miércoles, 9 de julio de 2025
CARTA A MARIANA, CON HISTORIAS QUE SE CUENTAN SOLAS
Querida Mariana: ¿ya viste qué hermosa trajinera? Es como si algo de Xochimilco hubiese llegado a Comitán. Estuve en el restaurante 1813, cocina mexicana, y hallé esta bonita trajinera con un lema maravilloso: “cocinando historias”, lema que evoca la tradición, que siembra el recuerdo del fogón en casa de la abuela.
No siempre reflexionamos acerca del mundo de la gastronomía. Todos los seres humanos participamos del acto de yantar (diría El Quijote), nos sentamos ante la mesa y disfrutamos las exquisiteces preparadas en las cocinas de las casas o de los restaurantes. A mí me encantan los restaurantes que tienen la cinta que nos reconforta, el 1813 es uno de esos espacios agradables, un espacio donde cocinan historias, porque cada platillo y cada bebida tienen la pretensión de volverse una experiencia vital, instante que sea como el disfrute de recorrer los canales donde el agua fluye sin trabas.
En los años setenta íbamos a Xochimilco con los amigos, trepábamos a una trajinera, escuchábamos la música, de marimba o de mariachis, las cervecitas aparecían en forma mágica a la hora que sacábamos los billetitos, y, también, aparecían las charolas con los antojitos. Los billetes tenían imágenes diferentes a las que aparecen ahora, ahora los billetes de cincuenta pesos tienen un ajolote, animal prodigioso que tiene a Xochimilco como su casa favorita. ¿Recordás que a nuestro amado Julio Cortázar le fascinaba el ajolote? Escribió un cuento muy bonito.
Cuando nos sentamos en la mesa para seis comensales, en el 1813, tuvimos la trajinera enfrente y aparecieron las exquisitas botanas: carraca, ensalada turula, la maravillosa butifarra (natural o en aguachile), tripa de res o el chamorro chiapacorceño, que se acompaña con un puré de plátano y delicioso adobo). Este chamorro chiapacorceño sólo lo encontrarás acá. Yo, me conocés, sólo bebo limonada sin azúcar, pero me acerqué a la barra, con mi amiga Karla, quien ofreció a mis amigos una bebida sensacional: tenocté, que lleva posh, limón, miel de abeja y licor de naranja. Para salir de lo tradicional.
¿Ya viste lo que dije al principio? Vi la trajinera y reviví la experiencia de estar en Xochimilco y, con la bebida que sirvió Karlita, Comitán recorrió la savia de mi espíritu: tenocté.
En el 1813 cocinan historias, son sabios, saben que los seres humanos estamos hechos de eso, las historias nos forman, nos dan identidad. Este restaurante nos recuerda en cada visita, en cada degustación, el año donde Comitán recibió el nombre de ciudad.
No siempre reflexionamos en la magia que aparece cada vez que las manos preparan un platillo. ¿Cuántos ingredientes? ¿Cómo se mezclan para hallar la mixtura ideal, el óptimo sabor?
1813 invita a vivir la experiencia de sus platillos, a viajar por la trajinera del sabor, a olvidarse del trajín diario; invita a caminar por un túnel verde, formado con árboles llamados truenos.
Todo es muy agradable. 1813 cocina historias y nosotros, los comensales, escribimos las nuestras con momentos sublimes.
Siempre que voy al 1813 me siento muy bien. El servicio es muy afable y la música ambiental es como un abrazo afectuoso.
Posdata: ¡el mojol de lujo fue la celebración de un cumpleaños en una mesa cercana! Ya me conocés, me emocioné, terminé llorando. En el 1813 celebran a los cumpleañeros, un trío de meseros (muy bien acoplados) cantan las mañanitas, con el acompañamiento de maracas, confeti, pastel (¡mordida, mordida!) y pasan una piñatita para que el festejado intente quebrarla. Al final los cantantes le dijeron que ya se había terminado su tiempo y uno de ellos deshizo la piñatita y cayeron los dulces. Sí, lloro por todo. El cumpleañero se emocionó, pero no tanto como yo.
¡Tzatz Comitán!