viernes, 6 de junio de 2025

CARTA A MARIANA, CON IDENTIDAD

Querida Mariana: Vargas Llosa dice que le causa sarpullido el término identidad, porque uniforma. Le gusta más la palabra individual. Tiene razón, cada persona es parte de una sociedad, pero cada uno posee una propia personalidad que tiene rasgos particulares; es decir, ningún comiteco es igual que otro comiteco, a pesar de que uno y otro vivan en el mismo pueblo. Incluso, puede decirse que puede haber sentimientos contrarios o afinidades y contradicciones entre uno y otro. Basta ver la imagen que los comitecos tienen de Rosario Castellanos, hay algunos que la idolatran y reconocen su grandeza literaria, y hay otros que la ignoran y no faltan los que le echan polvo. Y esto es así, porque la identidad comiteca es un ente abstracto, algo indefinible, que está como un elemento aglutinador, pero que no es una realidad. Hay comitecos de hueso colorado, que aman el pueblo y que lo llevan como elemento esencial de su vida, que les preocupa el avance positivo, y hay comitecos que no aportan al bienestar común, que critican a Comitán, porque no se sienten parte íntima de él. Así pues, el concepto de identidad comiteca es algo que se lleva en forma individual y no en abstracto. Todos los nacidos en Comitán son comitecos, pero hay muchísimas personas que no nacieron acá y sin embargo aman el pueblo de su elección y aportan cosas positivas, porque es una manera de corresponder a la gracia divina de residir en un pueblo bello. Vargas Llosa siempre sostuvo que el término de identidad era falso, una utopía que servía sólo para intereses particulares, de Estado. Rosario nació en la Ciudad de México, pero siempre se asumió como comiteca, porque fue Comitán el lugar donde creció, donde contó con la bendición de la compañía de su nana, una mujer indígena, que le trasmitió valores culturales específicos. Esa nana cuidó a la niña blanca como si hubiese sido parte de su gente, de su mundo, aunque ella estaba inmersa en un espacio que no era el suyo, por pertenecer a la raza indígena y por ser una simple pieza de la servidumbre. Rosario fue una comiteca única, como únicos somos los habitantes de este pueblo. La identidad comiteca habla de rasgos comunes, que no todo mundo comparte. Cada quien vive un Comitán único y especial, dicha experiencia se mueve en un rango que va desde el amor total e incondicional hasta el odio visceral. Hay gente que agradece a la vida por vivir en este pedacito del mundo y gente que deseara tomar maletas y largarse a cualquier parte, cualquiera que no oliera a tzisim. Posdata: pienso lo mismo que Mario Vargas Llosa, cada persona es un individuo con rasgos particulares, compartimos la vida en común, pero si me dieran a elegir levantaría un muro ante personas que viven en este pueblo y que dañan el entorno con sus caras de perdona vidas, que se creen seres especiales, hormas de penthouse neoyorquino. San Caralampio es un santo que está en la médula de la identidad comiteca, pero mi San Caralampio nada tiene que ver con la imagen que idolatran los “intensos”, ese grupo de malcriados que se visten de mujer y participan, todos borrachos, en la Entrada de Flores del 10 de febrero; tampoco se acerca a la imagen que tiene la mujer que llega con flores, protegida con un chal negro, y, en idioma tojolabal reza en voz alta. La identidad está en la individualidad, no en el conglomerado. Cada identidad conforma un rompecabezas inexplicable, absurdo y potente. ¡Tzatz Comitán!