invitados les ofrecían una bebida que se llamaba “lechita”, porque la base era leche con una serie de ingredientes selectos que incluía trago. A los niños les encantaba ir a la cocina y revisar las bandejas y las copas casi vacías. Ellos se encargaban de limpiar las copas, con un movimiento certero de dedo que chupaban. Dos o tres niños llegaron a salir más que risueños y tambaleantes de la cocina.
Eran tiempos sencillos porque la sencillez se desparramaba como el sol a mitad del patio. Hoy, todo ha cambiado. Los patios no modificaron su vocación, gracias a Dios, pero sí modificaron su forma, como si se hubiesen hecho un “lifting” en el rostro con ánimo de verse más jóvenes y terminaron con la nariz chueca y el cuello todo restirado. Muchos patios centrales, de casas soberbias, cedieron a la tentación de techar sus patios a fin de “rentarse” como plazas comerciales. A esas casas les entra buena paga, pero ya no les entra la luz del sol ni la seducción del aire. ¿Perdimos? ¿Ganamos? Yo digo que perdimos. Ahora, para recibir el sol, los niños tienen que salir a la calle y la calle no tiene la discreción que sí tienen los patios. En la calle todo es un bullicio alterado.
Ana Silvia, Lourdes, Carmela y los demás chiquitíos y chiquitías (Fox dixit) que vivieron la experiencia de esos patios llenos de luz formaron su carácter con esa línea dictada por una escuadra divina. Fueron niños que descubrieron el asombro. Fue así porque, a veces, mientras jugaban chinchinagüa, a la comidita, al burro castigado, a brincar la cuerda, a los indios y vaqueros, a los quemados, al fútbol, a la matatena o a los encantados, levantaron la vista y descubrieron, en la oscuridad de las siete de la noche, que ahí ¡estaba el cielo! Y esto, querida Mariana, no es poca cosa. Ese descubrimiento hace que las personas sepan que apenas somos un grano ínfimo en el Universo y eso nos hace más sensibles ante lo valioso de la vida: ¡la propia vida!; y nos hace más humildes ante lo más grande de la vida: ¡la propia vida! Esto te parecerá una bobera, pero te contaré que, en los años noventa, muchos años después de esta fotografía sesentera, una hijita de una de estas niñas que están hincadas, adoraba acostarse en el piso y ver, también en el patio central de una casa, ¡el cielo! ¿Mirás cómo la herencia es un río de agua limpia?
¿Qué asombro puede descubrirse a mitad de un patio techado? A veces, cuando voy al Mercado Primero de Mayo, me asombro ante la cantidad de puestos y ante la cantidad de objetos y mercancías. Me asombro ante el puesto de cantaritos de barro, ante la mesa donde está la canasta con los chinculgüajes o la olla donde está el jocoatol bien caliente. Me maravillo ante la serie de pomitos con ese chile llamado penpenchile que, me cuentan, está curtido en jugo de limón y tarda tres o cuatro meses sin echarse a perder (ah, cómo le hubiera gustado a mi tía Eugenia conocer la receta: hubiese curtido en jugo de limón a mi prima Alicia, ya que ella a cada rato “se echaba a perder”). Me maravillo ante lo nuestro, ante el cantadito de la gente que comenta cada mañana los chismes del día anterior. Me fascina pasar por donde están los merenderos y escuchar a las mujeres con mandil que me invitan a pasar: “¿Va a comer, güerito?”. ¡Güerito! Me encanta que me traten así, de güerito. A veces me han dicho: “mi vida”. Esto ya es como el colmo de la felicidad. Paso una y otra vez hasta que se dan cuenta que soy el mismo viejo y ya no me ofrecen. ¡No gastan su saliva en zanates! Pero así como me asombro ante el entorno, cuando elevo la vista no encuentro los rayos del sol. Imagino que en 1900, cuando construyeron el mercado, el patio central estaba abierto y dejaba paso libre al aire y al sol. Sé que ahora esto no sería posible. Si lo techaron fue porque era necesario, pero me da vértigo la necesidad. Añoro los tiempos en que la necesidad era una vieja que caminaba otras ciudades; añoro los tiempos en que todo era más sencillo.
Sé que nadie hará caso a mi sugerencia, por impráctica y por bobalicona, pero si tuviera la oportunidad de hablar con uno de esos inversionistas pagudos de nuestra ciudad, le sugeriría hacer un Salón de Fiestas a la Antigüita. Un edificio con un patio central generoso, circundado por corredores con pilares de madera y macetas con colas de quetzal. Que dicho patio fuese cubierto con un enormísimo manteado (¡de manta, por supuesto, de manta, para hacer honor al nombre!). Y, como el compa inversionista tiene toda la paga del mundo, haría que dicho manteado estuviese colocado sobre una estructura que, mediante un dispositivo electrónico (como sucede en algunos estadios de Estados Unidos), se pudiese abrir para que, en caso de que no lloviera e hiciera una noche fresca, la gente admirara el maravilloso cielo de Comitán. Todas las luces se apagarían y sólo se prenderían unas veladoras. Se diría a los invitados a que no dejaran de bailar y vieran el cielo.
El paquete incluiría “lechitas” y el decorado, en lugar de luces de neón y cortinajes plásticos fluorescentes, sería con festones y flores de papel crepé revuelto con papel de china y cera cantul.
Claro, todo sería de primera, casi casi con el mismo servicio que ofrecen los promotores de bodas en Cancún. El paquete incluiría la actuación de la mejor marimba, digamos, “Águilas de Chiapas”, con un intermedio para jóvenes, con la actuación de la hijita de Chely Moguel y un grupo dirigido por el Maestro Vidal, trompetista de la Orquesta Sinfónica de Chiapas. A la hora que se ofreciera el menú, bajaría una pantalla electrónica gigante y se presentaría un video con las esencias de nuestra cultura comiteca. ¿El menú? ¡Ah, sería para gourmets! Con una fuente de cacao a mitad del patio. Se dispondría de una selecta variedad para elegir. Un ejemplo de menú sería el siguiente: la entrada sería un milhojas con lonjas delgadísimas de chicharrón de hebra envuelto en hojas de momón y unos chinculgüajes glaseados en salsa de pepita. El platillo principal sería un hueso de Tio Julè (tiene que ser en términos franceses, porque va flameado con coñac), acompañado con tostaditas braseadas y pasta de trucha con picles de verduras orgánicas. El postre: turuletes bañados en salsa de moras selectas de Los Lagos de Montebello y chimbos con helado de vainilla. Todo regado con los mejores vinos y agua de chía y temperante.
¿Imaginás lo que dirían a su regreso los invitados de otras regiones del mundo que llegaran a Comitán para asistir a la boda de paisanos? Dirían que en ninguna otra parte del mundo se encuentran tales delicias y tales motivos culturales. Pero, sé que todos dirán que estoy loco. Nuestros inversionistas construyen salones que se asemejen, lo más posible, a los que hay en Cancún o Nueva York. No tenemos conciencia de lo nuestro y, por esto, desechamos nuestros rasgos culturales que nos distinguen ante las demás culturas del mundo. Cada vez nos vamos pareciendo más a los otros.

