lunes, 3 de junio de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN LUGAR ESPLÉNDIDO

Querida Mariana: hace calor, demasiado calor. Nuestro pueblo está a 1,600 metros sobre el nivel del mar y siempre lo estará; es decir, siempre habrá más calor en Tuxtla, porque está a 500 metros sobre el nivel del mar. Hace mucho calor en Comitán, pero, a diferencia de Tuxtla, si buscás una sombrita de árbol, el calor se deshace en el aire agradable. En Tuxtla, estás en la sombra y seguís sudando, en Comitán ¡no! Así que, sin necesidad de salir de la ciudad, podés hallar espacios agradabilísimos. Uno de éstos es el restaurante La Casa de los Cortes, Piensa en mí, la casa que el amor construyó. Así hay un letrero: “la casa que el amor construyó”, con eso está dicho gran parte de lo que este espacio significa, el querido maestro Sergio, casi casi como si redefiniera el paraíso ha ido modelando este espacio con una gran pasión, con gran gusto, con gran respeto por la naturaleza. El otro día estuve ahí, tomando un café sin azúcar y leyendo un libro. Todo mundo se quejaba del calorón, menos yo, porque estaba sentado en un lugar lleno de árboles y de obras de arte que es abrazado por un viento agradabilísimo. Si querés estar en un lugar maravilloso, te invito a que vayás con tu novio, que tomen un vinito o un té helado de hierbabuena y platiquen galán o lean un libro y lo comenten. Nada de andar con chismes, jodiendo honras ajenas. Vos sabés que soy experto en nada, por lo tanto, no reconozco los nombres de los árboles, pero el maestro Sergio pensó en nosotros, los neófitos, y colocó letreros al lado de los árboles, así puedo presumir que recibí la sombra de un pirul, de un sauce, de una mora (que da frutos en racimo), de una jacaranda, de un sabino, de un eucalipto, y me llené de la esencia de las orquídeas, de la granada y de muchos ángeles hechos en barro. Estuve cómodamente sentado, pero tuve la sensación de arrodillarme ante ese nicho divino, abrir los brazos y recibir la bendición del aire. El silencio aromó la mañana, asimismo descolgó el sonido de esas campanillas de viento que cuelgan de las ramas y exhalan su melodía cuando las manos del viento los toca. El reflejo fue instantáneo, crecí escuchando las campanas del templo de Santo Domingo convocando a misa, ahora, en ese íntimo espacio, tuve deseos de cerrar los ojos y orar, dar gracias por esa fiesta de sentidos, donde la mirada se posaba como colibrí y los oídos reconocían las mismas notas que Bach dibujó en su pentagrama. El mar está lejos de Comitán, muy lejos, muy lejos los silbatos de los barcos, el rumor de las olas golpeando contra los malecones, pero este espacio es como un caracol de mar que contiene la armonía que hipnotiza a piratas y sirenas. Disfruté mucho la mañana. Por un momento dejé en el centro de la ciudad el calorón y las carreras del día a día; por un momento se quedaron sin mí: la mujer de las prisas, los camiones vomitando humos, los de vialidad con sus pitos y sus destornilladores para quitar placas; por un momento sentí la mano afectuosa de la naturaleza y su boca besándome, susurrando a mis oídos: la vida es fugaz, pero los instantes pueden ser eternos. El maestro Sergio mandó a pintar un letrero, en la entrada del salón principal: “la casa que el amor construyó”, ese amor no ha descansado, continúa en cada detalle, en cada lugar donde se posa la mirada. Todo está pensado para agradar, para bendecir la vida. Un poco más allá está el desmadre del periférico, donde los tráileres se pedorrean en forma insolente, donde las putitas se muestran en pasarela sobre una alfombra de polvo. En la casa que el amor construyó hay una barrera de aire que conjura todo lo exterior, este espacio es como una burbuja afectuosa, llena de dulces recodos. Posdata: si no lo has hecho, te invito a que vayás con tu novio, elijan el lugar que deseen, pero yo les sugiero que conozcan todo el espacio, pero reposen un buen rato en una mesa al aire libre, estoy seguro que esta experiencia de rocío les humedecerá el espíritu, el alma. ¡Tzatz Comitán!