sábado, 9 de mayo de 2009

EL AROMA TIERNO DE UNA MUCHACHA BONITA LLAMADA LUCY

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Moncho era mi compañero en la primaria. "Trepate a la barda y me echás aguas", me decía Moncho. ¿Treparme a la barda? A pesar de tantos años juntos ¡no me conocía! Yo me acercaba a la barda, buscaba una rendija y por ahí miraba. Mi labor consistía en avisarle si alguien se acercaba. Él, que sí era intrépido y trepaba todas las bardas del mundo, iba al extremo opuesto del sitio y trepaba sobre una escalera de madera. Con una vara larga robaba las pantaletas de Mary, que vivía en la casa de al lado.
El Moncho siempre me invitaba a aventuras intrépidas. A mí, que siempre he sido un sosegado, un hombre que no gusta del misterio ni del peligro.
"Trepate a la barda", me decía. Como él era casi casi un pirata, creía que yo también podía trepar a lo alto del barco y avistar el horizonte. Pero ¡no! Si algo he sido, tal vez, es un ratón que sueña con ser ave. Me imaginaba en la proa del barco viendo cómo pasan las gaviotas y juguetean en el cielo. Mientras el Moncho, con la vara sostenida por ambas manos y haciendo equilibrio sobre la desvencijada escalera, alcanzaba la pantaleta de color azul y la destrababa del lazo del tendedero.
La Mary era una niña linda. Todos los de la escuela la mirábamos pasar y la imaginábamos como esas imágenes que pintan los grandes artistas. Digo grandes, digo, Rafael, por ejemplo, o Da Vinci. Mary tenía los cabellos como de trigo, como de oro, y este tipo, aún ahora, no es común en este pueblo. Su carita era perfecta, como si uno de los escultores grandes la hubiera modelado. Digo grandes, digo Rodin, por ejemplo.
Claro,en ese tiempo en que Moncho robaba las pantaletas de ella, no sabíamos quién era Rodin ni quien Rafael. El único Rafael que conocíamos era Rafael Pinto, quien hacía unas pequeñas figuras con el gis del salón, ayudado con un alfiler.
Moncho bajaba de la escalera y me llamaba. Escondidos debajo de un cobertizo tocábamos la pantaleta (no sé por qué siempre eran de color azul). La tela de la pantaleta era suave, tan suave que Moncho y yo nos la acercábamos a la mejilla para sentir eso que era como una caricia.
Moncho era dos años más grande que yo. Una tarde, cuando yo estaba a punto de acercarme a mi mirilla de la barda de su casa, él me llamó y me mostró una pantaleta, color mantequilla, con encaje en las orillas. Antes que yo dijera algo me jaló y obligó a sentarme sobre el planchón de madera apolillada que siempre nos servía de asiento. "Olé", me dijo. Yo tomé la pantaleta, la acerqué a mi cara y la olí. "Es una pantaleta de la Lucy", dijo Moncho y sonrió. Lucy era su hermana. "Huele rico, ¿verdad? Pinche Alejandro, quiero oler a la Mary, debe oler bien sabroso". Yo, la verdad, no sabía porqué olía como olía la pantaleta de Lucy, pero era un olor penetrante, insólito, rico. El Moncho se paró, me restregó la pantaleta de su hermana en la cara y rió, rió mucho. Yo le dije que era un cabrón, pero le pedí que me regalara la pantaleta de Lucy. Él tomó la pantaleta, la hizo bolita y la metió en la bolsa derecha de mi pantalón. "¿Querés ser mi cuñado, verdad, cabrón?", dijo y volvió a reír. Lucy era dos años menor que Moncho, era una niña sin mucha gracia, un poco bizca, con piernas delgadas y cabello negro.
Desde ese día, el Moncho anduvo como enojado. Supe que, como media escuela, él también estaba enamorado de la Mary y que ya no le provocaba mayor alegría tener entre sus manos las pantaletas azules recién lavadas. Supe que, a partir de entonces, su atrevimiento iría más allá y buscaría, con denuedo, una pantaleta sucia de su amada. Por fortuna, yo no olí de más la pantaleta de Lucy, porque si no hubiera terminado enamorándome de ella. Por las noches, después de ponerme el pijama, levantaba el colchón y sacaba la pantaleta de Lucy. En el silencio profundo de mi casa casi casi oía el contacto de la tela sobre mi cara, sobre mi cuerpo.
Yo sigo siendo un hombre sosegado. Las veces que robé pantaletas fue porque éstas estaban al alcance de mi mano, casi casi como si las muchachas bonitas las hubieran dejado ahí a propósito.