lunes, 25 de noviembre de 2024

CARTA A MARIANA, CON UNA PRESENCIA LUMINOSA

Querida Mariana: la oficina de ARENILLA está en la planta alta de un edificio de dos pisos. Está en la misma calle donde está mi casa de infancia. Cuando salgo de la oficina recorro la misma calle para llegar al parque central, que está a cuadra y media. Soy de ese espacio. El otro día tuve la grata impresión de saber que un buen amigo también comparte este espacio. Dejé el trabajo que hacía en la computadora, me paré y salí al balcón. Miraba lo que todos los días sucede en la calle, el carrerío, las motos estruendosas, las mujeres que venden pitaúles y chinculguajes, los ciclistas, las chicas bonitas, los viejos que se auxilian con un bastón y el químico Enrique Solís. ¿Qué? ¿De verdad quien caminaba en la otra banqueta era el químico Enrique? ¡Sí, era él! Me emocioné al verlo caminar el pueblo. Tenía muchos años, muchos, que no lo veía. Él fue a radicar a la capital del estado y ahí montó su laboratorio. A veces teníamos noticias de él en el pueblo. Entre las noticias buenas se deslizó una horrible, el lamentable fallecimiento de su esposa, mi prima Luz del Carmen Bermúdez, hija de la tía Chita y del tío Javier Bermúdez, quienes tuvieron su casa en la misma calle donde estuvo la de mis papás, ellos enfrente de la Escuela Fray Matías de Córdova (donde ahora está El Turulete) y nosotros a una cuadra (donde ahora está el hotel que se llamó Jardín de Teresa, para honrar el nombre de tía Tere de Bermúdez). Me emocioné al ver al químico Enrique Solís, no me aguanté las ganas, con las manos sobre el barandal del balcón eché un poco para adelante mi cuerpo y solté el grito: ¡químico Enrique! Él buscó el origen del grito, su mirada vio hacia donde yo estaba, levantó tantito la cabeza y me descubrió. Pensé que debía presentarme, porque hacía tantos años: "soy Alejandro Molinari”, dije y lo vi sonreír. No dejé que mi emoción se detuviera y le dije que si llevaba prisa, que de lo contrario pasara cinco minutos a la oficina y dijo que sí, que pasaría. Paty Cajcam, que trabajaba en su escritorio, me dijo que bajaría a abrir y yo recibí al químico Solís en el descanso superior. Nos abrazamos, le ofrecí asiento, no recuerdo si también le ofrecí una bebida. Le dije que me daba mucho gusto verlo y él me dijo que ya estaba de regreso en el pueblo. Así me enteré que su laboratorio clínico está a media cuadra de la oficina de ARENILLA. ¡Ah, qué agradable coincidencia! El químico Enrique Solís me regaló más de cinco minutos. Le dije lo que ahora te digo a vos: que su presencia en Comitán es un regalo, porque toda la sociedad volverá a beneficiarse de su experiencia profesional. Su laboratorio está a media cuadra de la oficina. Anexo una foto tomada desde el balcón. ¿Ya te ubicaste? Enfrente del despacho de abogados está el Hotel Corazón del Café, y el laboratorio del químico Enrique Solís está en el edificio donde están los dos balcones y se ven dos farolitos. Enrique Solís vivió en la hoy desaparecida manzana de la discordia, la casa de sus papás estuvo frente al edificio del hoy Centro Cultural Rosario Castellanos (Escuela Secundaria y Preparatoria, en ese tiempo). Te he contado que muchas personas que tuvimos una cuerda de afecto con esa manzana seguimos lamentando que la hayan derruido para hacer la ampliación que hoy gozamos (ahí estaba la Proveedora Cultural, donde compraba las revistas de monitos y luego los libros, que fueron esenciales para mi formación profesional, además mi papá y mi mamá tuvieron el edificio que fue conocido como Casa Yannini, donde mi mamá abrió su tienda de estambres). Entendí más esa nostalgia con el relato del químico, emocionado me dijo que esa casa que les quitaron había sido construida con el trabajo de su mamá y de su papá, con parte de la ganancia de los panes que hacía su mamá para vender. Entendí un poco lo que significa construir algo con el sudor de la frente y ver, de pronto, que esa realidad es transformada, que una decisión gubernamental la quiebra. Pero el pueblo acá sigue y el químico Enrique Solís Cancino volvió, volvió después de muchos años de radicar en Tuxtla Gutiérrez, la querencia lo hizo volver. Posdata: platicamos sabroso, él es un hombre muy culto, sano, inteligente, de carácter agradable. Cuando nos despedimos dijo que iría a la famosa mesa de La Esquina de Belisario, donde un grupo de compas se reúne, me dijo que esa convivencia le agrada. Entendí que eso es como un buen vaso de vino, vitaliza, da sentido a la existencia. Disfruté saber que el químico Enrique Solís volvió a su pueblo, vuelve a poner al servicio de la sociedad su experiencia profesional. Lo celebro. Ojalá que no, pero si alguien de tus amigos o de la familia necesita que le hagan estudios, que no duden, que vayan con el químico Enrique Solís Cancino, a media cuadra de la oficina de ARENILLA, casi enfrente del Hotel Corazón del Café, a una cuadra del famoso Restaurante Alis. ¡Tzatz Comitán!