martes, 9 de septiembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN PROFESOR DE LUJO

Querida Mariana: acá estoy con el maestro Cicerón Argüello. Permití que maestro lo escriba con mayúscula, corrijo: estoy con el Maestro Cicerón Argüello. Sí, esta fotografía es de privilegio, pero precisa un breve comentario. Estamos en el vestíbulo del Restaurante 1813, él iba de salida, al lado de familiares, Paty Cajcam y yo entrábamos, porque íbamos a realizar un video promocional del restaurante. Vi al Maestro y me dio mucho gusto, un gran placer, tenía rato que no lo saludaba, él en sus actividades y yo en las mías, pero el destino permitió que nos saludáramos. Luego supe que habían llegado a celebrar su cumpleaños, es un hombre que ya pasó la línea de los ochenta años y camina por la senda de los noventa, con gran lucidez, con gran emoción por la vida. Me dio mucho gusto saludarlo, platicamos un ratito y se despidió. Lo vi retirarse, supe que había estado ante un profesor de excelencia. Paty Cajcam de inmediato me dijo que su papá Abelardo le tiene una profunda admiración al Maestro Cicerón y Paty me contó que el Maestro dio clases en su pueblo: Cajcam; a Abelardo le tocó ser alumno del Maestro, en la Escuela Joaquín Miguel Gutiérrez, en el viejo edificio, el que ya está desocupado, que está en ruinas, porque (por fortuna) el grupo de profesores se encargó de solicitar aulas nuevas y cuando les dijeron que les construirían dos o tres aulas, ellos insistieron que deseaban una escuela bonita, con más aulas, y las autoridades, al ver el entusiasmo, hicieron las gestiones para que se hiciera lo que hoy es, en efecto ¡una escuela bonita! En tiempo de mi ex jefe, el expresidente Emmanuel Cordero Sánchez, estrenaron un domo donde ahora juegan los niños y niñas de la escuela y la comunidad hace sus reuniones. El papá de Paty Cajcam, Abelardo niño, estudió en la escuela y le tocó como profesor el admirado Maestro Cicerón. Abelardo niño era un niño aplicado, sobresalía por su inteligencia y dedicación. Cuando llegó el fin de la educación primaria, Don Noé, papá del niño Abelardo, pensó que ya estaba bien de estudios. ¡No!, dijo el Maestro Cicerón, no era justo que un niño tan aplicado se quedara sólo con la primaria. Profesor comprometido, con vocación de sembrador, una tarde llegó a la casa de Don Noé. Adelante, profesor, bienvenido. Y le ofrecieron una silla y un vaso de agua de chilacayote. ¿Cómo se está portando Abelardo?, preguntó Don Noé, tal vez pensó que el Maestro llevaba una queja, pero no, en el bolso del espíritu, él llevaba una petición atenta: Don Noé, con todo respeto, le digo que debe usted permitir que Abelardo siga sus estudios, que estudie la secundaria. Don Noé iba a decir algo, pero el Maestro lo interrumpió, tomó un sorbo del agua (que estaba riquísima, fresca) y dijo: yo llevaré a Abelardo a inscribirlo en la secundaria vespertina, para que él lo ayude en las labores del campo durante la mañana. Al ver el entusiasmo del profesor, el papá de Abelardo aceptó y un buen día, Abelardo fue al lado del Maestro para que él hiciera los trámites de inscripción. Abelardo niño estaba emocionado, porque a él le gustaba mucho el estudio. Ah, qué galán, ya estaba en secundaria, en Comitán. Con ilusión, el primer día de clases, subió a su bicicleta y pedaleó hasta llegar a su nueva escuela (no me preguntés cuántos kilómetros son de Cajcam a Comitán, pero son varios. Muchos años después, los hijos de Abelardo, también treparían a bicicletas para ir a la secundaria, ya en La Independencia). Llegó a su nueva escuela con una bolsa donde llevaba sus útiles. Los compañeros lo vieron y no faltó el cabroncito que dijo: “¿en dónde quedó el mercado?”, Abelardo no le hizo caso, pero al llegar a su casa comentó las incidencias del día y en casa una des sus hermanas cortó un pantalón de mezclilla y le costuró un precioso y juvenil bolso donde llevó sus cuadernos. Cesaron las burlas. Pronto Abelardo hizo amigos, porque todo mundo reconoció su dedicación para el estudio, el prodigio estaba hecho, gracias a la bondad de un profesor bueno. Posdata: tengo el privilegio de conocer desde hace años al Maestro Cicerón, un hombre de gran sapiencia, de conocimiento profundo de los misterios de la vida. Me dio mucho gusto saludarlo, tenía rato que no lo veía. Digo que él está en sus actividades y yo en las mías, pero esa mañana coincidimos, esa mañana celebraron su cumpleaños, un año más de una vida fecunda, hermosa, compartida. Al despedirnos tuve la oportunidad de darle un abrazo y desearle muchas felicidades. No sabía que la vida me reservaba ese día esa oportunidad; Abelardo no supo que el Maestro bueno, en forma por demás generosa, lo ayudaría a continuar con sus estudios. ¡Tzatz Comitán!