jueves, 28 de noviembre de 2024
EL COMITÁN DEL 2024
En esta casa comiteca hay una sucursal de Elektra. La casa está a una cuadra del parque central, es una casa fastuosa. La empresa Elektra tiene una tienda y una oficina bancaria.
En los años sesenta del siglo XX estuvo el famoso restaurante “Río Escondido”, su propietario, Don Arturito Gómez, tuvo también un gimnasio.
Hoy, durante muchos días de la semana, se forma una larga fila de personas que esperan la apertura. ¿Hacen fila para comprar? No, la urgencia no es tanta. ¿Llegan a abonar en pagos chiquitos la mercancía adquirida? ¿Será más bien que llegan a cobrar los envíos que hacen familiares desde los Estados Unidos de Norteamérica? Son decenas de personas las que hacen fila. Los peatones no pueden caminar por esa banqueta. La fila es de esquina a esquina. Las personas ocupan toda la banqueta, desde esta casona monumental hasta otro edificio singular: el Teatro de la Ciudad.
Parece que este oleaje intenso se forma porque llegan a cobrar. Hace diez años, apenas, este alud de personas no existía. El fenómeno se ha intensificado en los últimos tiempos. Los noticiarios nacionales explican que las remesas han crecido exponencialmente. El país se detendría sin este flujo económico que resulta una burbuja de aire en este clima económico asfixiante.
Esto que se aprecia en Comitán se replica en cientos de comunidades del país. Miles y miles de personas forman parte de este grupo que recibe el maná de arriba, de arriba del Río Norte.
El dinero proviene de las personas que un día abandonaron el país en busca del llamado “Sueño Americano”. Cada una de estas personas tiene un testimonio de vida con notas increíbles. Sólo ellos saben lo que vivieron desde el instante que abandonaron su casa, su familia, su país. La prensa nacional e internacional da a conocer historias terroríficas del trayecto.
La fastuosidad de la casa nos habla de que en su interior se dieron historias luminosas, con reuniones de gente pudiente de la ciudad, cenas con viandas excelsas, bailes y tertulias amenizadas con música selecta. Hoy, la belleza arquitectónica se ha rendido ante la apabullante realidad, sólo el frontispicio es fiel testigo de su grandeza, el interior está lleno de refrigeradores, televisores, motocicletas (de mil tamaños), ventiladores, sillas, escritorios y filas de personas que esperan ser atendidas en las ventanillas del banco.
La historia va de una fila a otra fila, de la fila de las caravanas a las filas de trabajadores en USA, a las filas de depósito en los bancos norteamericanos, a las filas en las ventanillas de bancos mexicanos. En cada fila hay una desbordante derrama económica.
Como las personas llegan muy temprano ante Elektra, se aparece un alud de vendedores. Estos ofrecen vasos con atol de granillo, de arroz con leche; tamales, de bola, untados; tortas; y un sinnúmero de baratijas que comienza con maquinitas manuales que hacen dobladillos, pasa por diez bolígrafos por una cantidad mínima de pesos mexicanos, hasta colchas para evitar el frío (en temporada de lluvias ofrecen impermeables; y en temporada de calor gorras).
La fila es una síntesis de la plenitud y de la miseria humana. Por ahí aparecen (entre vendedores de chicharrines, gelatinas, palomitas grasosas, cacahuates, naranjas con chile, chicles) pordioseros, desde el que muestra una manguerita unida a una bolsa llena de orines hasta el hombre que se auxilia con un bastón metálico y muestra una pierna que no tiene carne, que expone la piel gangrenada. Las personas esperan con paciencia, se sientan en la banqueta, platican, ven a los automovilistas que pasan frente a ellos, esperan que los empleados de la empresa pasen y se lleven sus nombres en una relación. Los automovilistas los ven con indiferencia, casi con coraje, porque interrumpen el paso en forma franca y las personas también tienen rostros de fastidio. Por ellos no estarían ahí, pero la necesidad los obliga a adueñarse de ese espacio que estaba reservado para los peatones. ¿Quién aparta el lugar cuando tienen una necesidad fisiológica? ¿Adónde acuden? Preguntan y alguien les dice que en el mercado primero de mayo hay sanitarios públicos y les indican por dónde caminar. Hay posadas cercanas, pero, dice el informante, es difícil que les alquilen un sanitario.
Ahí se están, bajo el sol o la lluvia, con el viento en su cara, hasta que la fila avanza y entran a la casona maravillosa. ¿Tendrán conciencia de que están en un lugar que fue exclusivo de gente refinada y de abolengo?