miércoles, 11 de junio de 2025
CARTA A MARIANA, DONDE ALGUIEN DICE: “TE IBA A DEJAR SALUDOS”
Querida Mariana: la que fue mi casa de infancia está a media cuadra del parque central; asimismo, el Cine Comitán estaba a media cuadra del parque. Mis espacios naturales fueron mi casa, el parque y el cine. El destino me los envió. Me sentía muy bien en esos tres lugares.
En los años sesenta, los cinéfilos disfrutábamos las películas de lucha libre (los expertos dicen que el cine de luchadores fue un aporte de México al cine mundial). Te he platicado que los espectadores gritábamos ¡Santo, Santo, Santo!, a la hora que aparecía el luchador sobre el ring, gritábamos su nombre, como si estuviéramos en la Arena México.
Disfruté ese tipo de películas, pero nunca fui fanático de la lucha libre, como sí lo fueron algunos amigos quienes, hasta la fecha, ven los encuentros en la tele, los domingos, y coleccionan muñecos de plástico y máscaras. Siempre tienen una del Místico, tal vez el más reconocido luchador contemporáneo.
Los que saben dicen que hay una edad en que un luchador debe retirarse, para no provocar lástima o para no sufrir algún molestar en su cuerpo; es decir, los practicantes de la lucha libre saben que es un deporte con fecha de caducidad.
Manuel asegura que todos los seres humanos somos luchadores en la vida. Claro, sin hacer llaves a los contrarios, porque la lucha diaria es un reto con uno mismo. Esta lucha cotidiana no exige una edad para el retiro, hay personas que tienen noventa y más de edad y siguen en la brega (dije ¡brega!)
Los practicantes de lucha libre son grandes deportistas, con técnica depurada y cuerpos entrenados. Hay rudos y técnicos. Bueno, casi lo mismo que en la vida, hay viejos rudos y viejos bonachones.
La vida exige a las personas que sean luchadoras, que no se rindan, que no tiren la toalla, pero conforme pasa el tiempo, les obliga a ser conscientes de la edad. Conforme las personas se hacen viejas, minan las facultades, físicas y mentales. Acá sí cabe el dicho que no es lo mismo Los tres Mosqueteros, que Veinte años después, que juega con títulos literarios.
El otro día, en la Proveedora Cultural, mientras buscaba un libro de Mario Vargas Llosa, saludé a un amigo de mi generación (68 y más) y cuando le pregunté cómo estaba, me dijo la clásica: “te iba a dejar saludos” y me contó que, cargando una máquina, se tropezó y se dio un soberano madrazo y para constancia me enseñó los moretones en los brazos, en el pecho y en una pierna. Fui un imprudente, dijo. Pensé que decía algo prudente. La vida exige que seamos luchadores, pero que ya no trepemos al ring, que no hagamos imprudencias.
Posdata: cuando niños, los espectadores salíamos del cine y muchos jugaban a las luchitas, improvisaban rings en los sitios y subían a imitar al Santo y a Blue Demon. El tiempo del juego ya pasó, los viejos debemos seguir luchando por la vida, pero con mucha precaución, sin hacer locuras de niñez. ¿A quién se le ocurre cargar una máquina pesada? Gracias a Dios no pasó de los moretones que se está tratando con árnica y demás pomadas que usamos los viejos.
¡Tzatz Comitán!