Posdata: mi amiga Mar Pérez, escritora de Jalisco, cuando se enteró de la muerte del poeta Juan Gelman y de José Emilio Pachecho, poeta, narrador, traductor y ensayista, dijo que no le estaba gustando el 2014. Algo similar podrían decir en Comitán los aficionados al deporte al enterarse de la muerte de Alonso Villagómez (beisbolista) y Arturito Gómez (entrenador de boxeadores). Los dos comitecos recién fallecidos aportaron al deporte, cada uno a su manera y en la medida de su pasión. Como no soy muy aficionado al deporte no sé si el beisbol tiene el auge que tuvo en otras épocas. Lo que sí sé, y me da mucho gusto, es que otro día vino el Gobernador de Chiapas y en compañía de nuestro Presidente Municipal, inauguró una cancha de fútbol americano. ¡La primera cancha de fut americano y con pasto sintético! En tiempos de don Alonso y de don Arturito ¡no jugaban americano! Tuve la oportunidad de estar minutos antes del acto y vi la cancha y la vi bonita. Estoy seguro que los jóvenes que gustan de este deporte también están complacidos, pues podrán practicar su deporte en una cancha muy digna. Porque, mi niña bonita, dignidad es lo que buscamos al ejercer nuestra pasión. Don Alonso y don Arturito fueron ciudadanos dignos que aportaron a nuestra sociedad. Ninguno de ellos se dedicó de manera profesional al deporte. Cada uno lo hizo en sus ratos libres. Había en ellos una semilla que los alentaba a batear, a golpear la pera. Su ejemplo, imagino, hizo que algún muchacho los imitara y ahora éste sea el continuador de esa línea infinita que es la heredad. Ambos atendieron dos negocios de gran prosapia en Comitán: don Alonso atendió “La Proveedora Cultural” y don Arturito “El Río Escondido”. Hoy, ya otro río les provee la luz a donde nos dirigimos todos. ¡Luz, mucha luz, para quienes seguirán atendiendo la Proveedora Cultural y El Río Escondido!

viernes, 14 de febrero de 2014

LA PALABRA CHIAPANECA CON GRIETAS Y HERIDAS (III de III)




Rosario, cuentan sus biógrafos, fue una mujer que sufrió violencia por el simple hecho de ser mujer. Cuentan que su papá, un señor dueño de haciendas en Comitán, tenía preferencia por el hijo varón (niño que murió). Este hecho, que ya comentamos acerca de la preferencia de los padres por algunos hijos, la marcó para siempre. Hay, ustedes lo saben, cicatrices que no es posible borrar. Pobre Rosario, no sólo sufrió violencia por parte de sus padres, también lo sufrió por parte de su amado. Sucede que Rosario se enamoró de un eminente filósofo que no se enamoró de ella con la misma intensidad. Ustedes saben que no hay peor cosa en la vida que amar a alguien que no corresponde a ese amor. ¿Se acuerdan de ese soneto de Sor Juana Inés de la Cruz donde habla precisamente de ese amor equivocado? Recordemos los cuatro primeros versos: “Al que ingrato me deja, busco amante; / al que amante me sigue, dejo ingrata; / constante adoro a quien mi amor maltrata; / maltrato a quien mi amor busca constante.”. ¿Ven? El maltrato presente, la bobera de toda la vida. La traducción comiteca de estos versos es: Voy como chuchito detrás de quien me rechaza y rechazo a quien como chuchito va detrás de mí. ¿Les ha ocurrido algo semejante? Tal vez sí, es cosa de todos los días.
Así pues, Rosario era rechazada por quien fue su esposo. Porque su esposo era ojito alegre. Bueno, no sólo el ojito lo tenía alegre, tenía alegres otras partes de su cuerpecito. Ella no cuenta que Ricardo, su esposo, la haya golpeado físicamente, pero él le aplicaba una permanente violencia sicológica, porque la ignoraba, la trataba como si fuese un pedazo de papel viejo.
El verso inicial del poema de Rosario que se llama: “Apuntes para una declaración de fe” dice lo siguiente: “El mundo gime estéril como un hongo”. ¿Ven cuánta violencia denota este verso? Es violento porque sin hacerlo lanza una pregunta brutal: ¿Por qué gime el mundo? La palabra estéril es violenta, porque es estéril aquello que no fecunda. Si pensamos que la tierra tiene a la fecundación como su vocación principal entendemos porque gime como un hongo. ¿Ustedes han gemido alguna vez? Espero que haya sido de placer y no de dolor. El gemido de dolor es un grito que altera, de manera violenta, el cauce del universo.
Me invitaron a hablar acerca de la violencia en la literatura chiapaneca. El tema es vastísimo. Ya dije que la literatura está llena de vida y la vida está llena de actos violentos, cotidianos. Es una pena reconocerlo, pero así es. Nietzche, un pensador alemán, decía que los hombres “estamos inclinados al mal”, yo traduciría que estamos “inclinados a cambiar el estado de las cosas”. Hoy, apenas compartí tres o cuatro líneas de dos poemas de Rosario. ¿Por qué elegí poesía? Porque quien lee poesía aún mantiene viva la flama de la esperanza, mantiene viva la llama de la ternura. Y la ternura, estimados muchachos, no es ese fastidio que se llama cursilería o mampería o jotería. ¡No!, la ternura es el renuevo que brota en el árbol y que hace más humano al hombre, al hombre verdadero, al que trata de no alterar los estados naturales de las cosas, al que evita la violencia, porque la violencia daña, daña el cuerpo y el espíritu y modifica la armonía del universo.

LA PALABRA CHIAPANECA CON GRIETAS Y HERIDAS (II DE III)



