sábado, 29 de junio de 2024

CARTA A MARIANA, CON MERCADOS

Querida Mariana: me gusta la palabra mercado, me gusta la palabra mercader, la palabra mercadera. La primera refiere al lugar, la segunda y tercera palabras designan a quienes habitan esos espacios. Digo que habitan, porque se pasan la mitad de su vida en los mercados, ahí, en sus puestos, esperan a los clientes. ¿Viste qué escribí? “En sus puestos”, la misma frase que dicen los jueces en una carrera pedestre. Al menos acá en Comitán así lo escuché en una competencia deportiva. El mercader y la mercadera están en sus puestos, desde temprano, para iniciar la carrera de la vida, así cada mañana, todos los días. Las personas que se dedican al magisterio (fui una de ellas, por varios años) descansan los sábados y domingos. ¿Qué sucede con las personas que atienden en los mercados? No descansan, están comprometidos al ciento por ciento. En pandemia, los de casa nos encerramos y no fuimos a mercado alguno. Ahora voy, con gusto, al mercado primero de mayo. Siempre que camino hacia el mercado pienso que lo mismo hizo Rosario Castellanos, de niña. Cuando fui niño también bajé por esa calle tomado de la mano de mi mamá. Rosario cuenta su experiencia en su novela “Balún Canán”. Ahora yo te lo cuento acá. Miles y miles de personas han bajado por la pendiente y entrado a comprar lo que el mercado ofrece. ¿Tenés idea del gentío que ha recorrido los pasillos del mercado primero de mayo? Cuando entro a un recinto histórico pienso en todas las personas que han pasado por ahí. El mercado primero de mayo fue inaugurado en 1900. Si hago mis cuentas digo que el recinto tiene ¡ciento veinticuatro años! Ya no vive ningún mercader o mercadera testigo de la inauguración, pero, tal vez, alguien de estos tiempos sea descendiente de aquella estirpe original. No sé cómo se reparten los puestos. ¿Cómo llegó a tener su puesto de venta de pollo mi amiga Graciela? No lo sé. Tampoco sé cuántos años lleva siendo mercadera. El oficio exige un carácter especial. No podría ser mercader o tal vez sí, pero no más de dos horas. No podría estar toda la mañana y parte de la tarde, como están ellos. Me encantaría estar en un lugar donde siempre corren las noticias calientitas, ahí llegan los chismes recién adobados. Vos sabés que soy escaso, no soy bueno para platicar, pero sí soy buen escucha, me encanta oír historias. Quien es un buen lector tiene vocación por escuchar historias. Los del mercado oyen mil historias todos los días. Te he contado que mi mamá dice que en el Comitán de los años cincuenta los refrigeradores brillaban por su ausencia, para comprar carne acudían temprano todos los días, para que no se echara a perder. Ya podés imaginar el papaloterío diario, el mercado se llenaba de historias de todos los colores, desde las historias blancas hasta las clásicas coloradas donde fulanita era querida de sutanito. La vida es cíclica, las historias han cambiado de protagonistas, pero siguen siendo las mismas, con ligeras variantes. Miles y miles de personas han entrado al mercado primero de mayo. Me sorprendo ante la variedad de productos que ofrecen, cada mercado del mundo tiene sus particularidades, el nuestro tiene esencias únicas, cuando inicia la temporada de lluvias aparecen los canastos llenos de tzisim, delicia gastronómica que ignoran en Europa y continentes aledaños. El tzisim doradito en comal llena el mercado con un aroma especial, que se confunde con el del atol agrio, el jocoatol y el chicharrón de hebra casi recién sacado de los cazos, donde en el fondo queda el asiento que la gastronomía comiteca embarra en tortillas para hacer las gustadas “pellizcadas”. En el mercado hallamos las frutas y verduras que se encuentran en la mayoría de mercados, no hallamos el riquísimo aguacate que hay en San Cristóbal de Las Casas, el maravilloso chinini (¡ah, qué palabra tan bonita!), pero sí hallamos el no menos maravilloso chulul, que sólo se da por estas regiones del mundo y que es una verdadera delicia. El famoso chulul de la casa de Doña Lupita, la cocinera de Guadalupe, ya no existe; tampoco existe el famoso chulul de la leyenda, el que estaba sembrado en el barrio de San Sebastián, frente a la improvisada plaza de toros; pero sí existe el chulul del XXV. El otro día fui al mercado a comprar unos pitaules y chinculguajes (palabras hermosas, también) y una señora me ofreció verdolaga. Compré porque