miércoles, 22 de mayo de 2024

CARTA A MARIANA, CON UNA ESTATUA

Querida Mariana: la estatua de Belisario Domínguez que está en la entrada de Comitán ¡es enorme! Esa estatua estuvo en el centro del parque en los años setenta. La estatua era enorme, pero no apabullaba. Los chicos y chicas de entonces nos sentábamos alrededor. La Torre Eiffel es mucho más grande, mucho; sin embargo, quienes caminan a su lado no se sienten amenazados, al contrario, ven hacia arriba y se maravillan con el genio humano. Tal vez los chicos y chicas de los años setenta, en Comitán, sentíamos lo mismo. Nos parábamos cerca de la base y nos maravillábamos ante ese bronce gigantesco. La pura base era más alta que cualquier mortal comiteco. Luis Ortiz, que es un hombre que casi supera los dos metros de altura, era más chico que la base. Encima de la base se levantaba la escultura pedestre. Luis Aguilar, nuestro escultor, dice que la estatua no corresponde a los cánones de la figura humana. No sé. Mis amigos y yo nos sentábamos en bancas cerca de la enorme escultura, no nos hacíamos la pregunta de la proporción. Lo que sí reconocíamos era que su altura correspondía a la grandeza de lo que representaba: el máximo héroe civil de la patria, el paisano que ofrendó la vida por los ideales de libertad. Casi puedo asegurar que todos los días aprovechábamos un rato para sentarnos a su vera, a su sombra, sombra enorme, como la que señaló el poeta a la hora que se unían las sombras: “…y eran una sola sombra larga, una sola sombra larga, una sola sombra larga”. La escultura era enorme (es), la sombra que proyectaba era más intensa, se unía a las sombras de los árboles. Crecimos viendo la estatua de tío Belis, cuando el gobierno hacía un homenaje por aniversario de su nacimiento o de su muerte, colocaban flores en la base y los oradores se aventaban sus rollitos, siempre estimulantes, reconociendo la grandeza del comiteco. A cada rato escuchábamos que Belisario dijo que si cada uno de los mexicanos hiciera lo que le corresponde la patria estaría salvada, y sabíamos que cada uno de nosotros era mexicano y debíamos hacer lo que nos correspondía. Mi papá siempre me recordaba que mi única obligación era estudiar, el estudio era lo que me correspondía hacer. ¡Chin! Me daba cuenta que no estaba cumpliendo con mi obligación, le estaba fallando a mi padre, a mi patria, me estaba fallando. Tanto lo escuchábamos que una piedrita se instalaba en la conciencia y, al momento de acostarme, la conciencia aparecía y, como si fuese Belisario Domínguez, me decía: ¡haz lo que te corresponde, cabrón! Tío Belis tenía razón. Parece que en países de primer mundo, todos hacen lo que les corresponde y por eso tienen las patrias que tienen. En este país medio mundo se hace tacuatz, bueno, con decir que hay gente que no tiene idea de cuál es su obligación y cuál es el principio ético de tal encomienda. Cumplir con una encomienda obliga a hacerlo en forma honesta. En este país, ¡uf!, muchas personas son deshonestas, porque no cumplen a cabalidad, esto hace que nuestra patria esté resquebrajada. Crecimos viendo la enorme estatua de Belisario Domínguez, estaba a la mitad de nuestro parque central, era el personaje principal. La veíamos desde el Café Intermezzo, que estaba en una segunda planta; la veíamos, también, desde el balcón larguísimo de Nevelandia; la veíamos desde las puertas del billar que estaba al fondo de Nevelandia; y los políticos la veían desde el balcón principal del edificio municipal, desde ahí el presidente y sus subordinados escuchaban lo que tío Belis les decía: “cumplan con su encomienda para que nuestra patria se salve”. El personaje histórico se volvió algo cercano a nuestras vidas. Por eso lo llamamos tío Belis, era uno más de la familia. No sé si en el lugar de nacimiento de Miguel Hidalgo le llaman tío Migue. No lo sé, pero si así fuera sería un motivo de cercanía con los demás pueblos de México. O tal vez no y por eso ahora los chicos y chicas desconocen muchos aspectos de nuestra historia nacional, ven muy distantes a los héroes o no los ven. Los comitecos de entonces y también los de estos tiempos estamos emparentados con nuestro héroe. Ahora, pucha, sí tengo conciencia de lo que Belisario nos sigue diciendo: cumplo con mi responsabilidad, quiero contribuir a hacer grande a mi patria. Posdata: a veces suena como una pesadilla. Cuando hicieron la ampliación del parque, la estatua de Belisario fue cambiada de lugar, durante algún tiempo anduvo botada, ¡sí, tirada!, al lado de la carretera internacional. Hoy tiene un sitio de honor, recibe y despide a los visitantes y a los paisanos. Es una manera de recordarles que llegan a la tierra que parió al máximo héroe civil de México. A ver si el próximo presidente municipal hace la gestión para que en el parque central esté un busto de Belisario, para que las nuevas generaciones crezcan sin desconocer al héroe. ¡Tzatz Comitán!