miércoles, 18 de junio de 2025

CARTA A MARIANA, CON BUENAS Y MALAS

Querida Mariana: la buena es que el parque central de Comitán está limpio. Hace tiempo te platiqué que en los lugares de los boleros aparecieron unos sillones con publicidad de un diario estatal. Esa empresa tuvo un lugar privilegiado para anunciarse. No sé si el INAH intervino, pero hace poco fueron retirados esos sillones para los boleros. Regresó una imagen más limpia, ahora, los boleros tienen sombrillas con logotipos de Comitán Pueblo Mágico y sillas con tapices nuevos. La imagen quedó más limpia, como siempre debe estar. No me gusta decirlo a cada rato, pero recordá que yo soy el dueño del parque central, tengo derecho de piso desde mi niñez. Yo jugué de chiquitío en ese espacio. Mi casa estaba a media cuadra, así que casi todas las tardes, la sirvienta Sara y su hijo Víctor me llevaban al parque y ahí jugaba. Desde entonces, le pedía al presidente municipal que tuviera limpio el lugar, que regara las plantas, que protegiera los bustos de los héroes (en los años sesenta hubo un busto de Belisario Domínguez, cuando yo estudiaba la primaria, leí el discurso oficial frente a ese busto, porque mi director me eligió para tal acto. Por eso a cada rato exijo que coloquen un busto de tío Belis en mi parque). Sí, es mi parque. Claro, como soy buen ciudadano, lo presto para la comunidad, lo presto para que Estrellita lo adorne en temporada navideña y, en el colmo de la generosidad, para que unas putitas lo usen como su oficina. Ay, Señor, ¡por qué me hiciste tan espléndido! La buena, entonces, es que mi parque, el que le presto a todo el pueblo, está ¡limpio!, bello, digno. Pero, dije que también tengo una mala, malísima. No sé qué pensar. Te cuento. La otra mañana, hará cosa de dos o tres días o cuatro, fui a pagar el servicio de la televisión por cable. Salí. Y vi que en la banqueta de enfrente había un camión de redilas, donde colocaban mesas y sillas del restaurante Due Torri. Me conocés, soy tímido y escaso, pero me acerqué al chef Paolo (italiano, la sangre llama), lo saludé y le pregunté si cambiaría de ubicación. ¡No, no!, dijo, ya estoy levantando. Me quedé turulato. Me causa mucha desazón cuando soy testigo del cierre de un negocio o de una empresa. Esta mala noticia la recibí días después de haber ido a la Plaza Las Flores y frente a la entrada de Walmart hallé que el local de RadioShack estaba cerrado, al parecer, en forma permanente. Dios mío, otra gran empresa. Pero eso no es todo, hace también cosa de días que otro camioncito de mudanza se estacionó frente a la oficina de Arenilla y vi que comenzaron a llenarlo con divisiones de Tabla roca y otros objetos. Oh, nuestros vecinos, también cerraron un laboratorio de análisis clínicos. Asimismo, a una cuadra del templo de El Calvario mi prima Lupita cerró su ferretería. Tal vez la economía tiene su mejor rostro con negocios abiertos. No lo sé, no soy experto en la materia. Disfruto mucho cuando veo a gente preparando un local, pintando, colocando estantes, llenándolos de objetos; veo a las personas llenas de ánimo, emocionadas por emprender una aventura comercial. Ah, cómo lamento cuando tres o cuatro meses después la realidad les pone el pie y tropiezan. Lo que comenzaron con gran emoción se convierte en una manta de desánimo y se ven obligados a cerrar. ¿Qué me vas a contar a mí? Mi Paty y yo sabemos lo que es iniciar un negocio, llenos de alegría y luego darse un frentazo ante la realidad. No siempre se cumplen los sueños. Hay secretos que no posee todo mundo en el tema de la mercadotecnia. Posdata: te contaré algo que no le digo a nadie más: sigo pensando en mi sueño de una galería. ¡No, Alejandro, no! Poné un negocio de tamales, esto es productivo. El chef de Due Torri me dijo que cerraba porque su empresa soportó la pandemia, pero ya no ha podido con la situación social que Chiapas vive en la actualidad. El otro día escuché que los insumos cada vez están más caros. Quienes van a los mercados a hacer compras saben de lo que estoy hablando. Es común escuchar, ¡de nuevo!, la cantaleta de las señoras: “no alcanza para nada”. La que nos ha alcanzado es la vida complicada, difícil. ¿Galería de arte? No, Alejandro, vendé tamales. Los tamales son artículos de primera necesidad, los cuadros y cajitas bonitas ¡no! Mi mamá hace unos tamales de verdura que son deliciosos, sin comparación. Ah, vos, Alejandro, ya miré tus negras intenciones: ¡poner a trabajar a tu mamá! Qué desconsiderado. ¿No ves que ella ya tiene noventa y cinco años de edad y te ha mantenido toda la vida? Va, mi niña querida, mejor termino esta carta, porque ya me desvié de las noticias buenas y de las noticias malas. ¡Tzatz Comitán!