viernes, 30 de marzo de 2012

FIRMA DE LIBROS




¿Y qué esperás para tu firma de libros?, él me preguntó, mientras comía cacahuates. El suelo estaba lleno de cáscaras. Cuando le pregunté por qué no ponía las cáscaras en una bolsa, me dijo que a su sobrino Marcos le encantaba levantar las cáscaras. Él le daba una moneda de diez, a cambio. Nada, nada espero, le respondí.
¡Qué bueno!, dijo, porque si esperás algo te vas a frustrar. Sí, confirmé, nada espero. Él siguió comiendo cacahuates. Como si cortara bambú, partía en dos la vaina, sacaba el fruto dorado en comal y tiraba la cáscara.
Es difícil, si no sos Jaime Sabines o Carlos Fuentes, que los lectores se acerquen a una firma de libros. Por esto contratá a dos muchachas bonitas, con likras bien entalladas de arriba y de abajo, con colores fluorescentes. No importa que ellas sean muy bonitas, pasaderas está bien, lo que sí debés exigir es que estén buenas, que tengan bien puestas sus cositas y, sobre todo, que muevan el trasero como perritas en pista de circo. ¿Si has visto a esas muchachas, bien potables, que bailan en las tiendas de celulares de Telcel? Es condición indispensable que bailen bien el baile del perrito. El trasero lo bambolean de un lado para otro y de arriba para abajo. Sólo así se acerca la gente. No faltará el que se acerque a tu mesa y te pregunté si hacés recargas. Entonces, en ese instante, vos alargás el brazo y le ponés el libro frente a la cara y le decís que sí, que sí hacés recargas, pero de imaginación. En ese momento de confusión del lector potencial debés de mantenerte sonriente (chin, con vos está difícil, pues siempre tenés cara de piedra y si sonreís se te miran los huecos de tus dientes caídos) y, a manera de síntesis, decir que tu novela cuenta la historia de un tipo que mata a otro. No vayás a decir que el personaje de tu novela se llama Vincent por Vincent Van Gogh, porque, seguro, en ese momento, el advenedizo volverá a ver a las chicas y, como si tirara un kleenex con mocos, dejará el libro sobre la mesa y se retirará. ¡Nenas, nenas es lo que necesitás para llamar la atención!
Claro, no sólo nenas. Sería bueno que contrataras también a dos muchachos bonitos, bien mameyes, para que se acerquen potenciales lectoras. De esos que contratan para las despedidas de soltera. Estos no necesitan bailar, basta con que repartan algunos trípticos con información de tu novela. El único requisito es que sonrían y que huelan rico. Ya mirás que el olor tiene una relación directa con el deseo. Si mirás que dos o tres chicas (siempre lo hacen en bola) se acercan y comienzan a platicar con el modelo, dejalas que agarren confianza, que el muchacho bonito las acerque a la mesa, que les enseñe el libro, que escriba su nombre y número telefónico en la primera página y que reciba el dinero. No se te vaya ocurrir ponerte de pie y saludar; no se te vaya a ocurrir (por amor de Dios) preguntar si quieren tu autógrafo. Vos hacete tacuatz, mirá para otro lado y, si no te causa conflicto, preguntá (siempre mirando al modelo) si quiere que le pongás el libro en una bolsa de papel estraza. Lo mismo tenés que hacer con las modelos y con los hombres que se acerquen a ellas y les hagan plática y les pidan su número de teléfono. Dejá que sean ellas las que vendan el libro, casi casi como si fueran las autoras, como si fueran Elena Poniatowska (aunque la Pony se encabronaría si leyera esta comparación).
¡Así, vas a ver, tu firma de libros será un éxito! Tenés que invertir, hermano, pero invertir bien. Muchachas bonitas y muchachos bonitos ¡venden! Bueno, con decirte que son capaces hasta de vender libros, de vender novelas, novelas tuyas, y esto, esto ya es decir todo.
Él siguió comiendo cacahuates. Su sobrino llegó con una bolsa de plástico, levantó toda la basura, extendió la mano y él buscó en la bolsa de su pantalón y le dio una moneda de diez. Luego, él me vio y dijo: No te lo ofrezco, pero si llega un grupo de vándalos y te hace una travesura y agarra tus libros y los tira por todo el lobby del Centro Cultural Jaime Sabines y luego, sólo por diversión, los tipos deshojan tus libros, mientras se botan de la risa, mi sobrino puede, por una moneda de diez, levantar toda la basura, porque, pobre la Blanca Margarita López Alegría, se va a quedar sólo con el López porque la alegría desaparecerá al ver su Centro todo sucio.
¡Muchachos bonitos y muchachas bonitas es lo que necesitás! Aunque, viéndolo bien, si nada esperás, pues nada pasará y vos estarás contento. Sólo que estarás solo en la mesa llena de libros y, la mera verdad, te sentirás como el tipo que en el mercado vende reproducciones de pinturas famosas al lado del local, siempre lleno, del que vende quesadillas fritas y pozol de cacao. Pero en fin, hacelo. Ya luego me contás cómo te fue.
Y él se fue. Se fue comiendo cacahuates. Su sobrino detrás, levantando las cáscaras.