miércoles, 22 de noviembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA EN FUTURO DEL PASADO




Querida Mariana: “¿Y si tuviéramos dieciocho en este diecisiete?”. Fue la pregunta que Roberto me hizo. Se refería a la posibilidad de que fuéramos unos jóvenes de dieciocho años en este dos mil diecisiete. Era un simple juego, un imaginar que nosotros, viejos de sesenta y sesenta y dos años (yo soy el más joven), pudiéramos regresar en el tiempo. Era un simple juego, pero yo me aterré. Sin saber bien a bien por qué (si solo era un juego) comencé a sudar y, por un instante, imaginé tal posibilidad y sentí miedo, un poco como si el genio apareciera y me preguntara si quisiera volver a ser joven y yo, sin pensarlo, dijera que ¡no!, que ¡no!, por favor, que no me hiciera eso, que ya había pasado esa aduana y que no deseaba regresar al infierno.
Tal vez exagero, pero ahora soy feliz en mi vejez. El juego simple de Roberto me hizo pensar sólo en dos temas y, con ello, reafirmar que estoy viejo y que el sosiego es la única planta que crece en mi jardín. Los dos temas fueron: la música y los libros. A pesar de que nunca he sido aficionado a la música, me dio escozor pensar que crecería escuchando a Arjona, cuando crecí escuchando a Joan Manuel Serrat, por ejemplo. Y con respecto a los libros pensé que fui un afortunado por crecer leyendo a Miguel de Unamuno y Robert Louis Stevenson y no a Carlos Cuauhtémoc Sánchez o a Paulo Coelho.
Ayer, en un texto introductorio de un libro de la Szymborska, poeta enormísima, leí que ella se definía como “una persona anticuada” y creía que “leer es el pasatiempo más bello creado por la humanidad”.
Hay personas que pensamos igual que ella y somos felices siendo personas anticuadas. Un poco, regresando a la música, a tono con la canción del autor brasileño, Roberto Carlos, quien dice: “Yo soy de esos amantes a la antigua” y concluye diciendo: “El amor es para mí siempre lo mismo”.
Creo que la tragedia de la búsqueda de la eterna juventud es la posibilidad de ser joven en tiempos novísimos. Los viejos cargamos la memoria de los años jóvenes y eso es un lastre lleno de nostalgia.
¡No!, le dije a Roberto. No puedo imaginar tener dieciocho en este diecisiete. Yo tuve dieciocho en setenta y cinco y, si Dios lo permite, tendré setenta y cinco en el treinta y dos.
No puedo imaginar, no quiero, tener menos años de los que tengo. Porque a los dieciocho, lo sabemos los viejos, lo ignoran los jóvenes, no hay la capacidad suficiente para discriminar entre lo bueno y lo malo. Los perversos dictan qué camino deben tomar los jóvenes y estos lo toman sin hacerse cuestionamiento alguno. Basta con que el camino esté lleno de luces artificiales y música estridente para que el joven crea que esa es la vida, un poco como si todo mundo fuera un spreen breaker perenne, donde lo que importa es la seducción del cuerpo y no la del espíritu.
¡No! Agradezco haber cumplido los dieciocho años en la década del setenta, cuando, en lugar de escuchar a “Los cuisillos” escuchaba a Barry White y su Love Unlimited Orchestra. Digo, sin ser experto en música, sé que hay un mundo de diferencia.
Agradezco haber cumplido los dieciocho años en la Ciudad de México y haberlo celebrado yendo a la Cineteca Nacional (en el viejo edificio, antes de que se incendiara). Esa tarde, después de recibir la llamada de mis papás desde Comitán con su felicitación, me puse un suéter, salí de la casa de huéspedes, tomé un autobús y fui a Churubusco a ver “Amarcord”, de Fellini.
Si, siguiendo el juego de Roberto, cumpliera dieciocho en este diecisiete no me quedaría más que ir a ver una comedia boba como “Guerra de papás 2”.
¡No! Ni en juego acepto la posibilidad de regresar en el tiempo. Crecí escuchando a Joan Manuel Serrat y viendo películas de Fellini. ¡Así estuvo bien! ¡Muy bien!
Posdata: Ahora vivo feliz mis sesenta años. Sigo escuchando, en Youtube, a Joan Manuel y, en Gandhi, compro películas de Fellini y, como oso despreocupado, me echo en el sofá de mi casa y disfruto este maravilloso dos mil diecisiete, que (debo decirlo) está lleno de prodigios tecnológicos que, cuando teníamos dieciocho años, jamás imaginamos. Son gloriosos estos tiempos. Los disfruto siendo viejo. Me encanta ser como la poeta polaca, “una persona anticuada”, porque, igual que ella, pienso que “leer es el pasatiempo más bello creado por la humanidad”. Si en este diecisiete tuviera dieciocho no leería todo lo que ahora leo; es decir, no fuera tan feliz como ahora lo soy.