Les pregunto: ¿debe haber sangre para que un hecho sea violento? ¿Verdad que no? La sangre es signo de una violencia extrema. Basta que de una herida mane sangre para que nos alarmemos. Si el golpe no pasa de un moretón, nuestra alarma no pasa de un semáforo amarillo, preventivo. Pero si el golpe produce sangre, nuestra alarma, como si se contagiara del color de la sangre, se pone en rojo, en rojo intenso, en rojo temor. Hoy, nuestra vida cotidiana está pintada de rojo sangre. Por eso, los estudiosos de fenómenos sociológicos dicen que vivimos una etapa violentísima. Pero la violencia, entendido como aquel estado que rompe el estado natural de la cosa, ha estado presente en la vida del hombre desde su aparición sobre la tierra. En la Biblia ustedes han leído hechos de gran violencia. Recordemos uno muy conocido: el de Caín y Abel. Sabemos que Caín comenzó a sentir un gran odio por Abel, tal sentimiento fue tan grande que lo mató. Eso es lo que sabemos, pero ¿hemos reflexionado en la causa del odio? La biblia dice que ambos hermanos, de acuerdo con la costumbre de aquellos tiempos iniciales, ofrecían sacrificios a Dios. Un Dios que no andaba muy contento, debido a que ya había expulsado del Paraíso a sus papás porque tomaron el fruto prohibido del árbol del bien y del mal. La Biblia cuenta que Dios aceptaba con más agrado las ofrendas de Abel que las de Caín. No nos vamos a meter en berenjenales hermenéuticos, pero acá, sólo de un vistazo, apreciamos que el comportamiento de Dios, según lo explica la Biblia, violentó el derecho de ambos hermanos a ser considerados sin distingo y preferencias. Dios actuó como todo buen padre terrenal. Los padres de familia dicen que no, pero siempre, siempre, entre todos los hijos, hay unos más consentidos que otros. A veces la diferencia es brutal, a veces es sutil, pero siempre existe un modo de amar diferente.
La obra poética de Rosario Castellanos ¿está matizada con ocres violentos? Sí, sin duda. Toda la obra de todos los escritores está teñida de colores violentos, de sucesos que alteran el flujo normal de la naturaleza de las cosas, de los árboles, montañas, animales y de los seres humanos. Un buen escritor es aquel que está pendiente de esos estados alterados y lo nombra. ¿Han visto cómo, en Chicomuselo, los habitantes se oponen a que empresas transnacionales sigan violentando sus montañas en intento de saquear minerales? Los habitantes de Chicomuselo se oponen a que a sus montañas les inflijan heridas, grietas permanentes, porque cada herida que le hacen a una montaña nos la hacen también a nosotros en el alma.
Lean este verso de Rosario y digan si no está teñido de un recuerdo violento: “No me toques el brazo izquierdo. Duele / de tanta cicatriz.”
Debo decirles que este poema, que es breve, tiene apenas seis versos, se llama “Advertencia al que llega”. ¿Ven qué le advierte esta mujer al hombre que llega? Le dice, por favor, por favor, tú que ahora llegas a mi vida, no me toques el brazo izquierdo. ¡Duele de tanta cicatriz! Un poco como si invocara un rayito de luz, una nueva ventana en donde el acto violento no esté presente. ¿Por qué esta mujer tiene tanta cicatriz, tiene tanto dolor?
Leamos los siguientes versos del poema: “Dicen que fue un intento de suicidio / pero yo no quería más que dormir / profunda, largamente como duerme / la mujer que es feliz”. El poema es violentísimo porque nos da una imagen brutal de una mujer que está llena de cicatrices por el intento de suicidio, pero, a la vez, es un poema de una gran ternura. Siempre es así. La mamá no abraza a su hija hasta que la niña se da un porrazo a mitad del patio. Entonces, la mamá corre al pedido de auxilio, abraza a su hija, le revisa la carita y le pregunta qué le pasó, ¿te sientes bien, hijita de mi vida? Y la levanta del piso, la lleva al sofá de la sala y, con un poco de mertiolate, cura la pequeña herida que tiene la niña en el mentón. La violencia engendra la ternura, esto es así hasta que la violencia se convierte en un acto cotidiano y entonces la rutina y el conformismo hacen su aparición. Mi mamá, quien es una mujer que nació en 1930, aún mantiene la ternura en su corazón, cuando escucha la noticia de un acto violento en alguna parte del mundo o de acá en Comitán, me dice: “pobre gente”. Aún tiene pizcas de ternura en el patio de su corazón. En cambio, conozco mucha gente que ya desplazó la ternura y ahora cobija el conformismo. La violencia está tan cerca de nuestros actos cotidianos que ya no nos causa asombro.

lunes, 10 de febrero de 2014

LA PALABRA CHIAPANECA CON GRIETAS Y HERIDAS (I de III)




Me invitaron a dar una plática con jóvenes universitarios, acerca de “La violencia en la literatura chiapaneca”. Paso copia del textillo.
La grieta, en una cueva, deja pasar el aire y la luz. ¿Puede hacer lo mismo la herida? Pregunto: ¿una herida deja pasar la luz, el aire? En la herida, la luz y el aire se pasean en ella, pero no cruzan. Por esto, a la piedra no le duele la herida de su carne; por el contrario, al hombre y a la mujer les duele la herida por siempre, aún después que cicatrizó.
Ustedes, los jóvenes, ya saben de esto. Tal vez de niños cayeron a mitad del patio de la escuela y se provocaron una herida. Tal vez, ahora, alguno de ustedes recuerda el hecho y advierte la cicatriz, porque, antes no había cicatricure, la famosa crema rosita de la que habla la Adela Micha y que asegura borra la cicatriz. Nadie cree lo que la Micha dice. Todo mundo sabe que ella lo dice porque gana buena paga en la promoción del producto. Tal vez, ustedes, ya sufrieron una de las peores heridas que puede sufrir un ser humano: la cicatriz causada por una herida de amor. ¡Ah, cómo duele esta cicatriz que no se cura con un simple curita o con la famosa crema rosita! Sí, a pesar de que son muy jóvenes, ya tienen heridas.
De esto sabe Rosario Castellanos, de quien, hoy, si me permiten, hablaré tantito, ya que el maestro Ornán Gómez, me invitó a reflexionar, junto con ustedes, acerca de la violencia en la literatura chiapaneca. Pero, bueno, debemos comenzar por lo primero. ¿Qué es violencia? Pareciera que todos ahora, qué pena, lo tenemos muy claro. Todo el día estamos abrumados con noticias donde la palabra violencia se convierte en el pan de nuestros días. Si prendemos la televisión por la mañana y vemos un noticiario advertimos cómo la violencia está presente. No sólo está presente en la televisión, sino en la prensa escrita, en la radio y, ¡Dios mío, a dónde vamos a parar!, en nuestra plática diaria.
La literatura, ustedes lo saben, es fiel reflejo de la vida. Aún la historia más fantástica, maravillosa e increíble, tiene su referente en la realidad. La literatura habla del hombre, del hombre de todos los tiempos, del hombre de París y del hombre de Comitán; de la mujer de Nueva York y de la mujer del barrio de La Pila.
De acuerdo con el diccionario, violento es aquello que: “está fuera de su natural estado, que obra con ímpetu o fuerza”. Como se dan cuenta hay diversos niveles de violencia, así como hay diferentes niveles de amor. Hay unos jóvenes responsables que llevan una relación sana, hay otros, impetuosos, que se enamoran hasta las chanclas. En las relaciones amorosas hay también, qué pena, grados de violencia. Las relaciones sanas son respetuosas (claro, el respeto no significa que sean impolutos y que no se avienten sus fajecitos de vez en vez); en cambio, en las relaciones obsesivas aparece la celotipia y esto ocasiona diversos comportamientos que violentan el “natural estado” del otro. Ojalá que ustedes no lo hayan vivido, pero es difícil permanecer intocados, en estos tiempos.
De acuerdo con lo que dice el diccionario, todo aquello que obra con fuerza es violento. Se impide el flujo natural de la energía y esto, como si fuese una cortina de presa hidroeléctrica, acumula muchos fluidos y termina por reventar el dique. Todo lo que va contra natura ¡es violento! Ahora somos testigos de esto que se llama calentamiento global y de sus implicaciones. ¿Por qué la naturaleza reacciona de manera singular? Porque el hombre, sobre todo el hombre de los últimos tiempos, ha violentado su estado natural.

domingo, 9 de febrero de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE A ALGUIEN QUE TOCA





