lunes, 15 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON LIBRO BAJO EL BRAZO

Querida Mariana: mi compadre Quique tiene libro nuevo en el horno. El libro se llama “Qué pensás que estoy contando”, es una vuelta formidable a la frase que repetimos los comitecos “Qué pensás que estoy pensando”. El pensamiento se expresa a través de palabras, se cuentan los pensamientos. Mi amado amigo nos cuenta cuentos. Pronto estará listo su nuevo libro. Mirá qué dice en la contraportada de su libro: “Después de leer estos cuentos, si sos comiteco confirmarás tu identidad, si no lo sos, lo serás”. Armando Alfonzo escribió el libro “Sólo para comitecos”, donde parecía excluir a los lectores “extranjeros”. Al final, el libro de Armando se convirtió en un clásico y es leído por gente de Comitán y de otras regiones del mundo. Digo que el libro de Quique aún está en el horno, no lo he leído, pero él ya dio pistas. El primer libro que publicó (si mi memoria no falla) lleva el título de “Los cuentos de nunca empezar”, un libro donde (experto en anécdotas comitecas) habla de lo nuestro, en un afán de convertir lo local en universal, que es ideal de los grandes escritores. Quique y yo hemos sido amigos por más de cincuenta años, no es poca cosa. Te he contado que él ha sido el líder de la palomilla, grupo de amigos indisoluble. Al ser el líder, yo, me conocés, me convertí en el cordero fiel de la leyenda, le hacía caso a todo lo que indicaba. Él era el tipo que reunía una serie de cualidades que yo no poseía, él era extrovertido, aventurero, genial conversador, simpático, deportista, aventado (incluso, cuando se pasaba de chingón, se pasaba de rosca, lo seguía admirando). El otro día estuve en su despacho de la notaría y, sentado muy cómodo ante su escritorio, con el ventilador funcionando, me dijo que entre sus planes de vida está publicar más de treinta libros. No recuerdo el número exacto que dijo, porque tiene un número exacto de libros que desea publicar. Dicho número debe ser cabalístico. Ya lleva un buen camino de ese deseo, ha publicado libros de su especialidad: el Derecho, y libros de ficción literaria. Ahora, pronto, nos entregará un nuevo libro de cuentos, que, como reza el mensaje de contraportada, camina de la mano de nuestra identidad, para reconocernos en ese árbol lingüístico formidable, con su voseo particular, con su modo de hablar cantadito, con sus expresiones maravillosas, y con el agregado de la simpatía que él posee. Cuando nos reunimos los de la palomilla y vamos a tomar una cerveza o un tequila (ellos) y comemos chicharrón de hebra, frijolitos refritos con chile de Simojovel, tostadas de manteca y frijoles charros (ellos) los demás contamos algún detalle, pero quien se lleva los reflectores es Quique, porque le encanta ser el centro de atención y como cuenta todo con gracia sin igual nosotros lo escuchamos encantados. Es la versión masculina, comiteca, de la Sherezada, todos los días le perdonamos la vida, siempre y cuando vuelva al siguiente para seguir narrando. Ahora, nos entregará un libro, con cuentos sacados de su imaginación o historias del entorno. Soy testigo de su amor por la lectura. De los compas de la palomilla él y yo fuimos los que nos identificamos por el amor compartido de los libros. Nuestra pasión comenzó en Comitán y se intensificó cuando, estudiantes universitarios, fuimos a la Ciudad de México a estudiar, él Derecho (profesión en la que se tituló) y yo ingeniería (profesión en la que no me titulé). No recuerdo que, aparte de los libros de las profesiones, los demás compas adquirieran libros de narrativa o de poesía. Quique y yo sí. Íbamos a las diversas ferias de libro (incluso la que organizaban en el pasillo subterráneo del Metro, del Zócalo a Pino Suárez). Estirábamos la paguita que nos enviaban nuestros papás y comprábamos libros, por ahí se asomaba el bueno de José Emilio Pacheco con su “Batallas en el desierto”, nos hacía un guiño y nosotros lo comprábamos, o la pesada de Elena Poniatowska con su “Hasta no verte Jesús Mío”, nos ignoraba con sus tufos rancios de nobleza y nosotros le dábamos bofetada con guante blanco y comprábamos su novela y al llegar al departamento, que compartíamos con los hermanos de Quique, Rodolfo y César, y con los Román Marín, Roge y Miguel, que en paz descanse, nuestro amado amigo, le entrábamos con furor a la lectura (con el mismo gusto con el que cenábamos las quesadillas en avenida Universidad, los llamados bauces y los popochis). Quique y yo hemos sido amantes de la literatura, apasionados lectores y ahora Quique se ha convertido, asimismo, en un compartidor de historias. Posdata: cuando íbamos a su rancho Santa Lucía, por el rumbo de Uninajab, salíamos a cazar conejitos en la noche y al volver con animalitos, la gente del rancho ayudaba a destazar y luego colocaban los cuerpecitos todos enteleridos, sanguinolentos, sobre las brasas, para que luego los devoráramos con unos buenos tragos de ron. Al amparo del fuego, que pintaba sombras en nuestras caras, escuchábamos fascinados las aventuras que Quique había vivido con su abuelo César. La noche era una sábana llena de luciérnagas infinitas. Éramos felices. Gracias a Dios seguimos compartiendo destellos luminosos. ¡Tzatz Comitán!