lunes, 29 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN ELOGIO PARA EL CELULAR

Querida Mariana: todo mundo tiene celular, todo mundo en todo el mundo. No es sólo un teléfono, ¡no! Es casi todo. Soy un viejo de sesenta y siete años de edad y aprovecho muchas de las ventajas del celular. Vos y todos los chicos y chicas del orbe lo aprovechan al ciento por ciento, ustedes son la generación de las imágenes en pantallas. ¿Para qué lo uso? Lo uso para lo mínimo esencial. Hace tiempo seguía usando un teléfono cacahuate, pero Marito me dijo que debía actualizarme. Yo usaba el celular para lo que me había indicado su definición primaria: teléfono móvil. Marito advirtió la evolución, dijo que yo debía evolucionar también. Lo hice y no me arrepiento. ¿Cómo será el mundo tecnológico en el 2040? Mi mente no alcanza a imaginarlo. Este tiempo me basta para sorprenderme. ¿Para qué lo uso? Para hacer llamadas a los afectos, pero además con ello hago transferencias bancarias (¿qué pensaría mi papá de esto, él que fue corresponsal del Banco Nacional de México, en los lejanísimos años cincuenta y sesenta, del siglo pasado?), envío las cartas que te escribo a amigos y amigas, veo tiktoks (sí, Cielito me bajó la aplicación y ahora la veo en las tardes, la aplicación ya detectó qué me gusta y me da a “comer” lo que deseo, me da muchos videos de música de los sesenta y setenta (¡genial!), síntesis de películas, caricaturas con música de jazz y, por supuesto, chicas en playas (¡ah, me encantan las playas!). En el celular tengo la aplicación del Kindle y ahí leo los libros electrónicos que compro. También estoy suscrito a plataformas cinematográficas y veo cine, mucho cine (no tanto como vos, pero sí he recuperado mi maravillosa afición que inició cuando mi papá y mi mamá me llevaban al Cine Montebello y al Cine Comitán). Hace poco descubrí MUBI y es una plataforma que tiene una extensa relación de buenas películas de muchos países, así que ahora me he dedicado a programar mi personal Muestra de Cine (como las que vi en la Cineteca Nacional, en los años setenta). Puede ser una exageración, pero el celular es un chunche que me provoca mucha felicidad. Nunca imaginé que un pinche aparatito pudiera provocar tanta alegría. Claro, a veces abro el chunche y encuentro el mensaje de un amigo que me informa que fulanito de tal falleció. ¡Uf! La información está al instante, al toque de un dedo. Sé que este aparato también es causante de una y mil desgracias, hay gente que no suelta el celular ni cuando va al baño (hay testimonios de amigos que han perdido el aparato (me refiero al celular) porque se les cayó en la taza). Además, y esto sí es penoso, muchos accidentes vehiculares han ocurrido porque los conductores, en lugar de ir pendientes de su camino, iban viendo el celular. A mí me resulta difícil entender el porqué de tal comportamiento, pero el mundo es mundo y hay de todo en la Viña del Señor. Además, me cuenta el primo de un amigo, que muchas relaciones se han roto por “culpa” del celular, envío de “packs” a la persona equivocada, o conversaciones donde el supuesto destinatario resultó Romina en lugar del Romeo que anunciaba. Ah, miles de conversaciones entre amantes han sido descubiertas y han sido la chispa que inició el incendio. Yo, gracias a Dios, no mando packs (qué voy a estar mostrando mis vergüenzas), pero sí he visto (todo se ve en estos tiempos). En Puebla tuvimos un negocio de impresiones y de fotocopias frente a Ciudad Universitaria, de la BUAP. Muchos alumnos y alumnas llegaban a solicitar nuestros servicios, un día, una alumna que era cliente frecuente llegó apurada y me dio un USB y me dijo que, por favor, imprimiera un archivo y me dio el nombre, llegaría a la siguiente hora, que también lo engargolara. Se fue. Cuando quedó tranquilo el negocio, metí el USB y vi que había una serie de archivos. ¿Qué nombre había dicho? ¡Dios mío! Pensé que la lógica me ayudaría, descarté los que tenían nombres como “fiesta”, “bautizo de mi sobrinito Ameth”, me quedé como con diez archivos con nombres relacionados a su carrera profesional: educación física. ¡Uf, eran muchos! Pero Dios que es grande me iluminó: “buscá por fechas, niño”, así acomodé los archivos y abrí el que tenía la fecha de un día anterior: ¡Sí, era ese, sin duda! Imprimí y engargolé. Puse el engargolado al lado de la impresora, iba a retirar el USB cuando hice algún movimiento extraño y en la pantalla apareció el perfil de la chica y en su boquita estaba la mitad de un pene. Me chiveé, de inmediato cerré el archivo. Ya me conocés, tuve la intención de volverlo a abrir, pero resistí la tentación. Saqué el USB y lo coloqué al lado del engargolado, en ese momento entró la chica, le entregué el trabajo y pregunté si estaba bien, sí, bien, dijo ella, claro, muy bien, ¡excelente!, dije yo al recordar la imagen. Ella me vio con ojos de Eje Cartesiano, donde la X fue ella, porque yo tenía en mi mirada la imagen donde ella… Posdata: supe que el amado había insistido en tomar la foto en el acto, “sólo para nosotros”, dijo, nunca imaginaron que el señor de las impresiones ¡se impresionaría! No, no me salí del tema, cuento esto, porque la foto ¡impresionante! (diría Zagüiño) fue tomada con un celular. ¡Tzatz Comitán!

domingo, 28 de julio de 2024

CUENTITOS PARA LEER UN DOMINGO EN LA MAÑANA

CUENTITO UNO Los lectores no podemos saberlo, porque apenas iniciamos la lectura del texto, pero el hombre que entra ahora a la estación lleva algo adentro de la maleta. Cuando decimos algo no nos referimos a pantalones, shorts, calcetines y laptop, ¡no!, el hombre lleva algo que es inusual, que si la maleta es sometida al scanner detendrán al hombre. ¿Qué es lo que lleva? Nadie puede saberlo, nadie de los que esperan en la terminal pueden siquiera imaginar lo que va adentro de la maleta, por eso todos los viajeros esperan con tranquilidad el aviso de abordaje, aquella chica ve una película en su celular, los otros dos chicos platican lo que vivieron anoche, la señora teje, el señor dormita, la chica que está sentada en posición de flor de loto tiene los ojos cerrados y no sabemos si medita o simplemente escucha música por los audífonos. ¡Nadie puede saber qué lleva el hombre en la maleta! Nosotros los lectores siempre somos los últimos en enterarnos. Dijimos que nadie sabe qué lleva, ¡es falso! El hombre sí sabe qué lleva, bueno, él y Dios, por eso la gente, en todo el mundo, cuando hay algo que se ignora, responde: Sólo Dios lo sabe. Pero qué ha pasado ahora en la terminal, ¿por qué todo ha quedado como en suspenso, como si un gas hubiese hipnotizado a todos? Una luz impresionante aparece en la puerta que da acceso a los andenes, una figura brilla. Los lectores podríamos pensar que esa figura es, ¡no, no puede ser!, ¡Dios! Que la sola mención de su nombre hizo que apareciera para reforzar la teoría que dijimos antes: sólo Dios y el hombre saben qué lleva este último en su maleta, y parece que algo de esto es cierto, porque ahora la aparición luminosa camina hacia donde está el hombre que, apenas se percibe por el movimiento de sus manos sobre el pantalón, está nervioso. Dios le exige que abra la maleta, el hombre se lleva la mano a la oreja y hace señas para indicar que no oye, que es sordo; Dios sonríe (tiene un bigote como de morsa) y le dice “Y mudo, también sos mudo” (¡Dios mío, Dios sí habla, y habla con una voz grave, clara y con voseo, como si fuera comiteco!) Dios pone una de sus manazas sobre el pecho del hombre y con la otra mano abre el cierre de la maleta, da una orden y dos ángeles panzudos, con pistolas al cinto, se presentan. Uno de los ángeles se lleva la maleta y el otro levanta al hombre tomándolo de la camisa, lo obliga a darse la vuelta y le coloca unas esposas. Todo mundo estuvo pendiente de los movimientos, los dos chicos que platicaban ¡aplauden! Los lectores pensamos que este cierre no es el adecuado, porque nunca sabremos qué es lo que llevaba el hombre dentro de la maleta. Y lo peor, tampoco sabremos quién fue la presencia brillante que logró detener al hombre. A los lectores no nos queda más que pensar que sólo Dios sabe quién es él. CUENTITO DOS La chica subió al camión ADO, con rumbo a Tuxtla. Salió de Comitán a las cinco con veinte minutos. A las cinco con quince se despidió de su novio, quien, él le entregó un ramo de flores (eran rosas) y un papelito doblado. La chica tenía el asiento número quince, dejó su mochila en el portamaletas superior, colocó su suéter color rosa en el asiento y fue al sanitario, al llegar al último asiento tiró las rosas. Los demás pasajeros vieron que entró, nosotros, los lectores, podemos saber qué es lo que hizo adentro. Se bajó el pantalón y el calzón (de color rosa), se sentó y buscó algo adentro de la bolsa de su pantalón, lo halló (era el papelito, ay, qué fastidio, también de color rosa), leyó el mensaje que tenía, luego metió su mano, como concha, y, como había retenido el chorro, orinó su mano y el papel que se humedeció hasta borrar lo escrito, al final hizo bolita el papel mojado y lo tiró en el agua, se paró, se lavó las manos, se subió el calzón y el pantalón, se vio en el espejo y bajó la palanca de la taza. Salió del baño, caminó por el pasillo, en su lugar ya estaba sentada otra chica, la saltó y se sentó, movió la mano al ver que su novio le enviaba besos desde el andén. Sacó su celular y mandó un mensaje: "Yo también te quiero”, el novio sacó su celular a la hora que vibró y leyó el mensaje, sonrió, mandó más besos. El camión salió hacia la calle, la chica colocó una almohadilla en su cuello y envió otro mensaje: “Ya salgo, te deseo. Llevo puesto el chon que te enloquece”.

