sábado, 3 de mayo de 2025
CARTA A MARIANA, CON JUEGO
Querida Mariana: el juego es esencial. En la vida del ser humano el juego siempre está presente. Cuando hablamos de juego la primera imagen que aparece es el recreo en la escuela. Después de estar sentado, oyendo las explicaciones del maestro, que si dos más dos es cuatro; que Belisario Domínguez llegó a ser Senador de la República; que Alejandro Magno fue un gran estratega en las batallas, que Madame Curie fue pionera en el campo de la radiactividad; que el río que divide a Chiapas y Guatemala se llama Suchiate; que… de pronto se escucha el ruido de la chicharra y todos los alumnos guardan sus cuadernos, lápices y salen en tropel hacia los patios de la escuela. El juego aparece entonces en toda su magnificencia, el juego adopta el rostro de cuerda para saltar, de pelota para patear, de balón para encestar, de canica para jugar timbirimba, de caleidoscopio para ver figuras increíbles, de libro con imágenes para leer, de celular para jugar videojuegos.
Esa es la primera imagen, porque todo mundo recuerda sus años infantiles y los juegos en los recreos. Porque la escuela permite la convivencia entre compañeros y amigos. El juego es tan genial que permite que alguien lo realice en soledad, pero cuando hay más gente el juego se abre como un abanico que es como un sol, como una laguna llena de pájaros.
No todos los juegos son manifestaciones ruidosas, hay juegos como el ajedrez donde la reflexión y el análisis se imponen y el silencio es un compañero que se agradece, lo mismo sucede con la lectura.
¿Todos los juegos pueden jugarse en forma solitaria? Pues si uno le echa un poco de imaginación es posible jugar de todo sin necesidad de compañeros, pero, insisto, la compañía hace más agradable el juego.
Ya mencioné la lectura y tal vez es una de las actividades lúdicas que son más intensas en soledad. Hay clubes de lectura en todo el mundo, acá en Comitán ahora existen varios y son muy interesantes, los asistentes acuden para compartir una lectura en voz alta, para enriquecerse con diversos comentarios. Nunca he asistido a uno, porque ya sabés que soy escaso y soy díscolo. He sido lector por muchísimos años y me gusta jugar en solitario (no estoy hablando de onanismo). Para mí, la lectura de libros es uno de los juegos más divertidos del mundo, pero no necesito acompañante alguno para ejercerlo, al contrario, exijo un espacio libre de interrupciones. Tomo un libro, lo abro y me sumerjo en él, como los grandes buzos lo hacen en las lagunas o en bahías.
Ahora, las innovaciones tecnológicas han ampliado el espacio del juego. Antes, los niños se reunían en la calle del barrio, colocaban dos piedras en cada extremo e improvisaban una maravillosa cancha para el fútbol, mirabas a los niños correr de un lado a otro, mientras otros, sentados en las banquetas, gritaban ¡gol!, o mentaban madres cuando el delantero fallaba el tiro. En estos tiempos he visto a niños que juegan fútbol en forma virtual, se sientan ante una pantalla, activan el video juego y pueden, ¡qué prodigio!, conectarse con otros jugadores en cualquier lugar del mundo y echan partiditos internacionales, porque el de casa puede jugar con la camiseta del Barcelona y el contrincante ser hincha del Real Madrid; esto para hablar del fútbol profesional español, pero también hay juegos entre el América contra el Guadalajara y así hasta el infinito. Los niños de ahora juegan fútbol sin salir de casa, sin rasparse las rodillas, sin mojarse a la hora que llega el aguacero. Pueden jugar solos, porque los amigos de juego se encuentran en las salas de sus casas. Hay ocasiones, me han contado, que los amiguitos de juego son soberanos desconocidos.
Los expertos dicen que el juego propicia la convivencia y ésta el conocimiento que lleva a la amistad. Sí, en mis tiempos de niño no faltaba el jugador que pedía permiso para entrar a jugar la cascarita con niños que le eran desconocidos. Apenas comenzaba el juego un hilo de complicidad se extendía y al término del partido el desconocido ya había sido aceptado por unos (sobre todo si demostraba aptitudes a la hora del drible o a la hora de chutar a gol). El juego permite la convivencia y ésta alienta la amistad.
