miércoles, 7 de mayo de 2025

CARTA A MARIANA, CON CASAS Y PLAZAS

Querida Mariana: me encanta estar en mi casa. Acá te escribo, acá pinto, dibujo, leo, descanso. Hay gente que hace de su casa un verdadero Paraíso, cuelga hamacas en los corredores, se sienta en sillones reclinables o pega un mural con una playa y una palmera en la pared de la sala. No soy así. Mi casa no tiene hamacas, ni sillones reclinables, ni fotografías monumentales de una playa de Puerto Arista, con gaviotas incluidas, ¡no!, mi casa es una casa sencilla. Cuando alguien me exige una definición digo que es como el Volkswagen de las residencias, no tiene la fastuosidad de un BMW, pero me sirve para lo mismo. Me encanta estar en mi casa, la actual. Mi compadre Pepe tenía un dicho que garantizaba la tranquilidad de vivir: "dinero cuanto tengas, casa cuanto quepas”. Me encanta estar en mi casa, si no tengo una salida necesaria, me quedo en ella. ¿Sabés cuál es mi asiento de todos los días? Una silla de plástico, de esas de cantina, porque en el respaldo tiene el logotipo de “Corona extra”. Ni me preguntés cómo apareció en la casa. No creo haberla traído de algún botanero. Ya le puse un cojín en el asiento, para que esté un poco más cómoda y me dé altura a la hora de escribir, porque no tengo un escritorio, ¡no!, la laptop la coloco sobre una mesa de plástico, de esas que venden en los grandes supermercados, es una mesa pequeña, como de dos cuartas y media de ancho y tres cuartas de largo. Es una mesa muy práctica, porque permite que se doble y se guarde (claro, yo nunca hago eso. Desde el momento de comprarla la armé y así la he tenido). Me encanta estar en mi casa, pero disfruto mucho las plazas. Me encanta salir de casa, ir al parque de Guadalupe o al de San Sebastián o a La Pila o al parque central y disfrutar el canto de los pájaros, ver los árboles, ver a los niños trepados en triciclos o ver a las chicas que pasan con sus bicicletas. Disfruto mucho ver a las parejas que platican y se besan; me apena cuando veo parejas discutiendo, ah, si supieran que la vida es efímera, que debe llenarse con instantes sublimes. ¿Ya no se llevan bien? ¡Pues a la chingada y a otra cosa! El desgaste de las relaciones humanas es lo más perjudicial para el espíritu. Ya no frecuento cantinas, pero cuando camino y paso por algún botanero y escucho las carcajadas y la música y veo, de refilón, a los hombres y mujeres que alzan los vasos y brindan, pienso que las pausas con amigos son como el mejor rosario que los seres humanos pueden rezar para agradecer a los dioses el sentido de la vida. Ah, la convivencia es maravillosa, única. Me encanta salir de mi casa e ir a las plazas, a los lugares donde hay gente y palomas y vendedores de nieve y de salvadillos con temperante; me encanta sentarme en la banca de un parque y mirar cómo la vida es esa arena que se descuelga inclemente en un reloj. Abro mis manos en intento de que esa arena, llamada tiempo, se detenga tantito, pero es ¡imposible!, el tiempo no corre como un campeón de maratones, pero siempre lleva un paso que no se detiene ante nada ni ante nadie. El problema de los parques es la persona fastidiosa, nunca falta, el borracho que se acerca y trata de hacerse el gracioso para conseguir una moneda, o el que es agresivo. Nunca falta. Es una pena que los parques (espacios para la convivencia) estén invadidos, de vez en vez, de gente indeseable. Nunca se puede evitar. A veces encuentro un policía en el parque público y esa presencia inhibe tantito a los molestosos. Es cuando aprovecho para sentarme y disfrutar el instante. Por eso, prefiero, ante todo, mi casa. En mi casa no hay gente indeseable, bueno ni deseable, desde la pandemia no abrimos a desconocidos ni a conocidos. Me apena mucho ese comportamiento, pero esto hace que el espacio esté intocado, casi sagrado. ¡Que Dios perdone! ¡Que perdonen los amigos! Cuando alguien me dice que pasará a casa a dejarme un libro, me hago tacuatz y digo que no se moleste, que yo paso donde me diga o que lo deje en la oficina. Y así la llevo. Posdata: digo que me encanta estar en mi casa. Casi no hay desaguisados, a veces se acaba el gas, pero luego llegan los dos empleados y cambian los cilindros y queda listo; a veces hay algún desperfecto en la luz, llega un técnico y, por fortuna, remedia la situación. En mi casa tengo libros (como si fuese biblioteca); en mi casa tengo una pantalla (como si fuera una sala de cine, mini, pero sala después de todo). En mi casa tengo un pequeño altar (como si fuese una basílica). Tengo todo en mi casa, en mi pequeña casa tengo arbolitos que siembran mi Paty y mi mamá (como si fuese un gran bosque). Tengo dos mascotas (como si fuese un gran bosque o un zoológico amigable). En mi casa soy feliz. ¡Tzatz Comitán!