lunes, 2 de noviembre de 2015

A MITAD DE UNA CALLE




Tío Manuel se paró a mitad de la calle y me dijo: “¿Qué mirás?”. Yo iba a responder, pero él se adelantó: “Antes, desde acá se miraba la Ciénega”. Antes significa los años cincuenta del siglo pasado. “Ahora ya no se mira nada de eso. Ah, la Ciénega tenía miles de garzas, miles, no es broma. Yo iba de muchachito y me metía a la Ciénega, me arremangaba el pantalón y me dedicaba a buscar shashibes”. Yo iba a preguntar qué cosa eran los shashibes, pero él, de nuevo, me interrumpe: “Los shashibes eran culebras de agua, no hacían nada. Mi mamá siempre me regañaba y hacía que yo las echara de casa, pero yo las llevaba al sitio y ahí las dejaba. En ese tiempo, las casas tenían sitio, lleno de árboles y de tapescos con chayotes. ¿Qué tal ahora? Vivimos como en la Ciudad de México, en casas de interés social, en cuartos tan pequeños como el hoyo de mi culo”.
Regresé a la mañana siguiente, me paré en el mismo lugar y me pregunté: “¿Qué mirás?”. El tío Manuel no lo sabe con precisión, pero su pregunta es la pregunta esencial para la vida: ¿Qué miramos? Cada hombre y cada mujer miran diferente. Cada ser humano hace su propia lectura. Ahora ya no se ve la Ciénega, ahora ya no se ve el espejo de agua que albergaba “miles” de garzas según el decir del tío. Ahora vemos un espejo de tierra, apenas tachonado por el verde de los árboles, porque (diría el tío) ahora ya ni siquiera está tupido de árboles, ahora hay muchas manchas y muchos huecos porque los hombres de estos tiempos escarban las montañas para extraer la piedra y la arena para las construcciones.
El tío habla de un Comitán lejano. Habla de un tiempo en el que no existía luz eléctrica. Cuando el tío se paraba en el mismo sitio veía la Ciénega llena de shashibes, pero no miraba las lámparas que ahora vemos. Acá, en primer plano vemos una lámpara con un foco ahorrador. ¿Qué mirarán los hombres y mujeres en el año 2050 cuando se paren donde nosotros nos paramos?
Si algo podemos rescatar del tiempo del tío Manuel es la techumbre de la casa parroquial y los árboles que están sembrados en el parque.
¿Qué miro? Miro la escultura en metal, con la cúspide retorcida, como si fuese un camino sinuoso que debemos recorrer. Porque un día (o una tarde, vaya uno a saber) a Luis Aguilar (nuestro escultor) se le ocurrió hacer un simposio de escultura en metal y llegaron artistas de muchas partes del mundo, y cuentan los que vivieron esos tiempos (recientes) la ciudad se llenó de oficiantes que hicieron su obra en las calles y plazas de Comitán. Un día, los artistas se fueron y dejaron sus obras, un poco como si dejaran parte de ellos para que el corazón de nuestro pueblo rescatase algo de aquellos miles de garzas que, cuenta el tío Manuel, tuvo la Ciénega.
Si ahora me paro en ese punto, ya no veo el espejo de agua, ahora veo un espejo de tierra, pero, también, que fortuna, un espejo de metal que es como un camino que se levanta en el aire. Porque eso sí, coincidimos con el tío, lo que el tiempo no ha podido robar a este pueblo es su aire. El tío y yo nos paramos a mitad de la calle y él y yo henchimos nuestros pulmones con este aire bendito y en esas inhalaciones nos chupamos todo el cielo de Comitán.
El tío a veces bromea y dice que las culebras de agua subieron al pueblo y ahora andan por las calles y cuando pasa la fulana de tal dice que ella es una de las más chismosas. Yo sigo la broma y pregunto si siguen siendo inofensivas. El tío ríe y dice que las de la Ciénega eran como más calladas. Nada agrego. Inhalo, exhalo. Hay sustancias inalterables. El aire, por ejemplo.