sábado, 15 de junio de 2024

CARTA A MARIANA, CON FESTEJO ESTILO OAXACA

Querida Mariana: desde hace años no como queso. Sí, me lo pierdo, porque el queso es exquisito, sobre todo los quesos chiapanecos. Ah, un plato con frijoles de la olla y quesito encima es, como dice el personaje de Derbez, ¡delicioso! Cuando comía queso comía de todas las variedades, pero uno de mis favoritos era el quesillo, que, entiendo, tiene su origen en Oaxaca. Y si nos vamos a ciudades favoritas debo decir que una de las mías es, precisamente, Oaxaca. Ah, qué chulada de ciudad. El otro día, el sábado 8 de junio de 2024, pasé por el parque de La Pila, como a medio día, iba en mi tsurito, con rumbo a San Sebastián. Antes había pasado por la casa de mi querida amiga Doña Conchita Pérez y miré el pizarroncito que cuelga en su puerta para avisar qué tipo de comida preparó para llevar. Veo a muchas personas que llevan su “toper” para llevar los riquísimos platillos que ella guisa. Por supuesto que sus preparaciones llevan queso. Hay muchas propuestas gastronómicas que tienen al queso como ingrediente fundamental. Al llegar a los chorros miré la enormísima ceiba y algo jaló mi atención. De una camioneta de redilas bajaban tres monigotes: un globo (como esos de Cantoya) que tenía pintados dos nombres: Andrea e Iván; los otros dos monigotes eran las figuras de los novios. Cualquiera pudo imaginar que eran dedicados a Andrea e Iván. Estacioné el tsurito y bajé a argüendear. El maestro Cristofer Lami López (lo escribo tal como escuché su nombre), creador de estas figuras, me explicó que el novio (Iván) nació en Oaxaca y al casarse con una comiteca (en el templo de San Caralampio) decidió hacer un festejo al estilo de su tierra, por eso las figuras que son los llamados monos de Calendas, cuya estructura está hecha con carrizo. ¡Sí, sí! En una ocasión estuve en Oaxaca, tomando una copa de mezcal, en una mesa al aire libre y vimos el paseo de monos de Calenda, acompañados por la tradicional banda. Ah, ese fue un momento sublime de mi vida, porque la visión era realmente festiva, llena de vida, y a la hora que di el primer trago de la copa de mezcal el espíritu se me inflamó. Jamás había tenido esa sensación. Toda bebida espirituosa crea una sensación de bienestar, pero cuando tomaba tequila sentía que en mi garganta pasaba un rastrillo raspándome. Cuando bebí el mezcal el líquido bajó como si fuese una niña bonita deslizándose en un tobogán y de inmediato mi cuerpo recibió un abrazo cálido, como si alguien superior invitara a bailar el alma, mi cuerpo se llenó de un calorcito como si un colibrí aleteara cerca de un fogón. El maestro Cristofer me explicó que después de la misa, donde Andrea e Iván se jurarían amor eterno, habría un ritual celebratorio en la plaza de La Pila, los monos de Calenda bailarían al lado de los novios y serían acompañados por una banda. ¡Qué!, exclamé sorprendido. ¿Una banda? Bueno, no una banda oaxaqueña, pero una banda del municipio de Teopisca. Eso no podía perdérmelo, debía regresar. Mientras platicaba con el maestro Cristofer comenzaron a llegar los invitados, todos ellos con traje y todas ellas con vestidos de gala, bellos, ellos, y hermosísimas, ellas. Me cayó bien un grupo de invitados que, de inmediato, antes de subir por la escalinata del templo, se acercaron al nevero y pidieron nieves. Estaban disfrutando, de veras, una de las tradiciones de nuestro pueblo. ¡El novio, el novio!, dijo una pareja, y vi a Iván con traje, feliz. Subió la escalinata, saludando a amigos que ya estaban en el atrio, se paró en espera de que llegara la novia. Y pocos minutos después llegó ella. El papá abrió la portezuela, le tendió la mano y ayudó a bajar a la hermosísima novia. El otro día te conté que estaba en el templo de Santo Domingo y vi también otra boda, la novia (Cristina Carreri Flores), hermosísima, llegó al templo en un auto setentero, safari de la Volkswagen, impecablemente cuidado. Andrea bajó de una camioneta también perfecta, de un modelo más antiguo, tal vez de los años cincuenta, una camioneta Chevrolet, góndola libre, color verde esmeralda. Me encantó ver estos detalles. Acá nada de limosinas, acá modelos antiguos de coleccionistas, que están perfectamente cuidados, como recién salidos del horno. Ya te conté que el otro día vi en una empresa de Don Enrique Álvarez un vochito, la cosa más hermosa. Alguien me contó que le habían ofrecido trescientos mil pesos y él, en forma contundente, dijo: