martes, 28 de octubre de 2025
CARTA A MARIANA, CON RECUERDO DE CIRO PERALOCA
Querida Mariana: nunca tuve compañeros sabios. Ahora, que todos los niños de la Matías somos viejos de sesenta y ocho años y un poco más, hago un recuento de mis compañeros y veo que no hubo sabios en el aula. Digo esto porque la mayoría son exitosos, profesionales y oficiantes que contribuyen al desarrollo del país, pero ninguno de ellos ha descubierto algo sensacional, debo reconocer que en los sesenta no tuvimos en Comitán a un sabio. Puede ser que ahora alguien esté al lado de un sabio en la escuela o, ¡qué prodigio!, ese alguien sea el sabio que descubra una ley universal y nuestro pueblo se sienta profundamente orgulloso de ese hijo. Sí, ya sé que me estoy viendo muy machista, muy Newton, muy Einstein, muy Da Vinci; me falta ver más “bax”, ver más Curie, más Hipatia de Alejandría, más Yourcenar. Sí, tenés razón, el sabio puede ser sabia, por supuesto. Los tiempos son otros, ahora, la famosa paridad exige que para un Guillermo Marconi se mencione a una Hedy Lamarr. Para que no haya duda recordaré que Marconi hizo la primera transmisión por radio, y Lamarr fue inventora de una tecnología que es la base del Wifi.
El otro día (ocioso) revisé una fotografía de un grupo de la Matías y fui señalando a cada uno de los compañeros. Explico el porqué del comienzo: en los años sesenta, en todas las escuelas, nos separaban a los varones de las niñas, éstas recibían clases en salones donde tenían a maestras como las conductoras y los niños teníamos a maestros como nuestros guías. ¿Por qué era así? Basta un ligero análisis para ver el error de la propuesta y hallar algunas respuestas a interrogantes del comportamiento de nuestras sociedades. Ahora veo a algunos grupos de chicas feministas que excluyen a los varones, tal vez como un tonto desquite por el famoso Club de Toby, club que aprendimos en las revistas de monitos donde las niñas eran excluidas.
No hubo sabios ni sabias en los años sesenta. Vi la fotografía de mi generación y repasé la vida de cada uno y hallé, como dije, muchas historias sorprendentes, pero que no estuvieron a la altura del genio. Digo esto porque el genio es alguien que tiene un comportamiento muy ajeno al común denominador, su mente está en otra dimensión.
Los genios están en todas las esferas sociales, en todas las actividades. Dicen los cronistas deportivos que Messi es un futbolista genial, desde pequeño fue dotado para tal actividad deportiva; a mí me tocó escuchar crónicas donde aparecía la genialidad del brasileño Pelé y ahora puedo ver documentales donde se ve al maravilloso jugador sobresaliendo sobre los demás. Tal vez la genialidad está signada por ello: es gente sobresaliente. Nunca estuve frente a un genio del deporte, hubo sí compañeros que eran buenos para el básquetbol y para el fútbol soccer, pero nunca llegaron a las grandes alturas, donde es territorio exclusivo de los grandes, de los sabios. Asimismo, tuve compañeros buenos para comer panes compuestos, compañeros sensacionales que sabían todo acerca del fútbol soccer mexicano, un compañero que era buenísimo para jugar el trompo y otro que siempre nos ganaba en el juego de canicas, pero, insisto, ninguno de ellos tuvo el aura del genio, porque nadie de ellos aparece en el libro de Récord Guinness.
Posdata: claro, como en ese tiempo estábamos cortos de miras, no faltó el que se vio deslumbrado por un compañero que siempre sacaba diez en todas las materias, que era bueno para el dibujo, para las manualidades y para el modelado de piezas en plastilina y terminó siendo conocido con el apodo del “sabioloco”, así, sin pausa, él hacía caso de ese mote y un día que lo encontré en la Ciudad de México, muchos años después a mitad de la gran Plaza Mayor, me gritó por mi apellido y antes de darme la mano dijo: Soy el sabioloco. Cuando me enteré que trabajaba como oficinista en una dependencia gubernamental, entendí que tampoco era quien iba a ser el orgullo de nuestra generación.
¡Tzatz Comitán!
