viernes, 18 de julio de 2025

CARTA A MARIANA, CON MIRADAS

Querida Mariana: Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, dijo que temía quedarse ciego. Él conoció de cerca a Borges y supo que la carencia del sentido de la vista es algo dramático para un escritor, para un lector. El sentido de la vista es un don de la naturaleza, gracias a los ojos podemos leer el mundo cercano y lejano. Sé que vos estás plenamente consciente de la bendición de la mirada. Tu pasión es el cine. Leés mucho acerca de esta vaina, reflexionás, escribís ensayos y, sobre todo, mirás mucho cine, mucho. Tu vida, desde hace años, tiene como centro al sentido de la vista. Vos no decís adiós, o hasta luego, vos, siempre, decís: “hasta la vista”, eso me encanta, es como colocar una pepita de oro sobre la mesa de la vida. Sí, la vista es un don divino, un tesoro. Gracias a la vista podemos hacer mil cosas. Yo bendigo a la vista, porque, además de todo, puedo ver tu mirada. ¿Mirás qué juego tan noble? Gracias a la vista vemos la mirada del otro, de la otra. De mirada, tal vez, no lo sé, viene la palabra mirilla, la mirilla es un espacio que se abre en forma sugerente en algún entablado. Gracias a la mirilla podemos ver lo que sucede en el otro lado. En la puerta de un departamento de la Ciudad de México gozamos de una mirilla, un pequeño círculo que tenía una lente, esta lente permitía ver hacia afuera con gran amplitud, casi como si fuera un ojo de pescado, esas lentes que usan los fotógrafos y que tienen una abertura de ciento ochenta grados. A mí me encantaba poner mi ojo en la mirilla y ver qué sucedía en el pasillo. Casi nunca pasaba algo, pero a veces veía a la vecina cargando la bolsa del mandado, la veía dejar todo en el suelo y buscar la llave. A mí me encantaba ese instante, porque ella no sabía que yo la veía. Así imaginaba que podía tener una mirilla en su habitación para ver lo que hacía en la noche, antes de dormir. El cinéfilo es un poco voyeur, ¿verdad? Le encanta ver. Todas las personas tienen alguna predilección, a mí me queda muy claro que vos sos voyerista, te encanta ver. Otras personas prefieren oír, los melómanos, por ejemplo; hay quienes aman el sentido del aroma, ¿recordás la novela “El perfume”? Ahí aparece un personaje que tiene un desarrolladísimo sentido del olfato. Hay gente que le encanta el sentido del tacto, son los tacteadores, son los que en el mercado o en el autobús reatacado se acercan a las chicas y las tactean. Vos y yo, que somos lectores, somos adoradores del sentido de la vista. A mí me encanta ir a los parques, llevar un libro, abrirlo, leerlo, mientras hago pausas y veo lo que sucede a mi alrededor. La gente pasa sin darse cuenta que ahí estoy, yo domino toda el área, ejerzo el maravilloso sentido de la vista. ¿Por qué los abogados tienen preferencia por los búhos? No lo sé, pero parece, digo sólo que parece, los búhos son observadores. Quien es observador es un amante de la visión. Los chavos de estos tiempos son adoradores de la imagen, nacieron y crecen en el siglo de la imagen. Ahora, con los chunches tecnológicos, la imagen está por encima de las demás opciones. La música siempre está acompañada por los llamados videoclips (no sé si así se siguen llamando, pero antes los videos que acompañaban a una canción así se llamaban). Por las mañanas, mientras hago mi taichí de viejito veo y escucho canciones en MTv (me gusta decir que veo y escucho “emtiví”). El gran Borges (enorme lector y escritor argentino) nació con alguna deficiencia, contaba que desde pequeño fue perdiendo la visión, fue algo degenerativo que no tuvo remisión. Fue una dolencia que heredó. Pucha, qué herencia tan jodida. Debió ser muy feo saber que cada día iba perdiendo la visión, sabía que una mañana, más tarde o más temprano, quedaría totalmente ciego. Uf. A veces pienso en nuestro gran artista comiteco Chemita, quien toca el bajo en la marimba del Ayuntamiento, alguna vez contó que él nació bien de la vista, pero algo le pasó de niño y algún familiar recomendó que el limón era bueno para curarlo, así que le pusieron gotas de limón en los ojitos tiernos y eso lo perjudicó. Qué pena. Posdata: el gran Borges terminó dictando su obra, porque ya no podía escribir, ya no veía. La historia también cuenta que el gran Homero era ciego. ¡Ay, Señor! Vos y yo, como Violeta Parra, siempre damos gracias a la vida por “los dos luceros que, cuando los abrimos, perfectamente distinguimos lo negro del blanco…” ¡Tzatz Comitán!