lunes, 3 de diciembre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO, A VECES, EL CORO DE ÁNGELES OFRECE UN CONCIERTO EN LA ANTESALA DE LA OSCURIDAD (Segunda y última parte).

Querida Mariana: ¿en qué nos quedamos? Ah, ya recordé. La tía Elena remojó unas tortillas secas en agua y las ofreció al cenzontle. Vos sabés que el prodigio es como la enfermedad: ¡asoma sin aviso! Así sucedió con el pájaro. El informe realizado en la UNACH, en 2011, acerca del caso de 1934, habla de un cenzontle que se creyó burro. ¿Por qué tal comportamiento? El Doctor Alfredo De la Rosa, investigador de la Facultad de Veterinaria, escribió: “…y el comportamiento atípico del ave, según la opinión del Doctor Ernesto del Clavel, con especialidad en psicología inductiva, se debe a que, los dos primeros años de su vida, convivió con aves de corral y con dos bueyes, un loro y un burro. Se cree que, por alguna extraña mutación, el ave en cuestión adquirió el don del loro y confundió su canto e imitó el rebuzno madrugador…”. El informe no aporta más datos. ¿Qué pasó con “Angelito”? Tal vez, digo yo, fue descendiente directo del cenzontle de 1934, porque al leer el informe del Doctor De la Rosa, encontré que ambos pájaros provienen de la misma región de los Lagos de Montebello.
Sea por peras o por manzanas, la cosa es que una mañana la tía despertó con taquicardia. Dios mío, un rebuzno había retumbado en su conciencia. ¡Fue una pesadilla!, dijo, se levantó, se puso el chal negro y bajó a la cocina a prepararse un té de tila. Se sentó ante la mesa del comedor y, mientras soplaba el borde de la taza, trató de recordar el sueño. En ese instante el cenzontle, contento, brincaba de un palito a otro y “cantaba”, feliz de la vida. ¡Dios mío!, se paró la tía. Dios mío, eran unos rebuznos del demonio, como si alguien azotara a un burro por no aceptar una carga de leña o de barriles llenos de agua. Sonaron en el patio de la casa. La tía fue hasta la ventana y, movió tantito la cortina. Buscó alguna presencia extraña. Buscó casi casi segura de que encontraría una imagen diabólica, con cuernos, cola y pezuñas. Sí, pensó, en medio de la niebla del miedo ¡el diablo debe rebuznar como burro! Se persignó tres veces, porque en su imaginación, además de las pezuñas, los cuernos y la cola, apareció un miembro viril del tamaño del que tienen los burros cuando montan a las burras. Dios mío, volvió a persignarse. Nada vio. El patio estaba desierto, sólo el cenzontle brincaba de un palito a otro.
Cuando el pueblo supo la noticia, como si fuese una procesión, comenzó a visitar el patio de la casa. Tío Eugenio, primo hermano de la tía, sugirió que cobrara. La tía no aceptó la propuesta. Al contrario, la mañana que comprobó que era el pájaro quien rebuznaba, volvió a santiguarse y pidió a María, la sirvienta, que lo llevara muy lejos, allá por el rumbo de Los Sabinos y que abriera la jaula y lo soltara. Pero, a la hora que María, envuelta en su chal negro, abrió la puerta de la casa para cumplir el encargo, su patrona la jaló del chal y le dijo que no, que esperara, que tal vez esa era una prueba de Dios. ¿Por qué la mujer se había equivocado y había dicho que era un canario cuando era un cenzontle? ¿Por qué ahora esta equivocación? Alguien, ¿quién?, le había dicho a este animalito que era un burro cuando, a vistas, era un cenzontle. ¡Era una prueba de Dios! No, dijo la tía, no lo soltés. María regresó el ave a la jaula.
El tío Eugenio supo del informe de la UNACH y convenció a la tía para que fueran a buscar al Doctor De la Rosa. Una secretaria que se abanicaba detrás de su escritorio les dijo que él falleció a principios del 2012. El tío, en el patio de la Facultad de Veterinaria, secándose el sudor de la frente, se permitió una ironía: “el doctorcito se creyó “angelito””, en ese momento la tía tiró el paliacate rojo con que se limpiaba el cuello, se santiguó y dijo: ¡Dios mío, no digás eso! Y todo el trayecto de Tuxtla-Comitán no dejó de pensar en esas coincidencias que Dios le estaba enviando. ¿Por qué Eugenio había mencionado el nombre del cenzontle-burro para consignar la tragedia-felicidad cristiana del investigador?
Desde entonces, como ya dije, los comitecos aceptan el hecho como algo cotidiano. En las mañanas y en las tardes los vecinos de la tía oyen los rebuznos y nadie, nadie, piensa en que es el canto confundido de un cenzontle.
El otro día, la tía me dijo: vos que conocés a más gente, porque escribís en el periódico, vieras el modo de que algún investigador de Europa venga a mirar este caso. El “Angelito” está envejeciendo y un día parará las patas y se perderá la historia de este animalito de Dios. Sí, pienso yo. Pero ¿a quién le puedo pedir me ayude? Tal vez, pienso, a veces, sería bueno que le abriéramos la jaula para ver si vuela. Los pinches burros ¡no vuelan!, pero luego detengo mi pensamiento porque ¡si vuela!, Dios mío, la torcedura sería mayor y, cuando menos en mí, aparecería la confusión total: ¡un burro que se cree cenzontle!