martes, 14 de mayo de 2024
ACTO INAUGURAL
Llamaron a todos los niños. Los maestros los formaron y, al paso de uno, uno, uno, los llevaron a la parte posterior de la escuela, donde había un grupo de señores y señoras, ellos con saco y corbata, ellas con faldas rojas, blusas blancas y moños rojos, algo como una burbuja los mantenía unidos. Los niños fueron colocados frente a la comitiva de adultos. Las señoras, como si se hubiesen puesto de acuerdo, abrieron sus bolsos y sacaron abanicos. Los señores, también como si se hubiesen puesto de acuerdo, sacaron puros de las bolsas de las camisas, hincharon sus mejillas al prenderlos y una gran bola de humo los rodeó. Los niños supieron que los abanicos eran para soportar el humo y no para refrescarse, porque la mañana estaba gris y húmeda.
Después que el director dio la bienvenida a la comitiva de señores y señoras, el que portaba una bandera la inclinó para que dos muchachos se acercaran a la resbaladilla y sostuvieran una cinta que fue cortada por tres señores y dos señoras. Los maestros dijeron a los niños que aplaudieran más fuerte, que demostraran agradecimiento a quienes habían donado la resbaladilla.
Jamás en la escuela alguien se había atrevido a fumar, en el portón había un letrero que decía: “espacio libre de humo de cigarro”. De cigarro, bromeó un alumno, no dice de puro.
La resbaladilla, nueva, estaba pintada de color café. Un maestro dijo que así no se notaría el óxido del tiempo.
Que se subiera un señor, dijo el director. Sí, sí, corearon los demás y los niños, obligados por los maestros, dijeron: sí, sí, que se suba.
La nube de humo se había concentrado, la resbaladilla estaba como en medio de una burbuja de niebla. Los señores se quedaron viendo, hasta donde el humo se los permitía y la mayoría señaló al más gordo y mayor de edad. Sí, aprobaron todos, que él fuera la persona que estrenara la resbaladilla, que, según palabras del director, propiciaría horas de felicidad a los chiquillos.
La escuela era especial para varones y no contaba con un espacio para hacer deporte. La resbaladilla la habían colocado al lado de los sanitarios. Las señoras intensificaron el movimiento de sus abanicos, porque una peste de orines y caca flotaba en el entorno.
El señor elegido apagó el puro, se quitó el saco, se arremangó la camisa y caminó hacia la resbaladilla. Si la resbaladilla resiste, aguantará todo, dijo un maestro.
El señor puso sus manos en los tubos, colocó un pie sobre un escalón de metal, y una señora, todos dedujeron que era su esposa, colocó sus manos en el enorme trasero del señor y empujó. No resistirá, dijo un maestro. La resbaladilla chirriaba a cada paso del señor. Se está inclinando, dijo otro maestro. La resbaladilla quedó coja, como si fuera hija de la Torre de Pisa. No aguantará, dijo el primer maestro. El señor hará un hoyo como si cayera un meteorito, dijo el segundo maestro. Todos los niños apostaban a que era cosa de segundos para que la resbaladilla se hiciera añicos.
El señor ya había llegado hasta la parte más alta, en medio de aplausos. Se acuclilló para sentarse, ese movimiento hizo que la resbaladilla se reacomodara en su vertical, pero que se hundieran las patas traseras y, como si fuera un balancín, la parte delantera quedara al aire. A la hora que resbale hará que su peso lo acomode, dijo otro maestro.
A la una, a las dos y a las… gritaron todos. ¡Tres!, dijo el señor de la resbaladilla, y soltó su cuerpo de hipopótamo, pero no se deslizó.
Su trasero desgajó los laterales de la resbaladilla, los tornillos que detenían la lámina de bajada brincaron como tapones de sidra y el señor y la resbaladilla se precipitaron al suelo. Todos vieron cómo se resquebrajó la pecera formada por el humo, por esa grieta entró la nube de polvo.
Los niños, con las manos en las bocas, deteniendo las carcajadas, se hicieron para atrás, mientras los adultos corrían a levantar al padrino de inauguración.
Al otro día llegó una cuadrilla a levantar los fragmentos de la resbaladilla. Los mecenas se comprometieron a enviar una más resistente, pero jamás cumplieron.
Lo único que quedó fue el hilarante recuerdo y una inmensa bola de humo que jamás se desinfló, con el tiempo se cristalizó y ahora, en navidad, la usan como esfera llena de lucecitas, aunque sigue conservando un aroma desagradable de hoja de tabaco.