domingo, 28 de abril de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN HILO DELGADO

Querida Mariana: uno se hace viejo, de la noche a la mañana, porque la vida no es más que un amanecer que va en busca del atardecer. Busqué un símil y sólo asomó lo siguiente: “la vejez llega como una cagada de paloma”. Qué nivel literario tan pobre, pero así lo imaginé. Uno camina por el parque central, al pasar por un árbol frondoso, escucha un sonido, como si el aire se cortara, y siente algo en el suéter, quien acompaña dice: “te cagó una paloma”. Sí, sobre el suéter azul está una mancha blanca. Nada qué decir, nada qué hacer, la vida así es. Uno, entonces, baja los escalones, va a la fuente y, con un poco de agua, quita la mancha y luego se lava las manos. ¡Nada pasó! Todo vuelve a su cara de todos los días. Pensé que la vida es eso. Ayer me vi viejo, un día era joven y un instante después ya estaba instalado en la vejez, no me di cuenta en qué momento me cagó la paloma del tiempo. Por desgracia esta mancha es permanente, no puede eliminarse con agua. Caminaba por la vida, viendo los autos, la gente corriendo, los niños comiendo paletas, las parejas besándose, cuando supe que ya estaba viejo. El otro día, Javier me dijo el chiste sobado: ¿ya viste que no hay viejos? ¡Los viejos somos nosotros! Sin darnos cuenta la edad provecta nos llegó (provecta, pucha, qué palabra tan anciana). Cuando me preguntaron en qué momento me di cuenta que la edad, como costal de piedras, se me echó encima, no me llegó otra imagen que la comentada de la paloma. Yo caminaba tranquilo cuando de pronto ¡la cagada cayó del cielo! Quien me preguntó, al escuchar mi respuesta, dijo que debía agradecer que en lugar de una bomba atómica (como en Hiroshima) me hubiera caído una simple cagarruta de paloma. Pues sí, la vida, en ocasiones, es más dramática. A veces, la gente siente que algo más pesado le cae del cielo. ¿De verdad todo cae del cielo? A mí me encanta escuchar que muchos amigos contemporáneos dicen que ya llegaron al sexto piso, es como si la vida fuera un ascenso, como si después llegaran al séptimo piso, y luego al otro y después al noveno. Lo que dicen habla de su optimismo, como si la vida fuera el ascenso a un Everest espiritual, cuando, en realidad parece que es todo lo contrario, la vejez no es un ascenso, la vejez es el abismo de la existencia. Todas las capacidades físicas menguan. Necesito usar lentes para ver de cerca. Si no tengo lentes no puedo leer y esto es como si me quitaran el alimento que más me gusta. Ya no tengo dientes, para comer necesito una prótesis dental (placa, le decimos en Comitán). Ya tengo peinado de fraile, con una rosca de cabello alrededor de una cáscara de coco (por eso, ahora uso una boina, para que el inclemente sol no me tateme). Y ya no digo más, porque terminaré con el chiste bobo diciendo que cuando el cuerpo mengua está la lengua. ¿Y la capacidad intelectual? Por fortuna ésta sí está intacta. No sé el porqué de tal prodigio. La historia de la humanidad habla de personas viejas que lograron la sabiduría que nunca tuvieron de jóvenes. Todo mundo habla de la experiencia. Doy gracias a Dios que mi vocación no me mandó a ser deportista, porque muchos practicantes de deportes deben “colgar los guantes” a determinada edad. Es difícil que un tenista profesional continúe participando en torneos internacionales a la edad de ochenta años, en cambio un catedrático universitario, de la misma edad, ofrece conferencias en universidades de todo el mundo. Mi vejez es agradable por la vocación que elegí. El arte es una pasarela infinita, no tiene edad. Como mis aficiones son sosegadas no tengo inconveniente en practicarlas. Leo (con lentes, pero leo), pinto (con lentes, pero pinto), dibujo (igual, con auxiliares visuales), escribo y veo cine, mucho cine. Reculo en lo que dije: hay muchas personas mayores que siguen practicando el deporte de su preferencia. Ya te conté que el otro día vi una película (con la Jodi Foster) donde una mujer, de edad avanzada, nada de Cuba a Florida. Mi tío Jorge tenía más de setenta años cuando se volvió a casar y tuvo hijos. Posdata: ¿Por qué te cuento esto? Porque vos estás joven, pero, así es la vida, dentro de algunos años (que se hacen agua) tendrás ya cuarenta años y luego… ¡Tzatz Comitán!