No vean al fotógrafo, por favor, vean la fotografía. Vean cómo la fotografía está suspendida de dos hilos casi transparentes, casi inexistentes. La fotografía, en realidad, está suspendida por su propia grandeza, así como suspendido por su propia grandeza el fotógrafo. No es frecuente este tipo de tomas, donde el fotógrafo aparece al lado de su obra. No es común porque el fotógrafo, casi siempre, está cubierto por una máscara que se llama cámara. El ojo se acostumbra tanto a ver la vida a través de un cuadrito que, luego, la vida se convierte en ese encierro lleno de luz. La gente común no aprecia que, también, el oficio de fotógrafo es similar al del escritor. El oficio es el más solitario del mundo. La gente no lo aprecia, porque el fotógrafo, a diferencia del escritor, anda en todos los guateques del mundo. No se concibe un fotógrafo encerrado en cuatro paredes, como sí lo hace el escritor. El fotógrafo toma la cámara, se la cuelga al cuello y sale a la calle, a la vida, a inmortalizar un cachito de calle, un cachito de vida, pero su recorrido es un diálogo intenso consigo mismo. ¿Dije que se cuelga la cámara al cuello? ¿De veras lo dije? Tal vez lo dije, porque, la cámara, igual que la fotografía que acá se ve, también tiene hilos casi invisibles que la suspenden por encima del horizonte del mundo.
No vean al fotógrafo, quien es uno de los artistas más talentosos de Comitán. No lo vean. Vean la fotografía que está a su lado, la que se sostiene por la grandeza del ojo del artista. Vean la foto y descubran que esa mujer con rostro de tela sin planchar, salió a ver quién tocaba su puerta. Ella, abrió el ventanillo y husmeó por la calle, porque la calle es la que ella observa, en donde busca quién tocó su puerta. Ve hacia la izquierda, no sabe, no puede saberlo, que el travieso “tocador” está a su derecha, se esconde “repegado” a la pared de su casa. No sabe que el “tocador” ya hizo la travesura. Se sabe, los niños disfrutan mucho pararse frente a una puerta, tocarla, como si el mundo estuviese a punto de fragmentarse, y luego salir corriendo, para llegar a la esquina, acezando, felices por la travesura. “Cabrones, niños”, dicen las viejas que estaban lavando los trastos en la cocina y tuvieron que dejar su labor, caminar hasta la puerta, secándose las manos con el mandil, abrir el ventanillo y hallar que no hay nadie en la puerta. “Cabrones, niños, no tienen qué hacer”, dicen las pobres mujeres, que, rezongando, regresan a su rutina. No saben (¡qué van a saber!), ellas no saben que esos niños lograron el prodigio de que abandonaran su rutina, no saben (¡qué van a saber!) que esos niños la invitaron a jugar sus juegos sencillos. El eterno juego donde un niño ¡toca! Porque la magia del artista es ¡tocar! Acá, la mujer no sabe que el artista la tocó, para siempre. Ahí quedó ¡inmortalizada! Puede su rostro ajarse más, pero ya no importará, acá está tras el ventanillo atrapada en su cárcel libre, pajarito intangible.
Por eso digo que no vean el rostro del fotógrafo, no lo vean. Vean su obra, su obra que nos toca para siempre. Porque, ya lo dije (¡con una fregada!, ¿por qué me hacen repetirlo?), el artista tiene la vocación de tocar, ¡tocar los espíritus hasta hacerlos intocables, infinitos! La obra fotográfica de Carlos ¡toca a cada uno de los espectadores que tienen el privilegio de conocer su trabajo perfecto y bien “tocable”!
No vean a Carlos, al contrario, dejen que él los vea, que los toque. Después de todo, es el vecino más travieso del barrio, el que parece más serio, el más juguetón, el que se trepa al árbol de anona, el que está más cerca de las estrellas. No lo vean a él, vean, por favor, cómo el rostro de la mujer está iluminado en medio de la gran sombra del mundo. Vean el instante suspendido por hilos invisibles que Dios teje a cada instante.

sábado, 8 de febrero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LITERATURA ESTÁ EN EL AIRE





