domingo, 10 de junio de 2018

COLIBRÍ DE LAS SIETE ESQUINAS



Con un abrazo respetuoso para la familia Flores, por la ausencia física de doña Rosita.

Murió doña Rosita. Un poco como decir que una flor del jardín comiteco se secó. Flor que fue como un rayo de sol o como un colibrí.
Cuando murió Gabriel García Márquez, Rosario Armenta, en una inolvidable crónica, escribió que una vecina de Gabo (allá en su casa de la Ciudad de México, casa que habitó y casa en donde murió) dijo: “Tenemos un poco de frío, porque algo del fuego se nos apagó”. ¡Ah, fue un elogio muy poético! Y la vecina dijo eso, porque la calle donde Gabo vivió fue la calle Fuego, en el mítico Pedregal de San Ángel, y lo dijo porque Gabo fue un orgullo para ese barrio. No en todas las calles de las ciudades de todo el mundo viven escritores tan famosos.
Ahora que murió doña Rosita, pienso que las míticas Siete Esquinas, de Comitán, perdieron algo de su precisión, una de sus esquinas se escarapeló, para siempre, porque ¿cómo se resana la ausencia infinita? No todos los pueblos del mundo tienen la conjunción de siete esquinas, ni todas las siete esquinas del mundo tienen la presencia de una bella señora, que fue como un colibrí. Y digo esto, porque alguien que conoció muy bien a doña Rosita me contó que su casa estaba llena de amigos “las veinticuatro horas del día”. Muchos vecinos llegaban a platicar con ella, así como muchos bolitos se sentaban en el patio para recibir un taco de comida que doña Rosita, generosa, les brindaba. Estos teporochos, pájaros titubeantes, hallaban cobijo temporal en las ramas de su árbol.
Muchos extrañarán a doña Rosita. Las Siete Esquinas perdieron algo de su brillo. Ahora, en la puerta de su casa hay una mariposa negra, la odiada mariposa que un día también apareció en la calle Fuego, la calle de Gabo, el fantástico escritor que vivió en medio de miles de mariposas amarillas. Un día, un amigo bajó hasta las Siete Esquinas y las contó, cuando subió me dijo que no eran siete, que él había contado seis. Armando, quien estaba con nosotros y que es vecino de La Pila, dijo: “Mudenco, la otra esquina está en la casa de los Flores”, y es que los Flores son muy conocidos y reconocidos en el barrio. Doña Rosita era parte de esa esquina y ahora ya no está.
Doña Rosita fue un colibrí. Ella siempre fue muy trabajadora y andaba de acá para allá, casi sin parar. Cuando falleció mi papá (en 1990) le pedí a doña Rosita que me hiciera favor de rezar el rosario (doña Rosita, entre sus múltiples ocupaciones, era rezadora). Ella aceptó. Durante nueve tardes fui por ella en mi vochito. Bajaba hasta su casa de las Siete Esquinas y ella me esperaba, con inquietud. Cuando llegábamos a mi casa, ella entraba a la sala y decía: “Buenas tardes. En el nombre del padre…”. Antes de hincarse en el reclinatorio, ya ella había comenzado el rezo. Todos los amigos que nos acompañaban hacían silencio y, tatarateando, la seguían en el rezo. Veinte minutos después ya había terminado el rosario. ¡Ah, qué maravilla! Sus palabras volaban con la misma intensidad y brillo con que el colibrí mueve sus alas a la hora que liba el néctar de la vida.
Ahora, alguien me dijo que en el templo donde realizan su novenario ocurrió el prodigio. No lo vi, pero alguien me contó que los ramos de flores que enviaron los amigos al velorio fueron trasladados al templo de San Caralampio para los rezos (flores para doña Rosita Flores). El interior del templo se volvió un jardín. La tarde del primer rezo, todos los que ahí estaban vieron cómo un colibrí entró y comenzó a pasearse por todos los ramos de flores. El colibrí iba de una flor a otra, sin descanso, casi casi como si bailara, como si cantara, como si, en lugar de libar, ofreciera su néctar al corazón de todos los que ahí estaban. Todos vieron el colibrí, lo vieron mover sus alas, con la misma intensidad con que doña Rosita movió sus labios, sus piernas, sus manos, su corazón. Lo vieron ofrecer su canto de vida a San Caralampio; lo vieron ofrecerse a la nave, llena de flores. Hay muchas leyendas acerca del prodigio del colibrí. Todas hablan de que es un ave milagro. Acá ocurrió un prodigio más. Este pajarito entró esa tarde al templo a completar las esquinas del espíritu de los Flores. Ahí estuvo doña Rosita, de acá para allá, sin parar, prodigándose, dándose, desde el otro territorio, ahí donde no hay mariposas negras, sino sólo mariposas amarillas, las de Gabo y las de doña Rosita.