lunes, 6 de octubre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UNA CÁMARA

Querida Mariana: tuve cámaras fotográficas cuando fui niño. Me sorprendía la genialidad de esos chunches. Captaban imágenes. No hay otro objeto que tenga esa capacidad. Tenía semejanza con el cerebro de los seres humanos y de los animales. Pero nosotros, los seres humanos, tenemos la capacidad de hacer imágenes y de recordarlas. La memoria es un gigantesco álbum. Los toros ven todo en blanco y negro. ¿Recuerdan lo que vieron un día antes? ¿La visión sólo les sirve como un lazarillo? ¿Los pájaros recuerdan el árbol donde se posaron, el árbol, la selva, el día que volaron sobre una ciudad? Una amiga dice que recordamos imágenes, pero también olvidamos, por esto las fotografías son extensiones fantásticas de la memoria de los seres humanos. Me seducía la capacidad de las cámaras fotográficas. Tuve una cámara, tal vez fue la primera, que tenía el cuadrito de la mirilla en la parte superior. Me colgaba la cajita en el cuello, con una cinta de cuero, y la ponía sobre mi panza, desde esa altura veía lo que la cámara captaría (hoy no podría hacerlo, porque la vista no me alcanza). Recuerdo una mañana que tomé fotos en un terreno que mi papá tenía en Teopisca, casi cerca de la carretera. Era un terreno inmenso, de una hectárea, con una casa modesta y un arroyo de escasas proporciones, era muy pequeño, pero inmenso en la claridad del agua. Siempre fluía el agua, fría, llevando muchos pececitos. Las fotos que tomé esa mañana eran del arroyo, de los pececitos (aunque a la hora del revelado, los pececitos nunca aparecieron, pero no me frustré, porque, al ver las impresiones, yo sabía que ahí había muchos pececillos que movían sus colitas, nadando, yendo quién sabe hacia donde, porque nunca supe en dónde terminaba ese arroyo que cruzaba todo el terreno. Dicen que los ríos van a dar a la mar, tal vez los arroyos van a dar a ríos que terminan llegando al mar). Tuve cámaras. Tomé cientos de fotografías. Ya están extraviadas. Te conté que muchas de esas fotografías las pegué en las libretas que conservaba, que eran una bitácora donde estaban consignados muchos instantes de mi vida y de Comitán, pero una mañana (antes de emprender un viaje que me sacó del pueblo durante diez años) llevé un tambo de metal al sitio trasero de la casa (uno de los sitios, porque la casa de mi papá y de mi mamá era enorme y tuvo dos sitios) y quemé todas las libretas (luego supe que una se había librado, tampoco sé en dónde está, tal vez por ahí existe aún). Cientos de fotografías se quemaron, se hicieron ceniza. ¿El fuego es más poderoso que la imagen? Mi memoria es escasa, por eso casi no recuerdo esas fotografías quemadas. Quien posee una buena memoria puede vencer las quemazones, ahí tenés el bosque, a pesar de los incendios recuerda siempre su impulso vital y se renueva, gracias a Dios, el Dios de Spinoza, el de la naturaleza, el de la totalidad. Hoy ya no tengo cámaras. Hubo un tiempo que tuve una camarita digital con su bolsita, ésta la colocaba en mi cinturón y la llevaba a todos lados. Cuando aparecía algo para tomarle fotografías sacaba la cámara de su estuche y la usaba. Pero luego descubrí, como todo mundo, que el celular tenía una cámara, así que no había necesidad de usar otro chunche (hasta los fotógrafos profesionales usan celulares para captar imágenes. Hay celulares que tienen cámaras de gran calidad, la gran ventaja de las cámaras de los celulares es que toman vídeos, por supuesto, vivimos en el siglo de grandes avances tecnológicos, en el siglo de la imagen. Mis cámaras de niñez no tomaban videos, para filmar películas era necesario tener una cámara especial. La tuve, pero cuando ya era mayor. Hoy todo está en el celular, qué chunche tan genial, tan hijo del demonio). Posdata: en casa tenemos un objeto de museo, es una pequeña cámara fotográfica (alguien se la regaló a mi Paty). Está en una mesita de la sala, al lado de plantas (coque damas), una Biblia, ollitas de barro y la fotografía de la boda de mi mamá con mi papá. Todas las mañanas (a la hora de hacer mi taichí de viejito) veo esa foto, ahí están ellos, antes que yo naciera. Ellos fueron a un estudio fotográfico para hacer eterno el instante, ambos están bellos (a mi papá lo treparon sobre un banquito, supongo, para que se viera un poquito más alto que mi mamá, porque él fue más chaparrito). Ahí están ellos, antes de que yo naciera. Ella tiene un vestido blanco bellísimo, en sus manos sostiene un ramo de flores, la esperanza crece cerca de su vientre; él viste un traje oscuro. La cámara fotográfica es de los años cincuenta del siglo pasado, pesa tantito, es compacta, fuerte, al frente tiene la lente y en la parte superior dos botones, el obturador, y otro más grande que sirve para correr la película. Alrededor de la lente tiene los datos: Made in USA. Six 20. Flash Brownie. 1.50 – 3m. 3 – y ∞. La foto de boda de mi papá y de mi mamá tiene más de setenta años. Ahí está. La cámara antigua que poseemos tiene casi la misma edad. Ahí están. Mi papá ya no está; gracias a Dios mi mamá sigue acá. Acá estamos. ¿Existirá la cámara dentro de cien años? ¿La foto de la boda de ellos? Todo cae en el abismo del fuego. Es más poderoso éste que todo lo demás. ¡Tzatz Comitán!