Querida Mariana: Tom Jones, en los años setenta, popularizó una canción que se llama “Love is in the air”. Así como el amor está en el aire ¡la literatura también está en el aire! A pesar de que en México se lee poco (y en Comitán menos, mucho menos), estamos llenos de citas literarias que repetimos a cada rato. ¿De dónde tomamos esas citas literarias si no somos grandes lectores? ¡Del aire! Los que leen dicen las citas en las reuniones y de ahí la gente las pepena.
En Comitán, como en cualquier lugar del mundo, revolvemos esas citas literarias con citas de anécdotas locales y hacemos un tachilgüil hermoso. Esto enriquece nuestro itacate cultural. En cualquier mesa de fiesta, llena de cervezas y platos con butifarra y tortillas con asiento, a la hora que los marimbistas hacen un descanso, oímos que alguien, hinchando el pecho como si fuese Senador, dice: “No te preocupés, ya viste que El Quijote dijo: si ladran los perros es porque vamos avanzando”. ¡Dos contra sencillo que el tipo nunca ha leído El Quijote, pero se avienta la frase célebre! A propósito, los expertos en literatura; es decir, quienes sí han leído la obra, dicen que en El Quijote no aparece tal frase.
Cuando en Comitán hace un frío brutal (frío que pondría a botar de la risa a más de un esquimal) la gente se enfunda dos o tres chamarras y unos gorros tejidos que mueven, en efecto, a risa. Ante la burla de los otros, porque el “entamalado” pierde todo el glamur y se mueve como robot de película de El Santo, el aludido dice: “ande yo caliente, ¡ríase la gente!”, dando a entender que él está calientito y le vale un cacahuate lo que la gente opine de su indumentaria. ¿Sabrá este compa que tal dicho viene de un poema del poeta español Luis de Góngora y Argote? El poema de don Luis comienza así: “Ándeme yo caliente, ríase la gente”. Los mismos expertos opinan que Góngora y Argote tomó este verso de algún dicho popular que, en sus tiempos, repetían los bebedores en tabernas. Y es que, lo sabés bien, Marianita de mi vida, toda la literatura tiene su sustento en el pueblo. Por esto digo que: ¡la literatura está en el aire! Sin que nos demos cuenta revolotea como zancudo alrededor de nuestra cabeza.
En Comitán tenemos mucho aprecio por las citas anecdóticas. ¿Quién no conoce el dicho de “como dijo el Padre Naty”? A quien no lo conoce, rápido se le cuenta que el padre Naty, famoso sacerdote católico que oficiaba en el templo de La Trinitaria, ante la pregunta de si habría misa él respondió: “A güevo, hija, a güevo”. Por eso, en Comitán, cuando algo es inevitable se dice: “Como dijo el padre Naty”, y ya no hay necesidad de completar la frase, porque todo mundo la completa en su mente: “a güevo, hija, a güevo”. Así, cuando el estudiante pregunta: “¿Va a haber examen, maestro?”, éste responde de inmediato: “¡Como dijo el padre Naty!”.
Eso de “citar citas literarias” otorga prestigio. Los conferenciantes son muy dados a incluir citas en medio de sus disertaciones, para hacerse los importantes. Así, por ejemplo, escuchamos a un conferenciante decir: “como dice Vila Matas: existen grandes contrastes entre la grandeza y lo prosaico…”, y cuando termina de decir la cita se infla como guajolote a mitad del sitio. ¡Ah, cómo se infla! Con esto nos dice que él está en otra categoría, que ya es casi un semi dios en el Olimpo.
Los inflados no conocen a Pepe Pitirijas, quien, sólo por joder y por remedar a los “intelectualoides”, ha preparado una conferencia que “dicta” ante las masas con aire de superioridad. Pepe sube al estrado (vestido con una toga de color azul, que en realidad es un pedazo de fieltro que su mamá usaba como cortina para separar la recámara de la cocina), se sienta y, con ligeros toqueteos al micrófono para ver si funciona, dice: “Distinguido y culto público conocedor. Desde tiempos bíblicos, el tema de la “Insuficiencia intelectual en meandros alienígenos” es de importancia vital” (acá hace una pausa y toma un sorbo de agua. Mira complacido que todos los que están en el auditorio siguen con atención sus palabras. Algunos tienen en su frente el signo de interrogación, pero nadie, nadie, se atreve a acercarse al vecino y preguntar qué chingado es meandro). Su plática está llena de alusiones a naves extraterrestres y a polvos estelares. Cinco minutos después de su inicio menciona: “Rich, El Grande, con gran sentido de lo infinito mencionó la pauperización de nuestras sociedades terrenales al decir: “Está jo la vida, padre, está jo”. Jo es un apócope de jodida y, a la vez, es una representación metafórica del abismo en que estamos insertos en la actualidad. ¿Y qué decir acerca de la advocación al Señor, al Dueño de todo el Universo, al padre alienígena?”. (Vuelve a colocar el vaso entre sus labios, a fin de evitar la risa que está a punto de ganarle la partida). Acá, dos o tres del público también sonríen, como comenzando a ver que lo que dice el maestro Pitirijas es pura chunga, pero no se levantan de su asiento. La disertación continúa con citas de Herodoto, de Mario Mocoso, de Shakespeare y concluye de la siguiente manera: “Porque ya lo dijo el Gran Maestre De-ley, ‘no mata el trago, mata la coca’. Muchos años antes de que la ciencia terrenal descubriera que la coca cola es la causa de que haya tantas muertes por diabetes, ya el De-ley lo había dicho”. El Pitirijas agacha la cabeza y la esconde entre sus manos, dice “gracias”, casi de manera inaudible. Esconde la cara porque se ataca de la risa. Los asistentes a su magna conferencia aplauden. Me cuenta que en una ocasión, en Arriaga, la gente lo ovacionó de pie, y que en Tuxtla, una periodista se acercó, le tomó varias fotografías y cuando estuvo cerca, lo besó y le dijo que lo admiraba.
Parece que la clave está en la forma en que se dice. La frase más elemental y común, si se pronuncia con un tono doctoral hace que brille como si fuese un grano de oro puro. A veces una frase en latín hace que la audiencia crea que el conferenciante es un tipo prodigioso.
Quienes conocieron al maestro Bernardo Villatoro cuentan que era un hombre culto que gustaba emplear palabras culteranas. En lugar de decir viento suave decía céfiro blando. Tal vez, el maestro Bernardo pepenó tales palabras de un poema de Lope de Vega que así comienza: “Céfiro blando que mis quejas tristes / tantas veces llevaste…”.
Yo, querida Mariana, que con trabajos hablo español, a veces, tengo el atrevimiento soberbio de lanzar una frase latina, sólo por el gusto de sentirme mamila. A veces digo: “Verba volant, scripta manent”, de manera pedante y estúpida, cuando bien podría decir que “el verbo vuela y lo escrito permanece”, por esto creo en la literatura. ¿Imaginás lo que sería el mundo si Jesús hubiese escrito sus parábolas? Nos perdimos todo lo que dijo porque, en ese tiempo, no había grabadoras. Lo que sabemos de él lo sabemos de segunda mano y aún lo conservamos porque a Mateo y a los demás compas se les ocurrió transcribir la historia y anotarlo en pergaminos. Menos mal que a Dios se le ocurrió escribir los Diez Mandamientos, con fuego sobre la piedra, porque de lo contrario tendríamos una versión muy chafa del mandato divino.
Los grandes oradores son cultivadores de citas. Se las aprenden de memoria y las sueltan cada que tienen oportunidad. Dicen: “Como dijo Kierkegaard, ‘El amor sólo es bello mientras duran el contraste y el deseo; después todo pasa a ser flaqueza y costumbre…’”, y luego le agregan algún comentario pertinente.
Un amigo inteligente descree de esos tipos que, por quítame estas piedras, vomitan citas. Dice que quien expresa los pensamientos de otros es porque no tiene un pensamiento propio. Pero los inteligentes no abundan en este país donde se lee poco. Los que leen poco se creen todas las píldoras adornadas con foquitos y con aroma de Chanel 5.
Cuentan que una vez, un Rey andaba aburrido y ofreció parte de su reino para aquel súbdito que dijera la mejor cita acerca de la vida. La mayoría, que era analfabeta, fue con los ancianos a buscar la frase que le permitiera ganar el certamen; dos o tres letrados buscaron una cita en libros. El día del evento, el patio del palacio se llenó de hombres y mujeres y banderas y panderos y tambores y trompetas. El soberano salió al balcón, levantó los brazos y, con ello, marcó el principio de la justa (bueno, ni tan justa, porque era una injusticia que labriegos analfabetos compitieran contra los dos o tres letrados). Las frases de los ignorantes movieron a risa, la gente, mientras bebía vino en sus tarros de madera, se pitorreaba de lo que los labriegos decían en el estrado. Uno de ellos subió con un pedazo de cortina roída, de un color indescifrable, como si fuese la túnica de un anciano honorable, se puso a mitad del tablado y pidió silencio con las siguientes palabras: “Silencio, hijos de la luz, ¡silencio!”. La multitud enmudeció, pendiente de lo que el labriego iba a pronunciar. El hombre dio la espalda a los cientos de hombres y mujeres que se movían como un mar mudo. El vaivén iba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda en un mutismo impresionante. El labriego, entonces, dejó caer la túnica, quedó desnudo, se inclinó y se echó un pedo. “Esto es la vida”, dijo, mientras la multitud prorrumpía en una cerrada ovación y con pañuelos al aire pedía al soberano que este último participante fuera el triunfador. El soberano se puso de pie y con un simple movimiento de manos atenazó todas las gargantas. Subió los brazos y los bajó como si fuesen un dique que detuviera cualquier sonido y dijo: “La vida no es un cuesco” y todos los integrantes del jurado cuchichearon y dijeron que la frase del soberano era la mejor cita acerca de la vida que jamás se había pronunciado. Los participantes se fueron retirando uno por uno, mientras el de la túnica roída era llevado a los calabozos como castigo por atreverse a faltar al artículo noveno del bando de buen gobierno. De ahí entonces, querida Mariana, obtenemos que antes que la cultura popular y la alta cultura está el poder. Cuando un ignorante sube al poder tiene más fuerza que el más hábil de los culteranos. La palabra no precisa de la inteligencia sino del poder. La palabra revolucionaria ha propiciado cambios no por la fuerza de la palabra sino por la fuerza del poder. A veces, querida niña, la vida se acerca mucho a lo que simbolizó el labriego, pero, la mayoría de veces, la vida es un rostro de ternura que no tiene explicación. Tal vez por esto, ese hombre no eligió palabras sino un acto, un acto que a muchos, sin duda, les parecerá procaz, pero, la vida no siempre es un río limpio. Si alguien te pidiera que dijeras tu cita favorita acerca de la vida, ¿qué dirías? Si alguien te forzara a no usar palabras sino a usar un símbolo ¿cuál elegirías? ¿Con qué chunche sintetizarías la vida? ¿Con una ramita de eucalipto? ¿Con un dedo de sol? ¿Con una brizna de tarde? ¿Con una piedra hueca? ¿Con qué, mi niña, con qué? Sé que la vida a veces es un cardo, un chayote, un edificio de cien pisos sin entrepisos, un golpe de suegra en el codo, pero, también es la risa de tu sobrino, la caricia de tu amado, la lengua húmeda de la noche.
En el aire, niña, ¡en el aire!, todo está en el aire. Las niñas bonitas, como vos, se enamoran porque el amor es como una hoja que vuela en el aire. Es como un virus, como el polvo, como la caca seca, eso es el amor. El amor, igual que la vida, puede en ocasiones ser un pedo o una nube. Ustedes, los chavos, lo saben bien. Aún no lo reconocen en toda su complejidad, pero a cada rato dicen que todo es un pedo, el examen, la espera, la grieta. Cuando me acerco a un grupo de alumnos, nunca falta el que me pregunta, con cara de tiuca desorientada: “¿qué pedo, ticher?”. Y yo, que no tengo pedo alguno, no sé qué decir. Sólo sonrío. Pero luego pienso que, o el muchacho sabe la anécdota del rey y del labriego o es un sabio que está definiendo instantes de la vida.