sábado, 27 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON UNA POSTAL

Querida Mariana: te mando una fotografía, no la vayás a perder, ya mirás que Carmen perdió la cadenita. Es un retrato de Don Alfredo Franco Alfonzo, fotógrafo de Comitán. Él comenzó el oficio cuando tenía quince años de edad; es decir, lleva más de cincuenta años tomando miles y miles de fotografías. En los festejos no puede faltar dos tipos de personas: los chalequeros; es decir, los que no tienen invitación, pero se cuelan para comer, bailar y beber; y los fotógrafos, quienes fijan la memoria de los instantes. Ya comentamos el otro día que como la vida es finita y el tiempo se va como agua, el ser humano inventó la fotografía para hacer eternos los momentos. Muchas personas son felices al revisar álbumes fotográficos. Me incluyo. A mí me gusta ver fotografías. Vos también sos una persona que ama la fotografía, no sólo la llamada fotografía fija, sino también la que tiene movimiento: el cine, tu pasión. Ahora, los celulares dan la posibilidad de tomar fotos o videos. Todo mundo tiene celulares, todo mundo toma fotos. ¿Cómo es que en estos tiempos aún sobrevive el oficio de fotógrafos como nuestro amigo Don Alfredo? Una posible respuesta es que todo mundo tiene cámaras ahora, pero no todo mundo tiene el ojo entrenado que tienen los profesionales. La fotografía es una ciencia. No siempre reflexionamos en ello. En estos tiempos todo se hace en automático, sacamos el celular y tomamos una fotografía y al instante vemos el resultado. Tengo amigas (mujeres dejarían de ser) que cuando les tomo una foto, de inmediato me piden ver la pantalla para corroborar que salieron bien, y algunas, de broma, dicen: ahí le das una retocadita con Photoshop. Don Alfredo inició el oficio en tiempos de cámaras analógicas, lejos estaban los tiempos en que llegarían las cámaras digitales. Don Alfredo recuerda que el oficio lo aprendió con Don Augusto Caralampio Ventura Moreno, quien era fotógrafo en los lejanos años setenta del siglo pasado. Vos sos muy joven y no podés dimensionar cómo eran esos tiempos. Ahora, todo mundo toma fotos y el álbum del Comitán cotidiano es un archivo completísimo de fotografías. En el tiempo que Don Alfredo comenzó no todo mundo tenía cámaras, así que si querías conservar la foto del recuerdo de algún evento especial o de una persona querida debías acudir a algún fotógrafo de la población. Recuerdo que la foto de mi generación de secundaria fue tomada al lado del templo de San Sebastián, con el padre Carlos presidiendo al grupo. El fotógrafo oficial del Colegio Mariano N. Ruiz era Don Roberto Gordillo. Esa mañana de julio de 1971 todos los integrantes de la generación nos paramos frente a la cámara y vimos directamente al lente. Por ahí, mis compañeros tienen la foto del recuerdo, donde estamos vestidos con el traje de gala del colegio. Pasaban días y luego pasábamos al Estudio de Don Roberto a comprar la foto impresa. Hace días se llevó a efecto la ceremonia de graduación de alumnos y alumnas del Colegio Mariano N. Ruiz, la ceremonia fue en el Teatro de la Ciudad. En la mañana fue la graduación de los estudiantes de preescolar y primaria; en la tarde acudieron los estudiantes de secundaria, bachillerato y universidad. Llegué al teatro en la tarde, media hora antes del inicio. Me quedé en el vestíbulo y ahí tuve la oportunidad de platicar un ratito con Don Alfredo. Conocés que me gusta hacer travesuras, así que invité al fotógrafo a que, por un momento, abandonara su lugar detrás de la cámara y se pusiera frente al reflector. Aceptó, flexionó tantito una pierna, recargó el brazo izquierdo sobre un pretil y con su mano derecha sostuvo el instrumento que ha sido su eterno compañero. Siempre lleva la cámara en una bolsa. La cámara digital que ahora tiene es una cámara Nikon (“es una chulada”, me dijo, sonriendo). ¿Y cuál fue la primera cámara que tuvo? Ah, me dijo, fue una Retina, de la marca Kodak. En esos años, la Kodak era la que partía el queso en el mundo de las cámaras fotográficas, hoy el mercado se ha ampliado y pocos jóvenes conocen las cámaras Kodak. ¿Mirás el nombre de la cámara que tuvo de joven? ¡Retina!, que está relacionado con la vista. Las cámaras Retina eran cámaras pequeñas que tenían (como la mayoría) dos rueditas en la parte superior, que se manipulaban para “correr” el rollo donde quedaban impresas las fotografías. Dije que la fotografía es toda una ciencia, en ese tiempo, el fotógrafo enfocaba y oprimía el botón que abría la ventanita donde pasaba la luz que quedaba impresa sobre la película. Los fotógrafos profesionales compraban rollos (también de marca Kodak) con treinta y seis exposiciones; es decir, no había más oportunidad que tomar treinta y seis fotos. Cuando el número se agotaba, se enrollaba el rollo al final para que la película quedara en lo oscurito, porque si no se velaba. El fotógrafo sacaba el rollo y lo llevaba al lugar donde sería el revelado y la impresión, proceso que tardaba varios días, porque en los años sesenta, en Comitán no había un lugar donde hicieran ese trabajo. Hermilo Vives recibía los rollos y los enviaba a la Ciudad de México para el proceso. El rollo viajaba en paquetería, en camiones, era sometido al proceso y al final enviaban las fotos en un sobre. ¡Días y días! ¡Padre eterno! No había para dónde hacerse. Por esto, Don Alfredo cuenta que los fotógrafos comitecos fueron felices cuando “Casa Marín” abrió sus puertas, en Tuxtla Gutiérrez, y brincaron de gusto cuando la misma empresa abrió sucursal en San Cristóbal de Las Casas (“estaba ya a vuelta de casa”, dijo Don Alfredo). Ya no había necesidad de mandar los rollos hasta la Ciudad de México. Y un día, el prodigio llegó a Comitán y hubo empresas que se dedicaron al revelado de rollos (“Foto Marín”, “Foto Claudia”, “Foto Chantiri”, estudio que está al lado de la casa donde vivió la escritora Rosario Castellanos, frente a la entrada del Pasaje Morales). ¡La luz se hizo!, se hizo en otras ciudades en los inicios de la fotografía, en Comitán la luz nos llegó un poco tarde, pero llegó. Esa tarde de graduaciones me invitaron a sentarme en la mesa de honor, estuve al lado de integrantes de la Asociación Civil del Colegio Mariano N. Ruiz; del Rector Maestro José Hugo Campos Guillén; del supervisor de educación secundaria Maestro Adolfo Pineda; y de la profesora Virginia Gordillo Rojas, quien recibió un homenaje por su jubilación. Desde ahí vi a todos los estudiantes graduados en compañía de padrinos y madrinas, maestros de la institución, sentados en las butacas; y a mi izquierda, una fila de fotógrafos profesionales que hacían su chamba, indicándoles a alumnos y alumnas en qué lugar debían colocarse, al lado de los padrinos y madrinas para tomar la fotografía del recuerdo, el instante sublime. El grupo de fotógrafos y fotógrafas están de acuerdo en formar fila para que todos tengan oportunidad de trabajo. Los he visto en templos, en oficinas, en parques, en auditorios, en salones de fiesta, en estadios, en cementerios, en todos lados donde se efectúan actos especiales ¡ahí están los profesionales de la cámara! Toman la foto y anotan en una libreta los nombres y direcciones. En cuanto están listas las impresiones suben a las motos, van a los domicilios y entregan las fotografías del recuerdo, así van juntando su paguita para cubrir sus necesidades. Ellos y ellas son parte esencial de nuestra vida cotidiana. Siempre los vemos con las cámaras sobre sus pechos, sostenidas con unas bandas que, por lo regular, tienen el nombre de la marca. Don Alfredo ha tenido varias cámaras en el transcurso de su vida, tuvo una Retina, luego una cámara Minolta, posteriormente una Cannon y ahora tiene una chulada: una Nikon. Todas estas marcas nos remiten a países lejanos, Inglaterra, Japón, Alemania… ¿No hay cámaras hechas en México? ¡Hay! Grandes maestros de la fotografía hacen cámaras caseras, las llamadas cámaras estenopeicas. Basta una caja de cartón para hacer una cámara fotográfica, la ciencia no siempre está adentro de los grandes laboratorios, a veces en los juegos infantiles se hace “comidita”. Posdata: Don Alfredo es uno de los grandes fotógrafos camineros de Comitán, su chamba está lejos de los grandes estudios profesionales, él toma las fotografías casuales, las que aparecen en los grandes actos de todos los días, porque todos los días hay maravillosos encuentros deportivos. No todo se da en las Olimpiadas. Te mando una foto, guardala en tu carterita. ¡Tzatz Comitán!

jueves, 25 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON FOTO DE PICHITO

Querida Mariana: el envés de la foto dice: “Con todo cariño para mis padrinos Romeo y Clarita, al cumplir mis seis meses. Alejandro Molinari T. 4 de octubre de 1957”. La foto tiene historia. Me la obsequió el licenciado Fer Gómez, quien es un apasionado coleccionista de fotos del Comitán antiguo. La historia parece ser sencilla. Mi papá y mi mamá obsequiaron esta foto a mis padrinos Romeo y Clarita. Algún día anterior, ellos acudieron al templo de Santo Domingo para que me convirtiera en su ahijado. Momento importante de mi vida. Conociéndome como me conozco sé que lloré a la hora que el sacerdote regó agua sobre mi cabeza. Lloro por todo y, además, los sacerdotes son inclementes porque sueltan sin decir ¡agua va!, un chorro de agua fría (al tiempo, dicen). Ingratos, ellos debían pensar en la delicadeza de los bebés y regar agua tibia, tantito calientita. Mi madrina Clarita (sin duda fue ella) guardó la foto en un cajoncito y ahí permaneció desde 1957. Un año, ya de este siglo, mi primo Romeo (hijo de mis padrinos) se topó con la caja de fotografías familiares y decidió que ese tesoro debía permanecer en manos de su gran amigo David Esponda, y éste a su vez pensó que no podría estar en mejores manos que en las de Fer, el famoso “Pina”. Y así fue como la foto llegó a mis manos, completó su círculo de navegación, un día de 1957 salió del puerto Molinari Torres y casi sesenta y siete años después volvió a casa. ¡Ah, qué viaje tan deslumbrante! (bueno, ni tanto, porque permaneció en la semioscuridad de un álbum o de una caja de cartón o de un baúl). Volvió el pichito. Cuando Fer me regaló la foto la tuve entre mis manos y me vi niño de seis meses de edad. Pensé que mi papá (la letra del reverso es de él) y mi mamá me llevaron al estudio del fotógrafo (casi puedo asegurar que fue Don Enrique Cancino), para el registro de ese instante. Mi mamá me puso como muñequito de Sololoy, con la firma de casa, porque mi papá siempre utilizó chalecos tejidos, era una pieza que amaba, tal vez porque le cubría el pecho y la espalda de los fríos, pero dejaba libres los brazos, donde (otra característica de la personalidad de mi papá) se arremangaba la camisa, para ponerse a trabajar. Acá, pichito bonito, viste un chaleco bordado con las barbillas en el extremo inferior, un pañal de tela, una camiseta con manga larga y bien peinado, casi con el mismo peinado que tengo en la actualidad, con raya al lado (una vez cambié, pero la fuerza de la costumbre me obligó a regresar al peinado con que mi mamá me arreglaba desde niño). Te comparto la foto, porque es ejemplo de la costumbre de los años cincuenta del siglo pasado. La gente acostumbraba regalar este tipo de fotografías a las personas cercanas, bien fuera un recuerdo del bautizo, de la primera comunión, de los quince años, de una graduación o de la boda. En la parte posterior de la fotografía se escribía una dedicatoria. Como en este caso, las personas que recibían la postal la conservaban entre sus pertenencias más amadas (había otras historias, sobre todo en casos de novias y novios, donde, por ruptura, las fotos pasaban a formar parte del basurero o eran quemadas). Gracias a esta costumbre, Comitán (y todo el mundo) puede tener piezas del rompecabezas de su historia, porque en esas fotos aparecen rasgos del carácter del pueblo y de la personalidad de los protagonistas. Con estos elementos podemos hacer ejercicios comparativos. En este 2024, ¿quién obsequia fotografías impresas con dedicatorias? Es difícil hallar ejemplos. Hoy, todo mundo envía fotos por WhatsApp (pocas personas imprimen las fotos digitales) y el álbum del mundo fotográfico está en La Nube (que aún no logro comprender cómo funciona, pero funciona). Hoy, las fotos “se bajan”. Las fotos no permanecen guardadas en baúles ni en álbumes. Tengo amigos que cuando quieren mostrar una foto abren el archivo de su celular, mueven el índice sobre la pantalla hasta hallar lo buscado. La gente comparte fotos en las redes sociales. No tenemos mucha conciencia de que dichas fotos puede “bajarlas” cualquier persona del mundo. Por fortuna, vos sos de esas personas que no suben fotos personales en el Facebook, así nadie puede tener fotos tuyas. Posdata: la historia que te comparto es una de millones que se dan. Una vez mostré a una amiga una foto de unos tíos que caminaban en la Avenida San Juan de Letrán, en la Ciudad de México, la foto también era de mediados del siglo XX. Recordá que en esos años había fotógrafos callejeros que tomaban fotos a todos los peatones y luego las vendían como recuerdo. Pues bien, mi amiga vio la foto, explotó en una cascada de emoción y, señalando con el índice, dijo: “el de atrás es mi papá”. Por simple y maravillosa coincidencia su papá caminaba detrás de mis tíos. Nadie lo hubiera imaginado. Ahí estaba su papá, con traje y sombrero. ¡Tzatz Comitán!

