miércoles, 28 de septiembre de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LOS JÓVENES SON LA LUZ DE CUALQUIER HORA




Querida Mariana: me emociona la juventud, por esto disfruto mucho la presencia de los jóvenes. En ello no debés mirar una nostalgia por mi juventud perdida (perdida en el tiempo y en la confusión imperante de mi comportamiento desordenado). ¡No! Vivo con gran emoción mis tiempos de adulto mayor (bah, qué eufemismo para tratar de desviar la idea de que ya estoy viejo). Vivo a gusto mi edad y, por nada del mundo, desearía volver a ser joven. Me siento bien a mis cincuenta y cuatro años; me sienta bien esta etapa de la vida que es como el inicio de la tarde sosegada.
Te cuento esto porque el sábado pasado me acerqué a un grupo de jóvenes que tenía las alas de la vida prendidas en su sonrisa y en su corazón. Era un grupo de cinco muchachos, cuatro niñas bonitas y un muchacho con manos de surco. Con esto que te digo ya caíste en la cuenta que conozco al muchacho. Lo conozco porque en dos ocasiones ha estado en Comitán, tocando ese prodigio de instrumento que se llama marimba. Alexander Cruz ya lo conoce medio mundo y medio mundo reconoce su talento como ejecutante de marimba. La forma en que toca sólo tiene una palabra para designarla: ¡viento! Sus manos, brazos y cerebro son huellas de esa línea que hace crecer el agua. Cuando Alexander toca el mundo retoma su cara de papalote o de hoja de eucalipto en medio de un ventarrón. Sus manos fluyen como fluye la tela ante la sugerencia del aire. Nunca había estado cerca de él. Como la juventud me contagia me permití una bobera, le dije que si esa misma habilidad la sostenía en lo demás de su vida su novia debía ser una niña bendecida. Todos rieron y quedaron viendo a Iveth. Supe entonces que ella era su novia y que, como siempre, había cometido una imprudencia. Pero, querida Mariana, lo bonito de estar entre jóvenes es que el vacío siempre encuentra un puente, un puente que tienden ustedes mismos para que los viejos, como yo, no resbalemos (nuestros huesos se quiebran ante una caída). Rieron, disfrutaron mi derrapón. Gaby y María de los Ángeles Zepeda, de igual manera, soportaron que me metiera tantito en su vida. ¿Son gajo de algún árbol de San Cristóbal de Las Casas?, pregunté. Ellas sonrieron, me contaron que tocan el violín y entonces entendí porque abrazaban esos estuches con tanto afecto, tanto como si abrazaran el cielo que protege la nube llena del otoño. Marcela Escobedo, quien toca la viola, también sonrió y dejó que yo jugara con la manida idea que provoca la palabra. Por esto, para que yo no insistiera en mi ignorancia, ella, con magnanimidad, me explicó que la viola es un instrumento un poco más grande que el violín y su sonido es más grave e imitó el sonido. Yo, mi niña bonita, estaba fascinado con ellos. Marcela me dijo que se presentarían en el Teatro de la Ciudad, dos horas después. Resultó que esa noche presentaron la Ópera Bufa: “Marimba, la gran arrecha”, con música de Federico Álvarez del Toro y texto literario de Dolores Montoya-tramoya. Gaby auguró lleno completo, así que, sentenció, debía llegar diez minutos antes que comenzara la función para que yo encontrara asiento.
Fui y disfruté el espectáculo, de la misma manera que lo disfrutaron todos los espectadores que llenaron el teatro. ¡Maravilloso! Y supe que había sido mi privilegio conocer a los artistas antes de su acto. Ahí, sobre el escenario seguían siendo la misma sonrisa de Dios. Las tres niñas de las cuerdas estaban frente a Federico y ante la menor provocación de la batuta demostraban por qué, en algún instante, eligieron esos instrumentos para abrazar el corazón del aire. Y en la marimba, ¡ah, en la marimba!, Iveth y Alexander jugaban a deshilar el viento.
Pd. Sí, niña mía, me gusta estar con los jóvenes. Me gusta estar con vos y agradezco tu tolerancia. Los jóvenes son los más tolerantes del mundo porque descifran el mundo para nosotros, los viejos, en intento de decirnos que el futuro es de ustedes y que nosotros, nosotros, no podemos bordar el horizonte porque ya estamos parados encima de él.