Posdata: los papás se preocupan cuando su hija se enamora de un “pelafustán”, pero nada pueden hacer para evitarlo. El amor (ya lo dijo Tom Jones) ¡está en el aire! Y el aire, lo sabés, es necesario para vivir. Claro, a veces, el aire parece esa costra negra que respiran en la Ciudad de México; pero, la mayoría de veces, el aire es un globo que ayuda a volar. ¡A volar, niña! Y no hay emoción más sublime que volar, ser pájaro, ser papalote. El amor y la literatura están en el aire. Vos estás en el aire, ¡sos mi aire!

viernes, 7 de febrero de 2014

POR LOS QUE TIENEN QUE BAJAR O SUBIR





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como vasija adentro de un pozo y mujeres que son como escalón de escalera.
La mujer escalón de escalera no tiene suegra, porque siempre la avienta desde el primer descanso. También dicen que no tiene madre, pero este dicho no está comprobado. Ella, la mujer escalón de escalera, dice que su mamá fue la escalera “chiquita” que los cantantes aseguran es necesario tener para subir al cielo; pero, los maldicientes, aseguran que ella proviene de los más bajos infiernos y que una cuerda de samaritano hizo que ahora se pasee, toda pretensiosa, por las calles de Tuxtla, Palenque, Tapachula, San Cristóbal y Comitán. En Comitán, se le puede ver en muchas banquetas y en plazas. Se cree mucho porque su piel no es la piel común de las muchachas bonitas. ¡No!, ella tiene la piel de piedra de laja, lo cual hace que la gente se confíe por el brillo que despide; pero al menor titubeo, la gente resbala, porque, las demás mujeres dicen que la mujer escalón de escalera es una resbalosa de lo peor. Dicen, dicen, que provoca muchas muertes en el mundo, por esto, los amantes expertos tienen cuidado a la hora que hacen el amor con ella. Dicen que, incluso, ha provocado grandes fracturas en el desarrollo unívoco del Universo. Dicen que el escritor José Emilio Pacheco resbaló con ella. Ese resbalón le provocó la muerte. Nadie puede asegurarlo. Ella, la mujer escalón de escalera, asegura que eso era antes, que ahora ya se reformó y que, si bien no es una escalera para subir al cielo o para subir al altar donde viven las virgencitas, tampoco es tan fatal. Asegura que ahora, gracias a las innovaciones tecnológicas, es una mujer escalón de escalera eléctrica y que quien quiera hallarla la encuentra en las grandes plazas comerciales y en los grandes edificios del mundo. Asegura que ya pasaron sus tiempos en que era escalón de escalera de hoteles de tercera o de madera apolillada en vecindarios en París. Como el lector inteligente ya intuyó sus relaciones son breves y rápidas, como si fuese una amante precoz; y el hombre debe estar atento a subir sobre ella que está en ascenso constante. El amante, dice ella, debe estar atento a dar el brinquito inicial, sostenerse bien en el pasamanos, disfrutar el ascenso (el amante puede, incluso, ver el paisaje mientras asciende) y luego estar atento a dar el brinquito a la hora que llega a la cima. Por esto es una mujer que no es muy buscada. Los expertos dicen que sólo la buscan cuando alguien (un político por ejemplo) quiere lograr un ascenso rápido.
Ella cambió mucho. Hubo un tiempo en que fue de madera sencilla y servía para colocar los regalos en los palos ensebados o para trastejar. Esto hacía que ella fuera bien vista en la sociedad, servía para la diversión y para mantener el hogar; pero cuando comenzó a tener sueños de grandeza, se perdió en su altura. Cuentan que una vez, incluso, sirvió para bajar al fondo de las tumbas para exhumar los restos mortales de un rey; cuentan que paseó por las plazas de todos los lugares del mundo con un cráneo en la palma de la mano, repitiendo, aquella frase famosa y pueril de “ser o no ser”.

lunes, 3 de febrero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY EJERCICIOS QUE LASTIMAN LOS CARCAÑALES DEL ALMA