miércoles, 24 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON PARÍS

Querida Mariana: muchos amigos y amigas han estado en París, comparten fotos al lado de la Torre Eiffel, que la Marita le decía la Torre Infiel, porque su marido tenía el apellido de La Torre. Las Olimpiadas del 2024 se celebrarán en París, oh, la la; París, la llamada capital del amor, la del famoso río Sena, de los Campos Elíseos (saludo a Eliseo Palacios, Cheo). París, la de “Rayuela”, de Julito Cortázar; París, la de César Vallejo (“…me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo…). París, la ciudad donde reposan los restos de Porfirio Díaz y los restos de Carol Dunlop, la última compañera de Julito. París, la de cabellera con aroma de menta, la que me deslumbró en los años noventa, la que fue mi sueño alado, la de los tambores, la de los grandes arcos, la de música de acordeón, la ciudad de Edith Piaf (non, Je ne regrette rien), con sus erres arrastradísimas, como si jalara un inmenso ramo de flores de lavanda. La París de Hemingway, la de Diego Rivera, la del gran Picasso, la del no menos genial Modigliani (¡salve, oh, maestro!) La París de la bellísima Brigitte Bardot, la del cineasta Truffaut (sí, también la de las trufas). La enormísima ciudad que una amiga en Puebla me dijo que la hicieron para enamorar a todos los que llegaran a ella, la que seduce, la que es como una gran ventana, la de los lentes oscuros, la que tiene a Cannes a la orilla. La de Kieslowsky, con su rojo, blanco y azul, los colores de la bandera de tul. Desde cualquier lugar del mundo se ve la Torre Eiffel, basta trepar al Mirador de Comitán, pararse de puntillas, sosteniéndose en el barandal, para ver la punta de la Eiffel (si no todo mundo la ve es porque no tiene un sextante para ver dónde está ubicada, a veces la gente se confunde y lo que ve es una torre de transmisión en lo alto de Los Cuchumatanes). Cada persona tiene su París particular, esencial. Quienes ya estuvieron de visita tienen sus lugares favoritos, no falta el que ama una sala del Louvre (puede ser donde está La Gioconda), otros recuerdan al Museo d’Orsay, porque se fascinaron con un cuadro de Renoir donde los azules son la esencia. París es la de todos los gustos, la de todas las miradas. No hay ser humano que no caiga rendido a sus pies. Cuentan, no sé si sea cierto, que cuando fue invadida por los alemanes hubo orden de colocar bombas en muchos edificios y hacerlas explotar y los encargados de cumplir la orden se rebelaron, porque no era posible destruir tanta belleza. Andá a saber si es cierto lo que cuentan, pero da idea del portento de ciudad que es. Desde Comitán hay mucha gente que ama la Ciudad Luz. El otro día fui al café de La Flor de México, en la Colonia Miguel Alemán, y al entrar lo primero que vi fue una serie de litografías que muestran lugares de París. Hay chicas que se llaman Paris (así, sin tilde), el nombre es prodigioso, es como si el agua de su bautizo las acompañara en las cascadas de luz de todos los días. París es un acordeón (por eso, lo usamos mucho en los salones), pero también es un piano, un bongó, una guitarra eléctrica, es un coro monumental, es una lluvia de reflectores, un lago recostado en el lado izquierdo del espíritu; París es una batería, un solo cantado por Charles Aznavour. Todas las chicas de los setenta estarán de acuerdo en decir que París estuvo sintetizado en el divino Alain Delon, el chico más bello del mundo (Julito Cortázar escribió un maravilloso cuento donde narra una pelea de box, organizada por el actor Alain Delon. Sí, el cuento se llama “La noche de Mantequilla", recordá que Mantequilla Nápoles fue un excelente boxeador). Pero, ahora que escribí mantequilla recordé también la película de Bertolucci, que se filmó en París, donde la bellísima María Schenider recibe el dedo del enormísimo actor Marlon Brando, lleno de mantequilla (¿fue el dedo?) Esto también es París, el Crazy Horse y el Molino Rojo y los dibujos sublimes de Toulouse Lautrec. Posdata: a mí me encanta ver y rever la cinta de mi admirado Woody Allen que se llama “Medianoche en París”. Woody también es París y es Manhattan y ahora que lo menciono, también es Comitán. A huevo. ¡Tzatz Comitán!

lunes, 22 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON RENUEVOS

Querida Mariana: todos de pie, los árboles y los renuevos azules. Luego de la misa de acción de gracias, por un ciclo concluido, los docentes y los estudiantes del Colegio Mariano N. Ruiz se apropiaron, temporalmente, de las gradas principales del parque central. Ah, parvadas de chiquitíos y jóvenes volaron para pararse en las ramas del aire. Los papás y las mamás levantaron los celulares y tomaron la foto del recuerdo. Si ponés atención a esta foto que me robé del muro de Preescolar del colegio, verás muchas manos que detienen los celulares para inmortalizar el instante, instante supremo, de sentimientos indecibles: ¡la graduación de sus hijos e hijas! Los pichitos y pichitas terminaron su educación preescolar, ya pasarán a primaria, ¡ah, qué momento! Y los de sexto de primaria van a secundaria y los de secundaria a bachillerato y los de bachillerato a universidad y los de universidad a los posgrados. Alas para el vuelo, para la vida. Los Marianitos y las Marianitas estuvieron juntos, pero no revueltos, la misma posición indica la esencia de la vida: los de preescolar están en el primer escalón, los universitarios están en la parte de arriba, ya cerca de las frondas de los árboles. Algunos universitarios continuarán su educación, estudiarán diplomados, maestrías, doctorados, otros se integrarán ya de lleno al mercado laboral y comenzarán a sembrar semillas sapientes. De pie, como los árboles, siempre tendiendo hacia las alturas. Esos árboles del parque también estuvieron un día en el preescolar de la naturaleza, fueron pequeños y, gracias al cuidado, a la lluvia y al sol ahora están enormes y dan sombra a los paseantes y ponen ungüento en la mirada para acariciar el espíritu. ¡Árboles que dan oxígeno! Así, los estudiantes se nutren de la savia del conocimiento y de los valores. De pie, siempre. Cada uno de estos chicos y chicas tienen historias sublimes. Sus papás y mamás decidieron inscribirlos en un colegio particular, esto significó destinar una cierta cantidad de dinero para cubrir las mensualidades. Pregunté a una mamá por dicha decisión y me dijo que ese dinero había sido invertido en lo mejor de la vida: la educación de su niña, y que así continuará en la secundaria y todo lo demás. Ella es maestra y me confió que tiene un apartadito de su salario mensual, está ahorrando para cuando la hija llegue al nivel profesional, me confió que desea poder ofrecerle la mejor opción del país o del mundo. Cuando me lo contó vi su carita llena de una luz majestuosa, su rostro era una montaña con muchos árboles, con mucho aire. Le deseé mucho éxito, mucha vida, que se cumplan todos los sueños, ella no gasta en su hija, ella invierte en su educación para garantizarle una vida más plena. El cielo comiteco fue testigo de este momento, una lluvia de luz fue la salva para celebrar el instante. ¡Que vivan estos chicos y chicas que, como corredores de cien metros, llegaron a la meta! Más carreras les esperan, por eso, ellos deben continuar con su preparación, cada día es un peldaño para alcanzar la cumbre. El colegio les provee las herramientas para construir sus mundos, los universos alternos. ¡Que vivan los padres y madres de familia! Porque ellos son quienes jalan el hilo del papalote y controlan los vientos, para que la hoja no suspenda su vuelo. A veces, la vida es así, los hilos se cortan, pero siempre existe la posibilidad de injertar nuevas alas. ¡Que vivan los maestros, las maestras y el personal directivo! Son ellos quienes facilitan las alas, he sido testigo que las costuran con el mejor hilo, no están pegadas con Diurex ni con cera cantul, las alas de estos estudiantes son bordadas con hilo de oro, por eso los bordados que consiguen son tan bellos como los que hacen las artesanas chiapanecas. ¡Que viva Comitán y la región! ¡Que viva Chiapas! Estos chicos y chicas, estoy seguro, abonarán para que nuestro estado tenga un mejor destino, ellos se apropian ahora de la esencia que, como alquimistas, abrirá la ventana de la ciencia en forma plena. Posdata: cada año en todos los planteles del mundo se dan fotografías similares. Millones de niños y niñas son felicitados por sus amigos y familiares y les desean parabienes. Acá, en esta foto, una célula de nuestra sociedad posó para que los celulares de los amigos se activaran, para que se activarán los corazones en una plegaria de agradecimiento. ¡Tzatz Comitán!

