lunes, 3 de febrero de 2025
CARTA A MARIANA, CON TAMALIZA
Querida Mariana: llegamos a la hora del baile. Mi Paty y yo fuimos al Festival del tamal. Alrededor de la fuente estaban las carpas de las vendedoras y un templete donde tocaba el grupo musical “La compañía”, integrado por tres artistas, dos chicos y una chica guapa, de buena voz.
Llegamos a la hora del guateque. Un grupo de personas bailaba sobre la carpeta de juncia verde. La música era contagiosa, invitaba a celebrar la vida, mover los pies, alzar los brazos, recibir la lluvia cálida del sol.
Mi Paty comenzó a buscar los tamales de cambray, a lo lejos vimos una lona que los anunciaba. Ay, mi prenda, ya acabaron. ¡Cómo! Apenas era la una de la tarde. Volaron, como si fueran palomas refrescándose en la fuente. Corrimos a comprar en el puesto de Lupita Albores, no se fueran a acabar los de verduras, los de rajas. Alcanzamos (en casa los probó mi mamá y dijo: están sabrosos. Ah, qué alegría. Que viva la Virgen de La Candelaria y la Virgen del Confeti y de La Juncia).
Seguimos caminando, viendo la oferta culinaria, saludando a los amigos y amigas (a Malena Jiménez, iniciadora del festival; a Karen Sánchez, directora de turismo, del ayuntamiento; y a Diego Greene, director de cultura municipal; muy pendientes del acto, que estaba resultando un gran éxito, gajo de tambor bien afinado).
En un puesto frente al templo de Santo Domingo saludé a Jorge Guillén quien llevaba un vaso de café en la mano. Me dijo: “oí, dónde queda Cajcam, te pregunto porque escucho que lo mencionás, y el café que estoy tomando es de ahí, está muy bueno”. Le dije dónde queda (rumbo a La Independencia) y expliqué que hablo de Cajcam, con frecuencia, porque ahí viven Roberto Carlos, Cielo y Paty, integrantes del grupo editorial Arenilla. Jorge estaba tomando café orgánico de Cajcam. ¡Me cayó el veinte! ¡Por supuesto! El café que tomaba es producido por Melissa y Alermo, quienes tienen un espléndido huerto en Cajcam (K’in Balam) donde trabajan productos orgánicos de excelente calidad.
Cuánta vida. Qué alegre el Festival del tamal. Bajo el cielo, que era una palmera azul, recordé una “bomba” que viene en uno de los discos malcriados de Doña Lolita Albores,
que dice así: “no hay que darse a las congojas / aunque nos traten muy mal. / No hay que aflojar el tamal / aunque se pudran las hojas”. ¡Bomba, bomba! Cotz con los marimberos, pero los marimbistas llegarían más tarde. A esa hora “La compañía” sembraba notas en las lajas y en la juncia y varias personas movían su cuerpecito, como acomodando las tripas para que cupieran los tamales de bola, los de hoja, los de chipilín, los de momón.
Vi rostros contentos, sonrisas de papel de china, oleajes de alegría, retumbando en el espíritu y en el corazón.
Llegamos a la hora en que el aire hacía una pausa, a la hora que el potro del sol saltaba por encima de todos los puentes. Llegamos con las manos vacías y regresamos con un itacate lleno de tamales. ¡Qué bendición! Maíz sagrado, olores llenos de fiesta.
Posdata: la tradición se vistió con hoja de maíz, vuelo de golondrina, de chinchibul. Buena iniciativa.
¡Tzatz Comitán!