Querida Mariana: camino por las calles de Comitán. Lo hago como ejercicio de vida y como ejercicio de literatura. Perdón, por el pleonasmo. Camino como si lo hiciese por primera vez, pero acompañado de la nube de más de cincuenta años. Camino y pienso en la cantidad de veces que he pasado por una calle. ¿Cuántas veces he visto la misma fachada que aún se conserva? ¿Cuántas veces he caminado por esa calle donde ahora todo parece cambiado, porque, un día, a un Presidente Municipal se le ocurrió emitir un decreto para remeter las casas? Te cuento: el Señor Presidente, en intento de hacer más anchas las calles (para que los carros pudieran transitar con holgura), ordenó que las casas “se hicieran para atrás”. Así, el propietario que remodeló su casa debió tirar la fachada y construir una nueva un metro adentro. Como no todo mundo remodeló su casa, porque no fue un programa social bien planeado, ahora, las fachadas de las casas no tienen uniformidad. Las fachadas entran y salen en un juego interesante pero desafortunado, muy desafortunado. Los arremetidos sólo han servido como orinaderos, como cagaderos y como posibles espacios para que los delincuentes se confundan en la sombra de la noche y salten de improviso con una navaja en la mano. Ya te conté cómo un propietario logró un prodigio. Cuando abría la puerta de su casa remetida hallaba en el esquinero de su banqueta una plasta de mierda. ¿Cómo podía evitar que su fachada fuese un infecto cagadero público? Una mañana, medio Comitán vio a un albañil que construyó una repisa de cemento en el esquinero, un metro del piso. Antes de que secara la repisa, el propietario sacó una imagen de la Virgen de Guadalupe, de piedra tallada y le dijo al albañil que la “pegara”. ¡Santo remedio! ¡El prodigio estaba logrado! Jamás volvió a hallar mierda en ese esquinero. Su lógica fue impecable: ¿qué mexicano se baja los pantalones y se acurruca para defecar teniendo a sus espaldas una imagen de la Guadalupana?
Camino y encuentro novedades. Algunas novedades son descubrimientos agradables, otros son descubrimientos ingratos. Mi ciudad tenía un rostro y lo cambiaron. Es como si le hubiesen dado una de esas “hojalateadas” que tanto acostumbran las mujeres de hoy (ver el caso de Lucha Villa, cantante y actriz) y que las deja irreconocibles. La idea de ese Presidente hizo que las fachadas de las casas de Comitán perdieran su rostro auténtico y tomaran un rostro plástico que afectó, para siempre, su imagen. Porque (uno entiende) los propietarios fueron contagiados por el complejo de la modernidad. En los años setenta había tendencias arquitectónicas novedosas y Comitán suspiraba por dar el salto a la modernidad, así que los propietarios mandaron a hacer fachadas con una arquitectura moderna importada quién sabe de que región del mundo. De esta manera, el perfil arquitectónico de Comitán resultó un tachilgüil muy jodido.
Camino por las calles de Comitán. Lo hago como un ejercicio de vida. Pepeno los rayitos de luz y los entramados oscuros que hoy la conforman. Camino. Miro la tiendita de la esquina, con sus estantes de madera y su piso de madera. ¡Sobreviviente de otros tiempos! Camino y pienso en que, tal vez, la Reforma Hacendaria exigirá al propietario de ese triste changarrito expedir facturas electrónicas. ¿Sobrevivirá? ¡Difícil! El rostro de la patria se modifica, se llena de grandes consorcios venidos quién sabe de qué región del mundo.

sábado, 1 de febrero de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN INSTANTE ES EL UNIVERSO