sábado, 20 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES

Querida Mariana: en todas partes me persigue la imagen de la bíblica multiplicación de los panes y de los peces. Es mi imaginación que hace travesuras. A mí me encanta esa imagen donde Jesús, con un poquitío de peces y de panes escasos dio de comer a una multitud. ¡Un verdadero milagro! Lástima que los simples mortales no pueden hacer esto, porque sabemos que en el mundo hay mucha hambruna. Pero digo que mi imaginación hace el prodigio. A ver, por ejemplo, si veo una silla lo primero que aparece en mi mente es una montaña de sillas en un salón de clases, porque esta imagen me impactó mucho en los años setenta, cuando estudiaba la preparatoria, en el edificio que ahora ocupa el Centro Cultural Rosario Castellanos, a alguien de los compañeros se le ocurrió amontonar todas las sillas en el centro del salón, para ver la reacción del maestro a la hora que entrara. Nada tontos mis compañeros y compañeras eligieron la clase del maestro Rey, quien era, además de una lumbrera en conocimiento del lenguaje español, un pan de Dios. Era el subdirector, pero no abusaba de su puesto, al contrario, era un maestro que toleraba incluso el exceso. Cuando la maestra terminó su clase, todos los alumnos nos quedamos viendo, uno fue a la puerta para hacer labor de vigilante y dio la orden de comenzar, todos tomamos nuestra silla de madera con paleta y comenzamos a amontonarlas en el centro, poco a poco se fue haciendo el montículo de sillas, donde sólo había unas cuantas sillas comenzaron a multiplicarse. Los más altos aprovecharon su tamaño y trepados en otra silla acomodaron hasta arriba las últimas (no eran tiempos de celulares, así que no quedó constancia fotográfica de la montaña de sillas). Al término todos nos hicimos para atrás y vimos (satisfechos) nuestra obra (nuestra travesura boba). Los del grupo éramos más de cincuenta estudiantes, así que la montaña de sillas era generosa. El compa vigilante no tuvo trabajo, porque el maestro no apareció en el corredor, así que, tranquilamente, salimos todos del salón y nos paramos en grupos a platicar, pendientes de ver la hormita del maestro Rey, quien siempre llegaba con traje a la escuela. ¿Ya viste que la travesura tenía un objetivo? Ver la reacción del maestro al ver la montaña de sillas. ¿Qué diría? ¿Cómo se comportaría? Era una afrenta y una provocación. No sabíamos bien a bien qué diría el reglamento escolar ante tal comportamiento. ¿Era una simple travesura juvenil que se remediaba con regresar los asientos a su lugar para comenzar la clase? Bien podía tomar dimensiones superiores, el subdirector entraría al salón y al ver esa montaña de sillas saldría todo molesto, sin decirnos algo, y volvería con el director quien, con su autoridad, podría estallar en cólera y gritar: “fuera de acá, quiero verlos mañana acompañados de sus papás”. En grupo los chicos y chicas somos plebe, capaces de hacer una montaña con sillas en el centro del salón. ¿Quién en forma personal tiene ese comportamiento? Así que si nos expulsaban temporalmente las situaciones personales serían variadas, desde el papá que lo tomaría como una simple travesura, hasta el papá que se molestaría en la misma proporción que las autoridades. Cuando veo un plato mi mente también lo multiplica y recuerdo el día que en los quince años de una amiga uno de los compas comenzó a jugar en la mesa donde habían servido los tamales, tomó el plato de loza ya vacío, puso las hojas del tamal sobre la mesa y comenzó a hacer una columna con los platos de todos, como los meseros los tienen sobre las mesas antes de servir. Poco a poco comenzó a "robar” los platos de las otras mesas, mientras los comensales bailaban; nos emocionamos con el jueguito y, más pronto que tarde, todos andábamos pepenando los platos de todas las mesas, no faltaba la señora que se molestaba, que trataba de evitar que le quitáramos su plato, “no he terminado”. Por lo regular, los meseros tienen columnas de veinte o treinta platos, conocen la ley de la gravedad que nuestro amigo quería superar. Cuando vinimos a ver, la columna de platos, en el centro de la mesa, ya estaba alta, tenía más de cien platos que comenzaban a imitar a la Torre de Pisa, las personas que estaban sentadas a nuestro alrededor también se emocionaron, se pusieron de pie y la columna de platos del amigo se volvió el centro de atracción, quienes bailaban se acercaban, moviendo sus cuerpecitos y hacían apuestas. ¿En qué momento la columna se vendría para abajo y provocaría un quebradero de platos? Esto fue lo que pensó el dueño de la fiesta, lo vimos caminar hacia nosotros, con la corbata de lado, ya con pasos titubeantes por el alcohol ingerido, mostrando el índice (como el Tío Sam) y amenazándonos. El amigo ya estaba trepado sobre una silla para seguir en su labor de construir la torre de platos que sería consignada en el libro de Récords Guinness. Todo se detuvo, no sé si exagero, pero hasta el grupo de marimba que tocaba en el escenario hizo una pausa. El dueño de la fiesta dijo que bastaba, que si se rompían los platos nosotros los pagaríamos, que nos fuéramos, que abandonáramos su festejo. El amigo bajó de la silla y dejó el plato sobre la mesa, lo hizo como si se burlara, porque lo tomó con sus dedos como si fueran pinzas de cirujano y depositó el plato como si lo colocara en lo alto de la columna. No sé si exagero pero recuerdo que hasta nuestras respiraciones se suspendieron, porque si alguien exhalaba de más podía romper el encanto del equilibrio y provocar la caída de la torre. Pensé que en su iracundia el dueño de la fiesta podía golpear la mesa y él ocasionaría el desastre, pero no, todos sus movimientos los hizo al aire. Los meseros llegaron hasta nuestra mesa, uno de ellos subió a la silla, mientras los demás con sus manos cubrieron la torre de platos, poco a poco la columna dejó de multiplicarse y se hizo pequeña, el capitán de los meseros se convirtió en capitán deshace columnas de platos y cumplió la encomienda con atingencia, pasó cada plato que retiraba y los meseros volvieron a colocar los platos en columnas pero pequeñas. El dueño de la fiesta se olvidó de nosotros, jalamos al amigo travieso y, a pesar de su insistencia que nos sentáramos en otra mesa cerca de la puerta, lo obligamos a salir a la calle, con el frío sabroso del mes de diciembre. Pero no sólo aparecen multiplicaciones de sillas o de platos, también (es lo que más disfruto) aparecen en mi mente las columnas de libros. Veo uno y todo parece convertirse en un árbol de navidad de un centro comercial de la Ciudad de México. Fue una de las imágenes más impactantes que recibí en mi vida. Con los amigos de la palomilla fuimos a Plaza Universidad, en la Ciudad de México, a comprar regalitos para los amigos y amigas (las novias de ellos) que entregaríamos al volver a Comitán en temporada de vacaciones navideñas. Cada uno buscaba los locales de la predilección, yo, que no tenía novia para llevarle regalo, me separé un poco del grupo y caminé bobeando, viendo lo que enseñaban los aparadores, artículos deportivos, lentes para el sol, chamarras, artesanías. De pronto vi la multiplicación de los libros, en una rotonda, al final de un pasillo estaba iluminado con lucecitas el árbol más hermoso del mundo: un árbol hecho con libros. No sé cuántos libros habían utilizado, pero eran cientos y todos mostraban los lomos donde se veían los títulos. Cada quien (lo entiendo) se entretiene en lo que le gusta. Yo me pasé diez o quince minutos viendo el árbol enormísimo, leyendo los títulos, me hinqué para leer los de la base y me paré en puntillas para alcanzar a ver los títulos de más arriba. Era imposible que alcanzara a ver los de la cima, asimismo no podía acercarme más, porque el árbol de libros estaba circundado por unos postes dorados con cintas rojas que impedía acercarse más. Esta protección evitaba que alguien se acercara de más y ocasionara que el árbol se deshiciera. Aunque el árbol de libros no tenía el problema del equilibrio que sí mostró la columna de platos, porque el árbol tenía la forma geométrica más segura, una base gruesa que se iba achicando conforme crecía. Sé (puede ser una bobera) que el mundo estaría mejor si la humanidad siguiera el ejemplo de Cristo: que se diera la multiplicación de los panes y de los peces. Esto es lo que hacen algunas asociaciones y muchas personas con amplios recursos económicos, que son dadivosas. Sé que si se diera la multiplicación de los platos (pero llenos de comida) el mundo estaría mejor, y, por supuesto, si se diera la multiplicación de los libros, el mundo tendría mejores oportunidades de desarrollo. Posdata: soy escaso, pero a veces me toca ver un festejo en el patio central de las casas, ambientado con música de marimba. Es cuando se da la multiplicación de los danzantes. Basta que una pareja se pare a bailar, para que muchas más la sigan, dos minutos después se ha dado el prodigio: la multiplicación de los danzantes se ha dado y el patio se llena de vida, de sonrisas, de pasos simpáticos, de pláticas, de miradas sugerentes. La vida se multiplica y esto hace que todo tome un rostro de alegría infinita. ¡Tzatz Comitán!

