lunes, 26 de noviembre de 2007

Los contagiadores

Lo bueno y lo malo se contagia. Ayer hicieron un homenaje al escritor Álvaro Mutis. En la mesa de honor estuvieron García Márquez (cuatacho de doble raya de Mutis), Belisario Betancourt (expresidente de Colombia), Jorge Volpi (actual director del canal 22 de televisión) y otro escritor que me escondió su nombre. Pues sucede que don Belisario se aventó al ruedo a leer un espléndido texto de García Márquez (escrito hace ya varios años, con motivo al cumpleaños setenta de Mutis) y, ¡oh, qué pena!, don Belis lee muy mal, como si fuera una carreta en empedrado. Luego, el escritor sin nombre también se aventó al ruedo y él leyó fluido, pero, ¡oh, desgracia!, pegó su mirada al texto, como si estuviera solo en su habitación. Únicamente en contadas ocasiones tuvo contacto visual con sus oyentes. ¡Qué pena! Y pues como todo se contagia, sé que muchos jóvenes dirán que qué aburrición, que qué fastidio ese rollo de la lectura y de la creación.
Admiro a Carlos Fuentes porque es un excelente lector, tanto de su obra como de la ajena. Hay miles de Carlos en México, a estos miles deberían invitar las autoridades para que leyeran en los eventos de literatura, digo, ¡para contagiar el gusto y el placer increíbles de la lectura!
Yo, que no soy muy aficionado al fútbol soccer, cuando miro al Ronaldinho me da algo como un gusto. El tal Ronal hace que se contagie el placer por este deporte y por eso sé que millones de chavos quieren jugar como él (o mejor) y esto es maravilloso.
No sé de qué manera alguien puede contagiarse del hábito de la lectura oyendo la lectura destartalada de don Belis quien, por mucho expresidente que sea, se quedó corto en el camino del buen leer. Don Belis es una persona ilustrada y sin duda lee mucho y sabroso, pero en silencio. No contagia alegría, contagia tedio, ¡qué pena!
Ojalá más Carlos para el futuro, más Fuentes para pringar de agua fluida a todos. Ojalá.

DIOS TAMBIÉN RESUELVE CRUCIGRAMAS (10)
Muchos años después, mi papá llegó a la biblioteca en donde trabajaba y pidió hablar conmigo. Encontré a don Ausencio en la oficina del Director. Llevaba el periódico doblado debajo del sobaco. Algo en su cara me advirtió que estaba contento de verme, me abrazó y, sin disminuir la presión y olvidándose de la presencia del Director, me dijo al oído:
- Aquella noche algo que estaba muy por encima de mí hizo que yo te llevara a Barra Oxidada - lo abracé más fuerte y le dije que le agradecía todo-. Tu mamá dejó de hablarme por mucho tiempo -siguió, con menos fuerza, pero sin dejar de abrazarme-, hasta que una tarde me tapó los pies con una cobija y me contó que el padre Alfonso había dicho en la misa que estábamos en gracia de Dios, por ser los papás de un Buscador.
Después de ese día ya no volví a ver a don Ausencio, tal vez por eso guardo con mucho cariño la última imagen. Lo acompañé a la salida de la biblioteca, cruzamos el atrio y yo me quedé en las gradas, él caminó hacia la parada del autobús y subió al urbano. Lo vi caminar por el pasillo del camión, sentarse en la parte posterior, abrir la ventanilla y sacar la mano derecha con el pulgar hacia arriba. Lo oí gritar: "¡Dios está en todas partes, hijo, en todas partes!". Abrió el periódico y comenzó a leer. Sonreí y pensé que le había faltado decir: "Lo leí en "El Universal"".

(Continuará)