Querida Mariana: cuentan que hubo un hombre que se llamó José Emilio Pacheco. Cuentan que murió hace apenas unos días, apenas unas horas, apenas unas cuantas líneas de luz. Cuentan que este hombre era poeta, que era narrador, que era traductor, que era un hombre con alas de aire.
Muchos chavos cotorreaban con su nombre. Las muchachas bonitas, con cara de asombro, preguntaban: “Dicen que eres fan de la obra de Pacheco, ¿es cierto?”. “No, no -contestaba el aludido- yo dije que soy pacheco”. Y es que, vos lo sabés, niña bonita, ser pacheco, en México, es ser aficionado a esas hierbitas verdes que te instalan en otra dimensión. En México, como en todo el mundo, hay millones de pachecos, pero, a la par, hay millones también que son seguidores de la obra literaria de José Emilio.
¿Pacheco era pacheco? No lo sé. Lo que sé es que su obra, sin necesidad de fumar “un churro”, nos hace volar tantito. ¿Quién escribió uno de los poemas más leídos y más hermosos de este país? ¡Pacheco!
Dicen que Pacheco murió porque se cayó y se golpeó en la cabeza. ¡Qué muerte tan boba! El otro día dije que a mí me gusta enterarme que un hombre murió en el ejercicio de su profesión, en la cuerda de su vocación. Me gusta saber que un alpinista murió porque resbaló en una grieta del Himalaya; que un corredor de autos murió achicharrado adentro de su auto en una competencia, en un circuito de Le Mans. Son tristes las muertes tontas. Me duele saber que un joven muere joven, como si su vocación fuese ésta y no llegar a ser adulto, abuelo consentidor. Por esto, muchos de sus lectores lamentaron la muerte tonta de José Emilio. ¿A qué águila se le ocurre morir de una caída? ¿A quién, en sus cinco sentidos, se le ocurre ir en caída libre cuando está acostumbrado a volar los cielos del mundo? ¿A quién se le ocurre golpearse la cabeza cuando la cabeza es la leña de su chimenea? José Emilio debió morir en un atragantamiento de nubes o de palabras, debió morir ahogado en un río de poemas. Él debió morir (parafraseando a César Vallejo) “en la ciudad de México con aguacero”. ¡Se murió en la ciudad de México, pero esa tarde no llovía! O ¿quién sabe? Tal vez sí llovía en su cielo y resbaló y el agua contenida en su mente lo inundó y esa agua anudó su garganta. ¿Quién sabe? Tal vez sí murió como colofón de su vocación. Tal vez, canario bonito, dobló su cabecita y clavó el pico.
¿Y ahora? ¡Nada! A seguir leyendo a Pacheco. Millones de estudiantes conocen la novelilla intitulada “Las batallas del Desierto”; millones vieron la adaptación cinematográfica “Mariana, Mariana”, con guión de Vicente Leñero, que interpretó Elizabeth Aguilar (una actriz mediana, pero que tenía el “plus” de haber sido la primera nena mexicana que se encueró para la revista Playboy).
Dije que Pacheco escribió uno de los poemas más leídos de este país: “Alta traición”. ¿Lo recordás? Este poema es la más alta lección de amor a la patria, a la esencia de la patria, a pesar de que el primer verso es demoledor: “No amo mi patria”, dice. ¿Ya lo recordaste? Por esto el poema se llama “Alta traición”. Algunos malos políticos, esos políticos que son sinvergüenzas, cínicos y corruptos, los que a cada rato, en discursos incendiarios, se rasgan la vestidura al jurar que aman la patria pedirían la hoguera para este poeta que se atreve a afirmar que ¡no ama su patria! ¿Qué clase de civismo es ése?, dirían. Y lo harían así porque no terminarían de leer el poema (no son lectores) y, tal vez, no tendrían la suficiente capacidad (son incapaces) para apreciar el sentido amoroso del poema (son insensibles).
¿No te molesta que acá, en este pueblo minúsculo y maravilloso que se llama Comitán, le hagamos un modesto homenaje al gran Pacheco? Ya los grandes pensadores del mundo han dicho que la mejor forma de honrar la memoria de un gran escritor es ¡leyendo su obra! Las palabras inteligentes son el bálsamo para los dolientes. Y siempre que muere un hombre bueno, un hombre que contribuye a hacer más limpio el mundo ¡muchos son los dolientes! En este caso, los dolientes son todos aquéllos que han llenado de aire limpio su mundo con la literatura de Pacheco.
Doña Lolita Albores decía que todo tiene símbolo en el mundo. Para hacer un homenaje a Pacheco debemos prepararnos, debemos ir al parque central de Comitán, subir al kiosco que está a mitad del parque. En cada escalón debemos pronunciar una de las letras de su apellido. En el primer escalón decir, a voz media (para que los que están sentados por ahí no vayan a pensar que estamos locos), pronunciar la primera letra de su apellido: P y relacionarla con una palabra del poema: Patria. ¿Mirás qué bonito? Luego, el segundo paso, el segundo escalón y la segunda letra: A, de Alta. Y así, paso a paso, siempre en ascenso, como un buen conjuro para invocar la luz. Una vez que estemos a mitad del kiosco, hacer lo que hacen los budistas, tener conciencia del instante que vivimos, mirar en derredor y beber las nubes que, allá arriba, pasan como gaviotas, y beber el aire que, como ratón alebrestado, juega encima de las ramas de los árboles. Mirar los tejados y los pilares del portal donde está el Hotel Delfín, donde está La Techumbre, donde estuvo el restaurante de Tío Jul, y abrir el libro donde está el poema de Pacheco, y ahora sí, a coro, en voz alta, leer el título y luego decir cada verso como si la boca fuese un foco y pariera luz: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, /varias figuras de su historia, / montañas / y tres o cuatro ríos.”.
La maravilla del poeta es que logra trasladar el sentimiento de millones de personas, con las palabras precisas y exactas. Pacheco dice: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto es inasible”. ¡Exacto! ¿Qué es la patria, cómo podemos embarrarla en el corazón? La patria, sin duda, es la palabra de Octavio Paz, pero ¿también es patria la línea roja de la violencia? La patria, Pacheco tiene razón, es ¡inasible! Pero el poeta, después, apenas una línea adelante, declara su pasión irrenunciable por todo aquello cercano que forma la patria de cada hombre y enreda una cinta afectuosa alrededor del corazón de su ciudad, la ciudad de México: “una ciudad deshecha, gris, monstruosa”. La patria, dice el poeta, es algunos lugares, cierta gente, puertos, bosques de pino, varias figuras de su historia, montañas y tres o cuatro ríos.
Los lectores sabios reconocen en este poema el más grande acto de generosidad. Este poema hace que cada uno de los lectores comience a realizar también un acto de “alta traición” y ordene su lista de los diez lugares de México (porque este país es nuestra patria), sus figuras históricas, sus montañas y sus tres o cuatro ríos.
El otro día, Roberto Carlos me dijo que admira a Emiliano Zapata porque, según él, fue un hombre congruente: nunca buscó el poder por el simple poder. Fue, dijo Roberto Carlos, un poco como El Che Guevara. Jamás se sentó en una silla poderosa, siempre se sentó en el piso de tierra y bebió su agua en un tazón de barro. No sé. Conozco poco de Zapata, pero sí conozco un poquito de Belisario Domínguez, nuestro héroe cercano. Conocer la historia de Tío Belis hace que él sea una de esas figuras históricas que valen la pena para reconocer la patria.
Esta patria nos ha dado “cierta gente” y ciertos lugares. Por esto, mucha gente señala el peligro del deterioro de Los Lagos de Montebello y comienza una lucha feroz para hacer conciencia en los demás. ¡No podemos dejar que ese Lugar se nos desmorone entre las manos!, gritan. De igual manera muchos pelean por mantener la esencia de nuestra ciudad. Queramos Comitán, nos dicen. Sé, entonces, que Comitán es uno de esos lugares por el cual (aunque suene mal) darían la vida. La dan ofreciendo lo mejor de ellos.
Me gusta la historia de Pacheco, y (aunque suene mal), él fue una de las figuras históricas rescatables, porque nos entregó, generoso, una bandeja de luz. Jamás nos hizo daño. Sólo escribió poemas tan bellos como el que hemos leído; novelillas tan “decidoras” como la de “Batallas en el desierto”, cuentos tan completos como el de “Tenga para que se entretenga”, y cientos de páginas inteligentes con traducciones y ensayos. Cometió la más hermosa “alta traición”. Ah, mi Mariana, si así fuesen todos los traidores, esta Patria no sería la plasta de mierda que es a veces.
Pacheco, en un discurso pronunciado en Ceremonia donde recibió uno de los reconocimientos que alcanzó en vida, dijo que, siendo niño, entró a Bellas Artes y vio una representación de El Quijote. El niño, emocionado, sintió una luz que lo iluminaba. ¡Fue tocado! Tocado su corazón y tocado su intelecto. Pensó que eso, la literatura, era lo más bello del mundo y desde entonces dedicó su vida a cultivar esa luz. Lo hizo con la pasión del jardinero que cultiva un rosal sembrado al lado de la barda del jardín. Y desde entonces, José Emilio se dedicó a sembrar luz para que otros, los millones de lectores, alzaran la mano y cortaran esos frutos maravillosos.
Esto reafirma lo que siempre he pensado. Basta un instante para definir una vocación. Es necesario que los niños y los jóvenes tengan contacto con la alta cultura, para que puedan elegir. Estos tiempos ingratos nos mandan carretadas de música tonta (revuelta con letras estúpidas tipo Arjona) y ríos sucios de libros bobos (tipo libros del Cuauhtémoc Sánchez). Los adultos estamos cometiendo el más denigrante acto de alta traición a la patria al no poner gajos de luz en las manos de nuestros niños y jóvenes. Los viejos debemos enseñarles otro “modo de ser”. Si al final el chavo decide que la música clásica es una basura y prefiere a Paulina Rubio, y dice que Graham Greene es un autor aburrido y prefiere los libros de Jordi Rosado ¡ya no será culpa de los viejos! Pero es preciso que el chavo tenga manera de comparar, que se topetee con buena música y buena literatura, que se le ponga en su camino para que sepa que existen otras líneas de luz. Así como Pacheco se deslumbró en la representación de El Quijote, de igual manera, cientos y cientos de niños y muchachos pueden hallar en la alta cultura su propio camino, su vocación de vida. La patria, ¡esta patria nuestra!, estará cada vez más jodida en la medida que su jóvenes elijan los caminos más pobres de la cultura. Si la lectura que consumen es del tipo de “Teveynovelas” ¿qué patria tendremos dentro de veinte años?

Posdata: llamó mi atención una noticia reciente, me produjo gran alegría. En Tuxtla Gutiérrez, el gobernador de Chiapas y el rector de mi universidad (UNACH) colocaron la primera piedra del Centro Cultural “Balún-Canán”. Dicho espacio universitario tendrá una librería que ofrecerá el catálogo del Fondo de Cultura Económica y llevará el nombre de José Emilio Pacheco. Me dio gusto, porque es una manera inteligente de colocar la buena literatura en el camino de los jóvenes. En Buenos Aires, Argentina (me cuentan algunos amigos que han estado allá), la gente se topetea con libros, muchos libros. La gente camina y mira muchos aparadores llenos de libros. Por esto, Argentina es un país de muchos lectores, de buenos lectores. Aquella patria ha parido grandes sembradores de luz: Borges y Cortázar, sólo por mencionar dos. Ahora, en Tuxtla (como decir a la vuelta de la esquina), tendremos una librería del Fondo de Cultura Económica. Los jóvenes universitarios tendrán la oportunidad de topetearse con libros a cada rato. Uno de ellos, al mirar un libro, ¡será tocado!, y transformará su vida, la hará más plena. Los Pachecos del futuro están por llegar (digo Pacheco en el sentido honroso del apellido de José Emilio). De los otros “pachecos” ya estamos ¡hasta la madre! ¿Por qué hay tantos “pachecos”? Porque en cada esquina se topetean con la famosa yerbita. Hacen falta más libros en todas las esquinas del mundo, libros inteligentes.