miércoles, 17 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON GATOS

Querida Mariana: mi Paty tiene una perrita (la Pigosa) y un gato adoptado (ya llegó a casa con su acta de nacimiento y ésta decía: Félix). Ella ama a sus dos animalitos, pero siempre me ha dicho que prefiere los gatos, cuando nos casamos, en la Ciudad de México, puso su carita de niña buena y casi exigió que le comprara un gato (Kremlin, un gato siamés). Dios mío, pensé que mi luna de miel iba a ser de dos, naranjas de Chicomuselo, el gato se metió y se volvió como el consentido, el que exigía toda la atención. Como viajamos en nuestro carrito (un Renault) la parte de atrás se volvió el territorio del gato, a cada rato le pedía a Paty que limpiara el arenero. Julio Cortázar fue igual que Paty, Carlos Monsiváis, también. Ambos escritores amaban a los gatos. Bueno, Alejandra Molina, fundadora del restaurante Malva, food and drinks, también es apasionada de los gatos (de los michis, dice ella). Alejandra tiene un refugio de gatos, en su casa. Fijate que conocí ambos espacios, su restaurante (está a una cuadra de Soriana) y su refugio. El día que fui tenía veintitantos gatitos. No sólo ama los gatos, también ama a su familia y a los libros. En su café (que ofrece platillos exquisitos, con precios económicos) tiene un librero con libros, ese chunche constituye “La michiteca”. ¿Se necesita ser un gato culto para aprovechar la lectura? No, basta llegar y pedir un café. Cuando pagués no te cobrarán el alquiler del libro, sólo el costo de lo que hayás consumido. ¿Querés dejar propina? Genial, porque todas las propinas se utilizan para comprar arena y croquetas para los mishis. Es decir, todo consumo en Malva es con causa. ¡Genial! ¿Cómo llegar? Ya dije que está a una cuadra de Soriana, en el barrio La Candelaria. Ya mirás que Soriana está entre dos calles, la que va al centro de Comitán es donde está Malva. El espacio es pequeño, pero muy agradable. Mi tocaya es economista, egresada de la Facultad de Ciencias Sociales, de la UNACH; pero como es amante del arte ha impartido talleres de esta actividad. Ahora bien, ¿de dónde le llegó el amor a los gatos? Dice que desde niña se compadecía de los gatitos callejeros, su corazón se volvía un estropajo al ver un gatito extraviado. Ella, se acuclillaba, y, lo clásico, movía los dedos mientras con sus labios decía; mishito, mishito, mishito. El gatito (clásico) se acercaba y comenzaba a hacer sus actos de seducción, ella lo abrazaba y el clic de la empatía prendía el foco verde. Ella había salido de casa sólo con su mochila, regresaba con su mochila en la espalda, pero con un gatito debajo de la playera. ¡No, no!, le decían en casa cuando miraban el bultito, pero ella suplicaba y juraba que buscaría la manera de alimentarlo. Hoy ya está casada, tiene una bebé y cuida y alimenta a gatitos que da en adopción, siempre y cuando las personas que adopten demuestren que los atienden, que los aman, que los esterilizan, que los vacunan. ¿Querés comer rico, con precios accesibles y, además, contribuir al mantenimiento de los gatitos? Pues andá a Malva. ¿Tenés ganas de poseer un gatito y quererlo mucho como Julito Cortázar amó a los michis? Pues andá a visitar el refugio que tiene Alejandra. ¿Sabés cuánto vale el desayuno, bien sabroso? Menos de cien pesos. Te sirven café, frutita y el platillo que elijás en el menú. Alejandra dice que el platillo más caro que tiene es la lasaña, la porción vale doscientos pesos. Ah, en Malva consentirás tu cuerpo y tu espíritu. Platicá con Alejandra, es una chica muy simpática y generosa, porque sirve las bebidas al dos por uno. Pucha, más consentida no podés estar. Malva abrió sus puertas en enero de este año, apenas lleva seis meses, es un emprendimiento de una mujer talentosa. Entiendo que su horario es de nueve de la mañana a cinco de la tarde. Posdata: a mí me gusta el carácter de los gatos, me conocés, no soy como Monsiváis o como Julito, pero los respeto y admiro su forma de ser, por algo los egipcios los idolatraban. El de casa es un gato que fue violentado de pequeño, pero el cariño que mi esposa le ha brindado (también mi mamá lo consiente mucho) le ha otorgado tranquilidad. Vas a decir que exagero, pero no, el gato duerme en una cama como la que vos tenés en tu casa, a mitad del colchón (pachoncito) hace un círculo con cobijas y ahí duerme tranquilo. Su arenero está en un baño que ya se volvió especial para él. Con esto queda demostrado que mi Paty quiere mucho a los gatos. Ella ya compró una bolsa de croquetas para gatos bebés, me dice que uno de estos días pasará a Malva y la donará. ¡Bien! A ver si te unís a la campaña. La pequeña ayuda hace la diferencia. Fui a Malva porque una de mis amigas en el Facebook, cuando se enteró que visito lugares mágicos en el pueblo, me sugirió conocer a mi tocaya. Agradezco la sugerencia, ha sido una grata experiencia, una “gata” experiencia. ¡Tzatz Comitán!

lunes, 15 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON LIBRO BAJO EL BRAZO

Querida Mariana: mi compadre Quique tiene libro nuevo en el horno. El libro se llama “Qué pensás que estoy contando”, es una vuelta formidable a la frase que repetimos los comitecos “Qué pensás que estoy pensando”. El pensamiento se expresa a través de palabras, se cuentan los pensamientos. Mi amado amigo nos cuenta cuentos. Pronto estará listo su nuevo libro. Mirá qué dice en la contraportada de su libro: “Después de leer estos cuentos, si sos comiteco confirmarás tu identidad, si no lo sos, lo serás”. Armando Alfonzo escribió el libro “Sólo para comitecos”, donde parecía excluir a los lectores “extranjeros”. Al final, el libro de Armando se convirtió en un clásico y es leído por gente de Comitán y de otras regiones del mundo. Digo que el libro de Quique aún está en el horno, no lo he leído, pero él ya dio pistas. El primer libro que publicó (si mi memoria no falla) lleva el título de “Los cuentos de nunca empezar”, un libro donde (experto en anécdotas comitecas) habla de lo nuestro, en un afán de convertir lo local en universal, que es ideal de los grandes escritores. Quique y yo hemos sido amigos por más de cincuenta años, no es poca cosa. Te he contado que él ha sido el líder de la palomilla, grupo de amigos indisoluble. Al ser el líder, yo, me conocés, me convertí en el cordero fiel de la leyenda, le hacía caso a todo lo que indicaba. Él era el tipo que reunía una serie de cualidades que yo no poseía, él era extrovertido, aventurero, genial conversador, simpático, deportista, aventado (incluso, cuando se pasaba de chingón, se pasaba de rosca, lo seguía admirando). El otro día estuve en su despacho de la notaría y, sentado muy cómodo ante su escritorio, con el ventilador funcionando, me dijo que entre sus planes de vida está publicar más de treinta libros. No recuerdo el número exacto que dijo, porque tiene un número exacto de libros que desea publicar. Dicho número debe ser cabalístico. Ya lleva un buen camino de ese deseo, ha publicado libros de su especialidad: el Derecho, y libros de ficción literaria. Ahora, pronto, nos entregará un nuevo libro de cuentos, que, como reza el mensaje de contraportada, camina de la mano de nuestra identidad, para reconocernos en ese árbol lingüístico formidable, con su voseo particular, con su modo de hablar cantadito, con sus expresiones maravillosas, y con el agregado de la simpatía que él posee. Cuando nos reunimos los de la palomilla y vamos a tomar una cerveza o un tequila (ellos) y comemos chicharrón de hebra, frijolitos refritos con chile de Simojovel, tostadas de manteca y frijoles charros (ellos) los demás contamos algún detalle, pero quien se lleva los reflectores es Quique, porque le encanta ser el centro de atención y como cuenta todo con gracia sin igual nosotros lo escuchamos encantados. Es la versión masculina, comiteca, de la Sherezada, todos los días le perdonamos la vida, siempre y cuando vuelva al siguiente para seguir narrando. Ahora, nos entregará un libro, con cuentos sacados de su imaginación o historias del entorno. Soy testigo de su amor por la lectura. De los compas de la palomilla él y yo fuimos los que nos identificamos por el amor compartido de los libros. Nuestra pasión comenzó en Comitán y se intensificó cuando, estudiantes universitarios, fuimos a la Ciudad de México a estudiar, él Derecho (profesión en la que se tituló) y yo ingeniería (profesión en la que no me titulé). No recuerdo que, aparte de los libros de las profesiones, los demás compas adquirieran libros de narrativa o de poesía. Quique y yo sí. Íbamos a las diversas ferias de libro (incluso la que organizaban en el pasillo subterráneo del Metro, del Zócalo a Pino Suárez). Estirábamos la paguita que nos enviaban nuestros papás y comprábamos libros, por ahí se asomaba el bueno de José Emilio Pacheco con su “Batallas en el desierto”, nos hacía un guiño y nosotros lo comprábamos, o la pesada de Elena Poniatowska con su “Hasta no verte Jesús Mío”, nos ignoraba con sus tufos rancios de nobleza y nosotros le dábamos bofetada con guante blanco y comprábamos su novela y al llegar al departamento, que compartíamos con los hermanos de Quique, Rodolfo y César, y con los Román Marín, Roge y Miguel, que en paz descanse, nuestro amado amigo, le entrábamos con furor a la lectura (con el mismo gusto con el que cenábamos las quesadillas en avenida Universidad, los llamados bauces y los popochis). Quique y yo hemos sido amantes de la literatura, apasionados lectores y ahora Quique se ha convertido, asimismo, en un compartidor de historias. Posdata: cuando íbamos a su rancho Santa Lucía, por el rumbo de Uninajab, salíamos a cazar conejitos en la noche y al volver con animalitos, la gente del rancho ayudaba a destazar y luego colocaban los cuerpecitos todos enteleridos, sanguinolentos, sobre las brasas, para que luego los devoráramos con unos buenos tragos de ron. Al amparo del fuego, que pintaba sombras en nuestras caras, escuchábamos fascinados las aventuras que Quique había vivido con su abuelo César. La noche era una sábana llena de luciérnagas infinitas. Éramos felices. Gracias a Dios seguimos compartiendo destellos luminosos. ¡Tzatz Comitán!

