martes, 17 de septiembre de 2024

CARTA A MARIANA, CON UNA CINTA DE VIDA

Querida Mariana: siempre menciono a Quique cuando hablo de la afición al cine. Con Quique vimos decenas de cintas, pero también Jorge fue un compañero cinéfilo. Recuerdo una película en especial que vimos juntos en el Cine Montebello: Rocky, el gran Rocky Balboa. Dicha cinta se estrenó en 1976. En ese año, él y yo estudiábamos en la Ciudad de México, él en la UAM y yo en la UNAM. Tal vez vinimos de vacaciones a Comitán y fuimos esa tarde de 1976 o 1977 a ver a Rocky. Recuerdo la película, porque luego Jorge comenzó a imitar las “lagartijas” que Rocky hacía en sus entrenos. Jorge se ponía en posición horizontal sobre el piso y soportaba su cuerpo con una mano, así bajaba y subía. ¡Pucha! A mí me impresionaba porque Jorge, ya con más de veinte años, seguía jugando como cuando de niños salíamos del cine e imaginábamos ser Tarzán o el sheriff que se enfrentaba con los delincuentes. Jorge jugaba a ser Rocky, era un verdadero Rocky, con una mano detrás de la cintura y la otra en el piso, ¡abajo, arriba!, una y otra vez, hasta que el cuerpo pedía una tregua y su cuerpo reposaba en el piso, agotado, pero feliz. Un día, en los años ochenta, abandonamos la Ciudad de México. Jorge se casó y fue a vivir a Oaxaca, se separó años después y volvió al pueblo donde se casó con Lupita y tuvo dos hijos: Alejandra y Jorge. Hace algunos meses me llamó y, con su voz juguetona de siempre, me dijo: “fijate que tengo un poquito de cáncer”, un poquito, dijo. La última vez que nos vimos fue en una reunión con los amigos de la palomilla en el restaurante Tío Javi. Cuando entró vimos que estaba delgado. Parece que ya el poquito de cáncer había empezado a hacer su desmadre. Después de esa reunión, donde cotorreamos sabroso y comimos las botanitas del Tío Javi, un día, Popo Macal, quien siempre estuvo pendiente de la evolución de su proceso médico, nos dijo que lo había encontrado en un hospital del ISSSTE, en Tuxtla, donde fue para recibir tratamientos de quimioterapia. Quique dijo que sólo se “dejaba” con Popo, con nadie más compartió su proceso. Nosotros respetamos la decisión. Quien nos mantenía informados fue Popo. Un día vi a Popo en un restaurante de La Pila y me dijo que el compa Jorge estaba cansadito, que ya le costaba trabajo caminar. Un rato antes yo había recibido un mensaje de Jorge en el celular, me dio gusto, entendí que aún estaba en ánimo de cortar los aguacates del árbol de la vida, que su espíritu seguía haciendo “lagartijas” en el aire de la vida. Pero, la mañana del 16 de septiembre de 2024 recibí un mensaje de Popo donde informaba que Jorge estaba internado y su estado de salud era delicado. Su cuerpo parecía pedir una tregua intemporal. Jorge adelgazó mucho en su enfermedad. ¡Cómo no! A mí nadie me cuenta esa historia, ya viví la experiencia. No es sencillo. Todo mundo te ve como si dependiera de vos y te preguntan qué te sucede. ¡Qué va a suceder! Sucede que uno está agarrándose de la vida, evitando caer al pozo donde la muerte jala, la separadora, que dicen los portugueses. El mismo día 16 fui al mercado primero de mayo a las ocho de la mañana, en el parque hallé al cuñado de Jorge, y éste me dijo: “ya está en las últimas”, me dijo que su dolencia se agravó con una anemia brutal. A las doce del día, en el celular me llegó el mensaje del fallecimiento de Jorge. Su cuerpo se cansó, no volverá a hacer lagartijas, al estilo Rocky. Recuerdo que Jorge siempre fue muy cariñoso conmigo. En los años setenta, cuando estudiábamos en la prepa de Comitán, su casa (a una cuadra del parque central) era el lugar de reunión, bien para hacer los planos de la materia del arquitecto Roberto Zúñiga, en la amplia mesa del comedor, mientras escuchábamos la música de Barry White; o bien para, ver las funciones de boxeo los sábados en la noche, que acompañábamos con cervezas de bote. Su casa se mantiene con pocas variaciones, sus hermanas han tenido el tino de conservarla sin mayores transformaciones. Ellas son de los pocos habitantes de nuestra ciudad que tienen el privilegio de vivir en el corazón de la ciudad. Con frecuencia veo a Silvia y a Gaby dar vueltas en el parque, con sus chuchitos. Jorge se casó con Lupita y fue a vivir por el Infonavit, lejos del centro. Cuando sus hijos estudiaron el bachillerato en el Colegio Mariano N. Ruiz nos veíamos con frecuencia. Al término de los estudios de sus hijos, dejamos de vernos. Ya no nos veíamos, salvo en alguna reunión con la palomilla. La palomilla no está completa, se ha fragmentado, Miguel ya no está con nosotros, también lamentamos la ausencia de Memo, y ahora la de Jorge, querido amigo, con quien nos unía tantos hilos del bordado. Las idas al cine, las cervezas en la Jungla, las vueltas en su carro, los bailes en el Club de Leones, las borracheras en el departamento de Cuauhtémoc o en la casa de sus abuelos, tanto en la Ciudad de México como en Cuernavaca. Las idas a sus ranchos: Argelia y El Salvador, por la tierra caliente, o Las Cruces, en Las Margaritas. Posdata: Jorge siempre fue muy cariñoso conmigo, cuando se sentaba a mi lado, me daba unos ligeros toquecitos en la cabeza con sus dedos y estos toquecitos los acompañaba con sonidos que hacía con la boca como de mariposa jalando miel, su lengua como badajo divino. Yo me sentía bien, consentido, casi pichito. Descanse en paz mi querido amigo Jorge Antonio Pérez Velasco, quien fue un gran luchador, un Rocky comiteco. Nunca le hice cariñitos en su cabeza. Ahora busco una palabra que sea como un pétalo suave, una palabra que tenga el aroma de la tierra caliente, una palabra que aletee sobre su alma y refresque su memoria de buen hombre. Una palabra que sirva para darle mi abrazo, mi cariñito por siempre; una palabra para agradecer su amistad. Una palabra que sintetice la película de su vida: Fin. Y ahora ir a la sala para ver escenas de ese filme sorprendente, una y otra vez, así como bajaba su cuerpo al hacer “lagartijas”. No está bien este tipo de cartas, no es agradable, ¡al contrario, es de la chingada!, pero lo hago para honrar la amistad, la espiga de luz infinita. Dios bendiga. ¡Tzatz Comitán!