sábado, 24 de enero de 2009

Miradas


Ayer fui a casa de mi prima Rosalba. Me ofreció un té y nos sentamos en el corredor al lado de pilares de madera y macetas llenas de helechos. Su casa es como una campana de vacío que anula los ruidos exteriores. Sólo de vez en vez oí algún rumor lejano, un ladrido o la carrera de un muchachito. Mi sobrina Vita armaba una torre en medio del patio.
Cuando estoy en casas como la de mi prima rescato el pueblo de mi infancia. No importa lo que sucede afuera. En el interior de esas casas está el espíritu eterno. Hay gente respetuosa del espíritu de las casas, las mantiene intocadas, como muestra de respeto a los papás, a los abuelos, al recuerdo de ellos mismos.
Me molesta mucho cuando no encuentro algo. Me molesta perder el tiempo en busca de algo extraviado. Quienes poseen sus casas intocadas no pierden el tiempo como yo. A veces me paso años buscando mi infancia extraviada. Mi prima Rosalba tiene su memoria en cada pilar y ladrillo de su casa. Ayer, mientras Vita aplaudía al poner la última pieza de la torre, yo rescataba un fragmento minúsculo de mi vida.
Antes de despedirme le dije a mi prima que, por vida suya (así acostumbramos decirlo en Comitán), no fuera a meter aire de modernidad a su casa. Ella me quedó viendo y me dijo: "¿Con qué ojos, chulito? No tengo dinero". Y yo cerré los ojos y pedí a Dios que le dé lo indispensable a mi prima, pero que no le mande dinero de sobra, o si se lo manda, que no le mande para hacer remodelaciones en su casa.