sábado, 13 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN RECONOCIMIENTO

Querida Mariana: recibí una invitación que llamó mi atención. El 11 de julio reconocerían al personal de la brigada de combatientes de incendios forestales. ¿Mirás lo que digo? Un reconocimiento a integrantes de la brigada de combatientes de incendios forestales. Fue una iniciativa de la regidora Magaly del Rocío Guillén Zepeda, quien preside la Comisión de Medio Ambiente y Cambio Climático, del Ayuntamiento comiteco, al lado de un grupo de personas comprometidas con la humanidad, por ahí saludé al maestro Roberto Pinto y al ingeniero Guillermo Herrera. Hice un huequito en mi agenda y fui al acto, que se celebró en el patio principal del Museo Rosario Castellanos. Fui para corresponder a la gentileza de la invitación y porque quise conocer el trabajo que realiza esa brigada. Supe que algo pepenaría de la labor. ¿Vos habías oído acerca de esa brigada? Yo no. A veces, en el rebumbio del día a día, no reflexionamos acerca de las personas que se dedican a labores delicadas, que, en apariencia, están lejos de nuestra cotidianidad. Pero, vos y yo, como medio mundo, nos dimos cuenta, antes de la llegada de las lluvias, de cómo el cielo presentaba una bruma que, luego supimos, era ocasionada por los incendios. La etapa de estío provocó que hubiese mucha paja seca donde el fuego iniciaba con gran facilidad. Paty Espinosa Vázquez, la editora ejecutiva de nuestra revista Arenilla, escribió un testimonio valiosísimo de un incendio que llegó hasta un cerro que ella acostumbra visitar, porque está cerca de su comunidad: Cajcam. Te invito a que lo leás en su muro de Facebook. Nunca he estado cerca de un incendio de esas proporciones, un incendio que arrasa bosques y con ello destroza la vida que ahí se concentra. Pero, con la lectura del texto de Paty entendí la gravedad de esos incendios y, aparejado, la labor que realizan los brigadistas y la gente de a pie. El 11 de julio el grupo de brigadistas fue reconocido, acto que fue muy emotivo y que se realizó en nuestra ciudad por primera vez. Paty y yo llegamos a las diez con cinco minutos, aún no comenzaba el acto, saludamos a las personas que ahí estaban y buscamos asiento. Leí el panel que estaba en el podio: “Entrega de reconocimientos a miembros de la Brigada CONAFOR – Día Nacional del Combatiente Contra Incendios Forestales”. Ah, cuánto conocimiento lejos de mi esfera. Al llegar a casa busqué en el Internet qué significa CONAFOR y hallé que es la sigla de la Comisión Nacional Forestal, organismo público descentralizado, cuyo objetivo es desarrollar, favorecer e impulsar las actividades productivas, de conservación y restauración en materia forestal. Me di dos zapes por ignorar la existencia de esta Comisión, pero luego experimenté una satisfacción por ser uno de los testigos del acto donde fueron reconocidos los integrantes de la brigada de combatientes de incendios forestales. Como no me gusta solazarme en mi ignorancia, una vez que estuvimos sentados y que entraron los integrantes de la brigada con su uniforme amarillo me acerqué a uno de ellos, así al azar, y tuve la suerte de que resultó ser el mero mero de la brigada, el ingeniero Aldrin de Jesús Cruz Morales, él me contó que la Brigada tiene su sede en la 11ª calle Sur Pte. número 25, barrio Nicalococ, casi casi frente a la Farmacia Guadalajara y su personal consta de catorce personas, diez se dedican al programa de combate de incendios forestales y cuatro personas al desarrollo forestal, que entendí consiste en la siembra y cuidado de arbolitos. En la mesa de honor estuvieron la bióloga Cristina Villatoro, el licenciado Gilberto de La Cruz Villalobos, biólogo Jesús León Mendoza, el ingeniero Aldrin de Jesús Cruz Morales, el licenciado Francisco Javier Simuta y la regidora Magaly del Rocío Guillén Zepeda. El acto fue breve y emotivo (dos esencias maravillosas). Los reconocidos se sintieron felices, algunos estuvieron acompañados por sus esposas e hijos. En su mensaje, el ingeniero Aldrin reconoció, a su vez, el acompañamiento de las mujeres en su actividad profesional, porque (así se entiende) los brigadistas salen muy temprano de su casa y vuelven muy tarde, su trabajo no es sencillo. Ellos tienen al fuego como su principal enemigo, ellos son los héroes que deben vencerlo, apagarlo, para que no consuma los árboles, los seres que nos otorgan vida, que dan sombra, que son cobijo de animalitos, que son la casa de las aves. Ellos dan su vida para salvar la vida de la tierra, de todos los demás moradores, de nosotros. Por eso, todos los asistentes, más los que se enteren del acto, estarán de acuerdo en reconocer su valentía. Vi rostros felices. Los brigadistas dijeron que se sentían complacidos porque, por primera vez en Comitán, se les reconocía. Actualmente, poco a poco, el mundo reconoce la importancia del cuidado de los árboles. La conductora del acto mencionó que hace diez años se instituyó el Día Nacional del Combatiente Contra Incendios Forestales. Qué justo es reconocer a los brigadistas. Llamó mi atención la palabra combatiente, siempre la apliqué a aquellas personas que batallan en guerras, te he contado que de niño me gustaba ver un programa en televisión que se llamó “Combate”, que contaba aventuras de combatientes norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial. Acá, los combatientes de la CONAFOR dan vida, la cuidan, la protegen. Por eso, estos combatientes merecen todo nuestro reconocimiento. ¿Quiénes fueron los combatientes reconocidos? Acá te paso los nombres de estos hombres generosos y valientes: Aldrin de Jesús Cruz Morales, Jesús García Hernández, José López Calvo, César Enrique Morales Gordillo, Dagoberto Pascacio Marroquín, José Pérez Aguilar, Rulfo Morales, José Alberto Santiz López y José Francisco Santiz López. Casi al final del acto, uno de los brigadistas hizo uso de la palabra, un buen uso de la palabra, porque su mensaje fue emotivo, hizo un llamado a toda la población, a todo el mundo, al cuidado de la naturaleza. Dijo que no es necesario vestir un uniforme amarillo para ser un brigadista, porque, como dirían los sabios con respecto a la medicina, la prevención es fundamental. ¿Qué pasaría si cada ciudadano aporta su grano de arena? Él dijo que bien podemos recoger basura, no tirar colillas encendidas y cuidar los bosques. El mensaje fue aleccionador. Recuerdo que, en una ocasión, la regidora Magaly llegó al Colegio Mariano N. Ruiz encabezando una brigada de sembradores de árboles; en el bosque de la institución los alumnos, con la enseñanza de los expertos, realizaron una siembra. Muchos de esos arbolitos han crecido. El bosque del colegio es parte de esa labor de conciencia de amor a la naturaleza, hace muchos años niños y niñas llegaban a lo que ahora son las instalaciones de la secundaria, bachillerato y universidad y, divertidos, emocionados, sembraron arbolitos que ahora son grandes árboles que hacen un maravilloso espacio. Estoy seguro que esos niños y niñas recuerdan con agrado esa acción y son personas adultas que ahora reconocen el valor del cuidado de la naturaleza. Nuestro brigadista dijo que todos podemos aportar, ¡todos!, y que dichas acciones benefician a todos. ¿Mirás? El mensaje fue muy claro, muy aleccionador. Invento, invento mucho, puede ser que lo que diga a continuación no corresponda a la frase que el brigadista dijo, y no recuerdo con precisión la frase, porque me emocionó cuando dijo que a él le gusta mucho una frase que dijo Vincent Van Gogh. ¡Qué genialidad! Cuando mencionó al gran pintor impresionista yo quedé ¡impresionado! Busqué frases de Van Gogh en el Internet y hallé ésta, ojalá sea la que nos compartió el brigadista: “La belleza está en todas partes, sólo necesitas tener ojos para verla”. Posdata: la frase es el colofón del acto. Fue un acto bello, sin protocolos pomposos, los brigadistas fueron el centro de atención y ellos estuvieron felices, vi sus rostros contentos. Por primera vez en Comitán se celebró por lo alto el Día Nacional del Combatiente Contra Incendios Forestales, por primera vez conocí algo de su labor en beneficio de México. ¡Felicidades! Felicidades a los organizadores del acto y a los brigadistas reconocidos. ¡Tzatz Comitán!

jueves, 11 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON APELLIDO PATERNO

Querida Mariana: el apellido Molinari no es muy frecuente en México; hay más López. Por eso, cuando algunos amigos y amigas viajan a USA, Europa o Sudamérica y se topan con mi apellido me mandan evidencias. Hace dos días compré la novela “Cielo cruel”, de Maritza Buendía; novela que obtuvo el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2024. Comencé a leerla y me topé con mi apellido bautizando un taco, no de adobada ni de nenepil, ¡no! El taco Molinari se refiere a un taco de billar. En el Internet encontré que la marca Molinari es de gran prestigio en el mundo del billar, hasta tizas con la marca existen. Esto no lo sabía. ¿Es una bobera que me sienta orgulloso de esos hallazgos? ¿A todo mundo le pasa lo mismo? ¿Todos los López se sienten chentos porque el presidente de la república lleva el mismo apellido? ¿Los Vergara se sienten muy vergara? Amigos míos fueron a Verona y visitaron la casa de Romeo y Julieta, me enviaron una foto donde aparece una plaza que lleva el apellido Molinari, una cosa grandiosa, porque miles y miles de visitantes caminan por esa plaza y ven el nombre. No he hallado la información que me indique en homenaje a qué personaje fue bautizada así, porque no es gratuito que así se llame, debió ser un Molinari famoso. Pucha, Plaza Molinari, así como acá tenemos parque Benito Juárez o biblioteca Rosario Castellanos. Pero ya te conté que en una ciudad de USA hay una cafetería que tiene un enormísimo Molinari en su fachada, así como acá existe el negocio de Hermilo Vives y sucesores (que la picardía comiteca dice que ahora debe llamarse sin sucesores, porque el heredero de la dinastía ya no tuvo hijos o hijas). Ángelo, italiano de origen, que tiene su pizzería en Comitán, me dijo que en Italia hay una famosa bebida alcohólica (zambuca) que también tiene la marca Molinari. Ah, ya no bebo alcohol, pero hubiese sido excelso embolarme con un Molinari, un poco para contradecir eso de que chucho no come chucho (Molinari sí bebe Molinari). No sé si has visto la tendencia, los chiapanecos se sienten más chentos cuando tienen apellidos indígenas (Nandayapa) o apellidos extranjeros que no sean españoles, porque los apellidos de la madre patria son los comunes. Tenemos Pérez, claro, hay unos más famosos que otros, está el famoso Pito Pérez y el famosísimo Checo Pérez. Me encanta hallar personajes con mi apellido paterno, personas que, con su genio, hacen más robusta la ceiba común, el gran poeta argentino Ricardo Molinari y Fernando Molinari, otro argentino, que es un excelente ilustrador. Ya en la tierra de mi mamá (Huixtla) hay una empresa que ofrece el Café Molinari, de excelente calidad. Posdata: espero que los Molinari del mundo, cuando se topen con el apellido en Comitán, también se enorgullezcan al ver que ARENILLA de Molinari es una revista que otorga dignidad a nuestro pueblo y a la región. Los Molinari no somos muchos en el planeta, entiendo que, como cualquier apellido, hay personas que le dan lustre, y otros cabroncetes lo enlodan. Los mencionados son Molinari ilustres, iluminan el cielo. En el pueblo, Arenilla hace las cosas a la comiteca; es decir, ¡bien hechas! ¡Tzatz Comitán!

miércoles, 10 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON BUENAS INTENCIONES

