sábado, 20 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES

Querida Mariana: en todas partes me persigue la imagen de la bíblica multiplicación de los panes y de los peces. Es mi imaginación que hace travesuras. A mí me encanta esa imagen donde Jesús, con un poquitío de peces y de panes escasos dio de comer a una multitud. ¡Un verdadero milagro! Lástima que los simples mortales no pueden hacer esto, porque sabemos que en el mundo hay mucha hambruna. Pero digo que mi imaginación hace el prodigio. A ver, por ejemplo, si veo una silla lo primero que aparece en mi mente es una montaña de sillas en un salón de clases, porque esta imagen me impactó mucho en los años setenta, cuando estudiaba la preparatoria, en el edificio que ahora ocupa el Centro Cultural Rosario Castellanos, a alguien de los compañeros se le ocurrió amontonar todas las sillas en el centro del salón, para ver la reacción del maestro a la hora que entrara. Nada tontos mis compañeros y compañeras eligieron la clase del maestro Rey, quien era, además de una lumbrera en conocimiento del lenguaje español, un pan de Dios. Era el subdirector, pero no abusaba de su puesto, al contrario, era un maestro que toleraba incluso el exceso. Cuando la maestra terminó su clase, todos los alumnos nos quedamos viendo, uno fue a la puerta para hacer labor de vigilante y dio la orden de comenzar, todos tomamos nuestra silla de madera con paleta y comenzamos a amontonarlas en el centro, poco a poco se fue haciendo el montículo de sillas, donde sólo había unas cuantas sillas comenzaron a multiplicarse. Los más altos aprovecharon su tamaño y trepados en otra silla acomodaron hasta arriba las últimas (no eran tiempos de celulares, así que no quedó constancia fotográfica de la montaña de sillas). Al término todos nos hicimos para atrás y vimos (satisfechos) nuestra obra (nuestra travesura boba). Los del grupo éramos más de cincuenta estudiantes, así que la montaña de sillas era generosa. El compa vigilante no tuvo trabajo, porque el maestro no apareció en el corredor, así que, tranquilamente, salimos todos del salón y nos paramos en grupos a platicar, pendientes de ver la hormita del maestro Rey, quien siempre llegaba con traje a la escuela. ¿Ya viste que la travesura tenía un objetivo? Ver la reacción del maestro al ver la montaña de sillas. ¿Qué diría? ¿Cómo se comportaría? Era una afrenta y una provocación. No sabíamos bien a bien qué diría el reglamento escolar ante tal comportamiento. ¿Era una simple travesura juvenil que se remediaba con regresar los asientos a su lugar para comenzar la clase? Bien podía tomar dimensiones superiores, el subdirector entraría al salón y al ver esa montaña de sillas saldría todo molesto, sin decirnos algo, y volvería con el director quien, con su autoridad, podría estallar en cólera y gritar: “fuera de acá, quiero verlos mañana acompañados de sus papás”. En grupo los chicos y chicas somos plebe, capaces de hacer una montaña con sillas en el centro del salón. ¿Quién en forma personal tiene ese comportamiento? Así que si nos expulsaban temporalmente las situaciones personales serían variadas, desde el papá que lo tomaría como una simple travesura, hasta el papá que se molestaría en la misma proporción que las autoridades. Cuando veo un plato mi mente también lo multiplica y recuerdo el día que en los quince años de una amiga uno de los compas comenzó a jugar en la mesa donde habían servido los tamales, tomó el plato de loza ya vacío, puso las hojas del tamal sobre la mesa y comenzó a hacer una columna con los platos de todos, como los meseros los tienen sobre las mesas antes de servir. Poco a poco comenzó a "robar” los platos de las otras mesas, mientras los comensales bailaban; nos emocionamos con el jueguito y, más pronto que tarde, todos andábamos pepenando los platos de todas las mesas, no faltaba la señora que se molestaba, que trataba de evitar que le quitáramos su plato, “no he terminado”. Por lo regular, los meseros tienen columnas de veinte o treinta platos, conocen la ley de la gravedad que nuestro amigo quería superar. Cuando vinimos a ver, la columna de platos, en el centro de la mesa, ya estaba alta, tenía más de cien platos que comenzaban a imitar a la Torre de Pisa, las personas que estaban sentadas a nuestro alrededor también se emocionaron, se pusieron de pie y la columna de platos del amigo se volvió el centro de atracción, quienes bailaban se acercaban, moviendo sus cuerpecitos y hacían apuestas. ¿En qué momento la columna se vendría para abajo y provocaría un quebradero de platos? Esto fue lo que pensó el dueño de