lunes, 29 de julio de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN ELOGIO PARA EL CELULAR

Querida Mariana: todo mundo tiene celular, todo mundo en todo el mundo. No es sólo un teléfono, ¡no! Es casi todo. Soy un viejo de sesenta y siete años de edad y aprovecho muchas de las ventajas del celular. Vos y todos los chicos y chicas del orbe lo aprovechan al ciento por ciento, ustedes son la generación de las imágenes en pantallas. ¿Para qué lo uso? Lo uso para lo mínimo esencial. Hace tiempo seguía usando un teléfono cacahuate, pero Marito me dijo que debía actualizarme. Yo usaba el celular para lo que me había indicado su definición primaria: teléfono móvil. Marito advirtió la evolución, dijo que yo debía evolucionar también. Lo hice y no me arrepiento. ¿Cómo será el mundo tecnológico en el 2040? Mi mente no alcanza a imaginarlo. Este tiempo me basta para sorprenderme. ¿Para qué lo uso? Para hacer llamadas a los afectos, pero además con ello hago transferencias bancarias (¿qué pensaría mi papá de esto, él que fue corresponsal del Banco Nacional de México, en los lejanísimos años cincuenta y sesenta, del siglo pasado?), envío las cartas que te escribo a amigos y amigas, veo tiktoks (sí, Cielito me bajó la aplicación y ahora la veo en las tardes, la aplicación ya detectó qué me gusta y me da a “comer” lo que deseo, me da muchos videos de música de los sesenta y setenta (¡genial!), síntesis de películas, caricaturas con música de jazz y, por supuesto, chicas en playas (¡ah, me encantan las playas!). En el celular tengo la aplicación del Kindle y ahí leo los libros electrónicos que compro. También estoy suscrito a plataformas cinematográficas y veo cine, mucho cine (no tanto como vos, pero sí he recuperado mi maravillosa afición que inició cuando mi papá y mi mamá me llevaban al Cine Montebello y al Cine Comitán). Hace poco descubrí MUBI y es una plataforma que tiene una extensa relación de buenas películas de muchos países, así que ahora me he dedicado a programar mi personal Muestra de Cine (como las que vi en la Cineteca Nacional, en los años setenta). Puede ser una exageración, pero el celular es un chunche que me provoca mucha felicidad. Nunca imaginé que un pinche aparatito pudiera provocar tanta alegría. Claro, a veces abro el chunche y encuentro el mensaje de un amigo que me informa que fulanito de tal falleció. ¡Uf! La información está al instante, al toque de un dedo. Sé que este aparato también es causante de una y mil desgracias, hay gente que no suelta el celular ni cuando va al baño (hay testimonios de amigos que han perdido el aparato (me refiero al celular) porque se les cayó en la taza). Además, y esto sí es penoso, muchos accidentes vehiculares han ocurrido porque los conductores, en lugar de ir pendientes de su camino, iban viendo el celular. A mí me resulta difícil entender el porqué de tal comportamiento, pero el mundo es mundo y hay de todo en la Viña del Señor. Además, me cuenta el primo de un amigo, que muchas relaciones se han roto por “culpa” del celular, envío de “packs” a la persona equivocada, o conversaciones donde el supuesto destinatario resultó Romina en lugar del Romeo que anunciaba. Ah, miles de conversaciones entre amantes han sido descubiertas y han sido la chispa que inició el incendio. Yo, gracias a Dios, no mando packs (qué voy a estar mostrando mis vergüenzas), pero sí he visto (todo se ve en estos tiempos). En Puebla tuvimos un negocio de impresiones y de fotocopias frente a Ciudad Universitaria, de la BUAP. Muchos alumnos y alumnas llegaban a solicitar nuestros servicios, un día, una alumna que era cliente frecuente llegó apurada y me dio un USB y me dijo que, por favor, imprimiera un archivo y me dio el nombre, llegaría a la siguiente hora, que también lo engargolara. Se fue. Cuando quedó tranquilo el negocio, metí el USB y vi que había una serie de archivos. ¿Qué nombre había dicho? ¡Dios mío! Pensé que la lógica me ayudaría, descarté los que tenían nombres como “fiesta”, “bautizo de mi sobrinito Ameth”, me quedé como con diez archivos con nombres relacionados a su carrera profesional: educación física. ¡Uf, eran muchos! Pero Dios que es grande me iluminó: “buscá por fechas, niño”, así acomodé los archivos y abrí el que tenía la fecha de un día anterior: ¡Sí, era ese, sin duda! Imprimí y engargolé. Puse el engargolado al lado de la impresora, iba a retirar el USB cuando hice algún movimiento extraño y en la pantalla apareció el perfil de la chica y en su boquita estaba la mitad de un pene. Me chiveé, de inmediato cerré el archivo. Ya me conocés, tuve la intención de volverlo a abrir, pero resistí la tentación. Saqué el USB y lo coloqué al lado del engargolado, en ese momento entró la chica, le entregué el trabajo y pregunté si estaba bien, sí, bien, dijo ella, claro, muy bien, ¡excelente!, dije yo al recordar la imagen. Ella me vio con ojos de Eje Cartesiano, donde la X fue ella, porque yo tenía en mi mirada la imagen donde ella… Posdata: supe que el amado había insistido en tomar la foto en el acto, “sólo para nosotros”, dijo, nunca imaginaron que el señor de las impresiones ¡se impresionaría! No, no me salí del tema, cuento esto, porque la foto ¡impresionante! (diría Zagüiño) fue tomada con un celular. ¡Tzatz Comitán!