jueves, 6 de noviembre de 2025
CARTA A MARIANA, ¿Y LOS LENTES, ‘APÁ?
Querida Mariana: la gran noticia: en Comitán, exposición de objetos y de fotografías inéditas de Rosario Castellanos. ¿Oíste bien? La expo que estuvo en San Ildefonso la trajeron a Comitán, la tierra de nuestra pichita amada. ¡Genial! No hubo necesidad de treparse a un avión para ir a la Ciudad de México. La trajeron en bandeja de plata. Por esto, la otra mañana me dispuse a ir al Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos, recinto cultural donde se presenta.
Iba emocionado, con una emoción contenida. Sabía que, al llegar, mi emoción se desbordaría al estar frente a objetos y fotografías de Rosario.
Como me gusta el juego, lo sabés, imaginé que era uno de los enanos de Blanca Nieves y cantaba heigh ho, heigh ho. Sólo lo imaginé, porque la gente de acá sabés que es muy criticona, así que caminaba moviendo mis pies como si marchara y cantaba heigh ho. Así llegué de la oficina al parque central, mi parque, bajé escaleras y pasé frente a los boleros, los saludé, heigh ho, heigh ho. ¿Qué enano era? Ah, pensé, tengo siete opciones: Sabio, Tímido, Gruñón, Dormilón, Feliz, Tontín y Estornudón. Pasé por la Casa Museo del tío Belis y comencé a eliminar. Sabio, no, ni en sueños; Gruñón, tampoco, tengo cara de piedra, pero en el fondo soy un pan de chimbo; Tímido, ah, tal vez, tal vez, siempre lo he sido; Dormilón, no, ahora sí que ni en sueño, porque vos sabés que me levanto a las cuatro de la madrugada; Feliz, tampoco, no soy ejemplo de felicidad, a veces se cuelga de mí la nostalgia y no me deja avanzar; Estornudón, gracias a Dios no tengo alergias a nada; Tontín, en cuanto lo dije mi conciencia se alegró, como si dijera: eso sos, eso sos. Así que cuando llegué al edificio de correos tenía qué elegir entre Tontín o Tímido. Mi conciencia, cabrona, rio y dijo: sos Tontín, tonto, mil veces tonto y seguí marchando, uno, dos, uno, dos, cantando heigh ho, heigh ho.
La entrada del museo me recibió, estaba a punto de ingresar a la sala principal, la sala donde está la colección permanente y que ahora la acondicionaron para la exposición “Un cielo sin fronteras”. Oh, qué emoción, el ente satisfecho comenzó a salir, a derramarse, de los bolsillos de mi pantalón, del bolsillo de la camisa, del bolsillo de mi alma. ¡Adelante!, dijeron y escuché el sonido de las palancas de energía eléctrica para iluminar la sala. ¡La luz se hizo! Y me acerqué al objeto que recibe a los visitantes: la máquina de escribir mecánica. Yo había visto que Gabriel Guerra Castellanos, hijo de nuestra amada escritora, comentó lo siguiente: “Si tuviera que escoger uno entre todas las cosas que tengo de mi madre, sería la máquina de escribir. Todas las tardes regresaba ella de la Embajada de Israel, de su trabajo formal, y se encerraba un rato a escribir. Yo escuchaba el tecleo y, cuando terminaba, era mi señal de entrar o asomarme”. Ah, qué objeto tan simbólico, tan necesario, la máquina mecánica le permitía evitar el fastidio de escribir a mano, con una escritura (todo mundo lo reconoce) que era ilegible y que sólo los expertos en paleografía pueden traducir. Tontín se acercó como si fuera un monje tibetano, de puntillas, dejó de cantar el heigh ho, heigh ho, y vio el objeto. ¿Qué? Esta no es la máquina que usó en Israel, no es la máquina que estuvo expuesta en San Ildefonso, la verdadera máquina. No, oh, qué desilusión, la máquina que llegó a Comitán es una máquina chimuela, sholca. ¿Ya viste? Le faltan teclas. Pero, Tontín hizo una catafixia, como si estuviera en programa de Chabelo y cambió su cara de insatisfacción por una juguetona. Entendió que todo era como un juego maravilloso. A esta máquina le faltan tres teclas, la de la f, la de la l y la de la ñ. Sí, los curadores invitaron a la audiencia a un juego, cómo no, si la exposición era para honrar a una inventora de historias. Y el juego fue a más, porque en el lugar de la f colocaron la tecla de la g, un poco como si al escribir foco, apareciera goco. Oh, qué simpático, dijo Tontín, heigh ho, heigh ho. Vos sabés que hay teclados que omiten la eñe, ¡Dios mío!, teclados que en lugar de escribir año escriben otra palabra, un poco impúdica. Sí, dijo Tontín, esto es un maravilloso juego.
Así me recibió la exposición. Di gracias a quien hizo favor de traérmela a Comitán. Después de este intercambio inesperado, busqué los lentes tan comentados, porque dicen que tiene un cristal quebrado, pero, dijera Doña Lolita Albores: “caso hay”, no vinieron los lentes.
Esta máquina de escribir expuesta no fue la que Rosario usó en Israel, no fue la que recuerda Gabriel. ¿De dónde sacaron esta máquina sholca? Andá a saber. Tal vez sí fue de ella. ¿De verdad? Ah, el mito, el juego.
Posdata: iba a seguir el recorrido, cuando recibí una llamada telefónica, me dio pena porque pensé que algún visitante podía molestarse con la bulla del timbre, pero descubrí que sólo yo estaba en la sala. “Sí”, dije, “voy para allá”. Oh, qué pena, el trabajo me exigía abandonar el museo. Bueno, pensé, ya vendré otro día. Salí, el sol estaba luminoso, bonito, alegre. Heigh ho, heigh ho, caminé, cantando, con pasos apresurados, como si lo hiciera en un sendero de un bosque maravilloso. Tontín estuvo en el museo de arte.
¡Tzatz Comitán!
