miércoles, 6 de mayo de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UN ANIMAL HACE UNA PREGUNTA




Los elementos de la fotografía son sencillos: un animal, un cielo, pasto, tierra, árboles y piedras. El animal no mira la cámara, mira las piedras. Este acto es el que lo impele a preguntar ¿cómo el hombre construye este murete de piedras?
Todo lo demás está provisto por la naturaleza. El cielo está pasivo, lo mismo sucede con el pasto, la tierra y los árboles. Lo único que se mueve, que pareciera tener vida es el animal. Un estupendo cuento de mi infancia tenía como personaje a un pollito que corría de un lado a otro gritando que el cielo se caía, porque la hoja de un árbol había caído sobre su colita. Las hojas caen, los cielos no. A pesar de que mi tía Eugenia, cada que llueve, alarmada, como si fuese el pollito del cuento, va de un lado a otro de la casa gritando que el cielo se cae.
Nada se cae. Ni siquiera el murete de piedra. Es preciso que haya un movimiento telúrico o que un auto choque contra el muro o que muchachos maldosos lo pateen para que el murete se venga abajo. ¿Cómo -¡Dios mío!- se logra este equilibrio? En la primaria había un juego de canicas que se llamaba timbirimba. El juego consistía en armar algo como una pirámide con cinco canicas. La pericia de un niño lograba reunir cuatro canicas y coronar ese túmulo con una quinta. Era un juego sencillo. Desde una raya pintada en el piso otro niño levantaba el brazo, cerraba un ojo y apuntaba. Si lograba atinarle al montón y éste se fragmentaba en sus cinco piezas originales se embolsaba las cinco. De lo contrario, el dueño de la timbirimba (del changarro) se embolsaba la tiradora. Yo no jugaba, me concretaba a ver lo que sucedía. Me fascinaban esas construcciones fugaces, que se deshacían con la misma facilidad con que se armaban. Todo era como una lección de vida, todo era tan inconsistente.
Pero basta ir a la periferia de Comitán, ir a una comunidad rural, para encontrar estas timbirimbas hechas con piedras, que sirven para delimitar terrenos. ¿Cuál es el prodigio que emplea el constructor para que estas piedras encuentren un acomodo natural? ¿Cómo es posible que las piedras, sin argamasa alguna, puedan sostenerse en el aire y formar columnas? Uno camina al lado de estos muretes y se sorprende ante su verticalidad. Las piedras sólo están encaramadas. Es como si un niño hubiese jugado a hacer torres. No hay un solo gramo de pegamento. Todo está como dejado al azar, como si una mano más poderosa hubiese soltado las piedras de igual forma que una tarde, hace millones y millones de años soltó los planetas y las galaxias.
Los muretes de piedra son las construcciones más prodigiosas. Cuando alguien construye un arco (otro prodigio de la arquitectura) debe colocar, al centro, una dovela que se llama Clave. Acá, en los muretes, todas las piedras parecieran ser la clave, contener la clave, ¡el secreto!
Por ello, el animal ve las piedras y se pregunta en dónde está el misterio. El animal respeta su entorno, procura no recargarse sobre el murete, sabe que su cuerpo puede hacer que las piedras pierdan su encanto de aves y caigan al suelo.
Nada de lo que acá está pierde su esencia. El cielo permanece inmarcesible, eterno. Asimismo los árboles viejos, el piso que no se cansa de estar tirado sobre su propio cuerpo. De igual manera la cuerda que ata el animal al árbol no pierde su tamaño, su elongación siempre es la misma. Todo permanece inalterado. El viento corre por encima de ellos y no logra alterar sus perfiles. Todo está detenido, como si alguien jugara Encantados. Un encantamiento es lo que logra el constructor de estos muros que son exactos en su altura. Estos muretes de piedra delimitan los terrenos, pero no delimitan la vista. La mirada puede extenderse como una sábana limpia sobre una cama. Tienen la altura precisa, no pueden ir más allá porque no quieren ser cielo, una piedra más y caerían al suelo. Son una lección permanente de cómo andar en la vida sin perder el piso, sin llegar a las alturas que, se sabe, son propiedad de espíritus de material más noble y liviano que contradicen con la dureza de la piedra.