recordé que es exquisita y tiene una bola de propiedades, dicen (andá a saber si es cierto) que tiene omega tres, ¿de verdad? Cuando la señora me dio una gran bola de verdolagas recordé, asimismo, que Doña Lucía contaba que un sobrino suyo cuando era pequeño e iba agarrado (cogido, iba a decir) de la mano por ella, siempre le pedía que le comprara un poco de vergadola, Doña Lucía se botaba de la risa y más cuando lo contaba con sus comadres. Al sobrino le encantaba comer ese vegetal y luego, Doña Lucía terminaba la anécdota diciendo: “y lo que son las cosas, mi sobrino terminó siendo mampo”, y una gran carcajada era el punto final. El mercado es el puente donde cruzamos todos el río de lo maravilloso popular. Hay mercados ordenados y otros que son como la Central de Abasto. El mercado primero de mayo no es ejemplo de orden, ya mirás que en Comitán (sobre todo en los últimos tiempos) lo que hace falta es poner orden, nuestra ciudad es una ciudad muy bella, pero no hemos logrado ponerle orden, todo lo hacemos desordenado y eso se nota. He visitado mercados en otras partes que tienen una armonía que hace brillar aún más los espacios. En el mercado está la esencia de la vida, sólo de pensar que es un lugar especial para comprar y vender los nutrientes ya está dicho todo. Los demás espacios no tienen esa virtud. Los demás locales son vitales, también, pero están colocados en algo como un segundo lugar. Necesitamos los negocios que venden telas, camisas, chunches tecnológicos, instrumentos musicales (como Solaris, otra palabra bonita, que saber de dónde nos llegó), farmacias (para curar las enfermedades que adquieren los que no hacen ejercicio y ¡no se alimentan bien!), funerarias, tiendas de estambres (Comitán extraña la genial tienda que tenía mi mamá), zapaterías (dicen que Flexi ya cerró una de sus fábricas, ¿será cierto? Si es cierto, es una noticia lamentable), librerías, papelerías, casas de arte, galerías y más, mucho más. ¿Ya viste que todo es importante? Y luego están los servicios: las lavanderías, los cines, las tintorerías, las salas de exhibición y venta de automóviles (en México estamos celebrando los sesenta años de la Volkswagen. Hace pocos días se festejó el Día del Vochito. Ah, auto genial, no entiendo el porqué de la decisión de cancelar su fabricación, era -es- un auto maravilloso. Mi papá y mi suegro tuvieron vochitos, nosotros los heredamos). Todo es importante para el desarrollo de la sociedad (las ferreterías, las chiquitas y las grandotas), pero lo que es vital, lo que desde siempre ha sido el espacio más celebrado, es el mercado. En Comitán tenemos varios, aún está pendiente que la autoridad inaugure el mercado de El Cedro (ojalá sea un espacio ordenado), el mercado de San Agustín, la Central de Abasto y varios otros, pero el más visitado, por estar cerca del centro, es el primero de mayo. ¡Ah, qué bendición! Desde 1900 anda activo, abriendo sus puertas a medio mundo, a todos los que llegan a comprar un vasito de jocoatol (atol agrio) o atol de granillo. Sí, tenés razón, también están los espacios donde la mayoría de los seres humanos alimentamos el espíritu: los templos. Los templos de cualquier religión, porque en el mundo hay religiones para aventar para arriba. Si nuestro mercado del centro se construyó en 1900 imaginá la fecha de construcción del templo de Santo Domingo. Pucha, este templo tiene siglos y ahí anda, claro con la necesidad de que arreglen su techo, pero el padre Manuelito con un grupo de católicos anda haciendo actividades para recaudar paguita. Como un acto insólito y genial ahora están promoviendo la candidatura de chicas para que una sea coronada como reina, ganará la que junte más paga, como se hacía en los años sesenta en las escuelas primarias. No faltan los que critican la acción, pero a ver ¿van a poner ellos la paga para el arreglo del templo? ¡No! ¿Entonces? Dejen que cada comunidad haga lo que desea para conseguir sus fines. Ya lo dijeron los sabios “el fin justifica los medios”, toda buena acción dentro de la legalidad es aplicable. Posdata: en primaria tuve como compañero al hijo de una mercadera, de robadito nos llevaba chicharroncito, de ese en polvito. Ah, ya podés imaginar la delicia que eso significaba, por debajo del pupitre nos pasaba un poquito y nosotros, a la hora que el maestro se daba la vuelta para escribir en el pizarrón, probábamos esa delicia. ¡Tzatz Comitán!