viernes, 20 de febrero de 2015

HACE DIEZ (parte X)




Hace diez años escribí un libro que se llama “Crónica de un viaje a Comitán”. En ese tiempo vivía en Puebla. La edición fue de apenas 200 ejemplares. La edición está agotada. ¿Cómo fue mi mirada en ese tiempo? Hablé del viaje, de la ciudad y de los amigos. Todo mundo sabe que quien entra a la dinámica del viaje entra a otra dimensión del tiempo. La realidad del viajero posibilita ver el entorno de manera diferente, porque no hay la premura de la vida rutinaria. Paso copia de un capítulo de dicho librincillo. Es sólo para compartir, después de diez años.

MESA
¿Mesa que más aplauda? No, esta mesa es otra. Tal vez tiene que ver con aquello que dice: Te dejaron la mesa puesta. Llegué a Comitán y encontré a mi amigo Jorge Gordillo sentado ante una gran mesa de madera; luego me topé en el barrio La Pila con una surrealista escena en donde una mesa estaba colocada a media calle; y días después encontré, a la entrada del auditorio de la Casa de la Cultura, una mesa llena de libros. Todo parecía estar dispuesto sobre una mesa. También, frente a una mesa, tomando el café, saludé a Marco Tulio Guillén, a don Ramón Blanco, a Guayo Bonifaz, a Ernesto Carboney y a más conocidos. Muchas cosas de la vida parecían suceder en las mesas. Ya la historia da cuenta de ello, tal vez el momento más dramático y sublime de Jesús fue el que se dio en la Última Cena.
Ahora que fui a Comitán encontré muchos chunches afectuosos alrededor de mesas. Mi desayuno ocurría frente a una mesa de no más de un metro por lado. El antecomedor de la casa de mis suegros tiene esas dimensiones. Primero desayunábamos don Roberto y yo, luego doña Amelia y mi mamá. Era preciso hacerlo así: ¡por turnos! Eso le otorgaba un encanto especial, el mismo que tiene toda mesa comiteca.
¿Por qué la mesa tiene un encanto especial en Comitán? ¿Será porque las marimbas, muy a su modo, son mesas de madera de hormiguillo que, en algún momento, botaron su vocación de ser simples mesas?
Lo de La Pila fue muy curioso. Bajábamos por la escalinata del templo y mi mamá dijo: “seguro que alguien chocó” y señaló hacia el portal. Enfrente del portal estaba arremolinado un grupo de gente. Como buenos comitecos fuimos a ver qué había sucedido. La mayoría curioseaba lo que hacían dos tipos en torno de una mesa que tapaba la calle. Un camarógrafo filmaba mientras un hombre metido en un disfraz de marioneta comentaba las delicias de la comida comiteca. Vi entre los curiosos a don Roberto Cordero por lo que intuí que filmaban un promocional turístico. Ahí, sobre la mesa, estaba dispuesta una buena muestra de platillos típicos: butifarras, tortillas con asiento, quiebramuelas, africanos, quesos, palmito, tostadas de manteca y muchos platillos más. ¡Qué generosa mesa comiteca! ¡Cuántos sazones reunidos! En Comitán todo cabe en una mesa sabiéndolo acomodar. Para el comiteco es muy difícil elegir entre una butifarra y una tableta de manía, por eso nunca elige ¡come todo!
Nadie se asombra cuando una mesa está llena de comida porque las mesas tienen como principal oficio ser soporte de alimentos. Por eso, cuando, en la presentación del libro de don Mariano N. Ruiz –La Nueva Teoría Cósmica– vi una mesa llena de libros supe que ahí había una grata torcedura del destino de las mesas. Al lado de la mesa estaba mi comadre Virginia, quien esa noche tenía el oficio de vendelibros, que es, junto al de limpiaestrellas, uno de los oficios más bonitos que hay sobre la tierra. Sobre un paño azul estaban colocados los libros. Los libros parecían así pequeños satélites perdidos en la inmensidad del universo. El paño azul era el universo. ¿Qué, entonces, era la mesa que lo soportaba?
Si repienso la imagen surrealista de La Pila puedo eliminar la gente, el camarógrafo y la marioneta y dejar únicamente la mesa llena de comida. La mesa es de pino y la madera contrasta con el empedrado de la calle y con las lajas del parque. No es casualidad que la mesa estuviera ahí, a su lado estaban los pilares, las puertas y los balcones de madera del portal. La mesa parecía, entonces, haber salido de la casa, “haberse” ido de pinta. Y es que Comitán es un pueblo que siempre está con la mesa puesta.