Querida Mariana: mando foto de un Paralibros, chunche maravilloso. ¡Mirá cómo se llama! ¡Paralibros! El nombre lo dice todo, no queda duda alguna y para corroborarlo, vemos en la ventanita que adentro hay libros, pero ¡ay!, la gran tragedia: el pinche paralibros lleva meses clausurado. Es un chunche que está en el Pasaje Morales, en el mero centro de Comitán. Estuve el día que se inauguró hace ya varios años y fui testigo de cómo llegaban niños y niñas a hurgar la oferta bibliográfica; de igual manera atestigüé la labor que realizaba un chico encargado del paralibros que era muy buen cuentacuentos, los niños y niñas se entusiasmaban cuando él tomaba un libro y les leía cuentos infantiles, casi actuándolos. ¡Y se asomó el oso…!, y él hacía los sonidos de un oso gruñón. ¡Era genial! Pero algo sucede en este país de muérdago con las cosas buenas, siempre, ¡qué jodido!, lo mediocre y lo negativo es lo que aparece en la cima y nubla las buenas ideas. ¿Quién, en este país de analfabetos funcionales, estaría en contra de la promoción de la lectura? La lógica indicaría que ¡nadie!, ah, pero la lógica no funciona en este sistema de gobierno, y muchos grandes proyectos se cancelan. Tiene muchos meses, muchísimos, que el Paralibros de El Pasaje está cerrado. Sus ventanas presumen grandes candados. ¡Encerraron a los libros, les quitaron sus alas! En ocasiones, como me tocó a mí, algún despistado se acerca a ver los títulos y lamenta que no estén al servicio de la patria. Este programa de Salas de Lectura es patrocinio de Coneculta. Acá se trataba de poner libros al paso de las personas, es una de las mejores maneras de acercar la lectura. Las bibliotecas, lo sabemos, son espacios que no están en el camino de los peatones, la gente tiene que acercarse y como en este país (en este estado, en esta ciudad) no hay costumbre de leer, pues la gente no va a las bibliotecas, como si va a los estadios y a los masivos de la feria. El otro día fui a la biblioteca y no hallé más que al personal que ahí labora, bostezando, revisando sus celulares, platicando. ¿No se les ha ocurrido que alguien del personal podría ir en las mañanas y en las tardes a atender este Paralibros? No, a nadie se le ha ocurrido y el bendito chunche de El Pasaje es un armatoste que para nada sirve, cuando bien podría servir para que niños y niñas del pueblo viajaran a través de los libros de aventuras. No alcanzarás a leer lo que dice este armatoste en el mensaje frontal, pero lo transcribiré: “Bienvenido a este Paralibros, un espacio público con servicio gratuito para gozar del libro y la lectura. Solicita tu credencial para préstamo a domicilio. Te esperamos”. Cabrones mentirosos. No nos esperan, los lectores somos quienes nos hemos quedado esperando. Los libros cerrados son ventanas clausuradas, los libros abiertos son ventanas para vivir el universo. Acá, la autoridad (qué boba) ha cerrado puertas a la imaginación, a la inteligencia. Son unos ineptos, por decir lo menos. Qué pena. Bien dicen que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Esto fue un buen intento, ahí está como un monumento a la estulticia, al agravio. México es un país de pocos lectores. Pues sí, cómo no. Nosotros, lo sabés, en Arenilla, en cada número publicamos un cuentito infantil e invitamos a los papás y a las mamás para que compartan la lectura con sus hijos e hijas. Nuestra revista, gracias a la generosidad de nuestros patrocinadores, llega a cientos y cientos de lectores en forma gratuita, la distribuimos en puntos conocidos (como la Proveedora Cultural y Estética Vanity, espacios cerca del centro de la ciudad) y el equipo se encarga de repartir en domicilios, es lo que llamamos servicio VIP (Viaje Inteligente Pactado). Lo hacemos para contribuir al desarrollo intelectual. ¿Contamos con el apoyo de las instituciones gubernamentales en esta empresa? ¡Ay, querida niña, ya te contaré! Posdata: ¿debemos dejar que nuestra niñez y juventud mexicanas estén ayunos de lectura inteligente? Digo que no, sostengo que no. La única forma de que este país crezca en armonía, en medio de tanta mierda, es mediante la reflexión inteligente y la imaginación, herramientas que proveen los libros, los amados libros, que acá, en este chunche, han permanecido enjaulados por decisión de quienes tienen en sus manos la “cultura oficial”. ¡Tzatz Comitán!

martes, 9 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON ACTOS DE VENTRILOQUÍA

Querida Mariana: cualquiera puede ser payaso, pero pocos son ventrílocuos. ¿Has conocido a un ventrílocuo comiteco? Estoy seguro que no. ¿Payasos? ¡Ah, para aventar! Cualquier persona hace payasadas, pero actos de ventriloquía ¡pocos! Y es que, como su nombre lo dice, los ventrílocuos “hablan” con el vientre. Es muy sutil el movimiento de los labios del ventrílocuo, para que los espectadores no lo noten y “piensen” que el muñeco es el que habla, porque no hay ventrílocuo sin muñeco. Recuerdo con admiración a Carlos que tenía sus títeres Neto y Titino, ah, personajes geniales. El favorito de todos (bueno, de la mayoría) era Titino, por la vocecita de niño que tenía, como de liga que se extiende. Vos sos muy joven, pero en los años ochenta del siglo pasado hubo un famoso programa de televisión que se llamó “La carabina de Ambrosio”, donde hicieron una parodia, César Costa era el ventrílocuo y Chabelo representaba al muñeco. Ambos artistas hicieron una dupla genial y se aventaban unos buenos gags. Recientemente (digo, hace pocos años) apareció Johnny Welch en la tele, con su muñeco “El mofles”. Los ventrílocuos son artistas con gran talento, porque no sólo se trata de presentar diálogos interesantes y humorísticos sino hacer creer a los espectadores que los acompañantes tienen vida, esto requiere que los muñecos tengan una personalidad bien definida. En la película “El hombre de papel”, donde López Tarso logra una soberbia actuación, el cantante Luis Aguilar (El gallo giro) aparece con “Titino” en sus piernas haciendo una representación en una gran avenida de la Ciudad de México, como es usual, la gente se arremolina y disfruta el espectáculo, López Tarso también se detiene y ve asombrado al muñeco, quien le pide que se acerque y al final le saca un peso por un beso. La escena es de tal verosimilitud que todo mundo se olvida que Titino es un simple títere, un vulgar muñeco. Por supuesto que la magia del cine provoca todo (eso vos lo sabés bien), el Gallo giro en su vida fue ventrílocuo, pero hace la representación. La voz de Titino es la de Carlos, su creador. Pues vos no estás para saberlo, pero yo sí para contarlo: en Comitán, a fines de la primera decena del siglo XXI hubo una dupla sensacional, acá te los presento: “Molki Welch” con su muñeco “El Morales Contreras”, hacé de cuenta César Costa y Chabelo. Ya te diste cuenta que Molki Welch es el Arenillero y el muñeco es José Antonio Morales, quien fue el primer rector de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar. En la entrega del Óscar de ese año, José Antonio estuvo a punto de ganarlo como La Mejor Caracterización, su horma es la de todos los días, es chaparrito, pelón, siempre amable, con una vena humorística especial (¿ya viste que le pintaron las líneas de la mandíbula?). Fue muy sencillo lograr su caracterización. A mí me pusieron una peluca de cabello dorado (como si fuera de Paulina Rubio) y una gorra. Un amigo de generación me dijo que si el Welch era como un homenaje para la bellísima actriz Raquel Welch. ¡No, no! Fue para imitar al compañero de “El mofles”: Johnny Welch. La presentación fue un éxito total, pero como somos actores de prestigio fue una actuación única. Esperamos sentados que volvieran a invitarnos. Tal vez como cobramos lo que nos merecemos la gente prefirió contratar a artistas más baratos y así vemos que en muchos festejos contratan payasos. Que con su pan se lo coman. ¿En dónde fue nuestro debut y despedida, como dirían Los Ángeles Negros? Fue en el patio central de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar. El acto fue en conmemoración del Día del Estudiante, donde el magisterio celebra a sus estudiantes. Posdata: nuestros diálogos tuvieron como eje el mote del muñeco: Contreras, nunca estaba de acuerdo conmigo, mi ánimo optimista se topó con pared ante sus argumentos. Por supuesto, las carcajadas brotaron cuando él actuaba. También debió estar nominado como mejor actor, pero nanay. ¡Tzatz Comitán!

lunes, 8 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON ESPACIOS

Querida Mariana: en el principio nada había, era un terreno yermo, pero mi papá proyectó su casa y los albañiles la construyeron. Esta historia se ha repetido, con variantes, durante siglos. Las casas de Suiza son semejantes a las mexicanas, pero con diferencias sustanciales. En Comitán construyen casas con losas casi horizontales, en Suiza, por la nieve, los techos deben ser con pendientes, para que el cielo no se caiga, como sí sucedió en el cuentito del pollito. Mi mamá cuenta que cuando nos pasamos a vivir a la nueva casa el maestro albañil enterró una gallina negra muerta, mi papá me llamó y dijo: esta será tu recámara, entramos y yo me sorprendí ante un cuarto de dimensiones generosas, con tres puertas (una daba al corredor, y las otras dos daban a otros cuartos, así era la costumbre comiteca: los cuartos tenían puertas que los comunicaban entre sí, la intimidad era un misterio abierto). Hasta entonces había dormido en la recámara de mi papá y de mi mamá, ahora tenía un espacio para mí solito. Poco a poco le fui imprimiendo carácter, en la cabecera de la cama pegué calcomanías que estaban de moda y en la pared colgué un banderín deportivo y un póster de equipos de fútbol soccer. Tuve un mueble de madera que sirvió para colocar las revistas de monitos y los libros que comencé a adquirir. Ahora, viejo de setenta y siete, busco las huellas de mi personalidad; lo del deporte era algo que no estaba en mi carácter, era algo que desde entonces me persiguió: un afán de búsqueda, un algo que me acercara a los demás, tal vez colgué los carteles deportivos para decirles a los demás que yo también era un ser normal, que no era un individuo extraño que tenía como su pasión la lectura. Los lectores y lectoras, desde entonces, pertenecen a una raza especial. Por primera vez tuve un espacio sólo para mí, un verdadero privilegio. Muchos de los amiguitos de ese tiempo compartían las recámaras con sus papás o con sus hermanos. En una ocasión por primera vez entré a una habitación que tenía literas de madera, el amiguito me explicó que las de la derecha eran para las hermanas y las de la izquierda era para su hermanito y él. Las dos literas estaban separadas por un pasillo estrechísimo, el ambiente era asfixiante, la pequeña ventana del fondo no alcanzaba para que entrara el sol ni para que saliera el olor a humedad. Mi amiguito sacó un juego de lotería mexicana, me invitó a sentarme en la cama que le correspondía al hermanito para jugar. No soporté, le dije que mi mamá me había dado permiso sólo para estar media hora. Busqué, como buzo desesperado, la burbuja de aire. Mi espacio se fue transformando poco a poco, un día amaneció con un escritorio de madera que me regaló mi papá, una lámpara de mesa, un caballete donde coloqué lienzos para pintar o dibujar, más otro mueblecito para colocar libros, porque el primero ya estaba lleno. Un día quité los banderines deportivos y pegué el cartel con la foto de un escritor, siempre me quedé con el gusto de pegar un póster de Marilyn (aunque, Quique lo recordará, en el cuarto que nos tocó en la casa de tía Anita, en la colonia Roma, sí pegamos el póster central de una revista para adultos, donde apareció nuestra ex compañera de la secundaria, la actriz Lety Pinto, que, hermosísima, mostraba sus atributos físicos sin pena alguna). Tuve amigos que también gozaban de espacios especiales para ellos, no compartían recámaras con hermanos, tíos o abuelos. Conforme conocí esos espacios supe que ellos no dudaban en sus gustos y preferencias, en sus llamados vocacionales, el amigo Roberto tenía una gran batería; Jaime poseía más de cuatro raquetas de tenis, colgadas en una pared; Agustín tenía varias piezas disecadas de pájaros que había conseguido en las cacerías que emprendía con su papá; Romeo había pegado decenas de carteles con cantantes y grupos de rock and roll. Cada uno definía su carácter a través de los cuartos decorados, cada uno mostraba por dónde iría su camino. ¡Dios mío, qué fui a hacer a la Facultad de Ingeniería, en la UNAM, cuando mi cuarto me gritaba todos los días, a todas horas, por dónde estaba mi gusto, mi vocación profesional! En dos ocasiones (gracias, niña mía) he estado en tu recámara, y he tenido el privilegio de ver que ahí tenés carteles de tus películas favoritas. No sé cómo le hiciste para conseguir el cartel original (el que fue exhibido en los vestíbulos de las salas del mundo) de la cinta “Manhattan”, de Woody Allen. Posdata: me has contado que desde niña tenés la cámara súper ocho que te regaló tu abuelo. Vos sí nunca dudaste, no tenías qué buscar el reconocimiento de los otros pareciéndote a ellos. Te admiro. A mí, por mi inseguridad, me costó trabajo hallar mi camino, pero, ahora, por nadie me cambio. Admiro lo que hacen los otros, pero estoy seguro de mi pasión. ¡Tzatz Comitán!

