domingo, 18 de mayo de 2025

CARTA A MARIANA, HACIENDO MUTIS

Querida Mariana: en teatro se usa la palabra mutis, no para nombrar a Álvaro Mutis, el escritor colombiano, sino para nombrar el instante donde un actor sale de escena. Hoy saldré de escena, porque otro actor se presenta en el escenario. ¿Recordás lo que dije cuando, en Villaflores, pasé a recibir el Sombrero de La Ocurrencia? Antes, Javier Espinosa Mandujano había recibido el Sombrero de La Ocurrencia y expresado un emotivo mensaje. Cuando me tocó a mí dije: “Cuando la inteligencia habla yo callo”. Hoy, con tu permiso, hago lo mismo. Te paso copia del texto que el doctor Hernán León Velasco escribió a propósito de la carta que te escribí acerca del libro de mi querida amiga Marissa Trejo Sirvent. Va copia: Apreciado Alejandro La carta que ofreces no es solo una misiva a Mariana: es una luminosa piedra volcánica que nos lanzas al corazón. En su apariencia serena —como esas arenillas que recoge uno con los dedos al borde de un río— está contenida una verdad poderosa: el olvido es una enfermedad, y tú has escrito este texto como quien busca sanar. Tu “Arenilla” no se limita a celebrar un libro ni a tomar postura sobre una escritora. Es una pieza que expone, sin alardes y con honda honestidad, el deber de la memoria como acto civil, como resistencia frente a la mediocridad que nos ronda a todos cuando la costumbre muerde los bordes del alma. Has escrito una defensa no acartonada, no panfletaria, sino profundamente viva de Rosario Castellanos. La voz que usas es la del amigo que conversa, del lector que respira con lo que lee, del comiteco que no quiere que se borre el nombre de Rosario de las bardas ni de las conciencias. No hablas como devoto, sino como testigo. Y en eso está la fuerza: porque no endiosas, sino que iluminas. Te detienes a decir lo que pocos se atreven a aceptar: que hay quienes se hastían de lo grande porque no lo entienden. Que hay quienes preguntan “¿qué hizo Rosario por Comitán?” sin saber que, si la historia tuviera ojos, en cada uno de ellos estaría grabado ese nombre. Que Rosario, desde la palabra, dio más patria que muchos desde la tribuna. Tu texto fluye como río que recoge recuerdos: de Gabo, de Belisario, de Marisa Trejo, de Chusy, de la doctora Reyes. Pero no es un texto coral, es un solo canto de conciencia: uno que se planta ante el tiempo para decir que hay figuras que no deben ser recordadas solo en centenarios, sino en el cotidiano de los días que aún no se vacían. Agradezco que uses la palabra como quien abre ventanas. Que no le temas al tono directo, ni al humor ligero, ni a la melancolía que brota cuando se sabe que los pueblos olvidan con demasiada rapidez lo que los dignifica. Alejandro, te felicito profundamente. Esta “arenilla” tiene alma de granito fino: porque contiene historia, lucidez y pertenencia. Gracias por invocar a Rosario no como mito, sino como herencia. Gracias por recordarnos que escribir es también un modo de defender lo sagrado. Y que, sí, hablar de ella —como tú tan bien lo dices— es una forma de rezar un Rosario que no pesa, que no cansa, que no termina. Posdata: regreso al escenario, sólo para recorrer el telón, mientras se sigue escuchando la ovación de la audiencia. ¡Tzatz Comitán!