viernes, 7 de noviembre de 2025
CARTA A MARIANA, CON UN LIBRO DE CLARITA
Querida Mariana: Clara del Carmen Guillén es poeta, también borda otras vainas creativas. Su libro más reciente de poesía es: “Menú de laberintos”.
¿Mirás qué título? Como si la vida fuera un espacio dónde elegir el camino, como si la vida diera opciones para ir por la izquierda o por la derecha o por el centro. Por supuesto que en este menú queda demostrado que la vida no es tan simple, está llena de laberintos, donde todo mundo necesita su hilo de Ariana.
La poeta busca hallar su centro, el punto nodal que permita el vislumbre de una respuesta. La poeta Clarita dividió este libro en apartados: Memorial de cuarentena, Ciudad que cicatriza, Memorial de la piel y Casa sin sueños. El menú de laberintos es tan amplio como la memoria, como el tiempo.
La poeta, en el último apartado, con un verso descubre un mundo. Ella pregunta: ¿qué hace una casa sola? Los lectores nos acercamos a esta interrogante como perros en duelo. Unir ambos conceptos es demoledor. La casa, por esencia, querida mía, es por definición la convivencia. Vos y yo sabemos que los seres humanos son constructores por naturaleza, la poeta ha construido este libro como una casa y ha convocado a las palabras a unirse en torno al fogón, a hacer rondas en el patio, a jugar escondidas en su menú de laberintos, en su propuesta de múltiples sendas. En el libro de Clarita la interrogante cumple la función de lazarillo, sabe que los hombres y mujeres no tienen la certeza de hallar el centro, el quid de la vida. ¿Qué hace una casa sola?
La poeta, imaginó, se paró ante una casa comiteca, de esas que fueron el chal en la infancia y vio el deterioro, el muro ya cansado, como viejo. Y vio que la casa ya no tiene la vocación que la llevó a ser esencia, ya nadie la habitaba, por eso, en un momento, como si fuera un colibrí su mente voló y se posó ante la flor del misterio y se preguntó: ¿qué hace una casa sola? Una casa que no sirve ya para lo que fue construida, ¿qué hace una casa sola en medio del tráfago diario de este siglo XXI? Ni siquiera recordar los momentos donde fue espacio para la convivencia, para el juego, para los festejos en el patio, llenos de juncia y con los manteados para que los invitados no sufrieran con el frío de la madrugada.
En el siguiente verso, Clarita completa el concepto de soledad, dice: “¿qué hace una casa sola / sin fantasmas ni sueños…” Ah, qué tragedia, porque en Comitán, como en los demás pueblos del mundo existe la certeza de que las casas desocupadas, las llenas de silencio, están habitadas por fantasmas. La casa que Clarita expone en el poema “Casa sin sueños” no tiene fantasmas. Cuando leí esto, querida mía, pensé que esta casa quedó vacía de tanto vacío, ni siquiera le quedó el consuelo de espíritus chocarreros que hacen travesuras a los vivos. Nada, ni siquiera una lucecita que vuela para que los de afuera piensen que ahí habita una entidad misteriosa. Nada. ¿Qué hace una casa sola?
Clarita completa el verso y se atreve a responder dentro de la misma pregunta, ella dice que esta casa no guarda más que tiempo en sus paredes muertas.
Entonces, el lector pregunta: ¿el tiempo no es un habitante? ¿No es el que nos habita día a día, minuto a minuto, instante a instante? ¿Acaso no es el único habitante que fue carcomiendo la casa por dentro, la que, sin hacer uso de barretas o picos, fue socavando las paredes, eliminando su vitalidad?
Posdata: Clarita del Carmen Guillén se paró frente a una casa, casona comiteca, y, con su mano, pepenó palabras para definir lo que su espíritu sentía y nos lo comparte en su libro más reciente, recentísimo, publicado en octubre del veinte veinticinco, año glorioso donde celebramos el Centenario del Nacimiento de la poeta mayor de estas tierras.
¡Tzatz Comitán!
