miércoles, 17 de diciembre de 2025

CARTA A MARIANA, CON COMPORTAMIENTOS EXTRAÑOS

Querida Mariana: una amiga se quejó conmigo, preguntó si debía ir a Derechos Humanos. No supe qué responder. La historia es simple, pero complicada. Mi amiga tiene veintiocho años de edad, el uno de enero del veinte veintiséis cumplirá los veintinueve. En casa de sus papás acostumbraban ponerle reja de papel de china el día de su cumpleaños, pero desde hace dos años se perdió la costumbre, porque su esposo y ella decidieron rentar un departamento, para estar más en la intimidad. Las parejas recientes van olvidando las tradiciones. Todo fue alegría, ella mantenía siempre limpio el departamento, le hacía el lunch al esposo para el trabajo, los fines de semana iban al cine y a cenar en restaurantes, pero desde hace dos días entró en una dinámica que, como magma de volcán, ha ido creciendo. Sucede que mi amiga se llama Alexa, así como suena. A ella le encanta su nombre, bueno, le encantaba, porque digo que desde hace dos días todo se volvió un martirio. Ya podés imaginar por dónde va este circuito tormentoso. Una mañana de domingo, su esposo, con el tono que se le habla al chunche de moda, entró a la cocina y dijo: “Alexa, prepárame dos huevos fritos con tocino”. Mi amiga rio, le cayó bien el jueguito, le preparó el desayuno, con jugo de naranja y dos panes tostados con mantequilla y mermelada de fresa, fue al comedor donde estaba sentado su esposo, revisando su celular y le sirvió lo solicitado. El esposo vio el plato y dijo: “Alexa, apágate”, y siguió viendo su celular. Esto molestó tantito a mi amiga. El esposo se fue sin decir algo. Mi amiga lo olvidó, en la noche ella llegó tarde, porque fue a tomar un café con Elena, su amiga más cercana. Entró a la recámara en puntillas, porque el esposo ya dormía. A la mañana siguiente, desde el baño, mientras se bañaba, el esposo gritó: “Alexa, prepárame unos huevos revueltos con jamón”, y no dijo más. Mi amiga comenzó a sulfurarse, pero como el ritual era el de todos los días fue a la cocina y preparó lo solicitado, un tanto molesta se apuró para dejar el plato en el antecomedor, antes que el esposo saliera del baño. Ella se metió al cuarto, prendió la televisión y vio el noticiario. Su esposo entró, se vistió, fue a la mesa, desayunó, entró a lavarse los dientes y antes de salir vio hacia el centro de la recámara, pero de forma aleatoria y dijo: “Alexa, apágate” y salió. Mi amiga no pudo más, le llamó a Elena y le preguntó lo mismo que a mí, ¿debía ir a Derechos Humanos, a quejarse? Elena le dijo que no, que ella y su esposo se llevaban bien, que todo parecía un juego, lo más recomendable era que lo platicaran, que ella le dijera cuál era el motivo del jueguito que estaba haciendo. Mi amiga estuvo de acuerdo. ¡No funcionó! El esposo, tomando un café en la sala del departamento, la escuchó, pero al final dijo: “Alexa, ponte en estado de hibernación”, tomó el control y prendió la televisión. Mi amiga respiró hondo, se levantó, dio un beso a su esposo en la frente y luego le soltó una cachetada. Él se puso la mano sobre la mejilla enrojecida y siguió viendo la televisión. ¡El colmo!, dijo mi amiga. ¡Basta!, pensó. Al día siguiente platicó conmigo y me preguntó si debía ir a quejarse a Derechos Humanos o comenzar a hacer el trámite de divorcio. El día que me lo dijo había comenzado a llevar cosas a casa de su mamá y de su papá, quienes la recibieron con los brazos abiertos. El papá sentenció: “Siempre te dijimos que acá estamos y acá estamos”. ¿Derechos Humanos? No supe qué decir. Mi amiga me quedó viendo y dijo: ¿Por qué juega así? Siempre fue muy amoroso y ahora se comporta frío, distante, como una bestia. ¿Tendrá otra mujer? ¿Quiere dejarme y no sabe cómo decírmelo? Uf, eran muchas preguntas. Pero luego pensé que eso podía llevarle al camino adecuado para resolverlo. La solución más fácil, pero la más simple, era la separación sin más. Antes que escalara más el asunto, un día después, el esposo llegó al departamento con dos compañeros de trabajo, botado de la risa, llamó a su esposa, quien estaba molesta, realmente molesta. Escuchó, con retortijones en el estómago. Todo había sido una apuesta, un juego nacido en la oficina, cuando alguien (el contador Pérez) se enteró que la esposa de Armando se llamaba Alexa. ¿Podía hacerle la broma? ¿Soportaría más de dos días? Armando dijo que sí. Llevó a cabo el juego, hicieron una apuesta gorda y él comenzó a grabar el comportamiento de su esposa, como evidencia. Armando había ganado la apuesta y recibió un sobre con el dinero ofrecido. Los dos compañeros, riendo, se despidieron. Alexa quedó digiriendo la broma. Era una estupidez, había sido usada, expuesta. Armando se hincó ante ella, le extendió el sobre y dijo: “Alexa, gástalo en lo que quieras”. El sobre contenía billetes con la cantidad de cien mil pesos, ¡cien mil pesos! Posdata: Alexa volvió a preguntarme, no supe qué responder: ¿debía aceptar todo como un juego y gastar la paga? ¿O mandar a su esposo con los mil demonios? Alcancé a decirle que fuera a casa de sus papás. Ella preguntó: ¿para que me orienten acerca de tomar o dejar el dinero o para que me quede a vivir con ellos? ¡Tzatz Comitán!