lunes, 3 de noviembre de 2025

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA

Oh, la oficiante, me ve desde un tiempo fracturado. Me ve directo, como si me reclamara o me inquiriera o, lo peor, me retara. Sí, su mirada es un reto. ¿Qué tiempo es mi tiempo? ¿Cuál el tuyo?, dice. ¿Cuál el tiempo de todos? ¿Cuál es el tiempo que nos une en el vacío, en la distancia insalvable? Ella, la oficiante mayor está en un sitio que ignoro, en un tiempo pasado. Desde allá vino para que la viera desde mi tiempo, desde mi espacio; desde un aire que también fue suyo, cuando fue niña, cuando fue adolescente, cuando caminó por su Comitán de los años cuarenta. Hoy ya avanza el siglo XXI, en medio del vértigo de estos tiempos, tan lejanos a los encapsulados de ayer. De un ayer que refiere a los años treinta en Comitán, cuando todo estaba aislado, como nube a mitad de un mar de piedras. ¿Cuántos años tiene Rosario en esta fotografía? Lejos están los años tiernos de su tierna infancia comiteca, por eso digo que me reta. Todo es un misterio, juega. Como si fuera la niña que fue, aparece detrás de algo como un pilar, como el que había en las casas que habitó en el pueblo, las dos casas con patios y sitios, las dos con corredores y pilares de madera. Sitios que siempre permanecieron en su memoria, sitios marcados por la alegría y por la infinita miseria. Por esto, cuando en los años setenta llegó de visita a Estambul y entró al Harem de Topkapi sintió una nostalgia por Comitán, debido a la semejanza de los patios comitecos, fue tanta la cuerda de añoranza que empezó a llamar a su nana, así como cuando la nana ya no estaba en su casa (lo narra en la novela “Balún Canán”) y la niña vio a una mujer indígena, corrió hacia ella, con los brazos abiertos, creyendo que era su nana. Oh, qué decepción, la indígena no era el agua que la había bendecido en sus años niños. ¿Qué es lo más deslumbrante de esta fotografía? Sus ojos y sus cejas. Las cejas ya están pintadas y repintadas, porque ella, en algún momento, comenzó a delinear su rostro, a creerse Van Gogh o Remedios Varo (nunca, jamás, la pintora Lilia Carrillo, quien fue la primera mujer de su adorado Ricardo Guerra). Ella se pintaba porque debía modificar la fachada de su casa, hacerla más luminosa. Ella, mujer de ojos de ballena, enormes, mirada madre, me ve desde su soledad, me la avienta, me la refriega y me reta para que le diga qué dicen de ella en su Comitán. ¿Qué decirle? ¿Que su nombre y su imagen están en muchos lados, pero que casi no la leen? Se enojaría al saber que el gimnasio donde los chicos y chicas (y viejos y viejas) juegan básquetbol le cambiaron el nombre, eliminaron el suyo, porque ella (dijo Doña Lola Albores) jamás fue deportista. Entonces, ¿por qué hay un centro de belleza que lleva su nombre? Ah, ya, claro, si ella se delineaba las cejas todas las mañanas, como si fuera una ablución, era porque la belleza física estaba presente en su pensamiento. Pero, ¿por qué entonces un fraccionamiento lleva su nombre? Ya, ya, claro, porque, repito, ella me ve, ve a todos, desde un tiempo fraccionado; además, ella fue constructora de casas, espirituales, es cierto, pero después de todo fue una gran edificadora. ¿Se vale entonces que por cualquier pretexto se bautice un recuerdo con su nombre, que una respiración sea la llave para los cuadernos? La veo y me ve. Para verla debo ir hacia ella. Me ve desde hace mucho, pero yo, escondido detrás de un pilar de madera, debo salir de mi madriguera para verla, para estar con ella. Ahí está, jugando, jugando a las escondidas: toc, toc, ¿quién es? Y ella se asoma para que todos la veamos, para que digamos que ahí sigue, porque, debido a su obra literaria, ella es tan eterna como el Junchavín, como Tenam, como la cuerda donde se enrolla el trompo. Ahí está, ahí sigue. La vi y ella me vio. Gracias al genio del fotógrafo (¿de verdad fue hombre?) ella nos ve a todos. El fotógrafo hizo eterno el instante, pero ella me ve no sólo desde ese momento, sino desde mucho más allá. No sé qué edad tenía ella, yo tengo sesenta y ocho años cuando el mundo celebra el Centenario de su Nacimiento. Sé que en el momento en que ella posó para la cámara no imaginó que en 2025 el mundo celebraría los cien años de su nacimiento. En ese momento ella se sabía grande en su intelecto, débil y frágil en su condición humana, pero no intuyó la grandeza de su aura, ese destello que en esta fotografía aparece otorgándole un aire de metáfora, de contemplación. La vi y me vio. Supe que la vi, ella no supo que me vio. ¿De verdad? Entonces, porque pienso que ella me reta, me impulsa a usar palabras para decirle que hemos coincido en el tiempo y en el espacio. ¿Me reta o me reclama? Tal vez hay un ligero reclamo porque debajo de su fotografía, debajo de ella, está un contacto de energía eléctrica. No lo sé.