El otro día, Pau y yo caminamos por la calle donde vive el ex gobernador de Chiapas, Don Roberto Albores, mientras nos acercábamos al templo de San José, Pau dijo que fuéramos a la placita que está enfrente, donde está la escultura de los músicos que realizó el gran escultor comiteco Luis Aguilar. Nos paramos un rato, le dimos vuelta a la escultura y como Pau llevaba un ejemplar de la revista Arenilla la colocó frente a la pianista como si fuera una partitura y ella la tocara. Siempre que paso por ahí, pienso en Doña Leticia Román de Becerril, quien fue pianista. Pau, siguiendo el juego, porque era un juego lo que estaba proponiendo, me preguntó cómo sonaría la partitura de nuestra revista. Sonreí y le dije que era un juego muy interesante, porque la revista Arenilla es tan diversa en sus artículos que imaginé que sería como una espléndida composición musical interpretada por excelentes músicos de concierto. Cerré tantito los ojos y casi casi escuché los violines, el fagot, los timbales, las cornetas, el arpa, el piano y el triángulo.
Pau también sonrió, dijo que era un bobo, porque no había dicho la marimba. Además, dijo que había hecho falta el viento que todas las mañanas, como si fuera un colibrí, vuela por Comitán. Pensé que también había hecho falta el sonido de las campanas y del papel de china cuando lo colocan en el atrio del templo de San Caralampio.
Juguemos, me dijo Pau. Le dije que sí, que ya habíamos empezado. No, dijo Pau, aún no comenzamos, el juego inicia cada día. Entonces, mirá lo que propuso, que todos los días, de acá en adelante pasáramos a la placita de San José y colocáramos un libro diverso, frente al teclado de la pianista, Doña Lety, y cerráramos los ojos y escucháramos la música que existe en cada libro, en cada cuento, en cada novela, en cada poema. ¡Genial!, le dije. Ella preguntó con qué libro comenzaríamos y yo dije que podría ser uno de Doña Lety Román de Becerril, que además de artista musical también fue escritora y propuse que fuera “Las anécdotas de papá. Cuentos para leer en familia”, que es un libro homenaje a su papá donde comparte anécdotas que contaba su papá. Pau dijo que estaba bien, que se valía escuchar una sonata y luego leer en voz alta una de las anécdotas. Entonces dijo que, como estamos en el año Rosario Castellanos Figueroa, deberíamos, al siguiente día, llevar un libro de poemas de la escritora comiteca. Sí, le dije. ¿Qué poema leeremos?, preguntó y yo dije que podía ser el poema breve “Palmera”, ese que comienza así: “Señora de los vientos, / garza de la llanura / cuando te meces canta / tu cintura”. Y ya emocionado dije que al otro día llevaríamos un libro de poesía del gran Jaime Sabines y leeríamos el poema que nos regaló en forma generosísima y que inicia así: “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán? / ¿en mayo, en la quietud, en la frescura, / en el aire?, ¿qué es el aire de Comitán / en la frescura del amanecer en el aire?”
Como si fuéramos chinitas brincoteando en el parque, picoteando migajas de panito, comenzamos a decir títulos de libros para nuestro juego, mientras lo hacíamos, Pau dijo que nos calláramos tantito para escuchar lo que la pianista estaba interpretando. Como el ejemplar más reciente tiene un reportaje de dos exitosos empresarios de la construcción, escuchamos el tintineo del metal y el sonido refulgente de la soldadura, que era una combinación especial como de badajo con tos sobre una campana novata.
¿Oíste, tío? Sí, dije. Un automovilista con el sonido altísimo se paró en la esquina y la música moderna, la de punchis punchis, se introdujo como un chalequero en el concierto, pero no fue desagradable, porque en cuanto avanzó el sonido se perdió, como si hubiera caído en un barranco. El juego que jugábamos tenía al sonido como el eje fundamental, nuestro sentido de oído se magnificó y todos los sonidos comenzaron a tener preeminencia. Llegó un instante que Pau me dijo que había escuchado algo como un silbato de barco y yo dije que sí, que también había escuchado cómo caminaban las nubes y vimos hacia el cielo. Todo era una deslumbrante mañana. Pau dijo que ya, que debíamos continuar la ruta. Sí, dije, muy a mi pesar, porque la habíamos pasado muy bien.
Posdata: a veces me tocan amigas juguetonas, que comparten el instante conmigo y agradezco a la vida la oportunidad.
¡Tzatz Comitán!