sábado, 6 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON UNA NOTICIA

Querida Mariana: ¿has visto que los periódicos y la gente dice: “la noticia corrió como reguero de pólvora”? Es un lugar común. ¿Reguero? El diccionario dice que reguero es una corriente que se hace de un líquido. En término estricto la pólvora esparcida no hace un reguero sino un caminito. Vos y yo hemos visto en películas cómo alguna persona riega pólvora para provocar una explosión, con un bulto lleno de pólvora hace un camino y en un extremo suelta un cerillo y la llama corre como maratonista. “La noticia corrió como reguero de pólvora”, es un lugar común que se usa para decir que la noticia llegó a muchos oídos a gran velocidad. A veces no sólo es una noticia sino un simple rumor que se propala o un mero chisme, del cual los comitecos somos expertos, siempre (así nos lo dice la tradición) el pueblo ha sido dado a chismear, nos gusta. Claro, en defensa, muchas personas dicen: “no, no somos chismosos, somos comunicativos”. Pues sí, desde siempre hemos sido comunicativos. Ya te conté que tengo una amiga que agarró sus chivas y se fue a vivir a la gran Ciudad de México, una vez la encontré en aquella ciudad, fue una de esas coincidencias maravillosas, porque coincidir en una ciudad que tiene más de diez millones de habitantes ¡no es poca cosa! Ella compraba su despensa en una gran plaza y yo andaba bobeando, como ella había dejado a sus criaturitas en el colegio, tenía tiempo para que platicáramos un ratito, porque nos dio gusto encontrarnos, me invitó a un café, entramos a uno de esos locales siempre pulcros y pedimos dos cafés espresso (en ese tiempo aún tomaba café). Y ya podés imaginar por dónde fue la plática, ella contó cómo le había ido, sus hijos, su esposo, contó que estaba escribiendo una novela, que ya le habían publicado un cuento en una revista literaria de Colombia; es decir, su vida iba bien. Por mi lado le conté también cómo iba mi vida, qué había llegado a hacer a la gran ciudad, le di una relación extensa de películas que había visto y, fue inevitable, le conté cómo andaba el pueblo y le di noticias de la vida de algunos amigos comunes (es normal) cuando comencé con el tercer nombre de los amigos ella me paró, como si fuera uno de esos agentes viales que te paran en la carretera me mostró la palma de la mano derecha y dijo: ¡no, no quiero saber nada!, y explicó que había vivido muy tranquila sin saber vida y obra de la gente del pueblo y fue cuando me soltó lo siguiente: “vivo muy en paz aquí, porque acá nadie se mete en tu vida”. Entendí que no le gustaba el chismorreo que se da en el pueblo. Ahora, con el crecimiento, en el pueblo ya el chisme le ha bajado intensidad. Ya “la comunicación” no corre como reguero de pólvora. ¡Falso! El pueblo ha crecido, pero en forma exponencial también ha crecido el aparato digital de la comunicación. Ahora, con los celulares y las redes sociales la noticia, el rumor y el chisme llegan en forma inmediata. El reguero de pólvora se ha convertido en un destello inmediato. El Juan dice que ahora ni siquiera se ha dado el acto y ya todo mundo lo sabe. Siempre que platico con mi compadre Alfonso y hablamos de este tema, él se lleva la mano a la frente y se persigna, da gracias a Dios porque en nuestros tiempos de juventud no hubo celulares ni redes sociales. “¿Lo imaginás?”, me dice. Sí, sí, a mí también me da cierto escozor (a mí sobre todo, que fui tremendo, que hice cosas inimaginables). En nuestros tiempos juveniles todo corría como reguero de pólvora, pero no había imágenes que nos avergonzaran de más; el chisme volaba de un lugar a otro del pueblo, como si fueran campanadas se escuchaba el rumor en el barrio de Guadalupe y en La Cruz Grande, bajaba hasta el centro, ahí patinaba tantito frente a la manzana que ahora ya no existe (que la picardía natural del pueblo bautizó como la manzana de la discordia) y luego, ya en tobogán, bajaba a San Sebastián, a La Pila, a La Pilita Seca, a Yalchivol y ya se ahogaba en el Río Grande. Ah, era maravilloso, era maravilloso siempre y cuando vos no fueras el protagonista de los actos vergonzantes. Hoy, existe más tolerancia, se sabe que a todo mundo le va la cita bíblica que dice: “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra”. No hay una persona pulcra, todos tenemos nuestros pecaditos, somos seres humanos pues, caemos en la tentación, cometemos errores. Todos los días escucho la oración del Padre Nuestro donde los creyentes le piden al Dios “no caer en la tentación”. ¡Ay, padre, el que esté libre de tentación que tire el primer deseo! Somos seres humanos, parte de nuestro ser es el morbo. Vos y yo somos grandes lectores, desde siempre. Vos y yo comenzamos a leer desde pequeños; es decir, llevo más de cincuenta y cinco años, y vos llevás más de veinte años. La lectura nos encanta, le entramos parejo a la lectura, hay libros muy interesantes de muchas materias, pero, sobre todo, vos y yo leemos ficción literaria: cuentos y novelas. ¿Por qué nos seduce la lectura? Ah, porque en las historias que ahí nos cuentan los autores el chisme corre “como reguero de pólvora”, nos permite entrar a habitaciones donde la tentación es cosa de todos los días, aprendemos un poco del mundo de las tentaciones humanas, vemos cómo es el carácter de las personas y hallamos cómo nos enfrentamos a las veleidades del mundo. ¿Hasta dónde llega nuestra fuerza de voluntad? Ah, la liga se estira, pero llega el momento en que se rompe. No hay liga infinita. Todo es muy frágil, frágil es la voluntad del ser humano. Somos, por naturaleza (¿mirás lo que digo?), por naturaleza somos morbosos, nos mueve saber qué pasa en la recámara adjunta. La lectura sacia el hambre morbosa, porque, en lugar de andar husmeando en casas de gente conocida, entramos hasta el fondo de recámaras de personajes literarios. Esto es la gran aventura, porque no jodemos honras ajenas de personas conocidas, a quienes podemos lastimar al propalar rumores infundados. Las historias que conocemos en los libros son verídicas, cuando leemos una historia la volvemos a encontrar en una relectura, no cambia ni una coma. En cambio, en los rumores que circulan en todas las ciudades (incluso en las grandes, como en la Ciudad de México, así mi amiga jurara que no era así) no siempre se dice la verdad. A mí me encanta escuchar lo que Armando dice: “¿vos fuiste el colchón?”, cuando alguien asegura que fulanita se acostó con sutanito. Hay historias que se dan a la luz y existen historias que se desarrollan en lo oscurito. A mí me encanta escuchar las historias que cuentan los propios protagonistas, la historia personal, sin intervención de ajenos. Me encanta escuchar historias propias. A mi amiga Paty Cajcam le sucede lo mismo, ella es feliz cuando lee una autobiografía. Mirá la importancia de lo que digo: autobiografía; es decir, la persona cuenta de primera mano lo que vivió. Recordá que el gran escritor Gabriel García Márquez nos dijo que la vida “no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la cuenta”. Gabo no fue un bobo, fue un gran escritor, un gran “inventador” de historias y un gran “contador”, nos dejó en herencia grandes novelas y grandes cuentos. El lector de sus novelas y cuentos entra a un mundo donde los personajes caen en las tentaciones y si no caen muestran sus arrepentimientos, porque muchos sabios dicen que lo peor que puede sucederle a un ser humano es no cumplir el deseo. ¡Dios mío, qué declaración tan polémica! Los que están en el otro lado recomiendan reprimir deseos insanos. Las noticias corren como reguero de pólvora, pero debo decir que hay noticias verdaderas y noticias falsas (éstas son los llamados chismes, y en muchas ocasiones son las puñaladas que dañan los espíritus). Por otro lado, dentro de las noticias verdaderas también hallamos unas que son felices y otras tristes o dramáticas. Por lo regular, a la gente le mueve más la tragedia, pero una personalidad sana nos exigiría conocer y celebrar las noticias alegres, las luminosas. Veo en redes sociales cómo lamentamos los fallecimientos de gente nuestra y celebramos las bodas o los bautizos o (en estos tiempos del año) las noticias de chicos y chicas que se gradúan, que terminan ciclos escolares y pasan a los siguientes. Celebramos la vida y las noticias buenas también corren como reguero de pólvora y nos sentimos bien. Ah, cómo festejamos cuando algún paisano tiene un logro académico o deportivo o social. La noticia corrió como reguero de pólvora: la académica Leticia Bonifaz Alfonzo recibirá el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Chiapas. ¡Qué noticia tan agradable! La noticia corrió como reguero de pólvora y Comitán la celebró. La doctora Bonifaz Alfonzo es una comiteca que nos llena de orgullo. Posdata: asimismo, los lectores nos congratulamos con la noticia que corrió como reguero de pólvora: la escritora Maritza Buendía recibió el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2024, con su novela “Cielo cruel”, donde (dicen los expertos) se cuenta “el descubrimiento del deseo en tres generaciones de mujeres”. Ah, te lo dije, ahí está el chisme sabroso. Tres generaciones de mujeres caen “presa” del deseo. Esta tentación ha modificado su esencia con el correr del tiempo, no fue lo mismo el deseo en los años cincuenta del siglo pasado que el deseo en estos tiempos. La noticia ha corrido como reguero de pólvora, a la par la cultura también ha modificado sus ramas. ¡Tzatz Comitán!