martes, 22 de enero de 2019

CARTA A MARIANA, CON LIGEROS TOQUES ELÉCTRICOS




Querida Mariana: Don Fernando Gutiérrez ejerce un oficio que está en extinción. Una vez, en una cantina de la Ciudad de México, los de la palomilla conocimos a un hombre que vendía toques. Recuerdo muy bien que Jorge preguntó qué clase de toques. En los años setenta, no sé ahora, si un chavo fumaba marihuana se decía que se daba “un toque”. Vimos que el hombre, con una cajita similar a la de don Fernando (comiteco que vive en Los Laureles), se acercaba a las mesas y ofrecía toques. En una de las mesas, cercana a la nuestra, tres muchachos, quienes, igual que nosotros bebían cervezas acompañadas de caldos de camarón, preguntaron cuánta costaba el toque y aceptaron. Se pusieron de pie y formaron un círculo, uno de ellos tomó una de las terminales del aparato y otro la siguiente terminal, se tomaron de las manos y el hombre de los toques accionó el aparato, poco a poco movió la perilla intensificando la corriente. Los jugadores tenían tensos los rostros, cerraban los ojos y apretaban los labios, se retorcían como si estuvieran en el potro de sacrificios. Todos los que estábamos en la cantina dejamos de platicar lo que platicábamos y vimos la escena. Los comentarios giraron en torno a lo que veíamos, lo que presenciábamos, que era un juego de resistencia. No sabíamos que estábamos en presencia de un oficio en vías de extinción.
Ahora, los hombres que venden toques son escasos. Ya casi no se ven. Pero, en Comitán, don Fernando, sin que sea su oficio principal, todavía lo ejerce en algunas tardes. Dice que algo de dinero obtiene.
A veces llega al parque central y todo el mundo lo ve cargando la cajita de los toques, ofreciendo la diversión por veinte pesos. Dice que lleva como quince años ejerciendo esta actividad. La cajita la compró en la Ciudad de México. Un día, un amigo se la ofreció y él, por no dejar, la compró. Dice que le llamaba mucho la atención el juego.
Le pregunté qué voltaje alcanza el aparatito y cuando él dijo que 200 voltios me asombré y pensé que Rosario Castellanos falleció al recibir una descarga de 220 voltios. Fue necesario que un ingeniero electricista me explicara (días después) que la corriente alterna es muy diferente a la corriente directa. Estos aparatitos funcionan con corriente directa, la energía que desprenden se queda a mitad de los brazos. La corriente alterna, por el contrario, produce un latigazo que recorre todo el cuerpo, incluido el corazón. El chicotazo que recibió Rosario se paseó por todo su cuerpo. Esto es un juego, lo de Rosario no lo fue. Don Fernando, poco a poco, intensifica la corriente y cuando el jugador ya no soporta, él acciona el switch para cortar el flujo de corriente, porque dice que a veces el jugador no puede desprenderse de los mangos.
Ya se sabe que estos juegos son para cuando estamos en plebe. Es difícil, dice don Fernando, que alguien que está solo compre toques. Cuando hay un grupo numeroso de amigos, don Fernando intuye que ahí está el negocio. Se acerca, ofrece los toques y cuando ve que alguien le hace eco, él intensifica su mercadotecnia. El juego, por lo regular, se vuelve competencia: A ver quién resiste más. Este juego competitivo le da dinero.
Como ya dije, don Fernando se dedica a otras actividades, pero para complementar el gasto sale algunas tardes de su casa, sube al parque y ahí ofrece toques.
Aquella tarde, en la Ciudad de México, Jorge bromeó con el hombre que ofrecía toques. Cuando el grupo de tres amigos terminó soltándose por la intensidad de la corriente, vimos que sus rostros contenidos se distendieron en carcajadas. ¡Habían jugado a los toques eléctricos! Jorge llamó al hombre de los toques y, poniendo los dedos índice y pulgar al lado de su boca semiabierta, y moviéndola como si imitara el movimiento de una serpentina, le dijo que quería un toque. El hombre jaló una silla, se sentó y dijo que sí, que también tenía de esos toques. Vimos que Jorge se puso todo colorado, sin saber qué hacer. No esperaba esa respuesta. El hombre dijo que cuánto quería. Jorge sonrió en forma boba, dijo que no, que bromeaba. El hombre se puso serio, su cara parecía el de una iguana molesta. Entonces rio, dijo que él también bromeaba. Todos respiramos aliviados. Jorge, entonces, para desagraviar el entuerto lo invitó a tomarse una cerveza con nosotros y el hombre de los toques eléctricos nos contó una historia similar a la de don Fernando.
Posdata: Aquellos tiempos eran otros tiempos. Don Fernando no lo sabe bien a bien, pero ejerce en Comitán un oficio que ya no es muy común en nuestra patria.
Los tiempos cambian. El tiempo no vuelve la mirada, siempre ve hacia el frente.