no está en venta. Claro que no. Los coleccionistas no se desprenden de sus prendas amadas. Un conocedor de autos podría explicar las características de la camioneta donde Andrea llegó al templo. ¡Un verdadero lujo! Así que fui a cumplir un compromiso que tenía y volví al parque de La Pila. Por fortuna llegué a la hora que la misa terminó, desde la plaza escuché los aplausos en el templo y la algarabía por los contrayentes. La pareja y los invitados bajaron por la escalinata, y Andrea e Iván se colocaron frente al grupo donde estaban los monos de Calendas, acompañados por un grupo de hermosas mujeres, con trajes tradicionales, quienes llevaban canastos con flores sobre las cabezas. Y comenzó el guateque, estilo Oaxaca. Ah, qué alegría. Escuché el sonido de las tarolas, de las flautas y, sobre todo, de la tuba. Ah, qué emoción. Cerré tantito los ojos y recordé cuando estuve en Oaxaca, en la galería La Mano Mágica, al lado del enormísimo artista plástico Rubén Leyva y éste me decía ¡oye, oye!, y la banda interpretaba Dios nunca muere. Instantes de lujo. Leyva estaba feliz, había vendido todos los cuadros que expuso en el Museo de Arte. Y ahora, en nuestro Comitán, vi cómo los novios bailaron al ritmo de la banda y tomaron mezcal. El mezcal fue servido para todos los invitados en pequeñas jícaras, nada de esos vasos de cristal llamados “caballitos”, ¡no!, el mezcal, bebida de los dioses, se bebe en huacalitos, del mismo material donde salen los pumpos y los tortilleros. La mamá de mi tocayo Alejandro Culebro tiene sembrado un árbol de pumpo en su casa. ¡Qué prodigio! Parece que en otras partes le llaman Morro. Jamás había visto una boda tan alegre, tan de comunidad. En la mayoría de bodas contienen la alegría hasta llegar al salón donde se realiza el festejo. La boda de Andrea e Iván comenzó en el corazón del parque de La Pila, en el barrio donde nació nuestra ciudad, con el sonido rítmico y armonioso de los chorros, teniendo como testigo a la enorme diosa maya: la ceiba. Y no sólo fue la algarabía de los monos y de las hermosísimas danzantes, todo fue completado con la quema de un “torito” de carrizo, que al prender los cuetes comenzó a danzar por todo el círculo que formaron los invitados. Fue un festejo fuera de lo común. Iván y Andrea fueron, por un instante sublime, los dueños del parque, porque las plazas son comunes, son de nosotros, del pueblo y cuando hay un festejo que alimenta la vida se puede hacer uso de ellas. El parque de La Pila, comiteca, tuvo una muestra pequeña, pero linda, de las costumbres oaxaqueñas. En las tierras de Benito Juárez es proverbial el matriarcado, la capacidad de trabajo y de orden que tienen las mujeres. En el año donde una mujer accedió a la presidencia de la república, en un país eminentemente patriarcal, una mujer comiteca se casó con un hombre oaxaqueño. El día de su boda hubo una maravillosa unión de ambas culturas, en el proverbial parque comiteco se presentó un festejo oaxaqueño que, sin duda, perdurará en la memoria de los contrayentes (pucha, qué palabrita) y la de sus invitados. Ya luego abandonaron la plaza, todo mundo trepó a sus autos de lujo y fueron rumbo al salón donde continuó el guateque, algo ya sólo para ellos, para los invitados. A mí me encantó presenciar su alegría en un espacio público. No fui invitado al festejo, pero no me sentí chalequero, porque el parque es de todos, así que yo fui uno más de ellos y participé de su alegría, de la bendición del cielo comiteco, que llenó de pétalos de luz la tuba de la banda. Mi amigo Jorge recuerda que su papá, cuando estaba muy contento, agarraba una botella de trago y llenaba la pancita del saxofón. Este instrumento musical ya no servía para lo que fue inventado, Don Jorge pasaba con los amigos y les invitaba a echarse un buche de trago en un recipiente inusual. Esto ya está consignado como una forma cultural de nuestro pueblo, ni caballitos, ni copas, ni vasos, ni jícaras, ¡en Comitán se bebe en un sax! Así, también es proverbial aquella amiga que se quitaba la zapatilla, la llenaba de trago e invitaba a los amigos a echarse un traguito. ¡Genial! Todo es válido en el festejo. Se vale decir no a la hora de que alguien insiste en dar una bebida, lo que no se vale es decirle no a la vida. Posdata: Andrea e Iván le dijeron sí a la vida, se casaron en Comitán y tuvieron un festejo estilo Oaxaca, como si al guiso comiteco le agregaran pedazos de quesillo, estilo Oaxaca. ¡Felicidades! ¡Tzatz Comitán!