martes, 10 de septiembre de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN VIAJECITO

Querida Mariana: las bocinas replicaron el mensaje: “Bienvenidos a bordo. Que tengamos un buen viaje”. ¿Estábamos en un barco, en un avión, en un autobús? ¡No! Estábamos en el vientre materno. A partir de ahí el viaje inició. Ya sabés que hay una controversia en el tema del aborto. ¿En qué momento inicia la vida? Los que saben dicen que el prodigio de la vida se da en el instante donde el espermatozoide del padre fecunda el óvulo materno. ¡Qué maravilla! Sí, esa conjunción hace que la vida de un ser humano inicie; que debe ser lo mismo para los animales, aunque en el mundo animal hay algo que se llama partenogénesis, donde las hembras no necesitan el esperma del macho para tener crías. La Esperancita, cuando quedó embarazada, juraba que ella poseía el “don” de la partenogénesis, así lo gritaba a todo pulmón. Sí, muda, le dijo la nana, mejor decí que sos como la Virgen María. El viaje inició con la conjunción del esperma y del óvulo, que es el milagro de la vida. Por eso, tía Aurora decía que todos los días se daban milagros en el mundo. ¡Claro! En todas partes nacen criaturas, porque, gracias a Dios, la humanidad es arrecha. Hay mujeres que aseguran saber en dónde se dio esa conjunción, en una playa, en un motel, en un bosque, en una recámara, en el asiento posterior de un auto. Pues sí, es en el cuerpo de la mujer donde se da el milagro de la vida. Siempre pienso en esa maravilla que se da en el agua, donde los peces hembras sueltan los huevitos y los machos los riegan con esperma. ¡Genial! La Esperancita pensó en decir también eso para justificar su embarazo, que era como un pez hembra y que un fulano la había regado con su semen al pasar por un callejón. ¡Ay, Esperancita! ¿Es un viaje la vida? Parece que sí, el viaje más alucinante, el más prodigioso. Por eso, como en cualquier viaje existe el asombro ante lo bello, pero también el asombro ante el peligro, ante lo no advertido. El viaje de la vida tiene muchas sendas, jamás recorre un sendero derecho. A veces, los seres humanos hacemos una parada, en cualquier andén, pedimos una torta y un vaso de café caliente, nos sentamos en una banca y vemos hacia atrás, tratando de hacer una ruta de la memoria, para ver por dónde hemos transitado. No hay vida igual, cada ser humano ha tenido un viaje único, especial, por eso los enamorados dicen que es un privilegio compartir el viaje con la pareja, aunque ese compartir signifique estar unidos sin sentir lo mismo, los dos pueden compartir el asiento del tren, pero uno ve el paisaje por la ventanilla, mientras la otra revisa sus mensajes en el celular, el primero le comenta sobre el caserío que se ve entre la montaña y ella le comenta sobre el mensaje que le envió su tía Adolfina. Comparten instantes, pero cada ser humano tiene experiencias individuales inasibles. Como en todo viaje hay mucho por ver. La maravilla de la vida depende de la capacidad de asombro del viajero, hay cabrones que se duermen en el trayecto, en espera de llegar al destino; hay otros, más listos, que pepenan cada rayo de luz y lo injertan en su alma. Hay algunas viajeras, atrevidas, que se bajan en el primer aeropuerto, ya no toman la conexión, y disfrutan el país donde llegaron, conocen otra lengua (bueno, bastantes), tienen experiencias inenarrables (las guardan en su bitácora de historias secretas), comen y beben comidas y bebidas exóticas, se avientan en parapentes, nadan desnudas en muchas playas, trepan a bicicletas y ruedan por senderos llenos de árboles, pájaros y aires limpios. Cada quien vive su viaje, hay gente que se la pasa leyendo, mientras otras personas juegan voleibol o patinan o echan esgrima; hay gente que pinta, mientras otros visitan museos y adquieren obras en galerías de arte; hay gente que se la pasa rezando en los templos, levantando la vista, pidiendo clemencia a su Dios, oliendo la cera derretida de las veladoras, mientras otros, con la vista nublada, piden otra cerveza y le dan una nalgada a la mesera que viste una falda corta y tiene unos muslos fuertes, morenos, sudados, deseosos. La vida es el gran viaje. Hay quienes se la pasan viajando porque no les alcanza el suelo que pisan, necesitan otros espacios, saben que el mundo está para conocerlo, que nada deben perderse, todo es la gran experiencia; hay quienes viajan desde casa, no salen, todo lo aprehenden en libros, en viajes virtuales, en películas. Piensan que los otros, los intrépidos, han dedicado su vida para compartir lo que han visto o imaginado. Posdata: “bienvenidos a bordo, que tengamos buen viaje”. A veces hay tormentas a mitad del mar o en el vuelo; a veces se caen las escaleras donde subimos; a veces explotan los globos donde trepamos; pero, por fortuna, la mayoría de veces todo fluye en forma espléndida y los atardeceres son prodigiosos, nos llegan hasta la hamaca donde estamos tumbados, con un coco con ginebra en la mano. ¡Tzatz Comitán!