domingo, 19 de octubre de 2025

CARTA A MARIANA, CON UN MAR

Querida Mariana: me conmueve. Releo El Quijote. Este libro me conmueve. Ahora hago una lectura tachilgüil, leo a Cervantes, leo a Vargas Llosa y a la Yourcenar. Ah, qué deliciosa mezcla. ¿Me hago bolas? No. Son tan grandes que sus ríos son únicos y permiten navegar sin confusión. Leo tantito a Cervantes, me bajo en una orilla y ahí trepo al barco Yourcenar y navego con un disfrute sin igual. Ha sido desde siempre. Por eso me encanta leer. Y ahora el destino me permite leer a tres grandes, los leo por cachitos, como si probara un pedazo de chimbo y luego probara un poco de una galleta de avena y luego una panelita. Ah, qué disfrute. El Quijote me conmueve, también la Yourcenar logra conmoverme; el Mario me lanza a la reflexión. Me apena decir pues que acá dejo mi definición de quién es más grande que otro. No seás mala, no me pidás que lo escriba, ya dejé una pista. Los grandes me conmueven. Y, la verdad, me gusta más estar conmovido, que sentirme listo ante reflexiones. El Quijote me lleva de la mano por las aventuras del loco magnífico. ¿Mirás lo que digo? Mi guía en este periplo es un loco, un hombre que enloqueció por tanto leer libros de caballería. Tal vez por esto, el médico que atendió al niño Julito Cortázar recomendó a la mamá que evitara que Julio leyera tanto, porque corría el peligro de enloquecer tantito. Por fortuna, Julio no hizo mucho caso a la recomendación y siguió leyendo y al final terminó siendo también un gran utopista. Como Julito pasó de ser lector a escritor, sus textos, igual que El Quijote, nos ayudan a vislumbrar un mundo menos reflexivo, con menos aristas de piedra, con menos alambre de púa. Los grandes conmueven. Ahora que releo El Quijote me topé con un pasaje que, sin duda, recordás: donde Don Quijote es enjaulado. Oh, qué pena. La primera vez que leí este pasaje pensé en el héroe como un canario enjaulado, pero ahora, ya más viejo, sentí mucha pena porque vi al anciano atado de pies y manos encerrado en una jaula como si fuese un león viejo, un león de esos que llegaban a Comitán en los circos cansados cuyas carpas levantaban a la vera de la carretera, en los sitios donde había magueyales. El “encanto” de ir al circo exigía que antes de entrar a la carpa y buscar un asiento en las gradas uno pasara a ver a los animales, recuerdo que el león, flaco, con aroma de viejo olvidado, estaba en una jaula, porque era un animal peligroso. Así vi al Quijote en esta relectura, pero pregunté por qué va enjaulado, él no es un animal peligroso. ¿A poco son peligrosos los hombres que van tras la utopía? ¿A poco deben ser enjaulados los hombres que buscan un poco de justicia en el mundo? Los leones del circo estaban enjaulados. A los niños nos estaba prohibido acercarnos a las jaulas, veíamos a los animales desde una cierta distancia, porque a pesar de que los leones estaban famélicos, los cuidadores advertían que su naturaleza los obligaba a matar a niños desobedientes. Vi que ahí, ante el temor de terminar como filete en las garras de un león, los niños obedecían como jamás lo hicieron en el salón de clases o en las casas. Estoy conmovido. Me duele ver al Quijote encerrado. ¿Por qué lo encerraron? Porque fue la forma que hallaron el cura y el barbero para regresarlo a su casa. Ellos, en buena onda, desean que vuelva a casa, les preocupa la locura de Don Alonso Quijano, así que lo enjaularon y Don Quijote piensa que esto no es más que otro encantamiento. En realidad, es un encantamiento lo que los lectores hacemos cuando leemos El Quijote, todo mundo termina encantado, rendido ante el genio de Cervantes. Cuando uno lee El Quijote entiende el término Clásico que se aplica a los grandes libros que han sido bordados en el gran chal del mundo. Posdata: leo El Quijote, leo El laberinto del mundo y leo La llamada de la tribu; leo a Cervantes, a la Yourcenar y a Vargas Llosa. ¿Ya mirás qué leo? Leo novelas y ensayos lejos de los mundos violentos que ahora son tan del gusto de miles de lectores. Cada lector elige en qué burbuja estar, a mí me encanta navegar por ríos apacibles, disfruto ver las orillas donde crece la siembra, donde los pájaros vuelan, donde logro escuchar el rumor de las hojas que mueve el viento. Ahora que escribí la palabra rumor recordé que el Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos 2025 fue obtenido por el escritor chiapaneco Gabriel Velázquez Toledo. Me dio gusto saber que en el año donde el mundo celebra el Centenario del Nacimiento de la pichita amada, haya sido un escritor de estas tierras quien consiguió el galardón, porque esto demuestra que el río sigue fluyendo con aguas luminosas. Gabriel vendrá al pueblo ahora que se realice el Festival Internacional de Arte y Cultura que lleva el nombre de Rosario, vendrá a recibir el premio, a recibir el aplauso que lo reconocerá como el merecedor de este galardón. No he leído nada de Gabriel, salvo el ensayo que mencioné en días pasados donde hizo, junto a Silvia Álvarez Arana, un estudio y selección de poemas de Rodulfo Figueroa, pero su ficha biográfica dice que es experto en novela negra. La novela que obtuvo el premio de novela breve Rosario Castellanos tiene por título: “Los murmullos de la selva”. ¡Tzatz Comitán!