lunes, 19 de mayo de 2025
CARTA A MARIANA, CON LECTURAS
Querida Mariana: el escritor Mario Vargas Llosa lo repitió muchas veces: “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”.
Lo decía con una gran convicción y con profunda emotividad. Me gustó escuchar tal frase, en forma constante. Mario tuvo conciencia de un acto que, para la mayoría de mortales, pasa desapercibido. Ahora, vos lo sabés, el gobierno de nuestro paisano Eduardo Ramírez ha iniciado una gran campaña para alfabetizar. Chiapas, ¡uf!, es uno de los estados más pobres del país y ostenta uno de los últimos lugares en población alfabetizada. Esto que escribo muy rápido, a la ligera, y que vos leés también como si tomaras un vaso de agua, es una gran tragedia. ¿Imaginás la desventaja en que viven todas aquellas personas que no saben leer? Como si vivieran en medio de una cueva oscura. “No sé leer”, me dijo una vez un hombre, me lo dijo con pena, como si él cargara una gran piedra. En ese momento pensé “yo sí se leer, gracias a Dios”.
El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, siempre que podía, en diversas pláticas o conferencias, repetía: “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”. ¡Cómo no! Él fue un gran lector, su mundo, así lo contaba, se expandió gracias a la capacidad que adquirió cuando un maestro Lasallista Justiniano le enseñó a leer. ¿Mirás qué prodigio? Mario recordaba con emoción el nombre del maestro que le propició la más grande herramienta intelectual. Si Mario logró en vida la trascendencia, si obtuvo el Nobel de Literatura, fue porque, siendo niño, un día (bueno, una serie de días) aprendió a leer, y con ello: aprendió a escribir. Fue un gran lector y un gran escritor, y todo se debió a ese proceso maravilloso donde una persona reconoce el significado de cada palabra, de cada oración, de cada párrafo.
Sí, Mario tenía razón, uno de los momentos que deberíamos glorificar para siempre sería el del instante donde pudimos descifrar los códigos escritos.
¿Vos recordás el nombre del maestro o de la maestra que te enseñó a leer? ¿Recordás ese proceso de aprendizaje? Yo, que tengo memoria pichancha, recuerdo que fue en el primero y segundo grados de primaria, en la gloriosa escuela Fray Matías de Córdova, donde aprendí a leer. Mi maestro fue Óscar Pascacio, quien era originario de Tuxtla Gutiérrez y vivió en el pueblo, en una casa frente a la lateral del templo de El Calvario. Entré a la escuela primaria cuando tenía seis años de edad (1963) y recibí, como todos los alumnos de la patria, los libros de texto gratuito, que en sus portadas traían el dibujo de una mujer con rasgos indígenas que sostenía el asta con la bandera de México. Llamaba mi atención que detrás estaba la enorme cabeza de un águila que devoraba una serpiente, dibujo que corroboraba la leyenda, pero que a mí me provocaba cierto terror. Agradecí que mi papá forrara esos libros y así desapareciera de mi vista esa imagen. Nunca me ha gustado ver escenas donde un animal destroza a otro, no me gusta ver gatos comiendo ratones ni perros mordiendo a gatos.
“Mi libro de primer año” fue uno de los libros donde aprendí a leer y a escribir, ahí aparecía el famoso oso, “el oso se asea / sí se asea”. El otro libro fue “Mi cuaderno de trabajo de primer año”, donde venían ejemplos de letras y oraciones que los alumnos copiábamos.
¿Cómo fue el proceso de aprendizaje? No lo sé. Es algo incomprensible. Quienes aprenden un nuevo idioma no pueden precisar cómo se da el proceso mental; lo mismo sucede, digo yo, con todo nuevo aprendizaje: treparse a una bicicleta, meterse a una alberca o río o mar, hacer rayas en un cuaderno de dibujo, bordar con estambres, sembrar semillas en un campo. Todo aprendizaje conlleva una cinta de tradición. Apenas podemos entrever la historia del lenguaje. Los mayas de la zona esculpieron estelas con jeroglíficos. No todo mundo puede leer los jeroglíficos, sólo los expertos. Al principio de la vida todo es como un petroglifo, no podemos descifrar los signos, pero el libro más la voluntad del maestro hicieron el prodigio de que, como Vargas Llosa, como millones de lectores en el mundo, yo también aprendiera a leer y a escribir. Con la distancia que es preciso mencionar, yo también hago lo que Mario, soy un lector y soy un escritor. Estas dos capacidades han provocado en mí lo más sublime de mi vida (sé que lo mismo piensan millones de lectores en el mundo).
Posdata: somos millones de personas que sabemos leer y escribir, a veces es bueno tomar conciencia del prodigio que apareció en nosotros en el instante que aprendimos a leer. Mario, el gran Mario Vargas Llosa, siempre estuvo consciente de ese instante sublime. ¿Vos recordás al maestro o maestra que te enseñó a leer? ¿Tenés conciencia de ese don adquirido?
¡Tzatz Comitán!