la fiesta, lo vimos caminar hacia nosotros, con la corbata de lado, ya con pasos titubeantes por el alcohol ingerido, mostrando el índice (como el Tío Sam) y amenazándonos. El amigo ya estaba trepado sobre una silla para seguir en su labor de construir la torre de platos que sería consignada en el libro de Récords Guinness. Todo se detuvo, no sé si exagero, pero hasta el grupo de marimba que tocaba en el escenario hizo una pausa. El dueño de la fiesta dijo que bastaba, que si se rompían los platos nosotros los pagaríamos, que nos fuéramos, que abandonáramos su festejo. El amigo bajó de la silla y dejó el plato sobre la mesa, lo hizo como si se burlara, porque lo tomó con sus dedos como si fueran pinzas de cirujano y depositó el plato como si lo colocara en lo alto de la columna. No sé si exagero pero recuerdo que hasta nuestras respiraciones se suspendieron, porque si alguien exhalaba de más podía romper el encanto del equilibrio y provocar la caída de la torre. Pensé que en su iracundia el dueño de la fiesta podía golpear la mesa y él ocasionaría el desastre, pero no, todos sus movimientos los hizo al aire. Los meseros llegaron hasta nuestra mesa, uno de ellos subió a la silla, mientras los demás con sus manos cubrieron la torre de platos, poco a poco la columna dejó de multiplicarse y se hizo pequeña, el capitán de los meseros se convirtió en capitán deshace columnas de platos y cumplió la encomienda con atingencia, pasó cada plato que retiraba y los meseros volvieron a colocar los platos en columnas pero pequeñas. El dueño de la fiesta se olvidó de nosotros, jalamos al amigo travieso y, a pesar de su insistencia que nos sentáramos en otra mesa cerca de la puerta, lo obligamos a salir a la calle, con el frío sabroso del mes de diciembre. Pero no sólo aparecen multiplicaciones de sillas o de platos, también (es lo que más disfruto) aparecen en mi mente las columnas de libros. Veo uno y todo parece convertirse en un árbol de navidad de un centro comercial de la Ciudad de México. Fue una de las imágenes más impactantes que recibí en mi vida. Con los amigos de la palomilla fuimos a Plaza Universidad, en la Ciudad de México, a comprar regalitos para los amigos y amigas (las novias de ellos) que entregaríamos al volver a Comitán en temporada de vacaciones navideñas. Cada uno buscaba los locales de la predilección, yo, que no tenía novia para llevarle regalo, me separé un poco del grupo y caminé bobeando, viendo lo que enseñaban los aparadores, artículos deportivos, lentes para el sol, chamarras, artesanías. De pronto vi la multiplicación de los libros, en una rotonda, al final de un pasillo estaba iluminado con lucecitas el árbol más hermoso del mundo: un árbol hecho con libros. No sé cuántos libros habían utilizado, pero eran cientos y todos mostraban los lomos donde se veían los títulos. Cada quien (lo entiendo) se entretiene en lo que le gusta. Yo me pasé diez o quince minutos viendo el árbol enormísimo, leyendo los títulos, me hinqué para leer los de la base y me paré en puntillas para alcanzar a ver los títulos de más arriba. Era imposible que alcanzara a ver los de la cima, asimismo no podía acercarme más, porque el árbol de libros estaba circundado por unos postes dorados con cintas rojas que impedía acercarse más. Esta protección evitaba que alguien se acercara de más y ocasionara que el árbol se deshiciera. Aunque el árbol de libros no tenía el problema del equilibrio que sí mostró la columna de platos, porque el árbol tenía la forma geométrica más segura, una base gruesa que se iba achicando conforme crecía. Sé (puede ser una bobera) que el mundo estaría mejor si la humanidad siguiera el ejemplo de Cristo: que se diera la multiplicación de los panes y de los peces. Esto es lo que hacen algunas asociaciones y muchas personas con amplios recursos económicos, que son dadivosas. Sé que si se diera la multiplicación de los platos (pero llenos de comida) el mundo estaría mejor, y, por supuesto, si se diera la multiplicación de los libros, el mundo tendría mejores oportunidades de desarrollo. Posdata: soy escaso, pero a veces me toca ver un festejo en el patio central de las casas, ambientado con música de marimba. Es cuando se da la multiplicación de los danzantes. Basta que una pareja se pare a bailar, para que muchas más la sigan, dos minutos después se ha dado el prodigio: la multiplicación de los danzantes se ha dado y el patio se llena de vida, de sonrisas, de pasos simpáticos, de pláticas, de miradas sugerentes. La vida se multiplica y esto hace que todo tome un rostro de alegría infinita. ¡Tzatz Comitán!